La iglesia celebra hoy la fiesta de Nuestra Señora de Fátima, la virgen que un 13 de mayo se le apareció por primera vez a tres pastorcitos en un pequeño pueblo llamado Cova de Iría, situado a unos 100 kilómetros de Lisboa en Portugal.
Hoy la liturgia nos invita como preparación para Pentecostés que estemos resueltos a vivir una vida consistente – una vida de sincero amor y fiel servicio – una vida que no adore a un Dios desconocido.
El propósito del linaje espiritual es que brote el amor puro por una fe limpia y María nuestra Madre la llena de gracia, nos ha dado muestra por siempre de que este propósito se cumple.
La liturgia de hoy nos invita a reflexionar en la experiencia gozosa que produce Dios en el corazón del creyente y en aquel que lo lleva a la fe, esto es obra del Espíritu Santo que Jesús nos dejó con su partida.
Hemos venido escuchando en la Pascual, como las apariciones de Jesús despiertan y educan la fe de los apóstoles. Pero a la fe de María no le hacían falta. Ella tuvo una sola gran aparición en su vida: La anunciación la dispensó para siempre de nuevas apariciones.
Esta conversación no es fácil en ningún caso, pero es importante escuchar a quien enfrenta a la muerte. Al dejarle saber que nos importa su opinión le damos poder sobre su vida y eso es algo a lo que nadie debe renunciar.
En la liturgia de hoy Dios nos anima a vivir el Mandamiento del Amor, ese que no hace distinciones, no tiene límites, es capaz de perdonar, comprender y acoger.