Hola queridos lectores, quería contarles, pues no se si se han enterado que el Santo Padre ha enviado un mensaje a todo el pueblo de Costa Rica ante la inminente entronización de un mosaico de la Virgen de los Ángeles, patrona de este país, en los Jardines Vaticanos que tendrá lugar el 26 de octubre a las 11 de la mañana, hora local de Roma.
En este mensaje ha invitado a todo el pueblo fiel de Dios “a seguir viviendo su fe especialmente unidos a ella”, a quien con afecto filial llaman ‘La Negrita’ pidiéndole “que les alcance de su hijo la gracia de ser valientes defensores del don de la vida y alegres constructores de la fraternidad”, priorizando la ayuda caritativa.
A esto sin duda alguna nos invita el texto de los Colosenses 2, 6 “Ya que habéis aceptado a Cristo Jesús, el Señor, proceded unidos a él, arraigados y edificados en él, afianzados en la fe que os enseñaron, y rebosando agradecimiento.
Que no los vayan a engañar con teorías y con vanas seducciones de tradición humana, fundadas en los elementos del mundo y no en Cristo.”
Y seguramente muchos nos sentimos identificados con esto, pues vivimos tan inmersos en este mundo que no nos damos cuenta cuan engañados estamos. Y es que es cada vez más difícil, vivir la fe en un mundo tan secularizado, donde la ley del más fuerte es la que rige; en este mundo cuya globalización negativa se convierte en “dictadura ideológica” a través de diversas instituciones internacionales que, como afirma Ivette de la Harpe, hace que por el nuevo dios de la comodidad y el placer, se destierra todo lo difícil. Se produce un distanciamiento de las raíces cristianas, el vagabundeo espiritual, la búsqueda sin anclaje que mezcla verdades.
Abunda la soberbia, enfermedad siempre presente en el hombre, que es un poder nefasto y destructivo, cuyo resultado es el endiosamiento que da como fruto la mentira y el eclipse de la razón.
Perdernos así la sensibilidad para percibir las realidades de los demás, endurecemos nuestro corazón y nos olvidamos de Dios.
Dios nos creó sin necesitarnos y lo hizo por amor. Por esto, debemos estar conscientes que no le soy indiferente. Yo soy una persona única e irrepetible, dotada de talentos y con una misión concreta que debo llevar a cabo en el tiempo que me ha sido dado. Es decir, si no cumplo con dicha misión, queda un vacío que nadie más puede llenar. Esta es mi gran responsabilidad y reconocerla es signo de madurez cristiana.
Por todo lo anterior y como contrapeso a esta avalancha que se nos viene encima, debemos crecer en la escucha de Dios, redescubrir el valor de la oración, vencer la pereza y la mediocridad y adquirir un fuerte compromiso de caridad con las personas más necesitadas, a través de quienes servimos a Cristo.
En este mundo, a veces tan difícil, que nos toca vivir, debemos educar ayudando a los cristianos a ser “luz” y “sal”.
Jesús en el evangelio Lc 6, afirma ¿Porqué me dicen Señor, Señor, y no hacen lo que yo les digo?”… y en otro texto indica; “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos”. Nosotros solemos decir que la santidad, necesaria para entrar en el Reino de los Cielos, no es cuestión de darse golpes de pecho. La santidad es más bien cumplir la voluntad de nuestro Padre del cielo, es hacer la voluntad de Dios. Por eso Jesús añade otra imagen, la del hombre sabio, prudente, el hombre santo y es aquel que no se limita a escuchar la palabra de Dios sino que también la pone por obra. Ese se parece al hombre que construyó su casa sobre roca. Pase lo que pase, venga lo que venga, lluvia, viento o riada…la casa permanece en pie.
Un ejemplo evidente lo tenemos en la persona del apóstol San Pablo. Recordemos cómo después de convertirse, los creyentes tenían miedo de acercarse a él pues recordaban su antigua conducta, su firme rechazo y persecución contra los cristianos. Pero enseguida todas las iglesias tuvieron que reconocer en él a un verdadero instrumento de Dios. Él interpreta su propia historia personal como una enseñanza, un ejemplo que Dios ha querido dar a todas las personas para que no se desesperen ante su pecado por grande que sea. San Pablo, apóstol de la misericordia, dirá solemnemente y expondrá casi con el rango de una verdad de fe que debe que se confirme adhesión que Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores.
Aunque es cierto que la conversión es un proceso personal, un vuelco al corazón. Es un tú a tú con Dios. También es importante tener presente que es un responder en primera persona a la verdad de fe que otros nos han contado, como lo hizo San Pablo.
Por eso convertirse no es simplemente un llegar a los sentimientos, sino un llegar al corazón de la persona, es decir, a lo más profundo, a ese lugar donde tomamos las decisiones de nuestra vida, allí donde se unifican inteligencia, voluntad y emociones. No hay conversión real que no pase por estas tres dimensiones de la persona.
Como proceso personal que llega a lo más íntimo del hombre, debemos afirmar que no es algo que se pueda forzar.
La conversión es un llamado a vivir de Cristo, quien es el único que llama; y lo hace para ser verdadero sustento del peregrino y verdadero pan para el hambriento. Convertirse es, en este sentido, ser consciente de que, tan vital como el agua es para el cuerpo, lo es Jesús para nuestro espíritu.
El convertido es el que no ve míseros, es el que ve gente necesitada de Dios.
Y, por último, hay que decir que la conversión es un proceso radical, que va a la raíz. Y no tiene por qué ser un momento de shock, sino que tantas veces es algo imperceptible que sólo se vislumbra al echar la vista atrás y contemplar el camino recorrido. Es lo que experimentaron grandes santos (Pablo, Agustín…), que, antes de ser grandes maestros, vivieron años profundizando en la fe que habían descubierto.
Asimismo, debemos aprender a permanecer lúcidos y coherentes en la fe, a afirmar la identidad cristiana y católica, a dar testimonio de Dios, a ser “Testigos de Cristo”. Y así “seguir viviendo su fe especialmente unidos a ella”, la Negrita, como nos indica el Papa Francisco.
Oremos
Aquí estoy, Señor, delante de ti, con mi presente y con mi pasado a cuestas; con lo que he sido y con lo que soy ahora; con todas mis capacidades y todas mis limitaciones; con todas mis fortalezas y todas mis debilidades.
Te doy gracias por el amor con el que me has amado, y por el amor con el que me amas ahora, a pesar de mis fallas.
Sé bien, Señor, que por muy cerca que crea estar de Ti, por muy bueno que me juzgue a mí mismo, tengo mucho que cambiar en mi vida, mucho de qué convertirme, para ser lo que Tú quieres que yo sea, lo que pensaste para mí cuando me creaste.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón, con la luz de tu Verdad y de tu Amor,para que yo me haga cada día más sensible al mal que hay en mí, y que se esconde de mil maneras distintas, para que no lo descubra.
Sensible a la injusticia que me aleja de Ti y de tu bondad para con todos los hombres y mujeres del mundo.
Sensible a los odios y rencores que me separan de aquellos a quienes debería amar y servir.
Sensible a la mentira, a la hipocresía, a la envidia, al orgullo, a la idolatría, a la impureza, a la desconfianza, para que pueda rechazarlos con todas mis fuerzas y sacarlos de mi vida y de mi obrar. Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón, con la luz de tu Verdad y de tu Amor, para que yo me haga cada día más sensible a la bondad de tus palabras, a la belleza y la profundidad de tu mensaje, a la generosidad de tu entrega por mi salvación.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón, para que yo sepa ver en cada instante de mi vida, lo que Tú quieres que yo piense, lo que Tú quieres que yo diga, lo que Tú quieres que yo haga; el camino por donde Tú quieres llevarme, para que yo sea salvo.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón, para que yo crea de verdad en el Evangelio, y para que dejándome llevar por Ti, trabaje cada día con mayor decisión, para hacerlo realidad activa y operante en mi vida personal y en la vida del mundo
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón, para que yo me haga cada día más sencillo, más sincero, más justo, más servicial, más amable en mis palabras y en mis acciones.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón, para que Tú seas cada día con más fuerza, el dueño de mis pensamientos, de mis palabras y de mis actos; para que todo en mi vida gire en torno a Ti; para que todo en mi vida sea reflejo de tu amor infinito, de tu bondad infinita, de tu misericordia y tu compasión.
Perdona Señor, mi pasado. El mal que hice y el bien que dejé de hacer. Y ayúdame a ser desde hoy una persona distinta, una persona totalmente renovada por tu amor; una persona cada día más comprometida Contigo y con tu Buena Noticia de amor y de salvación.
Dame, Señor, la gracia de la conversión sincera y constante. Dame, Señor, la gracia de mantenerme unido a Ti siempre, hasta el último instante de mi vida en el mundo, para luego resucitar Contigo a la Vida eterna. Amén.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Setiembre 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.