Siguiendo con el tema que iniciamos la semana pasada, vamos a comenzar diciendo algo que todos sabemos, la paz interior no es fácil de encontrar hoy en día. Son muy pocas las personas que disfrutan de una vida tranquila. Muchas viven en zonas donde las guerras, los disturbios políticos, la violencia étnica y el terrorismo son cosa de todos los días. En otros casos, lo que perturba la paz son los delitos, las actitudes hostiles y los problemas en el trabajo o entre vecinos. Y por si fuera poco, es muy común ver que muchos hogares, en lugar de ser remansos de paz, son verdaderos campos de batalla.
Nos dice el Papa Francisco: “Jesús nos habla sobre tener paz en medio de los problemas y tribulaciones de la vida. Jesús nos exhorta a tener valor, ya que Él ha vencido al mundo… Cristo ha unificado todo en sí: cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona y sociedad. La señal de esta unidad y reconciliación de todo en sí es la paz. Cristo “es nuestra paz” (Ef 2,14). El anuncio evangélico comienza siempre con el saludo de paz, y la paz corona y cohesiona en cada momento las relaciones entre los discípulos. La paz es posible porque el Señor ha vencido al mundo y a su conflictividad permanente “haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Col 1,20).”
En vista de esto, hoy vamos a continuar nuestro camino en hallar paz interior. Llega un momento en el que tenemos que parar, terminar con las preocupaciones innecesarias y emprender la búsqueda de nuestra paz interior, esa paz que no nos da el mundo, pero que el mundo tiene la capacidad, si se lo permitimos, de hacer que la perdamos. Para ello, en el tema anterior, conversamos de la necesidad de aprender a relativizar los problemas y circunstancias.
Hablamos de 8 técnicas para ayudarnos al respecto:
1.-Piensa en qué le dirías a tu mejor amigo si tuviera el mismo problema.
2.-Para y respira.
3.- Imagina que estas enferma(o)
4.- Date cuenta de lo pequeño que eres
5.- Imagina que es lo que podría pasar si no lo haces
6.- Imagínate que vives en una aldea de África
7.- Piensa que sales de tu cuerpo.
8.-Qué pasaría si fueras a morir mañana.
Hoy aprenderemos a desapegarnos emocionalmente.
Comencemos hablando sobre su antónimo, El apego, un estado emocional de dependencia a una cosa, a una situación o persona.
El primero en definirlo fue el psicólogo John Bowlby. Según él, la conducta de apego tiene dos funciones básicas: una función biológica, que es obtener protección para asegurar la supervivencia, y la otra de carácter más psicológico, la de adquirir seguridad.
Está claro que cuando nacemos dependemos de los demás para nuestra supervivencia y por eso el apego es tan importante. Pero aquí no voy a hablar de las teorías del apego, que hay muchas y muy interesantes.
Lo que sí quiero recalcar es que para los budistas el apego es una actitud que sobrestima las cualidades de un objeto o persona y después se aferra a ella. Me apego a las personas, situaciones o cosas hasta que las hago necesarias para mí y así me hago dependiente de ellas. Como podemos ver, el concepto de apego aquí es distinto.
Para mí, continúa el psicólogo, la definición de apego tiene un poco de las dos definiciones. El apego en la infancia es necesario para crecer porque te nutre, sobre todo, emocionalmente y te ayuda a salir al mundo más seguro. Pero este apego puede convertirse en necesidad del otro para sentirme seguro y esto en la edad adulta es un problema. El apego a una persona, a una situación o a una cosa puede llevarme a pensar que es imprescindible en mi vida y eso tarde o temprano, me hará sufrir y depender. Si dependo de algo o de alguien, dejo de ser libre.
Debo aclarar, que el apego es necesario para crecer, para sentirnos seguros, para nutrirnos emocionalmente y su función es que seamos adultos autónomos e independientes. Por lo tanto, el apego debe dar paso al desapego tarde o temprano. Yo no puedo depender de mis padres toda la vida para sentirme seguro porque es probable que los pierda en el camino. Nada dura para siempre, por lo tanto si yo me aferro a algo y lo pierdo, sufriré. Hay muchas relaciones tóxicas que se originan en un mal apego y una dependencia emocional.
El psicólogo Walter Riso, en su libro Desapegarse sin anestesia dice que «el apego es un estado mental y emocional de vinculación compulsiva a una cosa o persona determinada, producto de la creencia de que sin eso, no es posible ser feliz». La mente entreteje una cadena de mentiras que suponemos son ciertas y pensamos: No puedo ser feliz si fulano me deja. El centro de mi vida es el trabajo. Yo vivo para mis hijos. Sin la droga estoy perdido. Al supeditar la felicidad a algo o alguien, vivirás en un estado de angustia permanente.
Entonces podremos ya asegurar, que el desapego es clave para alcanzar la paz que nos permite ser felices. Significa ser capaces de sortear las barreras de nuestra zona de confort para dejar de necesitar, de depender, de vivir con miedo a perder dimensiones a las que nos aferramos en exceso. Porque solo cuando seamos capaces de vencer al ego dejaremos por fin de sufrir. Es permitirnos ser más libres, más ligeros, menos aferrados a lo que tenemos o lo que nos falta. Es vivir desde el corazón sin tener que necesitar de forma compulsiva nada ni a nadie. A su vez, significa también poder y saber darnos a los demás con autenticidad y sin presiones.
La liberación emocional que genera el desapego nos ofrece la opción de vivir con más honestidad. Es entonces cuando ante nosotros surge la opción de crecer, de avanzar con conocimiento de causa. Sin dañar a nadie, sin que nadie nos ponga tampoco su cerco camuflado con las cadenas del amor pasional, filial o incluso materno.
Aprendamos, pues, a poner en práctica estas sencillas leyes sobre el desapego…
1–Primera ley del desapego: eres responsable de ti mismo
La primera ley del desapego invoca un principio básico de crecimiento personal: la responsabilidad. Pensemos en ello: nadie va a retirar por nosotros cada piedra que encontremos en el camino. Al igual que nadie va a respirar por nosotros ni se ofrecerán voluntarios para cargar nuestras penas o problemas.
Cada uno de nosotros somos artífices de nuestra propia existencia. Y algo así implica valentía. Significa que debemos desapegarnos de las opiniones ajenas, de la necesidad de ser validados, de esperar la aprobación de los demás para seguir adelante con nuestras decisiones, sueños o proyectos.
Somos personas libres, listas para crear el destino que creamos conveniente. Así pues, siendo plenamente consciente de ese derecho a ser constructores del propio destino, ten muy en cuenta estas dimensiones:
-No pongas en el bolsillo de los demás tu propia felicidad. No concibas la idea de que para ser feliz en esta vida, es esencial encontrar una pareja que te ame, o tener siempre el reconocimiento de tu familia.
-La soledad a veces es la mejor compañía para favorecer nuestra autorrealización.
Si el barómetro de tu satisfacción y felicidad está en lo que los demás te aportan, no conseguirás más que sufrimiento. ¿La razón? Pocas veces lograrán cubrir todas tus necesidades.
-Cultiva tu propia felicidad, siéntete responsable, maduro, toma conciencia de tus decisiones y de sus consecuencias, elige por ti mismo y no dejes nunca que tu bienestar, dependa de opiniones o consejos ajenos.
2.-Segunda ley del desapego: vive el presente, acepta, asume la realidad
En esta vida, nada es eterno, nada permanece, todo fluye y retoma su camino tejiendo ese orden natural que tanto nos cuesta asumir a veces. Las personas estamos casi siempre centradas en todo aquello que ocurrió en el pasado y que, de algún modo, se convierte ahora en una dura carga que altera nuestro presente.
A menudo, estamos tan “apegados” a todos esos eventos acontecidos en el ayer que se nos olvida lo más importante: vivir.
Ponemos toda nuestra atención en esas desavenencias familiares, en el trauma que nos ronda y condiciona, en esa pérdida, en ese fracaso sentimental o esa frustración no superada… Todo ello son anclas que nos aferran, que ponen cadenas en nuestros pies y anzuelos en nuestra alma.
Desapego es también aunar fortalezas para poner la mirada en el presente y permitirnos sanar heridas. Hay que favorecer la aceptación, asumir realidades y no resistirse ante ciertas evidencias. Es más, a veces no tenemos más opción que la de perdonar e incluso perdonarnos a nosotros mismos. Solo así nos sentiremos más liberados, listos para apreciar con todos nuestros sentidos el el “aquí y ahora” este presente donde tienes tu verdadera oportunidad.
3.-Tercera ley del desapego: promueve tu libertad y permite ser libres también a los demás.
Desapego no es cortar vínculos o establecer lazos marcados por la frialdad emocional. Todo lo contrario. Estamos ante una dimensión donde aprender a limar miedos para amar de forma más auténtica y respetuosa. Es saber dar y permitirnos recibir sin presiones, sin necesidades ciegas, sin ansiedades o con el eterno temor a ser abandonados. Es preferir sin necesitar al otro.
Asimismo, otro aspecto que debemos recordar sobre el desapego es que no estamos obligados a ser responsables de la vida de los otros. Así, no falta quien por ejemplo ansía encontrar pareja para huir de la soledad o incluso para sanar viejas heridas del ayer. Tengamos claro que ninguno de nosotros tiene la obligación de ir de héroe. De rescatar a otros para curar sus soledades o fracturas provocadas por antiguas relaciones. Este tipo de lazos solo generan sufrimiento.
Los apegos intensos nunca son saludables, pensemos por ejemplo en esos padres obsesivos que se exceden en la protección de los hijos y que les impiden poder madurar, poder avanzar con seguridad para explorar el mundo.
La necesidad de “despegarse” es vital en estos casos, ahí donde cada uno debe salir de los límites de la certidumbre para aprender de lo imprevisto, de lo desconocido.
4.-Cuarta ley del desapego: asume que las pérdidas van a sucederse tarde o temprano
Esto está presente la idea de la impermanecia. Hablamos de esa dimensión donde estamos obligados a entender “sí o sí” que en esta vida nada perdura, que nada puede contenerse eternamente. Las relaciones e incluso las cosas materiales, cambian, maduran, y a menudo hasta terminan desvaneciéndose. Asumamos por tanto la idea del cambio, la ausencia e incluso la pérdida como una ley vital a la que no podemos cerrar los ojos.
Algunas personas se irán para siempre, los niños crecerán, algunos amigos dejarán de serlo y algunos amores se irán del calor de nuestra mano… No obstante, llegarán otras muchas más cosas. Porque la vida es cambio, pero también movimiento y todo ello forma parte del desapego. Y como tal, hemos de aprender a asumirlo para afrontarlo con mayor integridad. Con mayor fuerza. No obstante, lo que nunca cambiará, es tu capacidad de amar, don de Dios.
Conoces la historia del Joven rico y Jesús?
Supongamos que el pasaje bíblico narrado por Lucas, ocurre en nuestros días: Un joven elegantemente vestido, al estilo de Armani, baja de su Ferrari, saca un lustroso pañuelo de uno de sus bolsillos, y limpia un insignificante sucio de la carrocería. Al ver a Jesús pasar por ahí, le dice: Buen Maestro, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Y Jesús le responde: «Vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoros en el cielo; luego ven y sígueme» (Lucas 18:18). Al oírlo, el joven miró su reloj de diamantes, su flamante automóvil, a la rubia despampanante que lo acompañaba y se afligió mucho.
El joven no estaba dispuesto a perder lo que él suponía le daba felicidad por seguir a Cristo. Lo sorprendente, es la intención de Jesús, Él no estaba interesado en dejar al muchacho sin fortuna, buscaba con su respuesta, revelarle lo que había en su corazón: un apego desmedido hacia el dinero que le impedía heredar los tesoros eternos.
La mayoría de nosotros somos como ese Joven rico, deseamos la Salvación que Dios ofrece, pero sin Salvador. Desconfiamos de Su Palabra, no creemos que al seguirlo, Él pueda suplir todas nuestras carencias con sus riquezas en gloria y nos aferramos con fuerza al timón de nuestra vida, impidiendo que Dios tome el control. ¿A qué te apegas?, ¿al trabajo, al sexo, a la belleza, al dinero, al poder, a la droga, al novio, al cónyuge, a los hijos, al facebook…?
La persona que no está llena de la plenitud del amor de Dios, busca ocupar sus huecos emocionales, su necesidad de afecto, compañía o de aceptación, con gente, objetos, dinero, vicios, redes sociales, Internet, viviendo en un estado de aflicción constante, porque nada, excepto el amor de Dios, es eterno. Sin embargo, se niega a soltar lo que supone llena, al menos transitoriamente, sus vacios e inseguridades.
La única forma de liberarnos de los apegos es «conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para ser llenos de toda plenitud de Dios» (Efesios: 19). Cristo llena todos nuestros vacios con su amor y misericordia eterna. Eso nos libera de buscar el amor de los demás para llenar nuestros abismos emocionales. Podremos vincularnos sin depender de nada ni nadie para ser feliz, e incluso renunciar a ellos y continuar viviendo,
Para terminar, Les quiero compartir un artículo del padre Toto Jiménez Gómez, Cura párroco en la Parroquia Nuestro Señora de Fátima, titulado La Ascensión del Señor y el Síndrome del codo de golfista: Leía un artículo sobre el síndrome del codo de golfista, que es un dolor u hormigueo en el codo ocasionado por lesiones en los músculos que llegan de la muñeca y el antebrazo al codo. Lo que me pareció muy interesante es que muchas veces se ocasiona no tanto por lo pesado del objeto que sostienes sino la fuerza con que lo agarras indistintamente del peso. En otras palabras, por agarrar las cosas con fuerza.
Dejar ir no es fácil, soltar no es nada sencillo. La Solemnidad de la Ascensión del Señor a los Cielos es, de cierta forma, dejar ir a Jesús. Para ser más claro, dejar ir una forma conocida de su presencia, para experimentar su nueva presencia a través del Espíritu. Pero al fin y al cabo, es dejar ir.
Durante toda esta semana Jesús nos ha dicho que sabe que dejar ir implica tristeza, y ha tratado de enseñarnos como esa tristeza, será transformada en gozo. Él sabe que lo que viene es mejor que lo que debemos soltar. El problema que es que nosotros nos aferramos a lo que conocemos. Dejar ir, cuando lo que debo soltar lo considero un bien para mí, no es fácil. Incluso cuando es un mal para mí tampoco es fácil. Que lo diga un adicto que reconoce que su adicción lo está matando, pero siente que no puede dejar. Que lo diga una persona agredida que desarrolla dependencia del agresor. Nos dicen los textos de hoy domingo que, frente a la ascensión del Señor, algunos de los discípulos se postraron y otros titubeaban. Otros se quedaron inmóviles y paralizados. Debían “soltar” a Jesús y no querían. Iban a recibir otro regalo, pero no entendían ni creían.
Hay también un síndrome del codo del golfista a nivel espiritual. Nos aferramos con fuerza, con tanta fuerza que terminamos haciéndonos daño. Quizá porque nos gusta controlar y solo podemos controlar lo que conocemos. Y preferimos sostener en vez de soltar. Y me aferro a la pastoral de siempre, al coordinador de siempre, a los cantos de siempre, al retiro de siempre, al altar de siempre. Y si mi estado de ánimo para rezar no es el de siempre entro en crisis. Y si no tengo las ganas de servir de siempre entonces debo dejar el grupo. Y si no tengo la misma fe de siempre entonces dejo de creer. Hay una historia que dice que, en una sesión grupal, una psicóloga tomó y levantó un vaso con agua y preguntó: – ¿Cuánto pesa este vaso? Las respuestas de los integrantes del grupo variaron entre 200 y 250 gramos. Pero la psicóloga respondió: – El peso absoluto no es importante, sino el peso percibido. Y el peso percibido dependerá de cuánto tiempo sostengas el vaso: Si lo sostienes durante 1 minuto, no es problema. Si lo sostienes 1 hora, te dolerá el brazo. Si lo sostienes 1 día, tu brazo se entumecerá y paralizará. El vaso no cambia, pero cuanto más tiempo dures en soltarlo, más pesado y difícil de sostenerlo se vuelve.
Muchas veces la madre debe soltar el problema del hijo y reconocer que ella ha hecho todo lo que estaba en sus manos, y que no puede hacer más, debe soltar. Soltar el recuerdo de un acontecimiento que ha marcado la vida y aunque ha sucedido en otro momento, sigue mandando en este momento de la historia. Soltar el deseo que las cosas sean como quiero que sean, que las personas sean como quiero que yo sean, que los lugares sean como quiero que sean. Soltar el deseo de recibir una explicación que alguien me debe, de un reconocimiento, de un gracias, de una disculpa, de una oportunidad. Soltar el vaso.
Soltar no es rendirse, soltar en abrirse a la acción del Espíritu. Soltar la presencia física de Jesús no era decir que quedaban huérfanos. Todo lo contrario. Era abrirse a su nueva presencia. Soltar es abrirse a Dios. Una vez vi una imagen de un pájaro dentro de una jaula, pero la jaula tenía la puerta abierta, y sin embargo, el pájaro seguía adentro. Abajo decía una leyenda: Jesús ya hizo su parte.
Leemos en el Evangelio de Juan nos cuenta que, en la mañana de la Resurrección, María Magdalena fue al sepulcro y tuvo un encuentro con Él. Al inicio no sabía que estaba hablando con Jesús resucitado, esta novedad de Cristo y su presencia resucitada, le era desconocida. Pero Jesús le dijo su nombre: María. Y ella inmediatamente lo reconoció. Entonces Jesús le dijo: «Suéltame, pues aún no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre, que es Padre de ustedes; a mi Dios, que es Dios de ustedes.».
Termino. Hace unos años me pasó un simpático episodio. Me habían dicho que un niño jugaba con un balón hecho de con una bolsa de tela, había rellenado con algo y con cinta adhesiva le había hecho la forma redonda. Quise darle una sorpresa y conseguí un balón nuevo donado y firmado por un jugador del equipo preferido del niño, lo forré con papel y me fui a su casa. Entré con el balón escondido y le pedí que me enseñara el famoso balón, temeroso me lo enseñó; le dije que me lo diera sin decirle para qué, y me dijo que no. Un rotundo no. Le intenté convencer, pero su respuesta fue siempre no. Su madre también intentó y nada. Mientras más le hablaba, con más fuerza se aferraba. Le dije con claridad, suelta el balón para que recibas este otro y lo saqué. Inmediatamente tiró el balón viejo y tomó el nuevo, rompió la envoltura y al ver le balón le brillaron los ojos y sonrió. Le expliqué la firma esta de tal jugador y abrazó aquel balón. ¿Te gusta? Le pregunté. Muchísimo – me respondió. Al salir de la casa, aquel niño me dijo con una sonrisa que si quería llevarme el balón viejo, yo me lo traje. Lo tuve en mi oficina por varios meses y me ayudó a pensar en cuántas sorpresas me preparó Dios y yo me perdí por no soltar un “balón”.
Un día que me fui a confesar, llevé el balón y después de recibir la absolución saqué el balón y se lo di al padre. ¿Y esto? Me preguntó. Yo le dije: me harías el favor de botarlo. ¡Claro! me respondió sumamente confundido. Él no entendió nada, el Espíritu Santo y yo sí. Y para terminar de confundirlo le dije: ¡muchas gracias, hermano, ya me voy mejor del codo!
Y usted ¿cómo va ese codo? Le pediré al Señor para que suelte, y pueda ser más libre y más feliz. Ánimo.
A veces, soltar no es necesariamente un sacrificio ni un adiós, sino más bien un “gracias” por todo lo aprendido. Es dejar ir lo que ya no se sostiene por sí mismo para permitirnos ser más libres y auténticos y recibir así lo que tenga que llegar.
Si pensamos en ello durante un minuto nos daremos de que las mejores decisiones, esas a las que le sigue un estado de grata felicidad y de paz, implican precisamente el tener que soltar algo. Puede que sea un miedo, una angustia, el poner distancia de un lugar o incluso de una persona. La renuncia es parte del proceso de la vida. Es algo natural, porque todos estamos obligados a elegir en qué y en quién invertimos nuestro tiempo y esfuerzo.
Qué pasa si no podemos soltar?
Te brindo como ejemplo la triste historia sobre cómo atrapan monos, en algún lugar de la India: Toman un coco de buen tamaño, le hacen un agujero grande y dos pequeños por donde pasarán un alambre o cable para atarlo a un árbol. Dentro colocan una banana.
Cuando el mono se acerca, al ver la banana, mete la mano y coge la banana (te invito a hacer el gesto con tu mano). El agujero por donde ha metido la mano no es lo suficientemente grande para pasar un puño que contenga una banana.
Lo que el mono no sabe, es que si suelta la banana, podrá sacar la mano. (Vuelve a hacer el gesto, ahora soltando tu mano, extendiendo tus dedos)
Pero el mono no quiere soltar la banana por lo que es atrapado…
Practicar el desapego o soltar es permitir que tu experiencia sea como es y permitirte observarla momento a momento.
Cuando te descubras con pensamientos que juzguen lo que estás experimentando, primero no te aferres a lo que te cuentan esas ideas, ni quieras rechazarlos, déjalos ser. Y en ese dejarlos ser, te permitirás soltarlos.
Sé que suena más complejo de lo que en realidad es. Sin lugar a dudas, que soltar es algo que se entrena, estamos demasiado habituados a aferrarnos por lo que es un aprendizaje.
Canción
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Junio 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.