Hola mis queridos lectores, ayer analizamos un poco sobre los sentimientos de inadecuación y como el Señor sanó a Pedro de esos sentimientos.
Hoy quisiera comentarles sobre Pablo, otro gran líder de nuestra Iglesia a quien también conmemorábamos ayer. La herida de Pablo y la de muchos de nosotros a la que nos referiremos hoy es a la herida del ego.
Y es que estamos tan acostumbrados a funcionar y relacionarnos desde el ego que se nos ha olvidado quién somos realmente. Porque, no somos nuestro ego. No somos esa máscara tras la cual nos escondemos. No somos esa máscara que, de tanto usarla para esconder nuestras heridas, hemos acabado por creer que somos.
En el libro “Las 5 heridas emocionales que te impiden ser tú mismo”, la autora Lize Bourbeau, hace una afirmación muy significativa: “El ego no quiere que sanes tus heridas”
El asunto es que el ego cree que si sanamos nuestras heridas entonces él desaparecerá. El ego cree que utilizando sus “máscaras” nos hace un favor porque nos protege del dolor que nos provocan las heridas que llevamos en nuestro interior sin sanar.
Esas máscaras serían como llevar una armadura para evitar que, al entrar en contacto con otras personas, ellas puedan rozar nuestras heridas y así evitar que nos duelan.
Sin embargo, es evidente que eso no soluciona el problema porque las heridas siguen abiertas en el interior de la armadura y, esta solo hace que nos alejemos de los demás, apartarnos para protegernos.
El ego cree que nos hace un favor protegiéndonos pero en realidad es como el dicho o refrán: “Pan para hoy y hambre para mañana”. Porque al relacionarnos desde la máscara, no sentimos la herida o al menos no con tanta intensidad, pero eso solo hace que perpetuemos el sufrimiento de llevar en nuestro interior heridas sin sanar, por lo que la mayor parte de nosotros andamos por la vida con unas cuantas heridas sin sanar, sin saber que las tenemos y buscando la forma de compensar o evitar entrar en contacto con ese dolor profundo.
Pero nos recordó el Papa Francisco en la homilia de ayer que el apóstol Pablo experimentó la liberación de Cristo: “Fue liberado de la esclavitud más opresiva, la de su ego. Y de Saulo, el nombre del primer rey de Israel, pasó a ser Pablo, que significa ‘pequeño’.
Hay una esclavitud que encadena más que una prisión, continuó el Prelado, más que una crisis de pánico, más que una imposición de cualquier tipo: la esclavitud del propio ego». El Papa Francisco subrayó, que el ego puede convertirse en algo «que tortura al hombre donde sea y le procura la más profunda opresión, esa que se llama “pecado”, que –precisó– no es la banal violación de un código, sino el fracaso de la existencia y condición de esclavos». Al contrario, Jesús «rompe la esclavitud interior del pecado para que el hombre sea capaz de amar».
Pablo, continua el Pontífice, fue librado del celo religioso que lo había hecho encarnizado defensor de las tradiciones que había recibido. Así, Pablo comprendió que «Dios eligió lo débil del mundo para confundir a los fuertes» (1 Co 1,27), que todo lo podemos en aquel que nos fortalece, que nada puede separarnos de su amor (cf. Rm 8,35-39). Por eso, al final de su vida ―como nos dice la segunda lectura de esta Solemnidad; 2 Tim 4,6-8. 17-18, el apóstol pudo decir: «el Señor me asistió» y «me seguirá librando de toda obra mala». Pablo tuvo la experiencia de la Pascua: el Señor lo liberó.
Oremos
Sagrado Corazón de Jesús, vengo a ti humildemente a que escuches mis plegarias
te pido saques de mi todo lo que este mal, pecado de ego, envidia, celos, enfermedad física, psíquica, moral, espiritual y que toda energía o pensamiento negativo me abandonen inmediatamente, que desaparezcan por la acción del Espíritu Santo.
Cúrame a mí de las heridas de mis recuerdos, de manera que desaparezcan de mi mente las angustias y las preocupaciones.
Te ofrezco mi corazón, purifícalo y dame los sentimientos de tu corazón divino,
ayúdame a ser humilde, bondadoso amable, sincero y justo.
Entra en mí corazón y quita de mi la indecisión la tristeza, la melancolía, todo sentimiento de fracaso, de frustración, depresión, de miedo, temores…
Te ruego Señor, por tu benevolencia, por Tu misericordia infinita, por tu bondad has de mi un hombre nuevo cargado de fe y esperanza, lleno de alegría, sano de cuerpo y alma, gracias a ti Señor. Amén.
¡Sagrado Corazón de Jesús en vos confío porque se que me amas !
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Junio 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.