Hoy querido lector vamos a reflexionar sobre nuestra incredulidad, para ello me quisiera referiría a Santo Tomás a quienes muchos catalogamos en algún momento de nuestra vida, como el Apóstol Incrédulo.
Iniciaremos afirmando y les pido tratemos de revisar nuestros impulsos con los de este santo. Tomás siguió a Jesús y manifestó incluso su deseo de acompañarlo hasta la muerte, cuántas veces lo hemos hechos nosotros también…Los apóstoles sabían que las autoridades de Jerusalén lo buscaban para matarlo, y cuando Jesús manifestó su voluntad de ir a Jerusalén, Tomás dijo a los demás apóstoles: “Vayamos también nosotros a morir con Él” (Jn 11, 16), y cuando Jesús se despidió durante su Última Cena, fue Tomás el que preguntó; “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?” (Jn 14, 5).
Tomás cree en Jesús, dejándolo todo, lo sigue y lo ama hasta dar su vida por Él y con Él. Sin ninguna duda, Tomás es un hombre de fe, pero la debilidad humana hace que ésta flaquee o se debilite. Yo me consideró una buena persona, sin embargo he de reconocer que soy muy, pero muy débil y entonces mi fe flaquea, y aquí, viene el problema, porque la incredulidad no es más que la ausencia de fe. Es la falta de credibilidad a la verdad. La incredulidad es una consecuencia del pecado. La incredulidad es el cemento que endurece un corazón para no creer en algo o en alguien. La incredulidad surgió junto con el mal cuando el hombre cambió la fe por la razón. La incredulidad se origina en las personas cuando creemos que Dios es hombre como nosotros, o sea, cuando lo reducimos a nuestra humanidad.
Y es que para peores, si llevamos la incredulidad al ámbito natural, nos damos cuenta que tenemos muchas razones para no creer en los hombres a causa de sus mentiras y engaños; pero Dios es un caso totalmente distinto, Dios no miente ni tampoco engaña, a muchas personas se le hace difícil creerle a Dios porque piensan que Dios es hombre, cargado de faltas y errores.
Sin embargo, los creyentes, conscientes de nuestra debilidad y pobreza, debemos unirnos a Cristo para fortalecernos en las virtudes sobrenaturales, y enriquecernos con el alimento divino de su cuerpo y sangre.
La mayor acción de gracias será aquella que prolongue la unión con Jesucristo durante todo el día. Nada más recibir al Señor en nuestra alma le adoraremos desde lo más profundo de nuestros corazones, como lo hizo Tomas, “Señor mío y Dios mío”, y en unión con la Virgen María nos sorprenderemos ante la divina majestad de su Hijo, le alabaremos y daremos gracias por todos los dones recibidos; le ofreceremos nuestras buenas obras y deseos, junto con nuestras miserias, para que los purifique con el fuego divino de su amor misericordioso; seguiremos con íntimos coloquios con el Señor, como un amigo con su mejor amigo, sencilla y afectuosamente; pondremos atención a lo que nos diga nuestro divino Maestro y le pediremos todo cuanto necesitamos para nuestra santificación y la salvación de las almas.
Para que los coloquios con Cristo no se conviertan en una mecánica, podemos cambiar el tema de la conversación con el Señor de tiempo en tiempo. Un día hablaremos de una virtud, otro día de otra o nos pararemos a saborear unidos a Jesús un pasaje del Evangelio; otro día le daremos gracias por los dones sobrenaturales recibidos o por las tribulaciones que nos ha concedido y así nuestra vida como la de Tomás se convertirá de la incredulidad en fervientes evangelizadores con la Palabra y el ejemplo.
Santo Tomás, como los demás apóstoles, es un testimonio vivo de fe y de purificación de la fe para cada uno de nosotros, ya que por la debilidad humana se puede flaquear, pero por la misericordia divina la fe se fortalece, se hace testimonial, brilla entre las tinieblas, se siembra y da fruto al que Dios le da crecimiento.
Oración de Santo Tomás
Creador Inefable!
Tú, que eres la verdadera fuente
De luz y de sabiduría
Y el principio supremo
Dígnate infundir
Sobre las tinieblas de mi inteligencia
El resplandor de tu
Claridad, apartando de mí la
Doble oscuridad en que he nacido:
El pecado y la ignorancia
Tú, que haces elocuente la
Lengua de los niños, educa
También la mía e infunde en
Mis labios la gracia de tu bendición
Dame agudeza para entender,
Capacidad para asimilar,
Método y facilidad para aprender,
Ingenio para interpretar
Y gracia copiosa para hablar.
Dame acierto al empezar;
Dirección al progresar
Y perfección al acabar.
Tú, que eres verdadero Dios
Hombre que vives y reinas
Por los siglos de los siglos.
Amén
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Julio 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.