Hoy quisiera iniciar nuestra meditación con la interrogante que muchos de nosotros nos hemos hecho acerca del sentido del sufrimiento. Y esta es, sin duda, la pregunta acerca de la experiencia de la falta de sentido, pues justamente en esa experiencia consiste el verdadero sufrimiento. ¿Qué sentido tiene la experiencia de lo sin-sentido? ¿Tiene esa pregunta algún sentido?
Una respuesta la podríamos encontrar en el naturalismo o materialismo, cuya postura se fundamenta en que el sentido está ligado al obrar del hombre, fuera del cual no existe ningún sentido. El sentido termina allí donde la praxis llega a su término, allí donde tropieza con la invencible naturaleza. El sufrimiento no es un sin-sentido, pues la naturaleza –que no es ni buena ni mala– no guarda absolutamente ninguna relación con el sentido, sino que es el reino de la necesidad. Lo necesario es aquello que no se puede cambiar. Ante ello es absurdo (sinsentido) preguntar por un sentido.
Anselm Grüm en su libro el Amor que sana, nos podría responder cuando afirma que todas las experiencias de amor, aun cuando sean tan lacerantes y decepcionantes, quieren conducirnos a ese amor divino qué hay en nosotros. El amor de Dios no es quebradizo. Podemos confiar él. Lamentablemente, a menudo, apenas es palpable. Pero tanto a través de las experiencias fascinantes de amor a una persona, por las cuales estamos agradecidos, como a través de las experiencias decepcionantes que nos hacen sufrir, podemos vislumbrar algo de este amor qué hay en nosotros y da un sabor divino a nuestra vida.
Necesitamos las experiencias humanas de amor para sentir el amor divino… si en medio de todas las experiencias, uno tiene los ojos fijos en el fundamento del amor, que está presente en todo amor humano como su dimensión profunda, entonces a experiencias del del amor será siempre para él un camino de sanación y, en definitiva, también un camino místico, que lo introducirá más profundamente en la experiencia de Dios, en la experiencia del misterio inefable e incomprensible amor de Dios.
Y es que nosotros como cristianos no podemos dejar de tener presente que el Corazón de Dios se estremece ante el sufrimiento, ese sufrimiento que él no ha querido y que ha tenido que terminar aceptando, fruto del pecado querido por el hombre. Y esta historia se repite: en cualquier lugar en donde alguien sufre, allí está Dios doliéndose, consolando, animando. No podemos menos que sentirnos vistos por Dios y amados tiernamente cuando nuestro corazón rezuma cualquier tipo de dolor. Por medio de la humanidad de Cristo, el Corazón de Dios se ha metido en el corazón humano. Nada nuestro le es ajeno. Enseguida por el Corazón de Cristo pasó todo el dolor de la humanidad, lo hizo suyo e hizo lo que pudo para evitarlo.
Tarde o temprano el sufrimiento llamará a nuestra puerta. Para algunos el dolor y el sufrimiento serán acogidos como algo irremediable, ante lo cual sólo quedará la resignación, y ni siquiera cristiana. Para nosotros, el sufrimiento y el dolor tienen que ser presencia de Cristo Crucificado. Si en mi cruz no está Cristo, todo será inútil y tal vez termine en la desesperación. El sufrimiento para el cristiano tiene que ser escuela, fuente de méritos y camino de salvación.
El sufrimiento en nuestra vida se tiene que convertir en una escuela de vida. Si me asomo al sufrimiento con ojos de fe y humildad empezaré a entender que el sufrimiento me enseña muchas cosas: me enseña a vivir desapegado de las cosas materiales, me enseña a valorar más la otra vida, me enseña a cogerme de Dios que es lo único que no falla, me enseña a aceptar una realidad normal y natural de mi existencia terrestre, me enseña a pensar más en el cielo, me enseña lo caduco de todas las cosas. El sufrimiento es una escuela de vida verdadera. Y va en contra de todas esas propuestas de una vida fácil, cómoda, placentera que la sociedad hoy nos propone.
Oremos:
Sagrado Corazón de Jesús, en estos momentos vengo rendido ante ti. Quiero pedirte que compartas conmigo al menos un poco de ese valor que mostraste al morir por mí en la cruz.
Fortalece mi corazón Señor Jesús, que mis lágrimas nunca me hagan perder de vista tu Gran Amor. Que el sufrimiento de mi corazón no cierre las puertas al consuelo que viene de ti.
Derrama Dios mío tu Espíritu Santo sobre mi vida, toca con tu amor mi vida y la de mis seres queridos.
En este momento de mi vida te pido especialmente por… (en silencio trata de hablar con Dios y exprésale tus necesidades y también tus agradecimientos)
Gracias Señor por escucharme, quédate siempre conmigo y que todo sea conforme a tu voluntad, Amén.
¡Sagrado Corazón de Jesús en vos confío porque se que me amas!
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Junio 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.