Qué es un mandamiento?
- Orden que da un superior a sus subordinados para que sea obedecida, observada o ejecutada. mandato.
- Ley o precepto religioso de los judíos y los cristianos que fue dada por el Señor a Moisés durante el éxodo del pueblo hebreo, según la narración bíblica; rige la conducta moral básica
El padre Robert de Grandis, dice: acerca de lo que ha denominado mandamientos de sanación: “son unas guías. Pueden ser de utilidad en tus esfuerzos por la sanación“
Se dice que San Francisco Javier enseñó a los niños en India a orar y sanar a los enfermos. Después de haber sido sanados, eran traídos ante él y éste les explicaba lo que había ocurrido.
Se dice también que Vicente Ferrer, el dominico, resucitó más gente de la tumba que Jesús. Estas personas no fueron más perfectas de lo que somos nosotros y todos estamos habilitados por el mismo Espíritu Santo que reside dentro de cada uno de nosotros. Se supone que podemos hacer obras más grandes que Jesús, “…pero les digo: el que cree en mí hará las mismas cosas que yo hago y aún hará cosas mayores” (Jn. 14:12).
Yo soy la vid, ustedes las ramas. Si alguien permanece en mí, y yo en él, produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada” (Jn. 15:5).
1.- Cree que Dios, por lo general, quiere que todos los hombres estén sanos, saludables, íntegros en cuerpo, mente y espíritu.
“Cuando Jesús bajó del monte, lo siguió mucha gente. Un leproso vino a arrodillarse delante de él y le dijo: Señor, si quieres, tú puedes limpiarme. Jesús alargó la mano, lo tocó y le dijo: ¡Lo quiero, queda limpio! (Mt. 8:1-3). En este pasaje bíblico tomado de la Biblia de Jerusalén hay admiración al final de la contestación dada por Jesús. Por un momento, imagínense el tono de la voz de Jesús diciendo: “Por supuesto, ¿no se fijaron en lo que les estaba diciendo a las personas allí en el camino? No se fijaron en lo que hice ayer y ahora me preguntan: ¿Quiero sanarlos? Por supuesto que sí. ¡Sanaos!”
Esta historia, tomada del Evangelio, ilustra convincentemente el deseo de Jesús de sanar a todo aquel que viniera a Él. Está escrita cuatro veces en los Evangelios: Jesús quería que todo aquel que viniera a Él fuera sanado; Mateo 8:16, Mateo 12:15, Lucas 4:40, Lucas 6:19. Las mismas obras que Jesús realizó, las comisionó a sus apóstoles y discípulos. Nunca los envió únicamente a predicar, todo lo contrario. Siempre dijo: “Prediquen la Palabra y sanen al enfermo”. En mi opinión, la predicación y la sanación son inseparables.
Jesús dio a sus apóstoles las siguientes instrucciones: No vayan a tierras extranjeras ni entren en ciudades de los samaritanos, sino que primero vayan en busca de las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Mientras vayan caminando, proclamen que el Reino de Dios se ha acercado. Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, echen demonios. Den gratuitamente, puesto que recibieron gratuitamente” (Mt 10:5-8). Nuestra misión, hoy día, es como fue la de los apóstoles en su época, convertirnos en seguidores de Jesús. Como católicos hemos aceptado abiertamente la invitación de ser testigos de Jesús, hacer sus obras ahora como Él las hubiera hecho, a través del poder del sacramento de la confirmación. Por lo tanto, ahora que tú empiezas a orar por los enfermos y a leer el Nuevo Testamento prestando especial atención a la sanación, puedes preguntarte: ¿Dónde he estado todos estos años? Los Evangelios claramente expresan lo que Jesús dijo: “Prediquen el Evangelio y sanen a los enfermos”.
En el libro Sanación de Francis MacNutt hay un capítulo sobre sanación que recomiendo leer a todos. “El mensaje fundamental de la cristiandad: Jesús salva”. MacNutt dice que el mensaje del Evangelio es que Jesús salva y los domingos cuando el sacerdote o predicador está en el púlpito, debe predicar precisamente esto. Este simple mensaje puede ser enseñado, bien sea por la palabra hablada o dada, o por la comprensión que la gente derive a través de la sanación. Creo que Jesús concibió ambas cosas.
Cuando Kathryn Kuhlman vino a Mobile, Alabama en 1975, las entradas se agotaron. De hecho, hubo mucha gente que se quedó sin entrar. Por la misma época se presentó también en Mobile otro evangelista, un excelente orador y quien contaba con una enorme campaña publicitaria, pero que no contó con la cantidad de público que fue a escuchar a Kathryn Kuhlman. El único método que utilizó fue el de la predicación mientras que Kathryn usó la predicación y la sanación. Siempre que se han utilizado la predicación y la sanación, los ofrecimientos de Jesús, los auditorios donde se han llevado a cabo las presentaciones no han tenido la capacidad suficiente para albergar a toda la gente que ha querido acudir. Esto ha ocurrido en muchas ocasiones.
En mi propio ministerio tuve la misma experiencia recientemente cuando estaba en unos retiros espirituales en Brasil con sacerdotes, religiosas y laicos. La noticia de que se estaban llevando a cabo unos retiros espirituales de sanación se esparció por todos los vecindarios. Las puertas del lugar donde se desarrollaban los retiros fueron colmadas por personas provenientes de toda la región que querían asistir. ¿Por qué? Porque hay una atracción natural hacia la sanación. Esta atracción fue evidente también en la época de Jesús, cuando leemos que era seguido por multitudes. Todos necesitamos sanación, de una forma o de otra, porque seguimos siendo personas con necesidades.
Algunos teólogos afirman que el Señor no sana a la gente enferma de hoy porque esto era solamente para las personas del siglo primero. Sin embargo, en estas épocas modernas podemos ver claramente como la gente común y corriente tiene, en cierto sentido, un entendimiento más profundo del Señor, y visitan santuarios para hallar sanación, o siguen a predicadores, o acuden a la última aparición de Nuestra Santísima Madre para ser sanados. Personalmente, no tengo nada en contra de tomar un avión para ir a Lourdes, claro que el ochenta por ciento de los cristianos hoy en día no puede costearse este lujo, y la cristiandad no es sólo ese veinte por ciento que puede saltar a un avión e ir a santuarios o a lugares santos. La cristiandad está siempre a disposición de todos los hombres sin importar su raza, y el poder de sanación de Jesucristo está donde haya un cristiano, donde haya una apertura al poder sanador del Señor Jesucristo.
Mi método total de sanación se basa en la idea de que la sanación es “una respuesta a la oración”, opinión que ha sido objetada por algunas personas. Otros la ubican en la comunidad. Esto está bien ya que queremos darle importancia a la comunidad. Si podemos creer en el amor que el Señor nos tiene, entonces, Él va a actuar a través de nosotros, que somos sus instrumentos, para darnos la respuesta a nuestra oración. Yo creo que Jesús, por lo general, quiere que todos los hombres sean sanados, porque El prometió darnos signos. “Y estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre (…) pondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán (Mc 16:17-18). Este relato bíblico refleja la actitud de Jesús sobre la sanación, fue resaltado, utilizado y vivido entre los primeros cristianos y cuyo poder nos fue dado a nosotros por el Evangelio según San Marcos.
En cada sanación existen cuatro factores: la persona que ora, la persona por la que se ora, la oración que se dice y la fe de la comunidad. Mencionaré aquí brevemente el cuarto factor. ¿Cuánta fe tenemos dentro de la comunidad católica para alcanzar la sanación? Hago siempre énfasis en la fe de la comunidad porque la experiencia me ha mostrado lo importante que es.
Empezamos a orar por sanación y no nos sorprendamos si nuestras oraciones son contestadas. La comunidad entera, a diario, crece en afirmación y experiencia a medida que extiende la mano y ora por la sanación de los enfermos. La experiencia es supremamente importante ya que la mayoría de nosotros duda como Santo Tomás, y necesitamos ver la sanación para creer. Es triste decirlo, pero no espero que la mayoría de los católicos crean en la sanación sino hasta que la vean debido a la fuerte resistencia que tienen. Ellos la buscan en santuarios, lugares santos, y rezando novenas.
La fe de la comunidad es muy importante en toda el área de sanación y ciertamente uno de los factores primordiales.
Oración:
“Señor Jesús, sé que deseas que todos te amemos en forma completa y que estemos totalmente bien para que podamos orar y alabar. Permite que el Espíritu Santo se manifieste hoy y que nos enseñe la verdad de que Tú realmente nos quieres saludables en cuerpo, mente y espíritu. Aumenta hoy nuestra fe como comunidad para creer en tu amor sanador”.
2.- Cree en las palabras de Jesús sin poner atención a lo que parece estar sucediendo
“Jesús le contestó: En verdad les digo: si tienen realmente fe y no vacilan, no solamente harán lo que acabo de hacer con la higuera, sino que dirán a ese cerro: Quítate de ahí y échate al mar, y así sucederá. Todo lo que pidan con una oración llena de fe, lo conseguirán”. (Mt. 21:21-22)
Desde la montaña estamos haciendo que sucedan cosas. ¿significa esto, literalmente que debemos mover montañas, o podría significar mover las montañas de maldad, falta de amor, falta de fe, ansiedad, miedo, frustración, traición o cualquier otra emoción que nos está dañando, o mover montañas de enfermedades? Estas son las montañas de mal que tenemos en nuestras vidas por las que podemos orar y decir: ¡Desaparezcan en el Nombre del Señor! ¡Láncense al mar!
Es cierto, el Señor ha prometido honrar las plegarias de los fieles. Cuando oremos, depositemos toda nuestra confianza en la Palabra del Señor. Inclusive si aún después de haber orado no vemos un cambio inmediato, debemos aferrarnos a las promesas de Cristo. Mientras más nos saturemos con las palabras de Jesús en las Escrituras, más fe tendremos dentro de nosotros y más capaces seremos de pedir sanación.
3.- Pongamos nuestras vidas en las manos de Jesús
En la medida en que nos entreguemos más a Jesús, Él vivirá más dentro de nosotros y más podrá actuar a través de nosotros. ¿No es acaso esto lo que es la vida cristiana, un total abandono en las manos del Señor? Solemos decirle, “A donde me lleves te seguiré”, y esto es tan cierto como que tenemos que seguir a Jesús tan cerca y sinceramente como podamos.
Debemos recordar siempre que somos “sanadores divididos”. No existe nadie que sea verdaderamente completo en todos los sentidos, es decir, en mente, cuerpo y espíritu. Es por ello que algunos se excusan: “ no puedo orar por los demás porque yo mismo tengo demasiados problemas”… Recuerde que cuanto más sirvamos de canal al Espíritu Santo, más sanación tendremos y más efectiva será nuestra intermediación.
El don del Espíritu Santo dentro de nosotros parece ser una apertura continua, de manera que cuando Él quiera actuar a través de nosotros lo pueda hacer. De esto se trata, como dice San Pablo, “Y ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál. 2:20). Se trata de estar en total unión con Cristo en su Espíritu Santo. Esta es la luz de Cristo que brilla a través de nosotros.
Debemos recordar siempre que Jesús es el sanador y que “…sin mí no pueden hacer nada” (Jn. 15:5). Somos únicamente el canal que El escoge. Su Espíritu actuará con mayor libertad a través de una oración profunda a la vida, una alabanza y una constante dependencia de Él.
Oración:
“Jesús, me aferro y confío en tí y en tus palabras como aparecen en las Escrituras. Que tu amor sanador fluya de mí hacia los demás así como creo en tu deseo de que todos disfrutemos de tu vida en abundancia. Te pido que me uses como instrumento de tu amor sanador, hoy”.
“Jesús, aumenta mi dependencia en tí a medida que mi entrega se hacer mayor por el poder de la oración y de la alabanza en mi vida diaria. Me entrego a ti en forma completa y te pido que tu Espíritu me llene de luz y permita que cada parte de mi mente sea iluminada. A tí Señor Jesús, el poder y la gloria por siempre jamás”.
4.- Ten confianza en el amor de Jesús para la sanación
Cuando la mayoría de los laicos se ve ante la posibilidad de orar por otras personas para pedir sanación, se sienten temerosas porque se creen carentes de la suficiente fe. La fe personal de la mayoría se vuelve un nudo, incluso la de aquellas personas que han estado en este servicio durante muchos años. El Señor sólo nos pide que tengamos fe como un grano de mostaza. Es aconsejable poner toda nuestra atención en Jesús, haciendo énfasis en el Señor y no en nuestra propia fe. Al poner nuestra fe en el amor de Jesús durante la oración, podemos orar de la siguiente manera: “Señor, tú amas a esta persona. Yo estoy aquí para canalizar tu amor y creo y confío en tu amor”. Luego, si es posible, visualice a Jesús allí de pie con sus manos sobre la persona por la que se está orando; pídale a ella que haga también esta visualización. La visualización es muy importante en el ministerio de la sanación porque ayuda a enfocarnos en Jesús y no en la fe suya o en la de la persona por la que se está orando.
El don carismático de la sanación, como yo lo entiendo, es una apertura hacia el Señor. No lo puede encender y apagar. Inclusive si usted se siente como un tubo oxidado, el amor del Señor puede fluir a través suyo.
El agua cristalina corre por tubos oxidados. Por esto, cuando se les enseña a los niños a orar, ocurren milagros. Los niños no tienen los complejos de los adultos. Hace algunos años, un grupo de misioneros en el África tradujo el Evangelio de San Juan a la lengua nativa del lugar antes de que fueran expulsados por el gobierno. Al regreso de los misioneros años más tarde, estos se quedaron atónitos al ver que los enfermos de las diversas poblaciones estaban sanos. Atribuyeron esto al hecho de que la gente estaba leyendo el Evangelio de San Juan, a que creían de todo corazón en lo que leían y a que vivían la vida cristiana escrita en el Evangelio. Esto dice mucho de cómo obra la fe en los niños y en las personas simples.: sencillamente creen. Niños de tres, cuatro, cinco años de edad han dicho: “Déjame orar por tí” Los niños oran y después corren a jugar. Poco después la mamá está sorprendida porque se sanó. En repetidas ocasiones he escuchado esta historia. Los chicos no han sido educados en teología. El Evangelio de Jesús siempre ha sido para todos los hombres sin distingo de raza, y es relativamente fácil de seguir. No es sólo para los intelectuales o los teólogos, es para todo aquel que esté abierto a Él.
Hoy en día, muchos jóvenes se están adhiriendo a sectas religiosas orientales, situación que nos preocupa. Para sus seguidores, el atractivo de estas sectas religiosas parece radicar en que éstas profesan la garantía de un conocimiento profundo que conlleva a la felicidad. Puedes ir a la cima de una montaña y sentarte con un gurú y aprender los secretos de todos los tiempos, así dicen. Sin embargo, ¿no tiene sentido que tú tengas el Evangelio de Jesús que enseña a entregarse y a enlodarse los pies y ayudar al pobre, o te permite encerrarte en un armario y alcanzar la más alta contemplación? La cristiandad es, ciertamente, la religión más realista. Jesús tenía los pies en la tierra aunque pasó noches enteras orando en las montañas. Ya que profesamos la fe cristiana, sea en lo más alto de una montaña o en las calles de Calcuta o en las ciudades donde vivimos, cree en el amor de Jesús acompañándolo, confía en el amor del Señor para sanar. “No se turben; ustedes creen en Dios, crean también en mí” (Jn. 14:1).
Oración:
“Señor Jesús, creemos en tu amor y creemos en tí, pero existen momentos en que estamos pensando sólo en nosotros. En estos momentos, cuando nuestra fe se tambalea, ayúdanos a centrar de nuevo nuestra atención en tí y en tu amor. Quédate con nosotros, Jesús, dondequiera que estemos, para traernos de regreso a tu luz sanadora”.
5.- Ora por el herido tantas veces como te sea posible
Sabemos que la lucha del cristiano es un eterno combate espiritual que se describe en la escritura y en toda la auténtica espiritualidad, sin embargo lo que no sabemos es que esta lucha tiene que hacerse con lo oculto y los exorcismos menos de lo que tiene que hacerse con la maligna seducción del narcisismo, la avaricia, la ira, la amargura, el odio, la codicia, el agravio, el resentimiento y la ignorancia. Estos son los verdaderos “tronos, dominaciones, principados y potestades” que se oponen a Cristo, y la lucha contra ellos es la verdadera batalla entre el bien y el mal.
El auténtico combate espiritual se debe describir así: Dentro de nuestro mundo y dentro de cada uno de nosotros se lleva a cabo una feroz batalla, una guerra entre el bien y el mal; y estos son los contrincantes: el odio es amor combatiente; la ira es paciencia combatiente; la avaricia es generosidad combatiente; la amargura es gracia combatiente; la celosía es admiración combatiente; la opción por permanecer dentro de nuestros agravios es salud combatiente; aferrarse a los resentimientos es perdón combatiente; el ego y el narcisismo son compasión y comunidad combatientes; y el odio a sí mismo está en una amarga batalla con la aceptación del amor y el incondicional abrazo de Dios. La paranoia está sosteniendo una guerra contra la metanoia (término griego que literalmente traducido quiere decir “cambio de mentalidad”). Esa es la verdadera guerra que continúa, en nuestro mundo y dentro de cada uno de nosotros.
Odio, ira, paranoia, avaricia, amargura, codicia, celosía, negación del perdón y odio a sí mismo son los “tronos, dominaciones, principados y potestades” de los que la escritura nos avisa.
De aquí que el triunfo final de Cristo ocurrirá cuando la última de estas fuerzas sea eventualmente sojuzgada, cuando estemos finalmente en paz con la bondad, con el amor, con la confianza, con nosotros mismos, con los demás, con nuestra historia, con nuestros errores, con los que nos ha hecho daño, con aquellos a quienes hemos perjudicado, con nuestros defectos y con nuestra impaciencia con Dios. Mientras tanto, habrá combate espiritual, primordiales batallas, por todo nuestro alrededor.
Muchas veces pasamos por alto las bendiciones que DIOS nos da, no las recibimos con verdadera apertura y agradecimiento.
Al inicio de un nuevo año tomemos conciencia del Amor de DIOS, afinemos nuestro oído y nuestro corazón, para que el Señor nos impulse a estar siempre dispuestos a acoger y agradecer, SU Bendición y SU Gracia, en nuestro diario vivir.
Nos dice el Papa Francisco: “la alegría de la Navidad es una alegría especial que no es sólo para el día de Navidad, es para toda la Vida del cristiano. Es una alegría serena, tranquila, una alegría que acompaña siempre al cristiano. Incluso en los momentos difíciles, esta alegría se convierte en paz. El cristiano no pierde nunca la paz, cuando es un verdadero cristiano, incluso en los sufrimientos. Esa paz es un don del Señor.”
Aparentemente, entre más oremos con el herido, más relajada y profunda se vuelve la oración. Si éste es el caso, es valioso orar por él tantas veces como sea posible. Así como existen barreras a la sanación, él tiene barreras también y entre más se ore por él, más receptivo se volverá y más barreras se removerán, permitiendo que el amor de Dios fluya libremente.
Generalmente, cuando las familias me traen a sus enfermos del alma, cuerpo o mente, les digo: “Oren por ellos tres veces al día: en la mañana, al mediodía y en la noche. Oren tantas veces como les sea posible, especialmente por los enfermos que hay en casa ya que se consiguen muchas más cosas de las que se creen mediante la oración”. Es imperativo que nunca dejemos de orar, sin importar que tanto lo hayamos hecho antes. Jesús es el modelo que debemos seguir ya que El dedicó mucho tiempo de su vida a la oración.
Nosotros mismos estamos recibiendo la sanación cuando oramos por los enfermos de cuerpo, alma o mente. Estamos creciendo en amor, fe y confianza. Este crecimiento, además de justificar nuestra preocupación por la sanación de ellos, debe justificar una frecuente oración. Por lo tanto, seamos constantes y oremos tantas veces como nos sea posible.
Conclusión, los primeros beneficiados vamos a ser nosotros, pues vamos a crecer en espíritu y verdad Y es que el Espíritu Santo es el que puede transformar nuestros corazones con su soplo, con su fuego, con su poder y su luz. Con su fuerza podemos cambiar poco a poco nuestras actitudes llegando a ser personas renovadas. Siempre es posible cambiar con el auxilio del Espíritu.
Si no cambiamos no es porque Él no puede, sino porque nos respeta delicadamente. No nos obliga ni nos invade. No actúa allí donde nosotros no se lo permitimos. Respeta nuestras decisiones, y también nuestra debilidad.
Pero si dejamos que el Espíritu Santo actúe en nosotros, si lo invocamos, si le permitimos que Él nos impulse, entonces la vida se llena de actos de amor a Dios y a los hermanos, y así nos convertimos en seres “espirituales”, es decir, conducidos por la fuerza del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos va renovando, y así ya no nos amargamos el corazón con rencores, celos, envidias. Ya no estamos inmovilizados por la indiferencia y el egoísmo, y ya no somos esclavos de los vicios y los malos apegos. Al contrario, nos llenamos de esperanza, de fortaleza, de alegría en medio de las dificultades, y nos sentimos verdaderamente libres, “nuevas criaturas” (1 Corintios 5,17).
La Biblia nos habla bellamente de los frutos que produce el Espíritu cuando lo dejamos actuar, y los resume en siete: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de uno mismo” (Gálatas 5,22-23). No le pongamos obstáculos, para que él pueda producir esos frutos en nuestra vida.
6.- Pon tus manos sobre la persona cuando sea razonablemente posible
Existe una comunicación especial cuando tocamos a alguien con amor. Si no lo crees, pregunta a una joven pareja de enamorados que van por la calle con las manos entrelazadas y diles que no es necesario que se tomen de las manos. Ellos te contestarán: “Usted no sabe lo que se siente”. Existe, definitivamente, una comunicación por el tacto, porque es una manera no verbal de transmitir amor.
Aquellas personas, en el ministerio de la sanación, que han orado imponiendo sus manos, pueden dar fe de su poder. Muchos han sentido calor o alguna otra sensación como vibraciones cuando lo hacen. Es natural que cuando nos encontramos con alguien le estrechamos la mano. Ya que el tacto es un gesto natural de comunicación para transmitir nuestro amor y nuestra preocupación, grandes cosas parecen ocurrir cuando combinamos oración e imposición de manos.
El Nuevo Testamento cita muchos ejemplos de imposición de manos hecha por Jesús y por sus discípulos. Jesús sabía del valor de la imposición de manos.
“Entonces trajeron a Jesús algunos niños, para que les impusiera las manos y rezara por ellos” (Mt. 19:13).
“Jesús alargó la mano, lo tocó y le dijo: Lo quiero, quedas limpio” (Mt. 8:3).
“Había ido Jesús a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste en cama, con fiebre. Jesús la tomó de la mano y le pasó la fiebre” (Mt. 8:15).
“Le rogaba: Mi hija está agonizando; ven, pon tus manos sobre ella para que sane y viva” (Mc 5:23).
“Tomando la mano de la niña, le dijo: Talita Kum, que quiere decir: Niña, a tí te lo digo: levántate. Y ella se levantó al instante y empezó a corretear” (Mc. 5:41-42).
“Al verla Jesús, la llamó. Luego le dijo: Mujer, quedas libre de tu mal. Y le impuso las manos. Y ese mismo momento ella se enderezó, alabando a Dios” (Lc. 13:12-13).
“Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo. Al instante fue como si le cayeran escamas de los ojos y pudo ver (Hechos 9:17).
Nosotros, como discípulos de Jesús, también somos enviados por El para comunicar su amor a través de la imposición de manos en la búsqueda de la sanación. “Y estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre (…) impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán” (Mc. 16:17).
7.- Perdona a todos los que te han ofendido o herido
La falta de perdón es una de las pocas cosas que son una verdadera barrera para lograr la sanación. Algunos dirían que la falta de fe es lo más, pero la experiencia que tengo en mi propio ministerio me ha demostrado que la falta de perdón es el obstáculo más común. Muchas, veces, personas de poca fe son sanadas por la inmensa fe de la comunidad, pero si la persona por la que se está orando alberga falta de perdón, no se sanará hasta que haya perdonado del todo. El poder sanador del Señor Jesucristo no puede penetrar debido a la falta de perdón. “Queda bien claro que si ustedes perdonan las ofensas de los hombres, también el Padre celestial los perdonará. En cambio si no perdonan las ofensas de los hombres, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt. 6:14-15).
8.- Ora por quienes te han herido
La gente nunca está segura de haber perdonado. Frecuentemente me preguntan: ¿cómo se sabe que uno perdonó del todo? Siempre respondo: Cuando ore por la persona que lo ofendió o hirió, puede estar absolutamente seguro de que fue perdonado porque al orar por ella, se está pidiendo al Señor que le brinde a esta persona bondad y cosas buenas. Amar es desear lo que más le convenga al otro y hacer lo que razonablemente se puede para brindarle felicidad y cosas buenas. Las definiciones de amor y oración en estas circunstancias son paralelas: en la oración se pide lo que más convenga y en el amor se desea lo mejor. Por lo tanto, cuando oramos por una persona, nuestra oración se convierte en manifestación de amor en acción. Lo repito una vez más, una vez que hayamos orado por alguien sinceramente, podemos estar seguros de que la hemos perdonado en un acto de voluntad. ¡El perdón es decisión, no sentimiento!
Como dije con anterioridad, cuando oramos por una persona se puede estar razonablemente seguro de que estamos amando y haciendo lo mejor que podemos. Le pedimos al Señor que le brinde bienestar en su vida. Si después de haber orado por alguien todavía sentimos dolor, podemos pedirle al Señor que sane este sentimiento. Un método para eliminar los sentimientos negativos es visualizar a la persona en nuestra mente y verla como Dios la ve. Decimos: “Te perdono y te amo porque Jesús te ama”. Podemos repetir esto cuantas veces sea necesario y tan despacio como sea posible para permitir que el amor de Nuestro Señor Jesús se haga presente y sature a esta persona. Eventualmente, se producirá un verdadero cambio en nuestros sentimientos y actitudes hacia la persona por quien estamos orando.
La sanación ocurrirá durante la oración porque ésta es la voluntad del Señor Jesucristo. “La súplica del justo tiene mucho poder…” (Stgo. 5:16). “Pero yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los maltratan” (Lc. 6:27-28) El perdón es la llave de la libertad y la paz interior. Para pedir perdón se requiere humildad. Para perdonar se requiere misericordia. Ni la humildad ni la misericordia son fáciles. Pedir perdón supone reconocerse pecador. Perdonar supone tener un corazón como el de Cristo.
El perdón y el buen trato a quienes nos han hecho daño es, ciertamente, difícil. Pero no imposible. Además, es conveniente y necesario. Y, adicionalmente, nos lo ordena muy estrictamente, Dios nuestro Señor.
En el Padre Nuestro, Jesucristo nos enseña a pedir: “Perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, pues el perdón de los pecados y el haber perdonado son condiciones para alcanzar la paz interior y la salvación eterna.
Podríamos comenzar con revisarnos interiormente, porque no basta perdonar externamente, es decir, no desquitarse o vengarse de alguna manera ante el daño recibido. Esto no basta. Recordemos que el deseo de venganza, como cualquier pecado, comienza a crecer en nuestro interior, y si allí se anida, brota en cualquier momento, en cualquier forma.
Así, aunque no lleguen a expresarse externamente, es preciso -además- ir evitando todo sentimiento y pensamiento de rencor, de resentimiento, de falta de perdón, que pretendan anidar en nuestra alma. Esto ensucia el alma. Y Dios, que todo lo ve y todo lo conoce, se da cuenta de nuestros sentimientos ocultos en contra de nuestros semejantes.
Es la decisión de perdonar la que te libera y te redime, y esto es todo lo que el Señor te pide. “Sea cual sea su agravio, no guardes rencor al prójimo, y no actúes guiado por un arrebato de violencia “Eclesiástico 10, 6
Oración
“Jesús, a veces, mes es difícil orar por aquellos que me han herido o han abusado de mí ya que estoy concentrado en mi dolor y no en tí ni en el amor que prodigas tanto a mí, como a ellos.
Ayúdame, Jesús, en la ardua lucha que libro en estos momentos y libera dentro de mí, por el poder de tu Espíritu Santo, la gracia de orar por ellos como tú lo harías. Ayúdame a amar y a orar por aquellos que me han herido porque conozco tu amor y los perdono incondicionalmente así como tú me has perdonado. Dejo bajo tu luz sanadora cualquier resentimiento o falta de perdón que albergue hacia ellos. Elevo una oración en este momento por la persona que más me haya ofendido en la vida y te pido que colmes de bendiciones su vida. Te agradezco el haberme liberado del mal de la falta de perdón”. Gracias por tu luz y tu amor en este momento”.
9.- Recibe los sacramentos tan frecuentemente como te sea posible para lograr la sanación.
Cree en las palabras de Jesús, “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen a la puerta y les abrirán” (Mt. 7:7). La sanación no es otra cosa que un ministerio de oración y fe, y el Señor lo dice claramente en las Escrituras.
Nuestro Señor Jesús dio su vida por los hombres de todas las épocas. Para continuar con su trabajo de redención y de santificación a través de los tiempos, dio a la Iglesia los siete sacramentos con el fin de moldearnos, llenarnos, usarnos y fundirnos. Básicamente, gracias a los sacramentos, el hombre se sana.
El teólogo Donald Gelpi S.J., escribió lo siguiente en su libro La piedad pentecostal: “Pero los católicos no pueden redescubrir el propósito de estos sacramentos de manera significativa a menos que estén plenamente convencidos de que estos poseen un don efectivo de sanación. Esto, simplemente, significa que no podemos desechar o desdeñar más la sanación por la fe practicada por muchos de nuestros hermanos no católicos “.(recordemos que ellos no participan de los sacramentos).
El ser humano fue creado como varón y mujer a imagen y semejanza de Dios. Dios es amor y el ser humano fue creado para amar a Dios y para amarse entre si el varón y la mujer y sus descendientes. Fueron creados para amar. En un estado inicial de santidad y perfección que los hacía semejantes a Dios en el amor.
Cristo vino a salvar al ser humano. Dicho de otra manera: Cristo vino a salvar el amor. La principal y la peor consecuencia del pecado original consistió precisamente en la pérdida de esta capacidad de amar a Dios y de amarse entre íi con un amor santo y perfecto.
Una de las peores consecuencias – si no la peor – que tuvo el pecado original para el varón y la mujer, fue que contaminó el amor con el amor propio y la capacidad de amar al otro por el amor propio. El amor entre varón y mujer quedó herido a veces de muerte. Surgieron así: el malentendido por la ignorancia; la falta de misericordia y de comprensión de la herida del otro por la malicia; la incapacidad por hacer algo para sanarlo y salvarlo; el reproche, la inculpación. Cristo vino a salvar al ser humano de todo esto.
Para salvar al hombre tenía que empezar por salvar el amor humano. Primero el amor esponsal, que es la fuente de todas las demás formas del amor familiar, social y civil. Si el amor esponsal está herido, todos los demás vínculos humanos nacen llagados y prontos a infectarse.
Para salvar el amor humano entre esposos, era necesario volver a reconectar ese amor con el Amor de Dios. Dios es Amor y fuente de todo amor creado.
El amor creado que se suelta del Amor de Dios se corrompe y muere. Para eso vino el Hijo de Dios hecho Hombre. Para enseñarnos a vivir como hijos, a vivir como el Hijo.
Para eso hizo del matrimonio – que por su origen creado era santo y por el pecado se había visto menoscabado y deteriorado. Hizo algo sagrado. Un sacramento de sanación y santificación a la vez, por medio del cual los hijos de Dios pudieran divinizarse a través de su mismo amor esponsal, recibido como un don divino y vivido divinamente.
Si en el Antiguo Testamento Dios es miembro de la familia santa, porque es como el Dios pariente de la familia del Antiguo Testamento, ahora por el matrimonio los esposos bautizados, que han sido introducidos en la vida divina por el Bautismo, son introducidos en el Nosotros Divino y por eso el Sacramento es sagrado, no sólo santo sino sagrado. Introduce a los bautizados a través del matrimonio en la comunión con el Amor de la Santísima Trinidad.
Qué es un sacramento?
Con ese fin Jesucristo hizo del amor esponsal entre los creyentes un Sacramento. Pero, ¿qué entendemos por Sacramento? Ante todo debemos decir que el único que puede instituir los Sacramentos es Jesucristo con su poder divino.
Un Sacramento es un signo sensible que produce Gracia divina; es causante de Gracia. Jesucristo dota a ciertas realidades sensibles de una eficacia espiritual, hace de realidades sensibles instrumentos y vehículos de Gracia. El agua del Bautismo, por ejemplo, es materia del Bautismo y tiene una eficacia espiritual.
El que obra en un Sacramento es Dios mismo por acción de Jesucristo glorificado. En el Bautismo es Dios-Padre quien nos engendra. Obra – en y por el Sacramento, por la materia y por la forma, por el signo sensible y la palabra y la fe del que lo recibe y del que lo imparte , acciones divinas y efectos divinos.
Aunque Dios obre siempre por medio de un ministro humano, la acción del Sacramento no es humana sino sobrehumana, divina. Los Sacramentos no son de institución humana sino de institución divina y fueron instituidos por Cristo mismo para poder actuar desde donde está sentado a la Derecha del Padre por medio del ministerio visible de su Iglesia, que es su Cuerpo Místico.
De modo que los ministros de los Sacramentos actúan en nombre de Cristo. Es Cristo el que obra en ellos y a través de ellos. Como yo obro a través de mi mano, nos dice este sacerdote, Cristo obra a través de sus miembros, que actúan como ministros de los Sacramentos en aquellos que los reciben.
Cristo está sentado a la Derecha del Padre, nos dice la Escritura (1) El Padre ha entronizado al Hijo por su obediencia y lo ha hecho Señor de todas las cosas. Está pues sentado a la Derecha del Padre pero está desde allí derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo, que es la Iglesia. Cristo actúa ahora durante el tiempo en que aguardamos su Venida Gloriosa por medio de los Sacramentos instituidos por Él para comunicarnos su Gracia, hacernos hijos (2).
Los Sacramentos son necesarios para nuestra santificación. Y como decíamos, son signos sensibles: palabras y acciones que percibimos por los ojos y por los oídos, y que son accesibles así a nuestra humanidad actual.
Estos signos sensibles, son, además, eficaces. Realizan eficazmente la Gracia que ellos significan, en virtud de la acción de Cristo y por el Poder del Espíritu Santo.
La Gracia es la Vida de Dios en el alma de un ser humano, es un don de Dios, o sea, un regalo, que nos da de gratis y que no merecemos.
La Gracia tiene un propósito sobrenatural, el cual es llegar al fin para el cual hemos sido creados por Dios: la felicidad eterna en el Cielo.
La gracia sacramental que es la gracia particular que confiere cada sacramento, una energía especial que nos ayuda a cumplir mejor los deberes de cada quien.
En el Bautismo se recibe la gracia de la vida sobrenatural.
En la Confirmación, Cristo nos otorga la gracia de la madurez cristiana y nos hace testigos de Él.
La Reconciliación o Penitencia nos hace posible que nos reconciliemos con Dios, a través del arrepentimiento y el perdón de Dios.
En la Eucaristía es la gracia del alimento del espíritu – pan y vino – la que se recibe.
La Unción de los Enfermos es el que nos da la fortaleza para enfrentar la enfermedad.
El Orden se recibe el poder que Cristo les da – a algunas personas – el sacerdocio ministerial.
En el Matrimonio, Cristo hace posible la unión sacramental de un hombre y una mujer para toda la vida.
La Gracia recibida en el Bautismo debe aumentarse siempre, porque quien no avanza se estanca y termina por retroceder en la Vida de la Gracia.
¿Cómo se aumenta la Gracia Santificante?
- Directamente: Con los Sacramentos: Confesión y Comunión.
- Indirectamente, disponiéndonos a recibirla y según esa disposición:
Con la oración, con la lectura y reflexión de la Palabra de Dios, con la aceptación cristiana del sufrimiento…, con la penitencia o sacrificios voluntarios, con las buenas obras, etc
¿Cómo disminuye la Gracia Santificante?
Con los pecados con lo cual sacamos a Dios de nuestra alma y nos separamos de El.
¿Cómo se restaura la Gracia Santificante?
Con la Confesión, comenzando con el arrepentimiento, pero cumpliendo las otras condiciones de la Confesión. ¿Cuáles son? Examen de conciencia, arrepentimiento, propósito de enmienda, confesión ante el Sacerdote y cumplir la penitencia
Un Sacramento es, pues, – como nos lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica – un acto de Cristo mismo (3).
Así que vamos a ver que en el matrimonio es Cristo mismo el que actúa en el esposo para la esposa y en la esposa para el esposo Cristo que sentado a la Derecha del Padre obra la sanación de las consecuencias del pecado original y la santificación de los esposos, por medio del ministerio esponsal recíproco. El ministerio esponsal es el ministerio de dos bautizados, que obran en nombre y con el poder y la misión de Cristo.
La eficacia sacramental no es una eficacia mágica. Los ministros no son magos. Operan por misión de Dios y asumiendo en fe el ministerio sacramental. Y cuando el Sacramento se vive en fe, uno va experimentando los efectos del Sacramento. La Gracia en sí misma no es experimentable pero los efectos de la Gracia, después que uno los ha ido recibiendo, se manifiestan en la vida. Reconocemos la acción de Dios mirando hacia atrás en nuestra vida.
“Los Sacramentos, – dice el Catecismo de la Iglesia Católica – , como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo, siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, son las obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza” (4).
El Bautismo es una obra maestra, la Confesión o Perdón de los pecados también. Y el Matrimonio también es una obra maestra; yo diría que es la cumbre de las obras maestras de Dios. Es el Sacramento al cual están ordenados todos los demás Sacramentos. Incluso el Sacramento del Orden Sagrado, que está ordenado a la consagración de la Eucaristía y el perdón de los pecados, está ordenado a la santificación de los esposos (5). Los sacerdotes estamos al servicio de los fieles y la vocación ordinaria de los fieles es la matrimonial.
Los siete sacramentos
Los siete Sacramentos instituidos por Cristo son, como ustedes saben, el Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía, la Penitencia o Perdón de los pecados, la Unción de los enfermos, el Orden Sagrado y el Matrimonio.
El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía se llaman Sacramentos de iniciación: con ellos comienza la vida cristiana.
El Bautismo es el nacimiento. La Confirmación confiere la adultez en la vida de la Gracia. La Eucaristía es el Pan que nutre el corazón filial. Estos tres sacramentos nos inician en la vida de hijos de Dios. Nos inician en la vida cristiana.
Recibimos el ser filial en el Bautismo. Dios nos confirma en nuestra condición de hijos suyos mediante la Confirmación en la que recibimos el Espíritu Santo que nos permite decir “Abba, Padre”.
La Eucaristía es el Pan cotidiano que alimenta nuestro ser filial con el Cuerpo y la Sangre del Hijo, es decir con nuestra identificación con Jesucristo el Hijo.
La Penitencia y la Unción de los enfermos se llaman Sacramentos de curación o de sanación. Porque nuestra vida filial está amenazada, se deteriora o se puede perder por el pecado y en la enfermedad y ante la perspectiva de la muerte está sometida de manera especial a tentaciones y peligros. Por eso son Sacramentos de sanación.
Y por fin, el Orden sagrado y el Matrimonio se llaman Sacramentos de estado -otros los llaman del servicio a la comunidad- porque no están ordenados a la propia vida filial sino al servicio del fomento de la vida filial de los demás.
- El sacerdote está ordenado a la santificación de todos.
- Los esposos están ordenados a la santificación mutua. El esposo a la santificación de la esposa y la esposa a la santificación del esposo. De modo que nadie vive para sí. Si vivimos, vivimos para el Señor.
Esto nos salva de la tentación de privatizar nuestra existencia cristiana. Nos salva de secularizarnos, olvidando que somos hijos y que estamos siempre recibiendo la vida divina como un don del Padre, que nos engendra precisamente en el ejercicio de un diálogo filial-paterno.
Aunque el Orden Sagrado y el Matrimonio contribuyen a la propia santificación y salvación, lo hacen mediante el servicio que prestan a la filialización de los demás. Confieren una misión particular en la Iglesia y sirven para la edificación del pueblo de Dios.
¿Qué significa “confieren una misión”? Quiere decir que son un envío personal del Padre.
El sacerdote es un enviado del Padre con una misión semejante a la de Cristo para la santificación de todos los fieles mediante la Eucaristía y el perdón de los pecados.
Los esposos tienen una misión del Padre para la santificación mutua. El amor matrimonial es una vocación, un llamado de Dios. Y es una misión, un envío divino que asigna el Padre a un hijo para una hija, y a una hija para ese hijo.
Materia, forma y ministro de los sacramentos
En cada Sacramento, por ser un signo sensible y eficaz de la Gracia, se consideran varios aspectos:
- una materia
- una forma,
- un ministro que lo imparte y
- un sujeto que lo recibe.
Por ejemplo, en el Bautismo la materia es el agua. La forma son las palabras “Yo te bautizo (6) en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. El ministro es el que bautiza (7).
El Bautismo
El Bautismo, como ustedes saben, tiene un sentido simbólico, sumergir. Nosotros lo hacemos echando el agua encima de la cabeza. Se puede hacer también por inmersión. Propiamente el Bautismo es una inmersión. La inmersión hace más visible el signo y expresa más claramente la realidad aludida.
En la Sagrada Escritura,
En el Cantar de los Cantares nos habla sobre el amor (8), el fondo del mar es el lugar donde están los hombres enemigos de Dios. La generación del Diluvio, la generación malvada, va al fondo del mar. El ejército del Faraón, que es enemigo de Dios y del pueblo, va al fondo del mar. El profeta Daniel (9) ve, en un sueño, que del fondo del mar surgen unas bestias que son los imperios de este mundo que tienen formas animales, uno de oso, otro de leopardo, animales que no hablan y una cuarta bestia que habla, que dice grandes cosas, pero que es el anti-verbo. Y todos ellos surgen del fondo del mar. Miqueas dice: “Tú arrojarás nuestros pecados al fondo del mar”(10) . Jonás, el profeta recalcitrante, huye de Dios y se precipita en su caída; y no para hasta el fondo del mar y el vientre del monstruo marino.
Nuestro Señor Jesucristo dice, consecuentemente con este sentido bíblico, que al que hace tropezar a uno de los pequeños que creen en Él en el camino que los conduce al Padre, más vale que le aten una piedra de molino al cuello y lo arrojen al fondo del mar. Enseña también que la oración cristiana va a hacer que el monte de Sión, es decir su Templo, vaya al fondo del mar. Es decir que el culto sea sustituido por otro tipo de oración.
Cuando Nuestro Señor Jesucristo es bautizado, toma sobre sí nuestros pecados, los arroja al fondo del mar y sale del Jordán. Él asume todos los pecados y los lleva al fondo del mar. Les dice a los apóstoles que los hará pescadores de hombres porque, con su predicación, sacarán a los que están en la lejanía, la ignorancia y la enemistad con Dios y los van a salvar, sacándolos del fondo del mar.
Por eso la orilla en el Nuevo Testamento es un lugar bautismal y Jesús suele predicar a la orilla del mar. Ese es el simbolismo del Bautismo. Somos arrojados y somos rescatados del fondo, de la lejanía de Dios, nacemos nuevas criaturas. Nuestros pecados son arrojados al fondo del mar, el hombre viejo que había en nosotros es arrojado al fondo del mar y por la fe sale del agua. Entonces la materia agua es necesaria, ya sea en forma de inmersión o en forma de efusión sobre la cabeza. Y la forma del Bautismo es la fórmula: “Yo te sumerjo en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Te saco de la lejanía de Dios, del fondo del mar, y te sumerjo en la intimidad con Dios, en el Seno de la Trinidad. Somos divinizados por el Bautismo. Somos arrojados al seno del Nosotros Divino. Y por eso los Sacramentos solo pueden ser recibidos por los bautizados, los que han sido arrojados a la intimidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
La Eucaristía, Confirmación y Penitencia
En la Eucaristía la materia es el pan y el vino y la forma son las palabras de la Consagración que dice el sacerdote: “Este es Mi Cuerpo”, no el cuerpo de él sino el Cuerpo de Cristo, “Esta es Mi Sangre”, la Sangre de Cristo. El ministro es el obispo o el sacerdote.
(Para más información en el blog: encontrará una serie de temas de “Eucaristía como fuente de Sanación. )
En la Confirmación y en la Unción de los enfermos la materia es el aceite. En la Penitencia la materia son los pecados y el arrepentimiento del penitente, del bautizado que ha pecado. La forma son las palabras de la absolución: “Yo te perdono tus pecados en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. El sacerdote ordenado, como ministro de Cristo, recibe de éste el poder y el ministerio de perdonar. Este poder lo confiere a sus apóstoles Jesús Resucitado en el día mismo de su resurrección. Soplando sobre los apóstoles y les dice: “Recibid el Espíritu Santo; a los que les perdonéis los pecados les son perdonados”. Así como el Padre me envió yo os envío a vosotros. Se trata de una transmisión y comunicación del mismo envío que el Padre le dio a su Hijo.
Los sacramentos son acciones de Cristo mismo
Nos hemos detenido en la exposición de la doctrina acerca de los sacramentos, porque ella nos permite comprender mejor la naturaleza del matrimonio como sacramento de la sanación y santificación del amor humano, herido por el pecado original y necesitado de salvación.
Recordemos que los Sacramentos son obras de Cristo11 . Cristo es el que bautiza. Cristo es el que perdona los pecados. Cristo es el que alimenta con su Cuerpo y nos da su Sangre. Cristo es el que, por el sacramento del matrimonio, ama al esposo en la esposa y el que ama a la esposa en el esposo. Es el Amor de Cristo que pasa a través de los esposos en forma de amor de ella y de él. Ese amor de ella y de él no se puede privatizar como si fuera algo puramente humano. Es sagrado, es divino. ¡Viene de Dios!
Los esposos son ministros del Amor de Dios a través de Cristo Resucitado. ¡Qué maravilla! ¡Qué grandeza! ¡Y qué pocos son incluso los bautizados conscientes de esta posibilidad divina que se les ofrece! ¡Cómo la envidia de Satanás oculta esto para que a nadie se le ocurra! Y nuestros bautizados están pecando en el noviazgo, iniciando su relación amorosa con el pecado…. ¡Qué ignorancia! ¡De lo que se privan! ¡Lo que se están perdiendo!
10.- Alaba y da gracias a Jesús por su AMOR tantas veces como te sea posible.
Es imperativo que alabemos y demos gracias al Señor por todas las cosas: por la oración contestada y por la que no. Más alabemos y demos gracias al Señor, con mayor perfección pondremos en práctica el primer gran mandamiento:
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza…” (Lc. 10:27).
A medida que abrimos nuestros corazones y mentes en alabanza al Señor, nos estamos abriendo a su poder sanador. La mayoría de estas personas gasta su vida lamentándose de sus problemas, dolores y sufrimientos. Están tan absortas en sus dificultades que éstas se convierten en el centro de su oración cuando este lugar debe ser ocupado por el Señor. Cuando alabamos y damos gracias a Dios, hacemos de Jesús el centro de nuestra oración y nos apartamos de nuestro centro. A medida que apartamos la vista de nosotros y la volvemos hacia el Señor, El se manifiesta de manera extraordinaria. Cuando alabamos al Señor, le estamos dedicando nuestra atención y, olvidándonos de nosotros, nos volvemos más receptivos a lo que El tiene para darnos.
La Biblia muestra que Dios ofrece la curación interior por la que nos lleva cerca de Él. La Biblia registra un encuentro en I Reyes 19. El profeta Elías corrió por su vida y se escondió. Él se desanimó al punto de rezar para morir. En primer lugar, Dios envió ángeles para satisfacer sus necesidades físicas. A continuación, Dios le respondió al dolor de Elías por acercarse y llegar en un suave susurro. Finalmente, después de que Elías experimentó la sanidad interior, estaba listo para seguir adelante con el plan de Dios.
La sanación interior a menudo tiene lugar después de abrirle nuestro corazón a Dios, expresando nuestras emociones. El Rey David, quien era conocido como un hombre conforme al corazón de Dios, escribió muchos salmos en los que expresaba sus emociones. La Biblia registra que Job derramó sus emociones ante Dios en el Libro de Job.
Soy una creación de Dios positiva, confiada y segura.
Aunque desee crecer espiritualmente y mejorar varios aspectos de mi vida, a veces siento que avanzo lentamente. Puede que me pregunte: “¿Seré suficientemente fuerte, bueno e inteligente?”
En momentos como ésos, dispongo acallar todo pensamiento negativo y pensar positivamente. Recuerdo que soy una creación perfecta, resplandeciente y amada de Dios, y que mi potencial es ilimitado. Lo único que puede detenerme son mis preocupaciones y temores. Tengo todo lo que necesito para lograr el éxito. Cuento con la sabiduría y el poder de Dios. Al prestarle atención al Cristo en mí, cobro nueva energía, esperanza, valor y confianza. ¡Estoy listo para progresar y crecer!
Mirándolos Jesús, les dijo: “Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible”–Mateo 19:26
Incluso Jesús derramó su corazón a Dios en el Huerto de Getsemaní la noche antes de su crucifixión. (Lucas 22:39-44). La sanidad interior a menudo tiene lugar después de abrirle nuestro corazón a Dios. Experimentar la sanación interior nos lleva a cambiar nuestras vidas y, por extensión, la vida de otros. Jesús no condenó a la mujer sorprendida en adulterio, pero, en cambio, sugirió que la persona que nunca había pecado tirará la primera piedra. Cuando nadie la condenó, la animó a cambiar su vida (Juan 8:1-11). Jesús sanó a María Magdalena de siete demonios (demonios, posiblemente, emocionales), y se convirtió en uno de sus más fuertes apoyos (Lucas 8:1-3)
Al mantener mi mente en Dios, disfruto de calma y serenidad.
La paz interna es el deseo de mi alma. En el silencio de la meditación, siento el abrazo cálido del Espíritu. Mis pensamientos se aquietan a medida que me dirijo a mi santuario interno. Abro mi mente a la presencia divina y me sosiego.
Mis pensamientos se vuelven ondas que se elevan y motivan mi paz interna. Al escuchar con mi corazón, veo cómo las respuestas que busco llegan sutilmente en el momento preciso. Estoy consciente de que al buscar guía esta llega mediante un susurro apacible y delicado. Aun cuando he terminado de meditar, mi mente continúa centrada en Dios, y llevo conmigo la serenidad y la paz que he suscitado a todo lo que hago este día.
Los que viven conforme al Espíritu, se preocupan por las cosas del Espíritu.–Romanos 8:5
El espíritu de Dios aviva la inspiración divina en mí.
La inspiración divina hace que mi vida sea una experiencia interesante y gozosa. Llevo a cabo mis deseos creativos y vivo abundantemente cuando permito que la inspiración divina avive mi mente, alma y cuerpo.
El mundo es un lugar fructífero, un reflejo de la creatividad de Dios. Al estar a tono con mi Creador, las cosas que hago, las palabras que digo y los pensamientos que tengo son creativos y provechosos. Fomento la salud de mi cuerpo, dejando ir hábitos negativos y adoptando hábitos nuevos y edificantes.
La inspiración divina promueve mi crecimiento espiritual. Al abrir mi mente y corazón a Dios, logro una comprensión nueva –una conciencia cabal del mundo.
El soplo del Omnipotente me dio vida. –Job 33:4E
Reboso de energía dadora de vida.
El poder sanador de Dios obra en mí y por medio de mí. No soy definido por un diagnóstico. Soy uno con el Espíritu y la fuerza de la vida divina. Conscientemente me vuelvo receptivo a la energía de Dios que me aviva en mente, cuerpo y espíritu.
Al orar y meditar, me visualizo rebozando de esta energía. Veo cómo la luz sanadora de Dios infunde amorosamente cada célula y órgano de mi cuerpo con nueva vida.
Niego y suelto todo aquello que pueda interponerse entre la energía sanadora y yo. Afirmo que soy completamente sano. Al orar por los demás, los envuelvo en amor y aceptación incondicionales. Oro por todos los que necesitan sentir el poder vivificante de Dios.
Toda la gente procuraba tocarlo, porque poder salía de él y sanaba a todos.–Lucas 6:19
Hoy siento profunda gratitud.
Cuando pienso acerca de las bendiciones en mi vida y el gozo que me provee mi vínculo con Dios, siento cómo la gratitud fluye en mí. Doy gracias porque mi cuerpo es un templo de vida y mi mente es lúcida. Cuento con una provisión constante y abundante que proviene de la Fuente de todo bien.
Este día me ofrece una oportunidad sagrada de vivir en agradecimiento. Sembrando semillas de amor, busco las cualidades amorosas en los demás. Fomento mi crecimiento espiritual cuando acepto a las personas como son. Siento agradecimiento al apreciar el potencial divino en cada ser y en cada experiencia. Expreso mi naturaleza divina y siento profunda gratitud.
¡Lleguemos ante su presencia con alabanza! Aclamémoslo con cánticos! –Salmo 95:2
Oración:
“Padre celestial, te damos gracias y te alabamos por el hermoso don que nos has dado en Jesús y por el maravilloso poder que existe cuando abrimos nuestros corazones en la oración. Señor, te pido que todos te alabemos y te demos gracias siempre y en todo lugar. Te pido que te alabemos y te demos gracias sin importar las circunstancias por las que estemos pasando, y que tu amor nos llene en abundancia. Que cuando estemos sufriendo alguna pena o apretando los dientes, podamos ser capaces de alabarte sabiendo que todas las cosas funcionan para aquellos que amas. Pido que tu amor sanador fluya en nosotros y que las áreas difíciles de nuestra existencia sean sanadas, especialmente la de la autoestima. Que podamos aprender a amarnos para poder amarte y amar a los demás.
Te damos gracias y te alabamos, Jesús, por el trabajo que estás realizando dentro de nosotros en este momento. Amén”.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Marzo 2015
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo me sale bien”
Sor Evelia 08/01/2013.
Notas:
- s una frase tomada del Salmo 109-110: “Siéntate a Mi Derecha. Yo pondré a tus enemigos como escabel de tus pies”.
- La Gracia también puede venir por fuera de los Sacramentos. Puede venir por medios extraordinarios. Pero el medio ordinario es el eclesial: el de los Sacramentos.
- CIC 1127 Celebrados dignamente en la fe, los sacramentos confieren la gracia que significan (cf Cc. de Trento: DS 1605 y 1606). Son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo; El es quien bautiza, él quien actúa en sus sacramentos con el fin de comunicar la gracia que el sacramento significa. El Padre escucha siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis de cada sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en Vida divina lo que se somete a su poder.
- CIC 1116
- También por supuesto de los solteros, pero apunta a la santidad del matrimonio.
- Bautizar quiere decir sumergir
- Ordinariamente el ministro es el sacerdote o el diácono, pero en caso de necesidad cualquier cristiano puede bautizar y aún un no cristiano siempre que lo haga con la intención de hacer lo que hace la Iglesia.
- Cantar de los Cantares 8, 6-7
- Daniel 7, 1 y siguientes
- Miqueas 7, 19 Es decir, ya no a nosotros, sino a nuestros pecados. Miqueas anuncia el Bautismo cristiano.
- CIC
Bibliografía:
Manual del Laico para el Ministerio de Sanación" del autor Rev. Robert De Grandis S.S
http://www.ciudadredonda.org/seccion/iglesia
http://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/evangelio.a
http.://www.facebook.com/como.rezar
http://es.catholic.net/op/articulos/12260/8-la-sanacin-por-la-gracia-los-sacramentos.html
http://jesustesana.blogspot.com/2011/03/el-sacramento-del-bautismo-fuente-de.htm
http://www.mercaba.org/ARTICULOS/S/los_sacramentos.htm
Podemos sanar o incluso, no contagiarnos de enfermedades si somos buenas personas y respetamos al prójimo como dice Jesús, cuidando de los pobres?
Y cree usted, que una persona que usa un escapulario, trae una estampita de la virgen y promueve el cumplir los mandamientos aunq sea a su modo….sea un creyente católico aunque el diga que no lo es?
Dios les bendiga abundantemente
AMÉN