https://youtu.be/oG1Ka4TXsyc
- Hch 5, 12-16
- Sal 117
- Apoc 1, 9-11. 12-13. 17-19
- Jn 20, 19-31
Llevamos ocho días celebrando el acontecimiento de la Resurrección. Fue un acontecimiento que repercutió de tal manera en quienes vivieron la experiencia de encuentro con Jesús resucitado, que transformó sus vidas: pasaron de vivir con miedo a exultar de alegría, de estar encerrados a sentirse enviados, de vivir en la incertidumbre a poder ver y tocar a su Señor, de no ver a creer, de creer a vivir dando testimonio.
Este itinerario inaugura un nuevo tiempo en el que el Espíritu impulsa y sostiene a la comunidad, tanto aquella primera de discípulos y seguidores que oyeron, vieron y tocaron a Jesús durante su vida, como todas las que posteriormente sentimos su presencia «vivo por los siglos de los siglos» (Ap 1,18).
Dice el texto del evangelio que «sopló sobre ellos» (Jn 20,22) para transmitirles el Espíritu Santo. El verbo «sopló» es el mismo que se utiliza en el Génesis (2,7) para el aliento de vida que Dios insufla al hombre. Con aquel aliento el hombre se convirtió en un ser viviente y con este nuevo soplo de Jesús el hombre es re-creado, re-animado para realizar su fe y su vida.
Hoy, «el día del Señor» (Ap 1,10), celebramos la misericordia que el Señor ha tenido con nosotros al hacernos testigos de la resurrección de su Hijo, acogemos su «paz» (Jn 20,19.21.26), recibimos su «Espíritu Santo» (Jn 20,22) y somos «enviados» a dar testimonio de lo que «hemos visto y oído» (1 Jn 1,3).
Hoy el Señor nos hace entender en el texto del Apocalipsis la importancia de roñarse doctrínalmente.
Predicar y enseñar es un mandato nada menos que divino. «Id al mundo entero y proclamad el evangelio». ¿Cuanto de mi vida dedico a la predicación?, ¿qué parte de mi vida está entregada a la enseñanza?, ¿no habré reducido mi vida cristiana a pequeños momentos de devoción en medio de una existencia profana?. En otras épocas digamos que la Iglesia tenía sus cuadros especializados en la evangelización, pero desde luego ésta época en que vivimos se parece más a la de los primeros tiempos. Los cristianos vivimos como levadura en medio de un mundo alejado de Dios.
Si has visto a Cristo resucitado corre a anunciarlo, si no los has visto júntate con quienes lo hayan visto para verlo tú también, y luego corre a anunciarlo.
Podríamos preguntarnos ¿cómo voy yo a realizar la misma misión de Jesús? Escuchamos en el libro de los Hechos de los Apóstoles cómo era la vida y misión de las primeras comunidades, animadas por el Espíritu Santo. La vida transformada de cada uno de los discípulos se muestra plenamente en la vida compartida, en la fe vivida, en la misión realizada en comunidad. «Hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo» (Hch 5,12).
Hoy como comunidad de creyentes, aunque nos encantaría hacer prodigios, nuestra tarea es ser signo de la presencia de Jesús vivo y resucitado en nuestro mundo. «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25) y por eso somos una comunidad abierta a quienes buscan, acogedora con quienes dudan, tierna con quienes lloran, sanadora con quienes sufren heridas, paciente con los temerosos, generosa con los que buscan la paz. Tal vez esto sea un sueño, pero «¡hemos visto al Señor!»
La Misericordia de Dios es eterna nos dice el Salmista, hoy hemos recibido la invitación a fortalecer nuestra fe y convencimiento en el Señor y a descubrirlo en cada espacio de nuestra vida.
Por designio del Papa San Juan Pablo II, este domingo se llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.
La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con nosotros.
Bibliografía:
- Folleto La Misa de Cada Dia.
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2022/04/23/anunciad-el-evangelio/
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
Palabra de Vida Mes de Abril 2022
“ Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.” (Marcos 16, 15) https://ciudadnueva.com.ar/abril-2022/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Abril 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.