https://youtu.be/7n_gigKyYXo
- Ex 32, 7-14
- Sal 105
- Jn 5, 31-47
Hoy el Señor en la liturgia nos dice como a lo judios, “ ustedes no quieren venir a mí para tener vida”, y con ello nos hace un llamado para que lo recibamos como único Dios y nos invita a que no seamos “un pueblo de cabeza dura”, que no seamos como ese pueblo de Israel que adoraron a otros dioses, hoy tantos que pululan y nos seducen por dondequiera que vamos, sino que El sea nuestro único Dios, nuestro único refugio y nuestra única esperanza.
Y es que todos tenemos claro que pecar no es algo que sea extraño para ninguno de nosotros y sabemos bien, por experiencia, que no siempre es fácil salir del pecado, éste nos paraliza y nos ciega impidiéndonos regresar al amor de Dios. Es precisamente aquí en donde surge el tema y la importancia de la intercesión. ¿Qué habría sido del pueblo de Israel y, qué sería de nosotros, sin personas como Moisés, que incesantemente oran a Dios para que derrame su amor y su misericordia sobre nosotros, sobre todo cuando nos encontramos lejos de él?
Moisés suplica al Señor: “acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac; acuérdate de tu promesa y fidelidad aleja el incendio de tu ira arrepiéntete de la amenaza a tu pueblo.”
El Señor por fidelidad perdona; por lealtad a las promesas hechas a los patriarcas se arrepiente y muestra su Misericordia.
En el teto del evangelio el Señor nos confronta: “¿Cómo va a ser posible que crean ustedes, que aspiren a recibir gloria los unos de los otros y no buscan la gloria que solo viene de Dios?” Cristo mismo, nos hace ver, igual que a sus discípulos que tratan de encontrar seguridades y explicaciones en las Escrituras, pero no comprenden que éstas hablan de Él. Pero cuán tardos somos para acudir a Cristo, dador de la verdadera Vida, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida. A veces queremos buscar sentido a todo desde la visión meramente humana, pero es poco lo que obtenemos. En cambio, cuando nos ponemos delante de Dios, buscamos el diálogo sencillo y directo con el Amigo, es donde nos viene la paz y vislumbramos los excelsos dones que Él nos quiere dar. En ese diálogo podemos preguntarle, pedirle, ofrecerle y amarle. Y como decía San Agustín, comenzar a buscarle es haberle ya encontrado.
Cristo sabe lo que hay en cada uno de nosotros. Él conoce de sobra nuestras debilidades, nuestros pecados, nuestras limitaciones. A Él no le escandaliza esto de nosotros, pero lo que más le duele es que, siendo conscientes de nuestras flaquezas, no acudamos a pedirle su ayuda. Si supiéramos el amor que arde en su Sacratísimo Corazón por cada uno de nosotros, no podríamos menos que sentirnos morir de amor por Él. Los santos lo han experimentado así, primero sus debilidades y luego la necesidad de fuerzas para poder ir a Dios. Es Él quien nos da las gracias para conocerle, pero hay que querer primero y Cristo hará el resto.
El Santo Padre San Juan Pablo II nos escribía: «A la contemplación del rostro de Cristo tan sólo se llega escuchando en el Espíritu la voz del Padre, ya que nadie conoce al Hijo fuera del Padre (cf. Mt 11,27). Así, pues, se necesita la revelación del Altísimo. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse en actitud de escuchar».
Por esto, hay que tener en cuenta que, para confesar a Jesucristo como verdadero Hijo de Dios, no es suficiente con las pruebas externas que se nos proponen; es muy importante la rectitud en la voluntad, es decir, las buenas disposiciones.
Dios obra maravillas y milagros a cada momento, en las vidas de cada ser humano, pero por nuestra falta de fe, nos es difícil descubrirlo. Por eso Cristo nos pide que lo busquemos con un corazón sencillo y que confiemos en Él, porque aun en las Sagradas Escrituras, todo se refiere a Jesús como nuestro Maestro, Guía y Redentor. La Iglesia nos enseña cuáles son los medios para encontrar a Cristo, sobre todo en los sacramentos y, en definitiva, dejándonos amar por Él, quien nos irá llevando con su mano paternal.
“Alégrese el corazón de los que buscan al Señor. Busquen al Señor y serán fuertes; busquen su rostros sin descanso” Sal 104, 3-4
“Perdona Señor las culpas de tu pueblo”, le decimos con el Salmista. Y con la Oración Colecta, imploramos con fervor su misericordia, para que haga que, convertidos por el arrepentimiento y ejercitados en la buenas obras, nosotros, tus siervos, perseveremos guardando fielmente tus mandamientos y lleguemos bien dispuestos a las fiestas pascuales.
Bibliografía:
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
- http://es.catholic.net/op/articulos/14357/www.messt.org#modal
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
Palabra de Vida Mes de Marzo 2023
“ Vivan como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad,justicia y verdad» (Ef 5, 8-9) | https://ciudadnueva.com.ar/wp-content/uploads/2022/12/PV-03-2023_doble.doc
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.