https://youtu.be/BEIIh6iRePI
- Dn 3, 25. 34-43
- Sal 24
- Mt 18, 21- 35
La liturgia de este día nos invita a como es propio en Cuaresma, a practicar con los demás la misericordia y el perdón que el Señor nos ofrece a nosotros, pues para que podamos decir que se ha iniciado un proceso serio de conversión, es necesario que, además del arrepentimiento, parte fundamental de ésta, se pongan las bases para iniciar una nueva vida, una vida vivida en el Espíritu; a cambiar nuestro corazón para que sea capaz de perdonar siempre y de amar como El nos ama.
En la primera lectura, vemos en esta oración de Daniel,”Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia”, no sólo el arrepentimiento de Israel, sino el hecho de que ahora quieren “seguir, respetar y encontrar” al Señor, “Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos, y buscamos tu rostro; no nos defraudes, Señor; trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia. Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor».”
Pensemos en cuántas veces nos hemos confesado sólo para salir del paso, sólo porque la ley lo manda, sólo para cumplir. En estas ocasiones hemos “expresado” nuestro pecado, pero: ¿Cuántas veces nos hemos arrepentido profundamente de manera que ya al ir ante el sacerdote nos hayamos propuesto cambiar?
En esta oración el ser humano glorifica a Dios de dos maneras: manifestando las acciones que el Señor ha hecho por el hombre; y por otro lado confesando sus propias culpas. La Palabra de vida de este mes, nos invita a practicarlo: “«Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mc 6, 12). Y Dios que siempre es fiel a sus compromisos y que su opción por toda persona no tiene límites, la arropa con su amor y misericordia, mientras que el ser humano insiste en romper su fidelidad con el Señor. El texto dentro de su sobriedad retiene los elementos esenciales de una confesión: la relación entre Dios y el pueblo se entona en términos de “inocencia y justicia”, frente a “culpa y vergüenza”. Terminada la confesión viene la apelación a la misericordia, en la que se van desgranando los motivos del honor de Dios, sus promesas evocadas en el recuerdo de los patriarcas, la situación de su pueblo. Se añade además un propósito de enmienda: “Te seguiremos de todo corazón, te respetaremos, buscaremos tu rostro” (Dn 3,41ª) y una imprecación contra el enemigo. En este momento histórico del pueblo de Israel, la liberación está unida al fracaso de los opresores. Sin embargo, Jesús nos replanteará el tema del perdón capaz de transformar el tiempo presente y el futuro.
En esta misma línea, la parábola de hoy, nos explica el Papa Francisco, “nos ayuda a comprender plenamente el significado de esa frase que recitamos en la oración del Padre nuestro: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mt 6, 12). Estas palabras contienen una verdad decisiva. No podemos pretender para nosotros el perdón de Dios, si nosotros, a nuestra vez, no concedemos el perdón a nuestro prójimo. Es una condición: piensa en el final, en el perdón de Dios, y deja ya de odiar; echa el rencor, esa molesta mosca que vuelve y regresa. Si no nos esforzamos por perdonar y amar, tampoco seremos perdonados ni amados.”
Y es que, verdad que es cierto que muchas veces, nos atrevemos a medir y a llevar la cuenta de nuestra magnanimidad perdonadora, como lo hizo Pedro: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» (Mt 18,21). A Pedro le parece que siete veces ya es mucho o que es, quizá, el máximo que podemos soportar. Bien mirado, Pedro resulta todavía espléndido, si lo comparamos con el hombre de la parábola que, cuando encontró a un compañero suyo que le debía cien denarios, «le agarró y, ahogándole, le decía: ‘Paga lo que debes’» (Mt 18,28), negándose a escuchar su súplica y la promesa de pago.
Así, nuestra actitud a menudo es o negarnos a perdonar, o medir estrictamente a la baja el perdón. Verdaderamente, nadie diría que venimos de recibir de parte de Dios un perdón infinitamente reiterado y sin límites. La parábola dice: «Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda» (Mt 18,27). Y eso que la deuda era muy grande.
Entonces, viene el meollo del asunto; Pedro hace una pregunta oportuna. Desde nuestra conciencia autosatisfecha por el cristianismo de consumo masivo, nos reímos un poco de él, como si no se hubiera dado cuenta de que hay que perdonar siempre. Pero, repito ¿no surgen siempre dificultades para perdonar? ¿No encontramos objeciones continuamente para hacerlo?
Gracias Pedro por tu pregunta, pues eso nos lleva a reflexionar: ¿A quién tengo que perdonar? ¿Alimento mi memoria con el recuerdo del daño o el desprecio que me han hecho otros? ¿Me atrinchero en el rencor para defenderme de mis limitaciones y defectos? ¿Me desahogo con otros para que me confirmen en la animadversión que siento por algunos? ¿Me alegro cuando a mi “enemigo” le salen las cosas mal?
Y Jesús, en el texto de hoy, nos responde que hay que perdonar siempre. No es un consejo, sino un mandato que va acompañado con una seria advertencia: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cuál no perdona de corazón a su hermano”. Entonces, es momento de tomarme en serio el perdón. Darme cuenta de que Jesús me ha perdonado. Por mis pecados está en la Cruz. Desde la Cruz imploró el perdón para los que le maltrataban.
Y sobre todo en este momento ante la Guerra de Ucrania, pedido con una oración que rezó el papa Francisco el pasado miércoles. La escribió un obispo italiano. En ella se implora el perdón:
Perdónanos la guerra, Señor.
Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de nosotros pecadores.
Señor Jesús, nacido bajo las bombas de Kiev, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, muerto en brazos de la madre en un bunker de Járkov, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, enviado veinteañero al frente, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, que ves todavía las manos armadas en la sombra de tu cruz, ¡ten piedad de nosotros!
Perdónanos Señor, perdónanos, si no contentos con los clavos con los que atravesamos tu mano, seguimos bebiendo la sangre de los muertos desgarrados por las armas.
Perdónanos, si estas manos que habías creado para custodiar, se han transformado en instrumentos de muerte.
Perdónanos, Señor, si seguimos matando a nuestros hermanos, perdónanos si seguimos como Caín quitando las piedras de nuestro campo para matar a Abel.
Perdónanos, si seguimos justificando con nuestro cansancio la crueldad, si con nuestro dolor legitimamos la brutalidad de nuestras acciones.
Perdónanos la guerra, Señor. Perdónanos la guerra, Señor.
Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ¡te imploramos! ¡Detén la mano de Caín!
Ilumina nuestra conciencia, no se haga nuestra voluntad, ¡no nos abandones a nuestras acciones!
¡Detennos, Señor, detennos!
Y cuando hayas parado la mano de Caín, cuida también de él. Es nuestro hermano.
Oh Señor, ¡pon un freno a la violencia!
¡Detennos, Señor!
Amén.
Biblografia:
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2022/03/22/cuesta-perdonar/
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
- https://www.vaticannews.va/es/evangelio-de-hoy.html
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
- https://www.focolare.org/espana/es/news/2022/02/27/marzo-2022/
Palabra de Vida Mes de Marzo 2022
«Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mc 6, 12) https://www.focolare.org/espana/es/news/2022/02/27/marzo-2022/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Marzo 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.