https://youtu.be/hdUQBq6g9Qk
- 2 Re 22, 8-13; 23, 1-3
- Sal 118
- Mt 7, 15-20
La liturgia de hoy nos invita a revisar qué tipo de frutos estamos dando, a ser como árboles sanos y el Salmista nos indica el camino para llegar a serlo: dejarnos guiar por el Señor, inclinar nuestro corazón a sus preceptos y apartar los ojos de las vanidades. La ley de Dios es, ante todo, una invitación a la felicidad, por lo que desobedecerla lo único que acarrea al hombre es angustia y dolor.
En el lenguaje del Antiguo Testamento, esto es expresado como un enojo de parte de Dios, sin embargo, esta actitud divina debe comprenderse más en el sentido de lo que el mismo pecado trae en sí mismo. No es que Dios nos castigue por no obedecer sus mandatos, sino que, el hecho de no obedecerlos hace que se pierda la felicidad. Esto es lo que llamamos las consecuencias del pecado, de las cuales, la más trágica es perder la vida eterna.
Dios, desde la creación del mundo y de los hombres, siempre ha dado muestras de su relación amistosa con el género humano. Un punto clave en esta historia fue la alianza que selló con el pueblo judío a través de Moisés: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”. Sabemos que no siempre los hombres fueron fieles a esta alianza con Dios, y se fueron detrás de otros ídolos, aunque siempre hubo un resto del pueblo que se mantuvo fuel a Dios.
Esta primera lectura nos relata cómo el Sumo Sacerdote Helcías encuentra el libro de la Ley, donde está el relato de la alianza. Se lo llevan al rey Josías, que reconoce que “nuestros padres no obedecieron los mandatos de este libro, cumpliendo lo prescrito por él”. Y el rey, delante de todo el pueblo, se comprometió a cumplir todos lo preceptos contenidos en la alianza con Yahvé. “El pueblo entero suscribió la alianza”.
Esto ocurría en el Antiguo Testamento, pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos, Jesús, el Hijo de Dos, vino a nuestra tierra, y selló una alianza de amor con toda la humanidad, una alianza de hijos con nuestro Padre Dios.
Y es triste ver que parecería que después de tantos años de humanidad y de instrucción de parte de Dios y habiéndolo experimentado una y otra vez, todavía no hemos aprendido y no hemos puesto en nuestro corazón las palabras del Génesis en las que Dios advierte a nuestros primeros padres: “El día que comas de este árbol morirás”. Regresemos a Dios con un corazón arrepentido y con el firme propósito de vivir conforme a su voluntad, la cual está expresada en las Sagradas Escrituras.
Y es que es complicado asumir propuestas de nuestra sociedad para la vida y santificación de la Iglesia, porque los frutos de nuestra sociedad no parecen de muy buena calidad, no dudo en que hay personas muy bien intencionadas que pretenden lo mejor para la humanidad, pero empezando por el cambio climático, siguiendo por el aumento progresivo de la desigualdad y terminando por la guerra, expresión de los peores frutos del ser humano, la realidad se vuelve terca y nos invita a, como mínimo ser contraculturales
Cuál es el criterio que nos ofrece Jesús, los frutos, es decir las consecuencias de las decisiones, los resultados… ciertamente Jesús no habla de cantidades, no es como un economista neoliberal que entiende como fruto elemental del trabajo la eficiencia que lleva al aumento de los márgenes, de los beneficios, no. Jesús propone algo cualitativo, que cada cosa sea lo que tiene ser, y en ese ser lo que se tiene que ser, en el ser con propiedad, es donde se encuentra la bondad, el buen fruto, en las personas el santo.
Nos explica el Papa Francisco: “Jesús nos advierte sobre los falsos profetas. ¿Qué formas asumen los falsos profetas? Son como encantadores de serpientes, o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren… Otros falsos profetas son esos charlatanes que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que, sin embargo, resultan ser completamente inútiles… No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es “mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre.”
¿Qué significa, pues, en definitiva, que «todo árbol bueno da frutos buenos (Mt 7,17)»? Significa que el que es bueno lo es en la medida en que no desfallece obrando el bien. Obra el bien y no se cansa. Obra el bien y no cede ante la tentación de obrar el mal. Obra el bien y persevera hasta el heroísmo. Obra el bien y, si acaso llega a ceder ante el cansancio de actuar así, de caer en la tentación de obrar el mal, o de asustarse ante la exigencia innegociable, lo reconoce sinceramente, lo confiesa de veras, se arrepiente de corazón y… vuelve a empezar.
Recordemos que la Palabra de Vida de este mes: «Tú eres mi Señor, mi bien, nada hay fuera de ti» (Sal 16, 2) nos insta a encontrar en El, la fuerza para afrontar con confianza los sufrimientos que nos asaltan por el camino y la serenidad para elevar la mirada, más allá de las sombras de la vida, a la esperanza.
Bibliografía:
- Folleto La Misa de Cada Día
- PildorasdeFe.com
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2022/06/22/saber-comprar/
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
- https://www.focolare.org/espana/es/news/category/parola-di-vita/
Palabra de Vida Mes de Junio 2022
«Tú eres mi Señor, mi bien, nada hay fuera de ti» (Sal 16, 2) https://www.focolare.org/espana/es/news/category/parola-di-vita/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Junio 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.