https://youtu.be/0jot_KOE1-c
- Jer 17,5-8
- Sal 1
- 1 Cor 15,12. 16-20
- Lc 7, 17. 20-26
La liturgia de hoy nos lleva a reflexionar acerca de nuestro objetivo primordial como cristianos. Muchos podremos decir de primera instancia que es hacer la Voluntad de Dios y por tanto, realizar las obras de Dios, sin embargo, no es tan fácil.
Afirma el Papa Francisco: “Si miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que existen muchas ofertas de alimento que no vienen del Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. Pero el alimento que nos nutre verdaderamente y que nos sacia es sólo el que nos da el Señor.”
Hemos sido pioneros en algo que nos afecta gravemente. Nos hemos hecho con una nuevas instrucciones para la gestión de vivir, así de contundente, y he llegado a resumir ese cambio en una sola frase: vivimos bajo presión, y para salir de la presión sólo buscamos escapes y entonces esta conducta, nos lleva a tomar actitudes no muy solidarias, ni empáticas con los demás, sino vivimos desconfiando y juzgando las actitudes de los otros. Y en este vivir bajo presión, sobre todo en la lucha de poder, nos encontramos muchas veces actuando como los libertos que nos habla la primera lectura. ¡Qué difícil es aceptar que el otro tiene razón! Nos creemos que nuestros argumentos son los verdaderos y, ni tan siquiera, intentamos escuchar los argumentos de los demás. Nuestra reacción es desacreditar al contrario, sin pararse a pensar en las consecuencias de nuestros actos y en el daño que podemos producir; e inclusive, nos llena de admiración el odio que se puede llegar a crear sobre una persona por el simple hecho de creer en Jesús.
Las divisiones que han existido, y que aún desgraciadamente existen en la Iglesia, han sido motivo para calumniar, herir, desterrar e incluso llegar a matar aquellos que no profesan la fe de la misma manera. Las luchas religiosas en todo el mundo lo único que han dejado es hambre, miseria, muerte, desolación y, sobre todo, grandes heridas en el corazón de los creyentes. ¿La causa?, que no dejamos que Dios arregle las cosas, sino que las queremos arreglar nosotros, y de esta manera el odio solo engendra más odio.
Esteban, nos dice la Escritura, lleno del Espíritu Santo, dejó que Dios hablara por medio de él, con palabras de amor, no con espadas ni con lanzas. En tu trato con hermanos que no profesan la fe como tú, permite a Dios actuar; si te atacan, siéntete feliz de padecer por el nombre de Jesús, y tu caridad mostrará a tus adversarios que Dios verdaderamente vive en ti. Recuerda que el amor siempre vence.
Hoy, en el Evangelio proclamado, la multitud se ha desplazado hacia Jesús. ¿Por qué? Es la pregunta que hace Jesús afirmando: «Vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado» (Jn 6,26). Jesús no se engaña. Sabe que no han sido capaces de leer las señales del pan multiplicado. Les anuncia que lo que sacia al hombre es un alimento espiritual que nos permite vivir eternamente (cf. Jn 6,27). Dios es el que da ese alimento, lo da a través de su Hijo. Todo lo que hace crecer la fe en Él es un alimento al que tenemos que dedicar todas nuestras energías.
Entonces comprendemos por qué el Papa nos anima a esforzarnos para re-evangelizar nuestro mundo que frecuentemente no acude a Dios por los buenos motivos. En la constitución “Gaudium et Spes” (“La Iglesia en el mundo actual”) los Padres del Concilio Vaticano II nos recuerdan: «Bien sabe la Iglesia que sólo Dios, al que ella sirve, responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solo los alimentos terrenos». Y nosotros, ¿por qué continuamos siguiendo a Jesús? ¿Qué es lo que nos proporciona la Iglesia? ¡Recordemos lo que dice el Concilio Vaticano II! ¿Estamos convencidos del bienestar que proporciona este alimento que podemos dar al mundo?
Muchas veces cerramos los ojos a los signos que Dios pone ante nosotros, y nos interesa más ocuparnos de lo inmediato, que de lo realmente transcendente.
Entonces ante nuestra pregunta ¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?
Debe quedarnos claro hoy que la obra de Dios es manifestar al mundo un rostro de amor, de perdón, de libertad, de santidad, de misericordia. (cf Jn 4, 34) Rostro que podemos contemplar en Jesús, el Revelador del Padre, (Jn 14, 7) que se ha manifestado como hombre para redimir a la Humanidad y darle vida en abundancia (cf Jn 10, 10) La Obra de Dios ha sido realizada en la historia por Jesús, el Cristo hace más de dos mil años y, actualizada hoy en nuestras vidas por el Espíritu Santo.
La acción del Espíritu Santo es hacer que el mundo crea en Jesús, para que creyendo se salve. El Espíritu Santo es el espíritu de la Unidad, de la libertad, del Amor, y hace lo que él es: nos une, nos libera y hace la Comunidad de Jesús, cimentada en el amor, la verdad y la vida.
Bibliografía:
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2022/05/02/vivimos-bajo-presion-y-solo-buscamos-escapes/
- http://www.padreuriel.com/2019/05/que-hemos-de-hacer-para-realizar-las.html
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
- https://www.vaticannews.va/es/evangelio-de-hoy.html
Palabra de Vida Mes de Mayo 2022
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros» (Jn 13, 34) https://www.focolare.org/espana/es/news/2022/05/01/mayo-2022/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Mayo 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.