https://youtu.be/49WF8LEzj0A
- 1 Sam 16, 1. 6-7. 10-13
- Sal 22
- Ef 5, 8-14
- Jn 9, 1-41
En esta cuarta semana de Cuaresma que iniciamos, llamada Laetare quiere decir “alegraos“. Se inicia así, pues debe entenderse como un descanso durante la cuaresma, que representa el retiro por el cual pasó Jesucristo, durante cuarenta días; la liturgia en sus textos nos presenta como el Señor, con su Luz ilumina nuestro caminar hacia la conversión.
El texto de la primera lectura no habla sobre la elección de David y el texto nos deja una clara enseñanza de que el Señor no mira como nosotros. Al profeta le basta ver a Eliab para convencerse que es el elegido del Señor. Samuel se ha dejado llevar por las apariencias, a pesar de estar cerca de Dios, utiliza criterios muy humanos. Jesé va presentando a sus otros hijos mientras escucha el mismo frase: “Tampoco a éste ha elegido el Señor”. Sólo queda David, el que no cuenta ni siquiera para su padre, es “el pequeño”, y está “cuidando las ovejas”. David causa buena impresión: “de buen color, hermosos ojos y buen tipo”; pero no es la belleza o la apariencia lo que atrae la atención de Dios sino su pequeñez. A partir de su unción, el espíritu del Señor invade a David y ya no le abandonara. Y he aquí la gran enseñanza, pues el Señor siempre mira el corazón del ser humano y toma partido por el pequeño y el débil. Entonces meditemos: ¿Cómo es nuestra mirada? ¿Vemos por apariencias o miramos el corazón de las personas?
En el texto a los Efesios, San Pablo nos insta a que vivamos “como hijos de la Luz”. Y esto nos lleva a reflexionar profundamente sobre nuestra coherencia, pues la acción del cristiano es en sí misma reveladora u ocultadora de Cristo. La acción del cristiano ante el mundo expresa y realiza la presencia de la Palabra en medio del mundo. De su acción, de su vida, depende que esa Palabra quede manifiesta o velada a los ojos de los hombres.
Si el cristiano vive conforme a las apariencias – los criterios- del mundo ¿qué luz hay en él?; ¿qué luz puede ser para otros? Si con su palabra proclama el Credo – Jesús es el Señor – , pero con su vida lo niega, el cristiano puede ser el mayor enemigo del Evangelio, pues siendo este la Verdad, lo reduce a apariencia, a falsedad, a mentira.
Sólo la acción buena; sólo la acción justa; sólo la acción realizada en la verdad, son dignas aquel que es luz, porque la acción buena da luz al mundo; porque la acción justa ilumina y sana las relaciones entre los hombres; porque la acción hecha en la verdad, es signo de que la verdad misma ha acampado en medio de los hombres. Un nuevo mundo; una nueva humanidad; una nueva creación nacida a la verdad: Cristo, el Hijo de Dios. Eso sí, si tú, cristiano, si tu vida, si tu acción en el mundo no obstaculiza la luz; si en verdad eres luz, luz en el Señor.
El ciego del evangelio, sin entender obedece. Y después no hará más que repetir: “Yo sólo sé que antes era ciego y ahora veo”. La fe no es un absurdo porque ahora ve, eso es un hecho ¡Cuántas veces nos sucede a nosotros algo parecido! No terminamos de comprender cómo el Señor permite que nos sucedan algunas cosas o que nos pueda pedir algo que se nos haga muy costoso, pero si nos abandonamos, si nos fiamos y vamos a “lavar nuestros ojos” en la fuente de la gracia y de la misericordia… Después vuelve la claridad.
Nos explica el Papa Francisco: “Nuestra vida, algunas veces, es semejante a la del ciego que se abrió a la luz, que se abrió a Dios, que se abrió a su gracia. A veces, lamentablemente, es un poco como la de los doctores de la ley: desde lo alto de nuestro orgullo juzgamos a los demás, incluso al Señor…”
Claro, también podemos decir que cuando se trata de Jesús hay tres grados de visión: no ver nada, verlo como un mero hombre, verlo como nuestro Dios y Señor. El punto culminante lo formuló Jesús cuando afirmó: “El que me ve a mí ve al Padre” (Jn 14,9). Es obvio que no todos llegan a este último grado de visión. En el tiempo de Jesús muchos lo vieron y lo rechazaron: lo vio Pilato y lo entregó a la muerte, lo vio Herodes y se burló de él, lo vieron los Sumos Sacerdotes y pidieron que fuera crucificado. Pero lo vio el que había sido ciego y lo reconoce como su Señor postrándose ante él…”
El ciego tiene un progreso en su visión de Jesús. Primero lo describe como un simple hombre al cual ha visto con la vista recobrada: “Ese hombre que se llama Jesús”; en un segundo momento, cuando le piden definirlo, dice: “Es un profeta“. Israel había conocido muchos profetas, pero nadie se había postrado ante ellos. En el momento culminante Jesús se le presenta y le pregunta: “¿Tú crees en el Hijo del hombre?”. Cuando el hombre indaga: “¿Quién es el Hijo del hombre?”, Jesús le responde: “Lo estás viendo; el que está hablando contigo, ése es”. Estaba viendo al mismo Jesús que ya había visto, pero ahora reacciona diciendo: “Creo, Señor”. Y para expresar qué es lo que cree, “se postró ante él”, es decir, hace un gesto de adoración que se reserva sólo a Dios. Ve a Jesús y confiesa a Dios. Este es el acto de fe supremo. Esta es la fe que salva: “Todo el que ve al Hijo y cree en él, tiene vida eterna” (Jn 6,40). Se trata de creer que él es el Hijo de Dios, Dios verdadero, hecho hombre.
Entre dos personas que tienen el sentido de la vista, ¿qué es lo que discrimina entre ver y no ver? La luz. Usando esta metáfora Jesús se define como luz: “Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas” (Jn 12,46; cf. 8,12). El que no cree en Jesús, aunque tenga la vista de este mundo y toda la ciencia de este mundo, está en las tinieblas respecto de las verdades que salvan al hombre: está ciego.
En cambio, el que cree en Jesús “no camina en tinieblas, sino que tiene la luz de la vida” (Jn 8,12), de la vida eterna, que es la que da sentido al hombre. A esto se refiere la sentencia final de Jesús: “Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos”.
Continua el Pontifice: “Hoy, somos invitados a abrirnos a la luz de Cristo para dar fruto en nuestra vida, para eliminar los comportamientos que no son cristianos; todos nosotros somos cristianos, pero todos nosotros, todos, algunas veces tenemos comportamientos no cristianos, comportamientos que son pecados. Debemos arrepentirnos de esto, eliminar estos comportamientos para caminar con decisión por el camino de la santidad, que tiene su origen en el Bautismo. También nosotros, en efecto, hemos sido «iluminados» por Cristo en el Bautismo, a fin de que, como nos recuerda san Pablo, podamos comportarnos como «hijos de la luz» (Ef 5, 9), con humildad, paciencia, misericordia. Estos doctores de la ley no tenían ni humildad ni paciencia ni misericordia”
Con la Antífona, tomada de Is 10, 66-11, digamos “Alégrate Jerusalén, y que se reúnan cuantos la aman. Compartan su alegría los que estaban tristes, vengan a saciarse con su felicidad.
Bibliografía:
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://elporvenir.mx/cultural/creo-senor-y-se-postro-ante-el/64977
- https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/26-3-2017/pautas/
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2023/03/19/dejarnos-iluminar-por-el-que-es-la-luz/
- https://es.catholic.net/op/articulos/74212/solo-se-que-antes-era-ciego-y-ahora-veo.html#modal
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/19-1-2016/
Palabra de Vida Mes de Marzo 2023
“ Vivan como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad,justicia y verdad» (Ef 5, 8-9) | https://ciudadnueva.com.ar/wp-content/uploads/2022/12/PV-03-2023_doble.doc
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.