- Jer 31, 31-34
- Sal 50
- Heb 5, 7-9
- Jn 12. 20-33
Entramos en la última semana de Cuaresma y en el horizonte ya se apuntan signos de la celebración anual de la Semana Santa. La liturgia de la Palabra de este domingo nos aproxima a una comprensión profunda e intensa del Dios de la Nueva Alianza y de su enviado Jesucristo. Jesús, Hijo de Dios, es ante todo nuestro Redentor y Salvador; es decir, aquel que puede perdonar nuestros pecados y salvarnos de sus consecuencias.
La Cuaresma, tiempo de preparación y de catecumenado, es un momento espiritualmente ‘fuerte’ y una oportunidad propicia para contrastar nuestra vida moral y nuestra experiencia de fe a la luz de la propia vida de Jesús, tal como se nos narra en los evangelios, sobre todo, en aquellas circunstancias y acontecimientos que le van a conducir a su Pasión, Muerte y Resurrección.
Dentro de una semana asistiremos a las celebraciones de Semana Santa. Celebración del Triduo Pascual. La hora de Jesús. «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Jesús anuncia que en su Muerte va a ser glorificado. Pero su muerte no va a ser un simple gesto heroico, admirable ejemplar. Su muerte nos va a cambiar. «Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.» Su muerte si me va a cambiar, nos ha cambiado. » Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: «Conoced al Señor», pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor -oráculo del Señor-, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados».
La muerte la podemos aceptar si es «natural», después de una vida larga, aprovechada, pero la consideramos un desperdicio, un desastre, cuando corta una vida joven. La muerte de alguien con 33 años es un absurdo. Pero Jesús puede decir de sí mismo «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. » Su muerte ha dado fruto. «…llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna». El fruto somos nosotros, su muerte nos ha dado vida eterna, el perdón de los pecados, la filiación divina, hoy comeremos el fruto de la muerte de Jesús en la Eucaristía. Y nuestra forma de vivir es cambiada: «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna»
El texto de Jeremías, viene a continuación de una llamada a la responsabilidad personal (Jr 31,29-30) para poner de manifiesto que aunque cambien las cosas Dios mantendrá su promesa de salvación. Por tanto, Dios, a pesar de todo, no se echa atrás, sino que está dispuesto a poner la Alianza en el corazón de cada uno de nosotros; es una forma de comprometerse más profundamente en su proyecto de salvación. Es una llamada a la responsabilidad más personal, pero sin descartar el sentido comunitario de todo ello, porque todos los que sientan esa Alianza en su corazón, se sentirán del pueblo, de la comunidad del Dios vivo y verdadero. La nueva Alianza no estará en ritos y ceremonias o sacrificios nuevos, sino en una “experiencia” nueva de Dios: más humana, más entrañable y misericordiosa que se sienta en el corazón y que se exprese en la praxis de la justicia y la fraternidad con los que han sido ignorados.
El texto de los hebreos, nos ofrece un sacerdocio muy diferente al de Melquisedec, es el sacerdocio del Hijo de Dios, que habiéndose hecho uno de nosotros, padeciendo, llorando, comprendiendo nuestras miserias, siendo absoluta y radicalmente humano, en contacto con nuestra debilidad, nos introduce en el misterio misericordioso y amoroso de Dios.
El texto de la segunda lectura, nos ofrece el sacerdocio de Jesús, no obstante, tiene la innovación de no heredarse (como el de Melquisedec), sino que es nuevo, recién estrenado, capaz de conseguir gracia y salvación, para lo que el sacerdocio hereditario y ritual no era válido. Es el sacerdocio del Hijo de Dios, pero que habiéndose hecho uno de nosotros, padeciendo, llorando, comprendiendo nuestras miserias, siendo absoluta y radicalmente humano, en contacto con nuestra debilidad, nos introduce en el misterio misericordioso y amoroso de Dios.
Para el verdadero creyente cristiano el seguimiento de Jesús, como vivencia de su bautismo, no se trata una experiencia espiritual cualquiera, sino de la verdadera y auténtica experiencia. Todo nuestro ser y entorno se transforma de tal modo que ya solo ‘queremos ver a Jesús y estar con Él’, como esos griegos de los que nos habla el Evangelio de hoy que ya han oído hablar de Jesús, pero que quieren dar un paso más. Y a eso es a lo que se nos invita ahora que ya está por terminar este tiempo cuaresmal, a dar un paso más, a ir un poco más allá, a ir madurando en nuestro seguimiento de Jesús.
El Evangelio de hoy nos presenta a un grupo de peregrinos griegos que llegan a celebrar la Pascua de los Judíos. Se acercan a Felipe con una petición: “Queremos ver a Jesús”. No es una curiosidad. Es un deseo profundo de conocer el misterio que se encierra en aquel hombre de Dios. También a ellos les puede hacer bien. Su intención es buena. ¿Y nosotros? ¿Queremos ver a Jesús? ¿Buscamos a Jesús? ¿Nos mueve el acercarnos a la persona de Jesús? O, somos de aquellos que nos quedamos atrás, que no buscamos al Señor, que creemos lo hemos encontrado, pero en el fondo nuestra vida está vacía. Esta Cuaresma debe ser eso, “una búsqueda de Jesús”, un “querer ver a Jesús”.
El Evangelio además nos presenta un gran desafío. Jesús nos dice: “Les aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.
Volvamos nuestra mirada a Jesús. El Papa Francisco nos dice: “Jesús ha llevado al mundo una esperanza nueva y lo ha hecho como la semilla: se ha hecho pequeño pequeño, como un grano de trigo; ha dejado su gloria celeste para venir entre nosotros: ha “caído en la tierra”. Pero todavía no es suficiente. Para dar fruto Jesús ha vivido el amor hasta el fondo, dejándose romper por la muerte como una semilla se deja romper bajo tierra”.
Y este vivir el amor hasta el extremo, que no es otra cosa que una muerte de cruz, es también el punto más alto del amor. En esta entrega total de amor podemos decir que “ha germinado la esperanza”.
Si alguien pregunta: ¿Cómo nace la esperanza?, nuestra respuesta debe ser: “De la cruz. Mira la cruz, mira al Cristo Crucificado y de allí te llegará la esperanza que ya no desaparece, esa que dura hasta la vida eterna”
Hoy igual que aquellos griegos, también nosotros indiscutiblemente queremos ver a Jesús, entonces creo que deberíamos preguntarnos: ¿cómo hemos recorrido este camino cuaresmal?¿Ha sido un camino que nos ha llevado a encontrarnos con Dios y con el hermano? ¿Ha sido un camino de transformación de nuestras vidas? ¿Hemos dado pasos de conversión o ha sido una Cuaresma más en nuestras vidas? Estamos a tiempo, Dios nos espera, Dios sale a esperarnos, es el Padre que quiere que volvamos a Él para acogernos con los brazos abiertos y con su corazón misericordioso.
Fuentes:
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://www.arquidiocesisdequito.com.ec/queremos-ver-a-jesus.html
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2024/03/17/56036/
- https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/comentario-del-domingo
Palabra de Vida Mes de Marzo 2024. “Crea en mi, oh Dios un corazón puro, renueva en mi interior un espíritu firme”. Sal 51,12 https://www.focolare.org
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Marzo 2024.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.