https://youtu.be/r7dfyH4jncw
- Hch 3, 1-10
- Sal 104
- Lc 24, 13-35
Hoy la liturgia, nos hace un enérgico llamado a no perder la fe, a abrir nuestro corazón y nuestros ojos para reconocerlo, sobre todo en la Eucaristía.
El tiempo de la Pascua nos regresa a la frescura de la vida evangélica vivida por la primera comunidad, como lo acabamos de leer en el textos de los Hechos; en donde lo sobrenatural era la cosa más natural, en donde los milagros eran el medio para que el mundo creyera en la resurrección y se adhiriera a la Iglesia.
Nos dice el texto que “Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración”. Y es la constatación, una vez más, de que los cristianos de las primeras comunidades iban juntos, no solos, a participar de la oración y, a la vez, juntos transmitían el mensaje de Jesús al encontrarse con alguien que estaba necesitado de ayuda.
Ellos dos “fijando en él los ojos” le dicen que los mire. Y le dan lo que tienen: el mensaje de liberación de Jesús.
Jesús nuestro referente y modelo: El Maestro de la Mirada. Él nos amó primero porque nos miró primero, sacando lo mejor de nosotras. De Él hemos aprendido –y no lo podemos olvidar – que debemos mirar a toda persona que nos encontremos, con mirada que recupera, que recoge miradas perdidas, despistadas, o derrotadas.
Tampoco nosotras tenemos dinero para alimentar a tantos; ni casa y calor para acoger a tantos otros, ni influencia con los poderosos para hacerles parar las guerras, cambiar el orden establecido y humanizar el mundo. Pero lo que tenemos se lo damos: una mirada sin miedo, sin ira, sin vergüenza y sin prisas. Una mirada que les lleve cariño, respeto, ternura, solidaridad y justicia. Una mirada que les devuelva la dignidad de hijos de Dios.
Entonces, como Pedro y Juan, les habremos dado a nuestros hermanos lo que tenemos. Y se levantarán, se animarán, lucharán… y el Reino irá creciendo.
Jesús había dicho a sus apóstoles: “Ustedes harán cosas más grandes que las que yo hice”. Los signos y prodigios que Dios sigue realizando entre nosotros tienen como objetivo manifestarle al mundo que su Palabra es actual y verdadera, que Él continúa actuando en todos aquellos que se ofrecen a ser sus mensajeros, y tú puedes ser uno de ellos.
El Evangelio nos asegura que Jesús está vivo y continúa siendo el centro sobre el cual se construye la comunidad de los discípulos. Es precisamente en este contexto eclesial —en el encuentro comunitario, en el diálogo con los hermanos que comparten la misma fe, en la escucha comunitaria de la Palabra de Dios, en el amor compartido en gestos de fraternidad y de servicio— que los discípulos pueden realizar la experiencia del encuentro con Jesús resucitado.
El pasaje de Emaús comienza con la apullante sensación de una derrota. Dos de los discípulos de Jesús, que le habían seguido durante su vida pública, que habían presenciado sus milagros, que se habían sentido amados como nunca antes lo habían experimentado, regresan a sus quehaceres anteriores tristes y desanimados: Jesús ha muerto, las esperanzas han quedado defraudadas y todo ese futuro prometedor se ha visto truncado. Vuelven sin ganas y sin esperanza. Qué hermoso resulta contemplar a Cristo que les sigue y se les va acercando, porque les ama con locura. Qué bello es ese cariño del pastor que sigue a sus ovejas para levantarles de sus tristezas. Lo mismo hace con nosotros: no quiere ser espectador de nuestras vidas, que nos contempla como alguien ajenao. Él desea ser protagonista, desea participar de todo lo que nos sucede, porque todo aquello que nos ocurre le ocurre a Él, porque nuestros miedos son los suyos, nuestras alegrías las suyas y nuestros sueños los suyos. Se pone a su lado, a su altura, para caminar con ellos, aunque no son capaces de reconocerle.
Vemos como los discípulos aunque iban cargados de tristes pensamientos, y no imaginaban que aquel desconocido fuese precisamente su Maestro, ya resucitado. Sí sentían «arder» su corazón (cf. Lc 24,32), cuando Él les hablaba, «explicando» las Escrituras y la luz de la Palabra disipaba la dureza de su corazón y «sus ojos se abrieron» (cf. Lc 24, 31).
El icono de los discípulos de Emaús nos sirve para guiar el largo camino de nuestras dudas, inquietudes y a veces amargas desilusiones. El divino Viajante sigue siendo nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro se vuelve pleno, la luz de la Palabra sigue a la luz que brota del «Pan de vida», por el cual Cristo cumple de modo supremo su promesa de «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
Renovemos en esta Pascua el deseo de reconocer a Jesús en la fracción del pan. Notemos que en la Eucaristía Él hace lo mismo que con los discípulos de Emaús: se acerca a nosotros, se interesa por nuestras vidas, nos explica las Escrituras y parte para nosotros ese pan que fortalece nuestras almas. Señor, quiero ser alma de Eucaristía. Que la Eucaristía sea la fuente de mi vida para que nunca vaya por el camino derrotado y sin esperanza.
El Papa Emérito Benedicto XVI explicó que «el anuncio de la Resurrección del Señor ilumina las zonas oscuras del mundo en el que vivimos».
Por eso on el Salmista, “cantemos al Señor con alegría, demos gracias y relatemos sus prodigios…”
¡Felices Pascuas de Resurrección!
Bibliografía:
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2023/04/12/reconocerle-en-la-eucaristia/
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
Palabra de Vida Mes de Abril 2023
“ Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra.” (Col 3,2) https://ciudadnueva.com.ar/categoria/palabra-de-vida/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.