https://youtu.be/onQLoOR8tdQ
- Ez 18, 21-28
- Sal 129
- Mt 5, 20-26
La liturgia de hoy nos confronta con nuestra realidad evasiva ante nuestras actitudes negativas, enmascarándolas como injustas y nos exhorta a vivir como verdaderos cristianos, buscando el perdón y perdonando cada vez que sea necesario.
Entonces, la primera lectura nos quiere despertar la conciencia hoy de que no son las situaciones externas las que hacen que la persona viva o muera, no es el hecho de encontrarse cautivos en Babilonia, no son los pecados de sus padres o de sus antepasados lo que les lleva a la muerte; ni son las obras justas o buenas del pasado las que hoy pueden darles vida.
Esto dice el Señor: “Si el pecador se arrepiente de los pecados cometidos, guarda mis preceptos y practica la rectitud y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá; no me acordaré de los delitos que cometió: vivirá a causa de la justicia que practicó. ¿Acaso quiero yo la muerte del pecador, dice el Señor, y no más bien que enmiende su conducta y viva?
Aquí viene el paso decisivo del Señor de lo antiguo a lo nuevo, la pregunta pronunciada por boca del profeta de parte de Dios con un amor entrañable para que resuene en tu interior: ¿acaso piensas que me complazco en tu muerte… y no en que cambies de conducta y vivas? cfr. Ez 18, 23
Esta es una exhortación a no buscar culpables fuera sino a reconocer que nos equivocamos, que pecamos; que muchas veces murmuramos y pensamos mal, considerando injusto el proceder misericordioso de Dios.
El Salmista nos dice “Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón, y así infundes temor.
Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora.
Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Hoy en el evangelio, el Señor al igual que la Palabra de Vida de este mes:«Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mc 6, 12); al hablarnos de lo que ocurre en nuestros corazones, nos incita a convertirnos.
El mandamiento dice «No matarás» (Mt 5,21), pero Jesús nos recuerda que existen otras formas de privar de la vida a los demás. Podemos privar de la vida a los demás abrigando en nuestro corazón una ira excesiva hacia ellos, o al no tratarlos con respeto e insultarlos («imbécil»; «renegado»: cf. Mt 5,22).
Es momento de reflexionar si nuestro sueño por la comunión nos hace cerrar los ojos ante la realidad del pecado contra la comunión. Y es que todos somos conscientes de cómo, descrito con duras palabras del Papa Francisco, “la mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Además, algunos dejan de vivir una pertenencia cordial a la Iglesia por alimentar un espíritu de internas. Más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se siente diferente o especial”.
Y todos podemos conmovernos con el Papa, al que le “duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas”.Y también todos sabemos que nos falta mucho por responder al deseo del Papa de que “todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente, y cómo os acompañáis”.
Por eso, cada vez que hayamos causado brechas en la comunión eclesial, o nos hayamos dejado arrastrar por la murmuración, la queja sistemática, o la difamación, o simplemente hayamos cejado en el empeño por promoverla, así como cada vez que hayamos sido objeto, como parte de la Iglesia o de una comunidad eclesial, de estas brechas, corrientes y omisiones que dañan la comunión, estamos llamados a perdonar, a implorar el perdón y a prodigar el perdón.
Porque debemos ser claros, el Señor nos llama a ser personas íntegras: «Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,24), es decir, la fe que profesamos cuando celebramos la Liturgia debería influir en nuestra vida cotidiana y afectar a nuestra conducta. Por ello, Jesús nos pide que nos reconciliemos con nuestros enemigos.
Chiara Lubich, fundadora del Movimiento Los Focolares afirma “Arreglen las pequeñas o grandes discrepancias que desagradan al Cielo y amargan la vida, no dejes que se ponga el sol –como dice la Escritura– sobre tu enfado con todos. Si así lo hacen, todo lo que hagan será agradable a Dios y permanecerá en la eternidad”.
Un primer paso en el camino hacia la reconciliación es rogar por nuestros enemigos, como Jesús solicita. Si se nos hace difícil, entonces, sería bueno recordar y revivir en nuestra imaginación a Jesucristo muriendo por aquellos que nos disgustan. Si hemos sido seriamente dañados por otros, roguemos para que cicatrice el doloroso recuerdo y para conseguir la gracia de poder perdonar. Y, a la vez que rogamos, pidamos al Señor que retroceda con nosotros en el tiempo y lugar de la herida —reemplazándola con su amor— para que así seamos libres para poder perdonar.
Para ello deberemos entrenarnos en el arte de la humildad, de la gratitud, y de la reconciliación, porque sólo desde la humildad nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones, estarán transidas por dos palabras: perdón y gracias, pues con la palabra gracias podremos regenerar continuamente la comunión, y con la palabra perdón, con la corrección fraterna, con la ascesis y la mística del saber esperar, preparar y servir la mesa de la reconciliación, podremos recomponer siempre la comunión, ya que no otra cosa es la comunidad cristiana que “una comunidad de perdonados y perdonadores”, dócil al mandato de San Pablo: “como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta. Qué la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. Sed también agradecidos” (Col. 3, 9-15).
En palabras de Benedicto XVI, «si queremos presentarnos ante Él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias».
Ahora que vamos de camino, reconciliémonos con Dios, por medio de Jesucristo, conozcamos su amor y confiemos en Él. Apropiémonos por la fe de la justificación que nos regala para que, una vez que nos presentemos ante el Juez justo y misericordioso, podamos pronunciar esta la hermosa oración sobre las ofrendas que hoy nos regala la liturgia: Acepta, Señor, estas ofrendas con las que has querido reconciliarte con los hombres y por las que nos devuelves, con amor eficaz, la salvación eterna.
Bibliografia:
- Chiara Lubich, Palabras para vivir pp163-164.
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2022/03/11/viernes-11-de-marzo-de-2022-primero-reconciliate/
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
- https://www.vaticannews.va/es/evangelio-de-hoy.html
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
Palabra de Vida Mes de Marzo 2022
«Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mc 6, 12) https://www.focolare.org/espana/es/news/2022/02/27/marzo-2022/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Marzo 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.