https://youtu.be/8h8LXBC5wZc
- 2 Sam 18, 9-10. 14, 24-25. 30-19, 3
- Sal 85
- Mc 5, 21-43
En La Palabra de Vida de este mes: “Al que venga a mí no lo echaré fuera» (Jn 6, 37, Jesús revela que Él mismo es el signo del amor de Dios; es más, él es el Hijo que ha recibido del Padre la misión de acoger y llevar de nuevo a su casa a toda criatura, en particular a toda persona humana, creada a imagen de Él. Sí, porque el Padre mismo ha tomado ya la iniciativa y atrae a todos hacia Jesús (cf. Jn 6, 44), poniendo en el corazón de cada uno el deseo de una vida plena, es decir, de la comunión con Dios y con sus semejantes.
Así pues, Jesús no rechazará a nadie por muy lejos que pueda sentirse de Dios, porque esta es la voluntad del Padre: no perder a nadie.
En una sociedad que nos instruye sobre la venganza, y en medio de una gran deshumanización, este pasaje de la primera lectura, nos invita a volver nuestros ojos al amor y al perdón. En nuestra vida, habrá siempre alguien que no esté de acuerdo con nuestras ideas e incluso, con nuestra misma vida; tampoco faltará la ocasión para que esto lo lleve a buscar causarnos un mal.
Este texto que acabamos de leer, nos muestra una historia de intrigas, traiciones, asesinatos, deslealtades… en el seno de la familia del rey David, y de las que él no queda al margen.
La lucha por el poder, que quiebra el mundo de las relaciones, incluidas las más “sagradas” (de padres e hijos), que deshumaniza, que destroza a los protagonistas y a su entorno, en este caso a todo un pueblo.
Es precisamente ahí, en donde se muestra con toda claridad nuestro ser cristiano. No dejemos nunca que el rencor o la opresión de los demás nos nublen nuestro corazón con el sentimiento de venganza. Demos rienda suelta al amor y pidamos con todo nuestro corazón que emerjan de nosotros los sentimientos de perdón y de reconciliación.
El hombre que ha hecho de Dios su principio y fortaleza, no se alegra de la muerte de sus enemigos, pues el amor de Dios lo posee y lo lleva a considerar las cosas desde un plano superior.
David, al saber de la muerte de su hijo, quien le buscaba para matarlo y apoderarse así del trono, se entristece y, es tanto el amor que le tiene, que preferiría haber muerto en lugar de él.
El Salmo nos invita a orar y comunicarle al Señor nuestra necesidad de su protección, pedirle compasión para con cada uno de nosotros “puesto que eres bueno y clemente y todo amor con quien tu nombre invoca”.
“Así es la misericordia de Dios, nos explica el Papa Francisco. Debemos tener valor e ir hacia Él, pedir perdón por nuestros pecados y seguir adelante. Con valor, como hizo esta mujer. Luego, la «salvación» asume múltiples connotaciones: ante todo devuelve la salud a la mujer; después la libera de las discriminaciones sociales y religiosas; además, realiza la esperanza que ella llevaba en el corazón anulando sus miedos y sus angustias; y por último, la restituye a la comunidad liberándola de la necesidad de actuar a escondidas. La salvación que Jesús dona es una salvación total, que reintegra la vida de la mujer en la esfera del amor de Dios y, al mismo tiempo, la restablece con plena dignidad.”
En los evangelios los milagros parecen depender de dos cosas. Son como las dos condiciones que han concurrir simultáneamente para que se produzcan, aunque la segunda condición a veces Dios se la salta si quiere.
Lo primero es que alguien tenga el poder de Dios: queda fuera de toda duda, si hay alguien que pueda hacer un milagro ese es Dios, y Jesús es consciente de que tiene ese poder.
Lo segundo sería que haya fe de por medio. Dios no es un mago ni un ilusionista que quiera dar un espectáculo. En el pasaje de hoy se relatan dos milagros. En ambos casos se menciona la fe como llave para el milagro: “Hija, tu fe te ha salvado”, “No temas, tan solo ten fe”. Cuando Jesús sana a la mujer está rodeado por una muchedumbre que lo apretuja, la gente que había ido a escucharlo, la gente que le había visto hacer milagros, la gente que creía en El. Estaba como rodeado de una atmósfera de fe. Cuando se va a la casa con Jairo sabe que se va a encontrar un ambiente hostil («se burlaban de El», como el señor que mencionábamos al principio), por eso se lleva a Pedro, Juan y Santiago con El, quizá para que haya esa atmósfera de fe que faltaba en la casa.
Y cuando hay fe los milagros suceden, están ahí, en el evangelio. Los milagros no son todo el evangelio pero sin los milagros el evangelio está incompleto. ¿Creemos?
En dos grandes lecciones de fe para nosotros, hemos reflexionado hoy. Desde las páginas del Evangelio, Jairo y la mujer que sufría hemorragias, juntamente con tantos otros, nos hablan de la necesidad de tener una fe inconmovible. Podemos hacer nuestra aquella bonita exclamación evangélica: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad» (Mc 9,24).
Una fe que desafía todo y se lanza a tocar a Jesús; aquella que pensaba que no era digna de que Jesús le dedicara tiempo, la que no se atrevía a molestar al Maestro ni a aquellos judíos tan influyentes. Sin hacer ruido, se acerca y, tocando la borla del manto de Jesús, “arranca” su curación y ella enseguida lo nota en su cuerpo. Pero Jesús, que sabe lo que ha pasado, no la quiere dejar marchar sin dirigirle unas palabras: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5,34).
O en el caso de los padres de la niña, quienes, no obstante la evidencia de la muerte de la niña, dejan que Jesús haga las cosas a su manera. A Jairo, Jesús le pide una fe todavía más grande. Como ya Dios había hecho con Abraham en el Antiguo Testamento, pedirá una fe contra toda esperanza, la fe de las cosas imposibles. Le comunicaron a Jairo la terrible noticia de que su hijita acababa de morir. Nos podemos imaginar el gran dolor que le invadiría en aquel momento, y quizá la tentación de la desesperación. Y Jesús, que lo había oído, le dice: «No temas, solamente ten fe» (Mc 5,36). Y como aquellos patriarcas antiguos, creyendo contra toda esperanza, vio cómo Jesús devolvía la vida a su amada hija.
Creer significa confiar aun ante la evidencia contraria; creer significa tomar los riesgos de ser criticados, creer es actuar, diría el apóstol Santiago. Muchas veces nuestra fe queda sólo a nivel de razón y no de actuación.
La verdadera fe es notoria pues expresa, sin lugar a dudas, la confianza y el abandono total en Dios. ¿Cómo es tu fe? ¿Es una fe intelectual o es una fe que ante la evidencia contraria continua diciendo: No entiendo Señor, pero creo que tú me amas y que harás lo que sea mejor para mí y para los míos?
Bibliografía
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/
https://www.vaticannews.va/es/evangelio-de-hoy.html
http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
https://oracionyliturgia.archimadrid.org/category/comentario-a-las-lecturas/
https://ciudadnueva.com.ar/categoria/palabra-de-vida/
Palabra de Vida Mes de Febrero 2022
«Al que venga a mí no lo echaré fuera» (Jn 6, 37) https://www.focolare.org/espana/es/news/2022/01/31/febrero-2022/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.