Nos dice el Papa Francisco: “…Para comprender la belleza de la celebración eucarística deseo empezar con un aspecto muy sencillo: la misa es oración, es más, es la oración por excelencia, la más alta, la más sublime, y el mismo tiempo la más «concreta». De hecho es el encuentro de amor con Dios mediante su Palabra y el Cuerpo y Sangre de Jesús. Es un encuentro con el Señor.
Pero primero debemos responder a una pregunta. ¿Qué es realmente la oración? Esta es sobre todo diálogo, relación personal con Dios. Y el hombre ha sido creado como ser en relación personal con Dios que encuentra su plena realización solamente en el encuentro con su creador. El camino de la vida es hacia el encuentro definitivo con Dios. El libro del Génesis afirma que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, el cual es Padre e Hijo y Espíritu Santo, una relación perfecta de amor que es unidad. De esto podemos comprender que todos nosotros hemos sido creados para entrar en una relación perfecta de amor, en un continuo donarnos y recibirnos para poder encontrar así la plenitud de nuestro ser.
La eucaristía nos va regalando cada vez que la celebramos, al propio Jesús, cuya mesa compartimos siempre con alegría y gratitud, pero sobre todo con la conciencia de estar volviendo a entrar en el misterio pascual de su vida, pasión, muerte y resurrección.
La venida del Espíritu Santo en Pentecostés nos reafirma esa presencia de Jesús en nuestra vida y en nuestra liturgia. Él dijo a sus discípulos que no los dejaría solos, que les enviaría un defensor, un amigo. Es el Espíritu Santo, que juega un rol especial en la celebración de la eucaristía. En ella así invocamos al Padre: “Te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu”, y “que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo”.
Son oraciones que piden al Padre que su Espíritu venga, como en Pentecostés, a fortalecer a los seguidores de Jesús. En la eucaristía lo invocamos dos veces: la primera antes del relato de la institución, orando con las manos extendidas sobre el pequeño trozo de pan y el poco de vino que serán el cuerpo y la sangre de Cristo, y la segunda después del relato de la institución, sobre la asamblea reunida, que es, ella misma, cuerpo de Cristo.
Con su palabra, y con el pan y el vino, el Señor mismo nos ha ofrecido los elementos esenciales del culto nuevo. La Iglesia, su Esposa, está llamada a celebrar día tras día el banquete eucarístico en conmemoración suya. Introduce así el sacrificio redentor de su Esposo en la historia de los hombres y lo hace presente sacramentalmente en todas las culturas. Este gran misterio se celebra en las formas litúrgicas que la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, desarrolla en el tiempo y en los diversos lugares.[23] A este propósito es necesario despertar en nosotros la conciencia del papel decisivo que desempeña el Espíritu Santo en el desarrollo de la forma litúrgica y en la profundización de los divinos misterios. El Paráclito, primer don para los creyentes,[24] que actúa ya en la creación (cf. Gn 1,2), está plenamente presente en toda la vida del Verbo encarnado; en efecto, Jesucristo fue concebido por la Virgen María por obra del Espíritu Santo (cf. Mt 1,18; Lc 1,35); al comienzo de su misión pública, a orillas del Jordán, lo ve bajar sobre sí en forma de paloma (cf. Mt 3,16 y par.); en este mismo Espíritu actúa, habla y se llena de gozo (cf. Lc 10,21), y por Él se ofrece a sí mismo (cf. Hb 9,14). En los llamados « discursos de despedida » recopilados por Juan, Jesús establece una clara relación entre el don de su vida en el misterio pascual y el don del Espíritu a los suyos (cf. Jn 16,7). Una vez resucitado, llevando en su carne las señales de la pasión, Él infunde el Espíritu (cf. Jn 20,22), haciendo a los suyos partícipes de su propia misión (cf. Jn 20,21). Será el Espíritu quien enseñe después a los discípulos todas las cosas y les recuerde todo lo que Cristo ha dicho (cf. Jn 14,26), porque corresponde a Él, como Espíritu de la verdad (cf. Jn 15,26), guiarlos hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13). En el relato de los Hechos, el Espíritu desciende sobre los Apóstoles reunidos en oración con María el día de Pentecostés (cf. 2,1-4), y los anima a la misión de anunciar a todos los pueblos la buena noticia. Por tanto, Cristo mismo, en virtud de la acción del Espíritu, está presente y operante en su Iglesia, desde su centro vital que es la Eucaristía.
El Espíritu Santo, que juega un rol especial en la celebración de la eucaristía, se comprende el papel decisivo del Espíritu Santo en la Celebración eucarística y, en particular, en lo que se refiere a la transustanciación. Todo ello está bien documentado en los Padres de la Iglesia. San Cirilo de Jerusalén, en sus Catequesis, recuerda que nosotros « invocamos a Dios misericordioso para que mande su Santo Espíritu sobre las ofrendas que están ante nosotros, para que Él transforme el pan en cuerpo de Cristo y el vino en sangre de Cristo. Lo que toca el Espíritu Santo es santificado y transformado totalmente ».También san Juan Crisóstomo hace notar que el sacerdote invoca el Espíritu Santo cuando celebra el Sacrificio: como Elías dice, el ministro invoca el Espíritu Santo para que, « descendiendo la gracia sobre la víctima, se enciendan por ella las almas de todos ».Es muy necesario para la vida espiritual de los fieles que tomen conciencia más claramente de la riqueza de la anáfora: junto con las palabras pronunciadas por Cristo en la última Cena, contiene la epíclesis, como invocación al Padre para que haga descender el don del Espíritu a fin de que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, y para que « toda la comunidad sea cada vez más cuerpo de Cristo ».El Espíritu, que invoca el celebrante sobre los dones del pan y el vino puestos sobre el altar, es el mismo que reúne a los fieles « en un sólo cuerpo », haciendo de ellos una oferta espiritual agradable al Padre.
Es bueno hacer un esfuerzo para profundizar la conciencia de la acción del Espíritu Santo en nuestras celebraciones litúrgicas. Él es el Espíritu del Amor, que nos congrega en asamblea de hermanos y hermanas, y aquél de quien decimos en el Prefacio de la misa de Pentecostés: “que congregó en la confesión de una misma fe a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas; … el mismo Espíritu (que) sigue vivificando a tu Iglesia, e inspira a todos los hombres de buena voluntad que buscan tu reino”
En las plegarias eucarísticas de la Reconciliación es donde las epíclesis sobre el pueblo tienen su mayor desarrollo. En la primera leemos: “Mira con amor, Padre de bondad, a quienes llamas a unirse a ti, y concédeles que, participando del único sacrificio de Cristo, formen, por la fuerza del Espíritu Santo, un solo cuerpo en el que no haya ninguna división”; y en la segunda se dice: “En la participación de este banquete concédenos tu Espíritu, para que desaparezca todo obstáculo en el camino de la concordia y la Iglesia resplandezca en medio de los hombres como signo de unidad e instrumento de tu paz”.
Así, el Espíritu Santo irrumpe en cada misa con una doble tarea. En primer lugar, la de “santificar” los dones recién presentados del pan y del vino. Es decir, apartarlos de su uso habitual y consagrarlos a su sentido litúrgico: poco después serán el Cuerpo y la Sangre de Cristo que alimentará a su pueblo en el camino del discipulado. Se invoca al Espíritu para que esos sencillos frutos de la tierra y de la vida diaria, que son alimento del cuerpo, sean alimento del espíritu, fuerza para vivir el Evangelio.
En segundo lugar, se le atribuye al Espíritu Santo la tarea de crear y fortalecer en la Iglesia la comunión, la unidad, la paz y la concordia. Se lo invoca entonces como ese Espíritu de Pentecostés, que permite entenderse a la muchedumbre que habla en diversas lenguas, que crea entre los discípulos una comunión profunda, espiritual, más allá de sus diferencias humanas. La fórmula de la quinta plegaria, que lo invoca como “Espíritu del Amor”, evoca la carta de san Pablo a los Romanos, donde el apóstol afirma que Dios “al darnos el Espíritu Santo, ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rom 5,5). El amor es el fundamento de la unidad de los creyentes.
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Recopilado por Rosa Otárola D, /
Mayo 2020
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.
Bibliografía:
- http://www.seminarioconcepcion.cl/el-espiritu-santo-en-la-eucaristia-articulo-temas_de_formacion-1288366578.html
- http://www.es.catholic.net/op/vercapitulo/6535/el-espiritu-santo-y-la-eucaristia.html
- http://www.vatican.va/news_services/liturgy/insegnamenti/documents/ns_lit_doc_santa-messa-papa-francesco_sp.html