La Oración Eucarística es el momento culminante de toda la celebración.
Es una plegaria de acción de gracias y santificación
El sacerdote invita a los fieles a levantar el corazón hacia Dios y a darle gracias a través de la oración que él, en nombre de toda la comunidad, va a dirigir al Padre por medio de Jesucristo.
Hay distintas plegarias eucarísticas, que contienen estos elementos:
Prefacio
El significado etimológico de la palabra Prefacio es: Cosa que se dice o se escribe como introducción para lo que es el asunto principal de un discurso o tratado.
La Plegaria Eucarística se inicia con el Prefacio, que es un canto de acción de gracias a Dios, por todos sus beneficios.
Aclamación de todo el pueblo con el sacerdote
Se reza el Santo, Santo, Santo, que es una alabanza solemne a Dios.
Invocaciones o epíclesis
La Iglesia implora el poder divino para que los dones ofrecidos por los hombres queden consagrados y se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo
Conmemoración de los vivos
El sacerdote puede decir los nombres por quienes tiene intención de orar, o bien junta las manos y ora por ellos unos monentos. Luego, con las manos extendidas, ruega por los reunidos en la Asamblea.
Conmemoración de los santos
Narración de la Institución y consagración
El centro de la Plegaria Eucarística lo ocupa la narración de la Institución y la Consagración.
Este es el momento de mayor recogimiento en el que el sacerdote recitando las palabras de Jesús en la Última Cena, convierte el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Scott Hahn, hablando de su conversión al catolicismo, afirma que empezó siendo cuando ya era un teólogo y ministro presbiteriano con años de experiencia en el ministerio de las congregaciones de la Iglesia Presbiteriana en EE.UU., y profesor de Teología en el Seminario Teológico de Chesapeake. Como estaba convencido de que la Iglesia católica era mala, y se jactaba de haber convertido a algunos católicos al verdadero cristianismo y empieza a investigar sobre la Eucaristía y se convierte al Catolicismo.
El narra en su libro La Cena del Cordero:” Allí estaba yo, de incógnito: un ministro protestante de paisano, deslizándome al fondo de una capilla católica de Milwaukee para presenciar mi primera Misa. Me había llevado hasta allí la curiosidad, y todavía no estaba seguro de que fuera una curiosidad sana. Estudiando los escritos de los primeros cristianos había encontrado incontables referencias a «la liturgia», «la Eucaristía», «el sacrificio». Para aquellos primeros cristianos, la Biblia el libro que yo amaba por encima de todo era incomprensible si se la separaba del acontecimiento que los católicos de hoy llamaban « la Misa».
Quería entender a los primeros cristianos; pero no tenía ninguna experiencia de la liturgia. Así que me convencí para ir y ver, como si se tratara de un ejercicio académico, pero prometiéndome continuamente que ni me arrodillaría, ni tomaría parte en ninguna idolatría.
Me senté en la penumbra, en un banco de la parte de más atrás de aquella cripta. Delante de mí había un buen número de fieles, hombres y mujeres de todas las edades. Me impresionaron sus genuflexiones y su aparente concentración en la oración. Entonces sonó una campana y todos se pusieron de pie mientras el sacerdote aparecía por una puerta junto al altar.
Inseguro de mí mismo, me quedé sentado. Como evangélico calvinista, se me había preparado durante años para creer que la Misa era el mayor sacrilegio que un hombre podría cometer. La Misa, me habían enseñado, era un ritual que pretendía «volver a sacrificar a Jesucristo». Así que permanecería como mero observador. Me quedaría sentado, con mi Biblia abierta junto a mí.
Sin embargo, a medida que avanzaba la Misa, algo me golpeaba. La Biblia ya no estaba junto a mí. Estaba delante de mí: ¡en las palabras de la Misa! Una línea era de Isaías, otra de los Salmos, otra de Pablo. La experiencia fue sobrecogedora. Quería interrumpir a cada momento y gritar: «Eh, ¿puedo explicar en qué sitio de la Escritura sale eso? ¡Esto es fantástico!» Aún mantenía mi posición de observador. Permanecía al margen hasta que oí al sacerdote pronunciar las palabras de la consagración: «Esto es mi Cuerpo… éste es el cáliz de mi Sangre».
Sentí entonces que toda mi duda se esfumaba. Mientras veía al sacerdote alzar la blanca hostia, sentí que surgía de mi corazón una plegaria como un susurro: «¡Señor mío y Dios mío. Realmente eres tú!»
Desde ese momento, era lo que se podría llamar un caso perdido. No podía imaginar mayor emoción que la que habían obrado en mí esas palabras. La experiencia se intensificó un momento después, cuando oí a la comunidad recitar: «Cordero de Dios… Cordero de Dios… Cordero de Dios», y al sacerdote responder: «Éste es el Cordero de Dios…», mientras levantaba la hostia.
En menos de un minuto, la frase «Cordero de Dios» había sonado cuatro veces. Con muchos años de estudio de la Biblia, sabía inmediatamente dónde me encontraba. Estaba en el libro del Apocalipsis, donde a Jesús se le llama Cordero no menos de veintiocho veces en veintidós capítulos. Estaba en la fiesta de bodas que describe San Juan al final del último libro de la Biblia. Estaba ante el trono celestial, donde Jesús es aclamado eternamente como Cordero. No estaba preparado para esto, sin embargo…: ¡estaba en Misa!”
A propósito del rezo del Santo, nos dice: “La liturgia es una parusía anticipada, la irrupción del “ya” en el “todavía no””, como escribió el cardenal Joseph Ratzinger. Cuando vuelva Jesús al final de los tiempos, no tendrá ni un ápice más de gloria que la que tiene ahora mismo sobre los altares y en los sagrarios de nuestras iglesias. Dios habita entre los hombres, ahora mismo, porque la Misa es el cielo en la tierra.
Quiero aclarar que esta idea; la idea que está detrás de este libro no es nada nueva, y ciertamente no es mía. Es tan antigua como la Iglesia, y la Iglesia nunca se ha apartado de ella, aunque haya estado perdida en el barajarse de las controversias doctrinales durante los últimos siglos.
No podemos descartar esta interpretación como si se tratara de piadosos deseos de un puñado de santos y eruditos. Porque la idea de la Misa como “el cielo en la tierra” es ahora la enseñanza explícita de la fe católica. La encontrarás, por ejemplo, en varios lugares de la exposición más básica de la fe católica, el Catecismo de la Iglesia Católica:
“Realmente, en una obra tan grande [la liturgia] por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su Esposa amadísima, que invoca a su Señor y por Él rinde culto al Padre Eterno”… la cual [la liturgia] participa en la liturgia celestial” (n. 1136).
¡Nuestra liturgia participa en la liturgia celestial! ¡Eso dice el Catecismo! Y aún hay más: “La liturgia es “acción” del “Cristo total” […]. Los que desde ahora la celebran participan ya, más allá de los signos, de la liturgia del cielo […]” (n. 1136).
En Misa, ¡ya estamos en el cielo! No es que lo diga yo, o un puñado de teólogos muertos. Lo dice el Catecismo. El Catecismo cita también el mismo pasaje del Vaticano II que me impactó con tanta fuerza en los meses anteriores a mi conversión a la fe católica:
“En la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor con todo el ejército celestial […]” (n. 1090).
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Agosto 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.