En esta oportunidad viviendo los albores de esta Pascua, quisiera nos adentráramos un poco en este misterio Pascual, La Eucaristia.
Iniciamos con la Oración colecta de este día en la que le acabamos de pedir al Señor que con fervor nos preparemos para celebrar debidamente el Misterio Pascual.
La expresión “Misterio pascual” es como el hilo conductor de toda la liturgia, como puede apreciarse en la constitución conciliar “Sacrosantum Concilium”. Efectivamente, todo el culto cristiano (Eucaristía, sacramentos, año litúrgico, día del Señor, etc.) es como una actualización de los misterios de Cristo, y especialmente de su muerte y glorificación. El momento culminante es la celebración eucarística (SC 47). De este modo, la humanidad de Cristo, unida a la persona del Verbo y prolongada en el tiempo, sigue siendo “instrumento de nuestra salvación” (SC 5).
La “Pascua” del antiguo pueblo de Israel, como “paso” hacia la tierra prometida, ha encontrado su cumplimiento en la “Pascua” de Cristo, es decir, su “paso” hacia el Padre, por medio de su muerte sacrificial y de su resurrección gloriosa. La Pascua se hace realidad viviente en la Iglesia y en todo cristiano, a partir del bautismo y, de modo especial, con la celebración eucarística. En este sentido se dice que “la Iglesia nunca ha dejado de celebrar el misterio pascual” (SC 6).
La Iglesia va más allá los límites de la liturgia, aunque siempre en relación con ella, para hacer de la Pascua una realidad viviente en cada cristiano, como resurrección y vida nueva en Cristo (cfr. Col 3,1-4; 1Pe 2,5), y para anunciar el misterio pascual de Cristo a todos los pueblos (Hech 2,32-41).
La vida y vocación cristiana es de participación en el misterio pascual. Efectivamente, todo “bautizado” está llamado a un proceso de muerte al pecado y de resurrección, para participar en la vida en Cristo (Rom 6,3-11). Toda Misa entra en el •Misterio Pascual en cuanto que en su estructura reproduce el “Sacramentum Itzschale”. Es el memorial de la muerte de CRISTO pero no en cuanto esta muerte es un hecho aislado, sino en cuanto es el punto culminante de la economía de la salvación.
Lo que vemos cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, la misa, nos hace ya intuir lo que estamos por vivir. En el centro del espacio destinado a la celebración se encuentra el altar, que es una mesa, cubierta por un mantel, y esto nos hace pensar en un banquete. Sobre la mesa hay una cruz, que indica que sobre ese altar se ofrece el sacrificio de Cristo: es Él, el alimento espiritual que allí se recibe, bajo los signos del pan y del vino. Junto a la mesa está el ambón, es decir, el lugar desde el que se proclama la Palabra de Dios: y esto indica que allí se reúnen para escuchar al Señor que habla mediante las Sagradas Escrituras, y, por lo tanto, el alimento que se recibe es también su Palabra.
Palabra y pan en la misa se convierten en una sola cosa, como en la Última Cena, cuando todas las palabras de Jesús, todos los signos que realizó, se condensaron en el gesto de partir el pan y ofrecer el cáliz, anticipo del sacrificio de la cruz, y en aquellas palabras: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo… Tomad, bebed, ésta es mi sangre».
El mismo Jesús no puede pronunciar en la Cena esas palabras, “Este es mi cuerpo que será entregado… Esta es mi sangre que será derramada”, si luego en la vida no vive esa entrega radical.
Por eso la celebración de la Eucaristía nos urge a continuar hoy en nuestras vidas esa entrega radical de Jesús.
Hacer memoria de Cristo es más que realizar un acto cultual: es aceptar vivir bajo el signo de la cruz y en la esperanza de la resurrección. Es aceptar el sentido de una vida que llegó hasta la muerte, a manos de los grandes de este mundo, por amor a los demás. El “memorial” del crucificado nos urge a vivir la solidaridad y la defensa de los últimos, arriesgando nuestra propia persona hasta el conflicto y la cruz.
Por eso la Eucaristía es, también, mucho más que un acto de compartir que deja intactas las causas de la injusticia que hay en el mundo. El “memorial” del Crucificado exige compromiso y lucha no sólo por nuestras propias reivindicaciones, sino por los derechos y aspiraciones de los últimos; y no sólo de manera teórica, sino en situaciones y conflictos concretos.
No se puede celebrar “el memorial” de un ejecutado, si no es arriesgando nuestra seguridad por la misma causa por la que él murió. Sabremos que estamos con el crucificado cuando sintamos en nosotros mismos las reacciones, las críticas y los ataques de los grandes de este mundo, a quienes no interesan la verdad de los pobres y las exigencias de la justicia de Dios.
La gran contradicción de nuestras eucaristías es que recordamos y anunciamos la cruz, mientras rehuimos la pasión. Y, ciertamente, nadie nos crucificará si nos limitamos a compartir en alguna medida nuestros bienes, dejando intactas las causas de la injusticia o abandonando toda lucha por una sociedad más humana.
El gesto de Jesús realizado en la Última Cena, es la gran acción de gracias al Padre por su amor, por su misericordia. Y recordemos que “Acción de gracias» en griego, se dice «eucaristía». Y por ello el sacramento se llama Eucaristía: es la suprema acción de gracias al Padre, que nos ha amado tanto que nos dio a su Hijo por amor. He aquí por qué el término Eucaristía resume todo ese gesto, que es gesto de Dios y del hombre juntamente, gesto de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
La Eucaristía constituye la cumbre de la acción de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, vuelca, en efecto, sobre nosotros toda su misericordia y su amor, de tal modo que renueva nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Es por ello que comúnmente, cuando nos acercamos a este sacramento, decimos «recibir la Comunión», «comulgar»: esto significa que en el poder del Espíritu Santo, la participación en la mesa eucarística nos conforma de modo único y profundo a Cristo, haciéndonos pregustar ya ahora la plena comunión con el Padre que caracterizará el banquete celestial, donde con todos los santos tendremos la alegría de contemplar a Dios cara a cara.
Es un don tan grande y, por ello, es tan importante participar en la misa el domingo, no sólo para rezar, sino para recibir la Comunión, este pan que es el cuerpo de Jesucristo que nos salva, nos perdona, nos une al Padre. ¡Es hermoso hacer esto! Y todos los domingos participamos de la misa, porque es precisamente el día de la resurrección del Señor. Por ello el domingo es tan importante para nosotros. Y con la Eucaristía sentimos precisamente esta pertenencia a la Iglesia, al Pueblo de Dios, al Cuerpo de Dios, a Jesucristo.
La celebración del domingo con la Eucaristía, en las primeras comunidades cristianas, tiene su fundamento en el gran acontecimiento que los evangelios presentan este día: la Resurrección de Jesucristo. De esta forma, el nexo de unión entre el domingo y la Eucaristía es la presencia del Resucitado en la comunidad eclesial que se reúne, y va a marcar toda la historia del domingo.
El Papa Francisco, nos indica: “Qué significa para cada uno de nosotros participar en el sacrificio de la misa y acercarnos a la mesa del Señor. ¿Estamos buscando esa fuente que «fluye agua viva» para la vida eterna, que hace de nuestra vida un sacrificio espiritual de alabanza y de agradecimiento y hace de nosotros un solo cuerpo con Cristo? Este es el sentido más profundo de la santa eucaristía, que significa «agradecimiento»: agradecimiento a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que nos atrae y nos transforma en su comunión de amor.
El Señor está ahí con nosotros, presente. Muchas veces nosotros vamos ahí, miramos las cosas, hablamos entre nosotros mientras el sacerdote celebra la eucaristía… y no celebramos cerca de Él. ¡Pero es el Señor!
Si hoy viniera aquí alguna persona muy importante del mundo, seguro que todos estaríamos cerca de él, querríamos saludarlo. Pero pienso: cuando tú vas a misa, ¡ahí está el Señor! Y tú estas distraído. ¡Es el Señor! Debemos pensar en esto. «Padre, es que las misas son aburridas” —«pero ¿qué dices, el Señor es aburrido?» —«No, no, la misa no, los sacerdotes»—«Ah, que se conviertan los sacerdotes, ¡pero es el Señor quien está allí!».
La misa es ir a encontrar la pasión y la resurrección del Señor. La eucaristía es un suceso maravilloso en el cual Jesucristo, nuestra vida, se hace presente. Participar en la misa «es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se hace presente en el altar para ser ofrecido al Padre por la salvación del mundo»
La resurrección de Jesús nos revela que Dios es alguien que pone vida donde los hombres ponen muerte, alguien que genera vida donde los hombres la destruyen. Por eso, entrar en la dinámica de la resurrección es luchar por la vida y enfrentarnos a la muerte bajo todas sus formas. La experiencia pascual exige una posición inequívoca y práctica por la vida. El que celebra la Eucaristía animado por la resurrección de Cristo es un hombre llamado a hacerse presente allí donde se produce muerte, destrucción, homicidio, hambre, esclavitud… para luchar por la vida. Hacerse presente allí donde se destruye, se deteriora o se aniquila la vida, para luchar por una vida más sana, más digna, más plena.
A veces olvidamos que la resurrección de Jesús es la reacción de Dios ante la injusticia criminal de quienes lo han crucificado. El gesto de Dios resucitando a Jesús nos descubre no sólo el triunfo de la omnipotencia de Dios sobre la muerte, sino también la victoria de la justicia de Dios por encima de las injusticias de los hombres.
Por eso, entrar en la dinámica de la resurrección del crucificado es ponerse de parte de los crucificados. Al celebrar la Eucaristía hemos de preguntarnos si estamos del lado de los que crucifican o de los que son crucificados, del lado de aquellos que matan la vida y destruyen al hombre o de aquellos que “mueren” de alguna manera por defender a los crucificados.
Una vida crucificada en el servicio a los últimos y en defensa de los crucificados es la mejor expresión de una celebración de esa Eucaristía que es “memorial de la muerte y resurrección” de Jesús.
Los relatos pascuales describen con frecuencia la experiencia del encuentro con el resucitado en el marco de una comida (Lc 24,41; Jn 21,9-13; Mc 16,14) Pedro dirá: “Nosotros comimos y bebimos con él después de que resucitó de entre los muertos” (Hch 10,41).
Es particularmente significativo el relato de Emaús, que constituye una especie de transición entre la presencia pascual del Resucitado y su presencia sacramental en la eucaristía. Recordemos que los discípulos reconocen al Resucitado “al partir el pan” término técnico para designar la cena eucarística.
Estos y otros indicios llevan hoy a los investigadores a afirmar que la Eucaristía hunde sus raíces en la experiencia del encuentro vivo con el Resucitado. Los cristianos no celebraban una mera repetición de la última cena del Jueves Santo como banquete de despedida. En la Eucaristía se hace presente el Señor, el “Kyrios”, el que viene del futuro, de la vida definitiva. Es la Resurrección la que hace posible la presencia real, viva y operante de Cristo en la asamblea eucarística. Sin la resurrección del Señor no solo es vana nuestra fe; son vanas y vacías también nuestras eucaristías.
Por eso no es de extrañar que la tradición cristiana haya designado a la Eucaristía “paschale mysterium”, o misterio pascual. F.X. Durwell dice que “la eucaristía es una forma permanente de la aparición pascual”. Jesús resucita para nosotros sacramentalmente en la cena eucarística. La Eucaristía es “memorial de la muerte y resurrección” de Jesús (canon II), y es esta última la que alimenta la esperanza y el aliento de los creyentes para seguir al Crucificado. Olvidar la dimensión pascual de la Eucaristía sería ahogar la esperanza cristiana. Cristo resucitado se nos ofrece hoy como pan compartido para la vida eterna. Este es el Misterio Pascual de la Eucaristía.
Canción:
https://revistas.javeriana.edu.co/index.php/teoxaveriana/article/download/28843/23789
https://mercaba.org/Pastoral/PROY_EV_EU/Proyecto_4-5.htm
https://www.biblia.work/diccionarios/misterio-pascual/
https://revistas.javeriana.edu.co/index.php/teoxaveriana/article/download/28843/23789
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.