Nos dice el Papa Francisco comentando el evangelio del Lc 8, 19-21 ( de hoy 22 -09-2020); Para escuchar la Palabra de Dios, la Palabra de Jesús basta abrir la Biblia, el Evangelio.
Pero estas páginas no deben ser leídas, sino escuchadas. “Escuchar la Palabra de Dios es leer eso y decir: “¿Pero qué me dice a mí esto, a mi corazón? ¿Qué me está diciendo Dios a mí, con esta palabra?.” Y nuestra vida cambia.
Cada vez que nosotros hacemos esto, abrimos el Evangelio, leemos un pasaje y nos preguntamos: “Con esto Dios me habla, ¿me dice algo a mí? Y si dice algo, ¿qué cosa me dice?.” Esto es escuchar la Palabra de Dios, escucharla con los oídos y escucharla con el corazón.
Abrir el corazón a la Palabra de Dios…Y Dios no habla solo a todos; sí, habla a todos, pero habla a cada uno de nosotros”
En la misa, las lecturas tienen un contenido “espiritual”; las palabras y los episodios de la Biblia no son solamente narrados, sino revividos: la memoria se hace realidad y presencia. Lo que sucedió “en aquel tiempo”, tiene lugar “en este tiempo”, “hoy” (hodie), como le gusta expresarse a la liturgia. Nosotros no sólo somos oyentes de la palabra, sino interlocutores y actores en ella. A nosotros, allí presentes, se nos dirige la palabra; somos llamados a asumir el puesto de los personajes evocados.
No se nos leen para aburrirnos con historias pasadas de un pueblo que ni siquiera es el nuestro. Cuando escuchemos las lecturas de la Misa, lo primero que debemos CREER es que lo que escuchamos es “Palabra de Dios”; no Palabra escrita para regañar, ni para dar datos sin importancia, sino Palabra de Dios que nos es dada cada misa como Buena Noticia.
En su Palabra Dios nos irá mostrando lo que Jesús leyó en la sinagoga aquel sábado de Nazaret, y de lo cual dijo “esta Escritura se cumple hoy”: Jesús vino enviado por Dios Padre, en el poder del Espíritu Santo, a anunciarnos una buena nueva, a vendar nuestros corazones rotos, a liberarnos de las cadenas del pecado, a sacarnos del calabozo de la tristeza, de la soledad, de la depresión; a darnos diadema de fiesta de alegría, en lugar de espíritu abatido.
Dentro de la misa las lecturas no se leen, se proclaman. Es probable que te estés preguntando por qué usar la palabra “proclamar” y no “leer”, al fin y al cabo, ¿No son lo mismo? La respuesta es… No, son dos cosas diferentes.
Leer la Palabra de Dios es lo que hacemos cuando estamos por nuestra cuenta. Por ejemplo, cuando por las mañanas dedicas un rato a revisar el Evangelio del día estás “leyendo” la Palabra, porque lo haces para ti mismo y buscas entender por tu cuenta lo que Dios quiere decirte.
Sin embargo, cuando se te invita a proclamar las lecturas durante la Celebración Eucarística, el sentido es muy diferente. En este caso cargas con una misión: ¡Tú serás el encargado de transmitir al pueblo lo que Dios quiere comunicarle! A través de lo que tú proclames, el Señor va a actuar en el corazón de los que lo escuchan para producir frutos de vida eterna en ellos.
Entendiendo esta diferencia, seguro que la próxima vez que vayas a ayudar con las lecturas en la Misa querrás hacerlo de la mejor forma y para eso, aquí tienes algunos consejos:
- Repasa las lecturas. Lo más importante de todo es que los asistentes a Misa puedan entender el mensaje que les estás comunicando y para eso hace falta decirlo como es. Es muy común que, si hay palabras complicadas o nombres que no conocemos y no se han repasado con anterioridad las lecturas, al momento de estar frente a la gente nos confundamos y los confundamos a ellos. Por eso, siempre es recomendable leer una o dos veces las lecturas antes de la Misa. Esto no quiere decir que hay que aprendérselas de memoria, pero así al menos los nombres que no conocemos no nos tomarán por sorpresa.
- Tómate tu tiempo para comenzar. Recuerda que cuando estás en Misa no debe haber prisas. Ve hacia el ambón tranquilamente y antes de subir al presbiterio realiza una inclinación de cabeza. Al llegar, asegúrate que la lectura es la correcta y en caso de tener micrófono acomódalo. Al leer hazlo con pausa, deja que las palabras vayan penetrando el corazón de quienes escuchan. Al terminar retírate sin prisa y haz la inclinación.
- Usa una buena entonación y un buen volumen. Dependiendo de si tienes micrófono o no, de si la iglesia es grande o chica, de si hay mucha o poca gente y de muchos otros factores, vas a tener que leer de manera distinta. Siempre adáptate a la situación en la que estés y proclama las lecturas con seguridad, piensa que estás transmitiendo nada más y nada menos que lo que Dios quiere que esa gente escuche. Para ello, pronuncia las palabras completas, no corras al leer, has pausas según los signos de puntuación y habla con voz alta y clara. Todos hemos pasado alguna vez por la penosa experiencia de asistir a Misa y no entender ni una palabra de las lecturas, así que esfuérzate para hacerlo de la mejor manera posible.
- Si puedes, haz contacto visual. Otra cosa que ayuda mucho a que la gente ponga más atención en las lecturas, es hacer contacto visual con ellas. Está claro que no vamos a aprendernos las lecturas de memoria, pero sí podemos de vez en cuando levantar la vista para decir algunas palabras o en alguna de las pausas. Lo que definitivamente sí puedes hacer sin problema es revisar de dónde se toma la lectura (por ejemplo: Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios) y decirlo viendo hacia la gente, lo mismo al terminar las lecturas con el “Palabra de Dios”, son a lo mucho unas diez palabras fáciles de recordar y que pueden cambiar mucho la atención que se pone a la Palabra de Dios.
- Pon atención en el Salmo. Al proclamar el Salmo hay que tener especial atención para que la gente sepa cuándo debe responder, por lo que el ritmo con el que se lee y las pausas que se hacen son muy importantes. Al mismo tiempo, es importante que el lector repita también la respuesta, pues puede haber quienes no hayan puesto atención la primera vez o hayan olvidado cómo responder.
Finalmente, lo más importante es siempre recordar que no por pasar a proclamar las lecturas nosotros somos los actores principales dentro de la Celebración Eucarística, el importante es siempre Cristo. Por eso, nunca trates de sobresalir o te esfuerces en mejorar para quedar bien tú. Por el contrario, trabaja para hacerlo mejor y que la gente que asiste a Misa pueda entender, asimilar y meditar mejor lo que Jesús quiere transmitirles.
Del misal Romano.
Silencio 56. La Liturgia de la Palabra se debe celebrar de tal manera que favorezca la meditación; por eso hay que evitar en todo caso cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento. Además conviene que durante la misma haya breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea reunida, gracias a los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, se saboree la Palabra de Dios en los corazones y, por la oración, se prepare la respuesta. Dichos momentos de silencio pueden observarse oportunamente, por ejemplo, antes de que se inicie la misma Liturgia de la Palabra, después de la primera lectura, de la segunda y, finalmente, una vez terminada la homilía.[60 |
La liturgia de la palabra comprende:
Primera Lectura Cuando se toma del Antiguo Testamento, Dios nos habla a través de la historia del pueblo de Israel y de sus profetas. Se toma del Nuevo Testamento durante la Pascua, o en la celebración de la memoria de un apóstol, y tiene como objetivo narrar las vivencias despés de la resurrección de Cristo y de la primera comunidad cristiana.
Salmo Responsorial: Después de la primera lectura sigue el salmo responsorial, que es parte integral de la liturgia de la Palabra y de por sí tiene una gran importancia litúrgica y pastoral, por cuanto favorece la meditación de la Palabra de Dios.
La palabra salmo es de origen griego y significa tocar un instrumento y al mismo tiempo cantar, aunque el pueblo hebreo le dio el significado de alabanza. Un salmo es un poema religioso cuya finalidad es venerar a Dios. Normalmente estos poemas se convierten en cantos y forman parte de la liturgia en las iglesias.
El salmo responsorial será el correspondiente a cada lectura y normalmente se tomará del Leccionario.
Segunda Lectura: En el Nuevo Testamento, Dios nos habla a través de los apóstoles. Tanto la primera como la segunda lectura terminan con la expresión: Es palabra de Dios. Esto no es una aclaración, sino una confesión de fe.
Aleluya: Significa en hebreo: “alabad al Señor”. Se canta siempre, salvo en Cuaresma.
En la Pascua, Dios revela su fuerza. La fuerza del amor trinitario, que en el Señor resucitado ha vencido a la muerte. Por eso cantamos aleluya, aunque en el mundo amenacen las sombras de la muerte. Porque el contenido de la revelación pascual es esperanza liberadora.
Con él, la asamblea de los fieles recibe y saluda al Señor que va a hablarles, le glorifica y festeja en la Palabra que se dispone a escuchar y cuya acogida manifiesta de antemano con el saludo respetuoso y gozoso que dirige al Señor de esa Palabra. Porque le reconoce presente en esa proclamación que va a hacerse del Evangelio, la asamblea se pone de pie y canta a Jesucristo con esa aclamación de homenaje y júbilo que es el Aleluya.
La expresión del aleluya tiene un carácter marcadamente pascual por lo que está especialmente indicada para los domingos y días festivos. Es la aclamación pascual por excelencia, la que oímos resonar con fuerza la Noche de Pascua: «El sacerdote, terminada la epístola, entona por tres veces el Aleluya elevando gradualmente la voz y repitiéndolo la asamblea.» (Caeremoniale Episcoporum 352). Una vez entonado el Aleluya en tan solemne noche, ya no se volverá a omitir durante todo el tiempo pascual. Su canto será uno de los distintivos de este tiempo litúrgico.
El Aleluya se canta en todos los tiempos litúrgicos, excepto en el tiempo de Cuaresma, en el que, en lugar del Aleluya se canta el verso que presenta el Leccionario antes del Evangelio, llamado tracto o aclamación.Al ser una aclamación jubilosa su forma normal es el canto. El Aleluya debe ser cantado por toda la asamblea, no sólo por el cantor o coro que lo empieza. No es una letra que se canta, una “lectura cantada”, como el salmo responsorial, sino una música con algo de letra, un canto aclamativo en el que lo más importante es el hecho mismo del canto jubiloso. Por eso, al contrario que el salmo responsorial que “se canta o se recita”, el Aleluya «si no se canta puede omitirse» (OGMR 39). Si no se canta pierde todo su sentido de aclamación.-
La función ministerial del Aleluya es acompañar la procesión del evangeliario por lo que en cierto modo es también un canto procesional. Existe el movimiento procesional desde que el diácono pide la bendición y se dirige al ambón para proclamar el Evangelio. Pero no es esa su única función ya que no siempre hay procesión. «El Aleluya o, según el tiempo litúrgico, el versículo antes del Evangelio, tienen por sí mismos el valor de rito o de acto.» (Introducción al Leccionario 23). Eso significa que tiene entidad propia y que no es la conclusión de la segunda lectura sino que inicia la proclamación del Evangelio. La asamblea se pone de pie para cantarlo.
La estructura de este canto es sencilla: aclamación-Aleluya, versículo y aclamación-Aleluya. Normalmente el Aleluya es triple ya que, una vez proclamado el Evangelio se puede repetir la aclamación como respuesta y agradecimiento al Señor que nos ha hablado con su Palabra.
Evangelio:
Del Misal Romano:
133. Entonces si el Evangeliario está en el altar, lo toma y, precedido por los ministros laicos que pueden llevar el incensario y los cirios, se dirige al ambón, llevando el Evangeliario un poco elevado. Los presentes se vuelven hacia el ambón para manifestar especial reverencia hacia el Evangelio de Cristo. 134. Ya en el ambón, el sacerdote abre el libro y, con las manos juntas, dice: El Señor esté con ustedes; y el pueblo responde: Y con tu espíritu; y en seguida: Lectura del Santo Evangelio, signando con el pulgar el libro y a sí mismo en la frente, en la boca y en el pecho, lo cual hacen también todos los demás. El pueblo aclama diciendo: Gloria a Ti, Señor. Si se usa incienso, el sacerdote inciensa el libro (cfr. núms. 276-277). En seguida proclama el Evangelio y al final dice la aclamación Palabra del Señor, y todos responden: Gloria a Ti, Señor Jesús. El sacerdote besa el libro, diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio. 135. Si no hay un lector, el mismo sacerdote proclama todas las lecturas y el salmo, de pie desde el ambón. Allí mismo, si se emplea, pone y bendice el incienso, y profundamente inclinado, dice Purifica mi corazón. 136. El sacerdote, de pie en la sede o en el ambón mismo, o según las circunstancias, en otro lugar idóneo pronuncia la homilía; terminada ésta se puede guardar unos momentos de silencio |
El sacerdote besa el libro de los Evangelios: Besar el Evangelio es un gesto de fe en la presencia de Cristo que se nos comunica como la Palabra verdadera.
Al hacerlo el sacerdote dice en voz baja: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”. Esta frase expresa el deseo de que la Palabra evangélica ejerza su fuerza salvadora perdonando nuestros pecados
La Instrucción General del Misal Romano establece: “Ya en el ambón, el sacerdote abre el libro y, con las manos juntas, dice: El Señor esté con ustedes; y el pueblo responde: Y con tu espíritu; y en seguida: Lectura del Santo Evangelio, signando con el pulgar el libro y a sí mismo en la frente, en la boca y en el pecho, lo cual hacen también todos los demás. El pueblo aclama diciendo: Gloria a Ti, Señor” (IGMR 134).
Este gesto que hacemos todos los fieles junto con el sacerdote, no debe ser pasado por alto ni visto como un simple rito que hay que seguir. En ese momento, cuando nos hacemos esas señales de la cruz, hablando con Dios nuestro Señor, con ello le decimos al Señor “Abre mi mente, mi boca y mi corazón a tu palabra Señor, expresamos que, el relato del Evangelio que estamos por escuchar, penetre nuestra mente y se aloje en nuestros labios, para luego salir a compartirlo a los demás; y que al mismo tiempo, permanezca en nuestro corazón como un fuego que no se apaga.
Continua el Papa Francisco en su Catequesis sobre la Eucaristía: “la misma liturgia distingue el Evangelio de las otras lecturas y lo rodea de particular honor y veneración[3]. De hecho, su lectura está reservada al ministro ordenado, que termina besando el libro; se escucha de pie y se hace el signo de la cruz en la frente, sobre la boca y sobre el pecho; los cirios y el incienso honran a Cristo que, mediante la lectura evangélica, hace resonar su palabra eficaz. De estos signos la asamblea reconoce la presencia de Cristo que le dirige la «buena noticia» que convierte y transforma. Es un discurso directo el que sucede, como prueban las aclamaciones con las que se responde a la proclamación: «Gloria a ti, Señor Jesús» o «Te alabamos Señor». Nos levantamos para escuchar el Evangelio: es Cristo quien nos habla, allí. Y por esto nosotros estamos atentos, porque es un coloquio directo. Es el Señor que nos habla.
Por tanto, en la misa no leemos el Evangelio para saber cómo fueron las cosas, sino que escuchamos el Evangelio para tomar conciencia de lo que Jesús hizo y dijo una vez; y esa Palabra está viva, la Palabra de Jesús que está en el Evangelio está viva y llega a mi corazón. Por esto, escuchar el Evangelio es tan importante, con el corazón abierto, porque es Palabra viva. Escribe san Agustín que «la boca de Cristo es el Evangelio. Él reina en el cielo, pero no cesa de hablar en la tierra»[4]. Si es verdad que en la liturgia «Cristo anuncia todavía el Evangelio»[5], como consecuencia, participando en la misa, debemos darle una respuesta. Nosotros escuchamos el Evangelio y debemos dar una respuesta en nuestra vida.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Setiembre 2020
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.