Quisiera deternerme, unos días, en uno de los artículos más reveladores que me he encuentrado sobre la Consagración, es del Cardenal Raniero Cantalamessa Ofmcap; cardenal católico italiano de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos y teólogo. Ha fungido como predicador de la Casa Pontificia desde 1980, durante los pontificados de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco
La consagración
Jesús, después de haber partido el pan y mientras lo daba a sus discípulos, dijo: Tomad, comed, éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros (Mt 26, 26; Lc 22, 19). Quiero contar, a propósito de esto, mi pequeña experiencia, es decir cómo llegué a descubrir la dimensión eclesial y personal de la consagración eucarística.
2.1. Tomad, comed: esto es mi cuerpo
Desde mi ordenación yo vivía de este modo el momento de la consagración en la santa misa: cerraba los ojos, inclinaba la cabeza, trataba de aislarme de todo aquello que me rodeaba para ensimismarme sólo en Jesús que, en el cenáculo, antes de morir, pronunció por primera vez aquellas palabras: Tomad, comed… La misma liturgia favorecía este comportamiento, haciendo pronunciar las palabras de la consagración en voz baja y en latín, inclinados sobre las especies, revueltos hacia el retablo y no hacia la asamblea.
Después, un día me di cuenta de que tal comportamiento, por sí solo, no expresaba todo el significado de mi participación en la consagración. ¡Aquel Jesús del cenáculo ya no existe!, ahora existe el Jesús resucitado; para ser exactos, el Jesús que había muerto y que ahora vive para siempre (cfr. Ap 1, 18). Y este Jesús es el “Cristo total”, Cabeza y cuerpo inseparablemente unidos. Así pues, si este Cristo total es el que pronuncia las palabras de la consagración, también yo las pronuncio con él. En el gran “Yo” de la Cabeza, se esconde el pequeño “yo” del cuerpo que es la Iglesia. Está también mi pequeñísimo “yo” y también él dice a quien está delante: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros.
Desde el día en que comprendí esto, ya no cierro los ojos en el momento de la consagración, sino que miro a los hermanos que tengo delante o, si celebro solo, pienso en aquellos que encontraré durante el resto de la jornada y a los que tendré que dedicar mi tiempo, o pienso incluso en toda la Iglesia y, dirigido a ellos, digo como Jesús: Tomad, comed, esto es mi cuerpo.
Algunas palabras de san Agustín, se encargaron más tarde de despejar cualquier duda sobre esta intuición mía, haciéndome ver que esta actitud pertenecía a la doctrina más “sana” de la tradición: “En el sacramento del altar se le muestra que, ofreciendo a Dios la oblación, la Iglesia se ofrece a sí misma (in ea re quam offert, ipsa offertur)” .
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Enero 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.