Alteraciones afectivas y cognitivas y Mitos acerca del duelo.
Alteraciones afectivas
Se refiere a los sentimientos, a lo emocional, el área en la que se encuentra el deudo en ese momento.
Tristeza: Es el sentimiento más común y persistente en todo el proceso de duelo y el primero que reaparece cuando, tiempo después, se recuerda el hecho. Este sentimiento no se manifiesta necesariamente a través de la conducta de llorar, pero sí lo hace así a menudo. Llorar es una señal que evoca una reacción de comprensión y protección por parte de los demás y establece una situación social en la que las leyes normales de conducta competitiva se suspenden (Parkes y Weiss, 1983 (1)). La tristeza suele presentarse junto con sentimientos de soledad, cansancio e indefensión.
Rabia: La rabia y la agresividad son reacciones secundarias a la angustia y se soportan mucho mejor que ésta debido al sentimiento de actividad que producen. Pueden ser predominantes en una primera fase de duelo. Según Worden , el enfado proviene de dos fuentes: 1) de una sensación de frustración ante el hecho de que no había nada que se pudiera hacer para evitar la muerte, y 2) de una especie de experiencia regresiva que se produce después de la pérdida de alguien cercano. En la pérdida de cualquier persona importante hay una tendencia a la regresión, a sentirse desamparado, incapaz de existir sin esa persona, y luego a experimentar enfado y frustración. El sentimiento más frecuente ante la frustración de una necesidad es la cólera, y con ella, el despertar de la agresividad.
Este es un impulso que una vez activado puede manifestarse en muchas formas, sean estas imaginarias, verbales o las más frecuentes, de agresividad física hacia objetos o sobre todo hacia otras personas. Es decir, que la hostilidad no siempre va dirigida hacia la causa de la frustración, sino que puede ser desplazada hacia otros sujetos o incluso puede revertir en uno mismo. La rabia y agresividad que siente el deudo es indiscriminada, y se vivencia hacia el exterior, hacia uno mismo y hacia el fallecido. Puede provocar secundariamente conflictos con los demás, favorecer los intentos de suicidio e intensos sentimientos de culpa cuando tiene conciencia de que el muerto u otras personas inocentes son objeto de su ira.
En conclusión, los sentimientos de ira o cólera y su conducta derivada, la agresividad, pueden surgir de forma primaria, como consecuencia de la ansiedad ante el peligro y la frustración por la insatisfacción de las necesidades de reunión del deudo. Otros sentimientos posteriores como la culpa, la disminución de la autoestima, los deseos de muerte o intentos de suicidio aparecerán, si lo hacen, en una elaboración mental posterior, en ese intento de la persona por comprender lo que le está ocurriendo y que no puede controlar. Pasado un primer momento, difícil de precisar, el mantenimiento de sentimientos hostiles implicaría un esfuerzo permanente por no dejar al muerto. Es decir, que mientras exista rabia contra alguien, siempre queda la esperanza de poder hacer algo, o la posibilidad mágica de que lo ocurrido pueda cambiar. Por tanto, la persistencia de la rabia es incompatible con una aceptación de la muerte.
• Culpa: Después de la tristeza, el sentimiento que más dolor produce es la culpa, que se puede acompañar de autorreproche. La culpa se debe a lo que se hizo y a lo que no se hizo y suele ser la causante de que se cometan muchos actos desesperados en el duelo y de que se sufra de forma exagerada. Ante la culpa, el doliente necesita sentir el perdón del otro pero, por la ausencia de éste, la situación se vuelve más compleja Como apunta Worden, la culpa se manifiesta normalmente respecto a algo que ocurrió o algo que se descuidó alrededor del momento de la muerte. La mayoría de las veces la culpa es irracional y se mitigará a través de la confrontación con la realidad.
• Ansiedad: La ansiedad en el superviviente puede oscilar desde una ligera sensación de inseguridad a fuertes ataques de pánico y cuanto más intensa y persistente sea la ansiedad más sugiere una reacción de duelo patológica. La ansiedad proviene normalmente de dos fuentes. La primera es que los supervivientes temen que no podrán cuidar de sí mismos solos. La segunda es que la ansiedad se relaciona con una conciencia más intensa de la sensación de muerte personal: la conciencia de la propia mortalidad aumentada por la muerte de un ser querido.
También puede aparecer ansiedad, como consecuencia de los miedos producidos al plantearse ahora, no sólo su propia salud y bienestar sino también la de los otros seres queridos. El miedo existe porque se ve la dualidad de los hechos; por un lado se desea seguir viviendo pero al mismo tiempo, el pensamiento dice que le puede pasar lo mismo que al que acaba de morir. En esa dualidad, encuentra su asidero el temor.
• Apego: Sin apego, no hay dolor. El apego a un ser humano es el que genera gran parte del dolor posterior ante su pérdida. Desapegarse es la búsqueda esencial para minimizar el dolor en las relaciones de todo tipo. Se logra en la medida en que se disfruta el presente, de tal manera y tan intensamente, que uno se ocupa de la acción. En el duelo, el apego hacia el ser querido ausente se puede desplazar a sus objetos, a sus “huellas”, y aunque parezca extraño, al dolor que produce su recuerdo porque así se siente al fallecido vivo y cercano. Es muy común que se vuelva necesario mantenerse triste, persistir en negar el pla- cer, mantener una expresión y actitud de víctima y sufriente, pues así se tiene “presente” al fallecido a cada momento, a la vez que se obtienen ganancias secundarias en el entor- no. El dolor y el sufrimiento de la pérdida pueden ser, en algunas personas, de naturaleza aditiva y por lo intenso de los síntomas, a dichas personas les generan tal dependencia que no pueden abandonarlos. Esta dependencia grande por el ser fallecido en vida hace que el deudo genere fácilmente nuevos apegos hacia otras personas o hacia su propio dolor. Esto puede llevar a duelos prolongados o patológicos.
• Ausencia de sentimientos: Después de una pérdida, algunas personas se sienten insen- sibles. La anestesia emocional o el embotamiento sensorial suelen ocurrir inmediatamente después de conocer la noticia de la muerte del ser querido. Suele durar desde unos instantes hasta unos días y es vivida como una extrañeza por no poder experimentar las emociones de dolor que naturalmente deberían sentirse. La persona permanece confusa, distraída y embotada sin tener claridad de lo que pasa. A menudo, es vivido con sentimiento de culpa por el deudo, al no estar sintiendo, en apariencia, un severo dolor, o por los cercanos que lo notan extraño y distante, no involucrado en las circunstancias del presente, funcionando de forma autómata. Probablemente ocurre porque hay demasiados sentimientos que afrontar y permitir que se hagan todos conscientes sería muy desbordante; así la persona experimenta la insensibilidad como una protección de su flujo de sentimientos.
Alteraciones Cognitivas
Se refiere a los cambios a nivel de creencias y conceptos, compromete la lucidez y la claridad mental, pudiendo generar malestar al no tener claro que está ocurriendo
• Trastornos de memoria, atención y concentración: Son comunes los trastornos en la atención porque el deudo se encuentra embebido en un río incesante de pensamientos y sentimientos que no puede controlar. Esto le dificulta la concentración. Además se pueden presentar pequeñas “lagunas” en la memoria, que suelen manifestarse como mecanismo de defensa ante hechos dolorosos; es frecuente que la capacidad de memorizar actos del presente –que no tengan alto impacto- disminuyan.
• Incredulidad, confusión: La incredulidad, es el primer pensamiento que se tiene cuando se conoce una muerte, especialmente si la muerte es súbita. Ya no se confía en lo que antes inspiraba confianza, todas las teorías que tenían influencia en nosotros pueden pasar por una dura prueba de credibilidad antes de ser de nuevo aceptadas como válidas. Todo ello, sumado al cansancio mental y físico, suele producir confusión, con pérdida de la lucidez previa al duelo.
• Preocupación, pensamientos repetitivos: Se trata de una obsesión con pensamientos sobre el fallecido. A menudo incluyen pensamientos obsesivos sobre cómo recuperar a la persona perdida. A veces la preocupación toma la forma de pensamientos intrusivos o imá- genes del fallecido sufriendo o muriendo. A veces, se quedan durante horas y días rumiando una misma idea, sobre todo un “supuesto si” -qué hubiera podido pasar si…, si yo hubiera llegado antes…, si hubiéramos estado en otro lugar…, etc.- que no les deja descansar.
• Sentido de presencia: La persona en duelo puede pensar que el fallecido aún está de alguna manera en la dimensión de espacio y tiempo de los vivos. Esto puede ocurrir durante los momentos posteriores a la muerte. A lo largo de los días, la sensación de presencia del ser querido va disminuyendo.
• Alucinaciones: Tanto las alucinaciones visuales como las auditivas se incluyen en esta lista de conductas normales porque son una experiencia normal de las personas en duelo. Suelen ser experiencias ilusorias pasajeras, muchas veces se producen en las semanas siguientes a la pérdida, y generalmente no presagian una experiencia de duelo más difícil o complicada. Aunque desconciertan a algunos, muchos otros las consideran útiles. Con todo el interés que despierta últimamente el misticismo y la espiritualidad, estamos de acuerdo con Worden, en que resulta interesante especular si son realmente alucinaciones o posiblemente algún otro tipo de fenómeno metafísico.
No es difícil deducir, después de todo lo anteriormente expuesto, que al perder a alguien cercano a nosotros todo nuestro sistema de creencias se viene abajo. Cuando alguien muere, no lloramos por el fallecido, en realidad, lloramos de miedo por nosotros mismos que nos sentimos solos y desvalidos, desamparados, abandonados en un mundo hostil. Nuestra confianza en la bondad de la vida, que por otra parte, no deja de ser una fantasía, desaparece bruscamente y se somete a una cruel prueba de realidad. Con la pérdida del vínculo, se derrumban todos nuestros sistemas de creencias, con los que antes éramos capaces de vivir con cierto opti- mismo en un mundo lleno de peligros. Se tambalean todos los mitos con los que convivimos, y en los que la mayoría de las personas se apoyan como si fueran valores absolutos (justicia social, existencia de un dios, la infalibilidad de la medicina, nuestra propia invulnerabilidad…).
En nuestra cultura occidental se nos ha enseñado que todo puede ser analizado y entendido desde un razonamiento lógico. Así, la persona en duelo, sufre súbitamente algo para lo que no está preparado y que le resulta incomprensible. Es cuando echa mano de las herramientas que normalmente le han enseñado a usar. Las leyes de la lógica siempre hablan de causalidad, es decir, que un hecho presentará a continuación unas consecuencias. El deudo solo ve las con- secuencias, esto es, la muerte de la persona con quien estaba vinculado, y automáticamente buscará la causa lógica de ese resultado. Pero normalmente, no le bastará con conocer la enfermedad que ha producido la muerte, ni siquiera la etiología de esa enfermedad, sino que tenderá a ir más atrás buscando el verdadero responsable de tal acontecimiento. De este modo, intentará aplicar teóricamente, todos sus conocimientos lógicos para comprender la cadena de hechos que terminaron con la muerte de la persona querida… pero aun así, no podrá acabar con su desasosiego, sabemos que esto nunca sucede.
Lo que llamamos pensamiento lógico-racional y del que tanto nos enorgullecemos por ser evolutivamente muy avanzado, no solo no nos sirve para explicar por completo nuestra realidad, sino que tampoco sirve para calmar nuestra angustia y nuestra necesidad de controlar nuestro mundo. Es entonces, cuando surge otra forma interpretativa de la realidad, filogenéticamente más antigua; presente de forma predominante en todos los pueblos primitivos y menos evidente en nuestra cultura, a lo que Olmeda se refiere como pensamiento mágico. Cuando una persona pierde al ser amado, se despierta en ella una intensísima e incontrolada serie de emociones y sentimientos, desconocidos para ella hasta entonces. Ve amenazada su supervivencia y el sistema racional de interpretación de la realidad no le sirve. Es entonces cuando se activará el pensamiento mágico para alcanzar una explicación sobre la muerte y sobre su nueva realidad externa e interna. El resto de aspectos no conflictivos seguirán siendo tratados con un razonamiento lógico.
De acuerdo con Olmeda, todo el mundo utiliza el razonamiento lógico o mágico según las situaciones, y especialmente empleará este último cuando se vea afectado por los hechos. No existe una regresión del pensamiento sino una activación mayor o menor de un tipo u otro de razonamiento, según la persona necesite. El mundo occidental no está tan inmerso como el primitivo en un sistema mágico de creencias, pero ante una crisis como puede ser un terremo- to, una guerra o la muerte de un ser querido, no solo afectará su seguridad física y puramen- te biológica, sino que también tambaleará su mundo creencial, que ya no le servirá para estar confiado.
Emerge, entonces, con gran intensidad un pensamiento mágico que únicamente trata de “reu- bicarle” en el mundo, al darle una nueva comprensión de los hechos. Paradójicamente, las per- sonas en duelo se ven continuamente rodeadas por otras personas que viven “instaladas” en un pensamiento racional predominante, y que son incapaces de entender desde ese sistema de referencias, cuál es el mundo real de la persona en duelo. Ella se encuentra absolutamente confundida, porque con su mente racional tampoco entiende lo que le está pasando. Simultáneamente, adopta un pensamiento mágico para entender lo que le ocurre, pero a la vez lo critica porque hasta entonces lo ha criticado, y le han hecho pensar que era infantil o primitivo.
Mitos
Existen varios mitos que se encuentran comúnmente sobre el duelo; algunos se explican aquí junto con nuevas formas de pensar sobre ellos, para que podamos todos tengan más confianza en cómo ofrecemos apoyo a quienes han experimentado la muerte de un ser querido:
Mito 1. “No menciones el nombre de la persona que murió, para no molestar a los afligidos.”
Es muy probable que la persona que ha experimentado una muerte reciente esté pensando en la persona que murió durante gran parte de sus días. Por lo general, es un esfuerzo no pensar en su ser querido. El hecho de que hable de su ser querido no aumentará el dolor, pero es probable que los afligidos lo reciban con alivio y agradecimiento por recordar a su persona especial. Sí, también pueden surgir lágrimas, pero usted no las causó; simplemente ayudó a los deudos a sentirse lo suficientemente cómodos como para compartirlas.
Mito 2. “Las personas que están en duelo deben ocuparse de otras cosas ysalir socialmente.”
Los deudos suelen tener poca energía y pueden tener más deseos de estar solos que antes de la muerte. Esta puede ser la forma en que la naturaleza ayuda a los deudos al obligarlos a reducir la velocidad para curar las heridas emocionales (al igual que una persona necesita descansar más después de una lesión física).
Mito 3. “Una persona en duelo no debe tomar decisiones importantes durante el primer año después de una pérdida.”
Mientras Es prudente no apresurarse a tomar decisiones después de una muerte; en ocasiones, las personas que escuchan este consejo pueden retrasar decisiones que pueden ser útiles durante su duelo. Por ejemplo, si se había planeado un cambio o mudanza antes de que ocurriera la muerte, la persona en duelo no tiene que detener esos planes si ese cambio será útil. Además, a veces una persona o familia puede necesitar hacer un movimiento para estar más cerca de los miembros de la familia que pueden brindar apoyo tanto emocional como con el cuidado de los niños después de la muerte de un cónyuge.
Mito 4. “Hay ciertas formas correctas e incorrectas de duelo.”
Hay no hay bien o mal con el dolor. Las personas se afligen a su manera, algunas son muy emocionales por fuera y otras más reticentes. Ambos pueden estar experimentando un profundo dolor, pero lo muestran de diferentes maneras. Sin embargo, hay ocasiones en las que se puede necesitar ayuda profesional. El asesoramiento puede estar indicado cuando las personas en duelo son autodestructivas en su dolor a través de adicciones u otros medios de autolesión, o son dañinas para los demás y no pueden controlar su ira.
Mito 5. “Existe un cierto período de tiempo en el que es normal el duelo.”
El dolor no tiene una línea de tiempo. Algunas personas pueden anticipar la pérdida y comenzar a llorar antes de la muerte. Otros no pueden darse el “lujo” de llorar inmediatamente después de la muerte porque tienen niños pequeños o padres ancianos que cuidar. Es posible que estas personas pongan en suspenso su dolor y que éste salga años después. Los niños pueden experimentar episodios repetidos de duelo con cada nueva etapa de desarrollo o evento especial de la vida (como una graduación o una boda). A veces, es posible que su dolor no se manifieste hasta que sean capaces de manejarlo mejor. Por ejemplo, un niño cuyo padre murió cuando ella tenía ocho años puede que no manifieste dolor exterior hasta el final de la adolescencia o hasta los veinte años.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Setiembre 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.