Nos explica el Papa Francisco, en una de las catequesis sobre la Eucaritía: …”la vida cristiana debe ser una vida que debe florecer en obras de caridad, en hacer el bien. Pero si no tienes raíces, no podrás florecer, y la raíz ¿quién es? Jesús! Si no estás con Jesús, allí, en la raíz, no florecerás. Si no riegas tu vida con la oración y los sacramentos, ¿tendrás flores cristianas? ¡No! Porque la oración y los sacramentos riegan las raíces y nuestra vida florece…
Recordad esto, este es un verso muy hermoso de mi país: “Lo que el árbol tiene de flor, viene de lo que tiene enterrado”. Nunca cortéis las raíces con Jesús.
Y continuemos ahora con la catequesis de la santa misa. La celebración de la misa, de la que estamos recorriendo los varios momentos, se ordena a la Comunión, es decir a unirnos con Jesús. La comunión sacramental, no la comunión espiritual, que puedes hacer en casa diciendo: “Jesús, yo querría recibirte espiritualmente”. No, la comunión sacramental, con el cuerpo y la sangre de Cristo. Celebramos la Eucaristía para alimentarnos de Cristo, que se nos da tanto en la Palabra como en el Sacramento del altar, para conformarnos a él…”
Y en una Celebración de Corpus Christian, afirma: “En el sacramento Eucarístico los cristianos encontramos la fuente de la verdadera vida, es el encuentro con Jesús que se ofrece en su Cuerpo y Sangre para alimentarnos espiritualmente, fortaleciéndonos para afrontar con la fuerza de Dios los males de este mundo.
La Eucaristía “es un alimento que restaura y nutre verdaderamente, sacia en sumo grado no el cuerpo, sino el corazón; no la carne, sino el espíritu; no las vísceras, sino el alma. El hombre tenía necesidad de un alimento espiritual, y el Salvador misericordioso proveyó, con piadosa atención, al alimento del alma con el manjar mejor y más noble”, expresaba el Papa Urbano IV en la bula con la que instituyó la celebración del Corpus Christi en 1264.
Podríamos entonces preguntarnos: “¿Por qué, si comulgamos con frecuencia, seguimos siendo tan tibios y tan perezosos si, como decía Santa Magdalena de Pazzi, bastaría una sola comunión bien hecha para elevarnos al más alto grado de perfección?”.
Y, es que quizás, porque comulgamos mecánicamente, recibiendo el sacramento, pero no siempre todos los frutos que de ella podríamos sacar.
Pero vayamos por partes. ¿Es obligatorio comulgar en cada Misa?
Como leemos en los Padres de la Iglesia, los primeros cristianos festejaban el día del Señor, el Dies Domini, con enorme fervor, al punto tal que los mártires de Abitinia llegaron a morir confesando que “sine Dominico non possumus” (es decir, “sin el domingo no podemos [vivir]”), al verse impedidos de asistir al culto eucarístico. Sin embargo ¿se comulgaba siempre que se iba a misa?
Sabemos que, hasta la alta edad media (s. XII), los fieles no comulgaban sino apenas unas tres veces al año: en Navidad, en Pascua y en Pentecostés (y algunos ni siquiera en esas fechas) y eso, a pesar de que asistían a la misa dominical y a las fiestas de guardar.
¿Por qué? Porque sucedía algo similar a lo que sucede hoy en día en el mundo “ortodoxo” (ruso, griego, etc.): existía una enorme conciencia de tan augusto sacramento; tanta que los fieles se preparaban espiritual y corporalmente para comulgar, cuando lo hacían, con un enorme deseo y un enorme fervor.
Había que no sólo (como ahora) estar en estado de gracia, sino también preparar el cuerpo con el ayuno correspondiente, ayuno que iba desde la noche anterior (la misa se hacía siempre de mañana). Sin embargo, a pesar de que estaba permitida, no toda la gente comulgaba, de allí que la Iglesia introdujera a partir del IV Concilio de Letrán (1215), el precepto que al día de hoy tenemos en nuestro Código de Derecho Canónico: “comulgar al menos una vez al año” (c. 929 § 1 del CIC).
La gente común y, aún los santos, no comulgaban sino raras veces al año, como Santa Brígida, Santa Clara, Santa Isabel de Portugal o San Luis Rey, quien, yendo a misa habitualmente, lo hacía sólo seis veces cada año. Fue recién a partir del siglo XIII que, en plena lucha contra los cátaros (que negaban el valor de ciertos sacramentos) surgirá una gran devoción hacia el Santísimo Cuerpo del Señor (de esta época es la solemnidad de Corpus Christi) y el inicio de una comunión sacramental con leve mayor frecuencia. Y fue sólo a principios del siglo XX que, luego de una gran disputa, la Iglesia mandó que los confesores no prohibiesen a sus penitentes comulgar con más frecuencia, siempre que se tuviesen las debidas disposiciones.
La fórmula de la comunión espiritual’ precede a las disposiciones; se adelanta a la explicación de las condiciones para la comunión sacramental, como presuroso en proponer el alto valor de la comunión espiritual, para entrar en la teología del sacrificio y del sacramento, con una sorprendente riqueza al desarrollar ahora: institución, presencia real, adoración, contenido, condición gloriosa en el cielo y en el Sagrario, relación con la Persona del Padre y del Espíritu Santo, frutos… de la Eucaristía. Tratamiento completo del misterio eucarístico.
Al llegar al deseo’, resuena la comunión espiritual con estas respuestas: el deseo significa “que tengamos una santa hambre de recibir el pan celestial. Porque no lleguemos a recibirle con hastío y tibieza. Porque al que le come con hambre le hace más provecho. Y también que deseemos recibirle con la disposición que le recibieron María Santísima y los santos más fervorosos. Para que su Majestad admita nuestros buenos deseos, y supla la disposición que nos falta”.
Así el deseo de comulgar enlaza justamente con la redacción de la comunión espiritual: “Yo quisiera, Señor”…; y la pureza, humildad y devoción (amor) de la Virgen son las disposiciones que el autor valora y contempla en María, cuando la visita el ángel con el mensaje de la maternidad del Verbo eterno, que Ella abraza aceptando ser la madre del Hijo de Dios, que en el tiempo se viste de nuestra naturaleza y se hace hombre. Son señales inequívocas del encaje personal del texto en la piedad de este religioso notable y ejemplar en sabiduría y devoción, por su amor a la Eucaristía y a la Virgen. Por eso utiliza el recurso a la Madre de Dios —gran recurso, insuperable recurso—, la mejor disposición para recibir el Cuerpo de Cristo oculto en el sacramento, bajo los velos del pan y del vino. Y si entonces esto no es posible, encender el alma en deseos de alcanzarlo cuando se pueda, anticipándose con la comunión espiritual. Y así “cuantas veces se quiera”19. Todo está a favor del autor del Catecismo.
Anotamos también lo que se dice en la Introducción, que supone la atribución clara de que Cayetano Ramo es su autor, sin más, y por tanto del entero catecismo: “El método que sigue su docto y pío autor es el más provechoso y brillante.
El 23 de abril de 2012 se celebraba en Barbastro, ciudad donde nació, el centenario de la primera comunión del niño Josemaría Escrivá, hoy san Josemaría, canonizado por el Papa Juan Pablo II el 6 de octubre de 2002, hacía diez años. Quedó patente en el homenaje que la comunión espiritual que le enseñó el padre Manuel Laborda, profesor del colegio de los Escolapios, para disponerlo a recibir por primera vez a Jesús Sacramentado, aparece en un catecismo: Explicación de la Doctrina Cristiana, cuyo autor es el padre Cayetano Ramo, natural de Lechago (Teruel), hombre eminente de la Orden fundada por san José de Calasanz, al que, estando en Roma como Superior General, el Papa Pío VI nombró examinador de los Obispos, por la relevancia de su preparación intelectual y excelentes cualidades de prudencia en el gobierno, que habían llegado a conocimiento del Sumo Pontífice.
En el catecismo del Padre Ramo —así se decía—, leemos: “Yo quisiera, Señor y Dios mío, recibiros con aquella pureza, humildad y amor, con que os recibió vuestra Santísima Madre, y con el fervor y espíritu de los Santos”’. San Josemaría la rezaba: “Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los Santos”.
San Josemaría hizo suya la comunión espiritual que le habían enseñado en el colegio, y la ha difundido por todas partes.
Pues hasta aquí un poco de historia.
Pero… ¿se puede subsistir sin comulgar?
Hoy en día, la extendida frecuencia en la recepción de la comunión, puede hacer pensar a muchos que, si no se comulga, no se puede subsistir cristianamente ni ser santo.
Es como si hubiese un ritual que fuese así: se va a Misa, comienza la celebración, se leen las lecturas, llega el ofertorio, viene la consagración y, luego, si se está en gracia de Dios, todo el mundo a comulgar… Y si no está la comunión sacramental, es decir, no se recibe el Cuerpo del Señor, no se puede uno santificar ni fortificar en la Fe. Pero curiosamente, esta no ha sido la postura de la Iglesia, ni la del Concilio de Trento, ni la de San Ignacio de Loyola (gran defensor de la comunión frecuente pero no más de una vez por semana) ni la del mismo Lutero, quien, sin ser defensor de la comunión frecuente, inventó que, si no había fieles para comulgar, no debía hacerse la “santa cena”.
De ser así entonces… ¿cómo hicieron todos los santos durante casi 1900 años de historia?
El mismo Concilio de Trento, que en su sesión XIII había dicho: “[reciben el sacramento solamente de modo espiritual] aquellos que comiendo con el deseo este celeste pan que se les pone delante, por su fe viva que obra por el amor, perciben su fruto y utilidades”[2], en la sesión XXII (1562) “aprueba y recomienda” –contra la posición luterana– aquellas Misas en las que el pueblo comulga sólo espiritualmente mientras que únicamente el sacerdote lo hace sacramentalmente, y dice que tales misas “deben ser consideradas, como verdaderamente comunitarias… en parte… por esta comunión espiritual del pueblo”[3].
Es cierto (y lo afirmamos mil veces) que, cuantas veces se pueda comulgar, estando en gracia, con las debidas disposiciones, etc., sería tibieza o acedia no aprovecharnos del Santísimo Cuerpo de Cristo, pero es falso que, siempre y en todo lugar, deba o convenga hacerse (podría uno espaciarla por una mala disposición anímica o física, por ejemplo); de lo contrario, la Iglesia se habría equivocado al mandar desde hace siglos, a comulgar al menos una vez al año y no “siempre que se pueda”.
Si hasta el mismo San Felipe Neri, santo que, de entre los de su época, era de los que recomendaba la comunión frecuente, sugería a sus penitentes, dejar de comulgar por un tiempo o ante ciertas circunstancias, para sacar mayor provecho espiritual.
Pues hay que decirlo aunque a algunos les suene a obvio: sólo el sacerdote está obligado a comulgar en cada misa y para completar el Sacrificio.
Puede pasar, entonces que uno, aún queriendo comulgar, se vea impedido de hacerlo por razones de fuerza mayor (sea porque no tiene una misa cerca, sea porque no puede -en recta conciencia- comulgar con ciertas imposiciones (vgr., en la mano).
¿Qué hacer entonces? Creemos que se debe retornar al verdadero sentido de la comunión espiritual, que es una verdadera comunión de la que se nutrieron millones de cristianos a lo largo de la historia,recibiendo el sacramento sin hacerlo físicamente.
La comunión espiritual consiste en decirle a Jesucristo cuánto deseamos recibirle en nuestro corazón.A diferencia de la comunión sacramental, es un acto del deseo, pero que contribuye eficazmente a avivar en nosotros la sed de Dios y nos dispone a recibirlo.
Jesús sabía muy bien que nuestro caminar sería arduo y difícil, que encontraríamos retos superiores a nuestras fuerzas y que en este camino por el desierto de la vida necesitaríamos un amor fiel, que nos diera la fortaleza para subir hasta la cumbre y la seguridad de que estaría siempre a nuestro lado. Por eso se quedó con nosotros en la Eucaristía.
Para qué hacer la comunión espiritual?
Es una manera de mostrarle a Jesús que si no lo recibimos físicamente es porque no podemos, no porque no queramos.
Con la Comunión espiritual le expresamos nuestro amor, que deseamos recibirlo en nuestro corazón, y que lo adoramos, y reconocemos como nuestro Dios y Señor.
Cómo? ¿Recibir el sacramento sin “recibirlo”?
Sí. Como sucede con otros sacramentos, a saber, con el matrimonio (cuando no hay un ministro que pueda casar a los novios), o con el bautismo, que puede recibirse sin que alguien derrame las aguas bautismales sobre una persona (bautismo de sangre o bautismo de deseo), del mismo modo, puede recibirse el sacramento de la comunión sin que se comulgue materialmente el Cuerpo de Cristo.
Y no nos referimos a “recibir la gracia del sacramento” solamente, sino también el mismo sacramento, como dice el gran Santo Tomás de Aquino:
“Es posible alimentarse espiritualmente de Cristo, en cuanto que está presente bajo las especies de este sacramento, creyendo en él y deseando recibirlo sacramentalmente. Y esto es no sólo alimentarse de Cristo espiritualmente, sino también recibir espiritualmente este sacramento” (”et hoc non solum est manducare Christum spiritualiter, sed etiam spiritualiter manducare hoc sacramentum“)[4].
¿Dónde hacer la Comunión espiritual?
La Comunión espiritual no sólo puede hacerse en la iglesia, sino en casa o en cualquier lugar donde se encuentre quien desee realizarla.
¿Qué necesitas para hacer una comunión espiritual?
Una comunión espiritual es una práctica de devoción eucarística sumamente sencilla que se puede hacer en cualquier lugar y circunstancia. No se requiere nada exterior, bastan las disposiciones internas que explicaremos a continuación.
El primer interesado en nuestra unión con Dios es Dios mismo. Jesús dijo a sus discípulos: He deseado ardientemente comer esta pascua con ustedes antes de padecer, (Lc 22, 15). Y para saciar su ardiente deseo de estar con nosotros, el Señor se quedó en la Eucaristía. Este regalo de Jesús es el don de sí mismo; Jesús se nos da como alimento espiritual y al recibirle con fe y amor, transforma nuestra manera de pensar, de sentir y de actuar con la suya.
Lo mejor sería recibirle todos los días en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, pero cuando esto no sea posible podemos hacer comuniones espirituales recordando el mandato de Jesús de permanecer en su amor, sabiendo que Él es la Vid y nosotros los sarmientos.
Una comunión espiritual responde al deseo de recibirlo, sentir esa sed que sólo puede aplacar la presencia del Señor. Mi corazón te dice: Yo busco tu rostro, Señor, no me ocultes tu rostro (Sal 27). Hay que reconocernos necesitados de Dios, de su luz y de su consuelo. Sabemos que si Él no nos muestra su rostro, nuestra búsqueda será vana; pero sabemos también que es Él quien inspira en nosotros este deseo, quien nos enseña a buscarle y quien anhela ardientemente entrar en el jardín de nuestro corazón y llenarlo de vida.
El silencio y el recogimiento interior son disposiciones indispensables para este ejercicio, pues se trata de entrar en la ermita interior que llevamos dentro del corazón para abrazar a Jesús con fuerza y permanecer con Él adorándole en fe y amor.
Pasos para hacer una comunión espiritual.
– Avivar la memoria de Cristo Eucaristía y manifestarle el ardiente deseo que tenemos de recibirle.
– Un acto de fe nos pone en la presencia de Cristo con el deseo de estar con Él porque le amamos y le necesitamos.
– Le decimos expresamente que desearíamos recibirle en la comunión sacramental, pero que, no pudiendo hacerlo, le pedimos que venga espiritualmente a nuestro corazón. Hay diferentes fórmulas en la Iglesia que nos pueden ayudar a esto, sin embargo, estos mismos sentimientos se pueden expresar con un lenguaje coloquial.
– Hacer un acto de fe y de confianza de que ya está dentro de nosotros.
– Gozarse en su presencia y en su compañía como cuando le recibimos sacramentalmente.
– Pedirle que no permita que nos separemos de Él.
– En caso de encontrarse en pecado antes de la comunión espiritual, se pide perdón y se muestra el arrepentimiento con un acto de contrición y con el sincero propósito de acudir a la confesión sacramental lo antes posible.
La comunión espiritual es una dimensión que está presente desde el bautismo, en nuestra adhesión al Padre. La eucaristía nos ayuda a manifestar sacramentalmente esa comunión. Al profundizar en esta experiencia, también sabemos que esto es una misión en cuanto que hemos sido invitados a ser portadores de la vida de Cristo, que ese modo se concreta en la vía de la caridad, de colaborar en nuestro día a día con las renuncias que hacemos para cuidar nuestra propia vida y la de los demás. Esta situación de emergencia es una oportunidad para crecer en la fraternidad y estar pendientes del otro, a distancia.
La Iglesia católica ha conservado desde antiguo la reserva del Santísimo Sacramento en los templos, es decir, las hostias consagradas que permanecen en el Sagrario. Es una práctica que nace en un tiempo donde los enfermos no podían asistir, entonces permanecían en comunión con la comunidad desde el propio hogar”. Siempre con la conciencia de estar en comunión con Cristo y con los demás.
La Eucaristía que actualiza la Alianza da fuerza en la debilidad: “no es un premio para los buenos, sino la fuerza para los débiles, para los pecadores, es el perdón, el viático que nos ayuda a andar, a caminar”
San Juan María Vianney, el Cura de Ars, decía: “Una Comunión espiritual actúa en el alma como un soplo de viento en una brasa que está a punto de extinguirse. Cada vez que sientas que tu amor por Dios se está enfriando, rápidamente haz una Comunión espiritual”.
La comunión espiritual se puede hacer en cualquier momento del día y en cualquier lugar del mundo, pero, ciertamente, el momento más apropiado es el de la visita y adoración a Jesús sacramentado). Incluso, viajando o trabajando, podemos estar en adoración ante Jesús sacramentado.
Sobre esto, Sta. Catalina de Siena tuvo una visión.
Vio a Jesús con dos cálices y le dijo: “En este cáliz de oro pongo tus comuniones sacramentales y, en éste de plata, tus comuniones espirituales Los dos cálices me son agradables”
Decía S. Antonio María Claret: “Tendré una capilla fabricada en medio de mi corazón y en ella, día y noche, adoraré a Dios con un culto espiritual”.
Sta. Teresa de Jesús recomendaba: “Cuando no podáis comulgar ni oír misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho”
Un caso.
José Luis y Greta vivieron un divorcio en su anterior matrimonio. Él procreó dos hijos de su primer relación, y ella no tuvo hijos. Cuando decidieron unirse –hace siete años– sabían que no recibirían más a Cristo–Eucaristía, lo cual les entristecía, pero aseguran que en varias ocasiones el Señor les hizo saber cuánto los amaba, y aunque sería doloroso no recibirlo más, los “llevaría a seguir encontrándolo en el camino, día a día”.
Ambos compartían la necesidad de poner a Cristo en el centro de su relación; por ello, aunque la ceremonia sólo fue por lo civil, hicieron votos de amor y fidelidad “basados en el amor a Dios”.
Sus guías espirituales los encaminaron al grupo de Divorciados Vueltos a Casar (DVC) que dirigía entonces el padre Alfonso Miranda –actual Obispo Auxiliar de Monterrey–, por lo que al regreso de su viaje de bodas, se integraron a esa comunidad en su parroquia.
Un año después, Greta dio a luz a Santiago, “una prueba más del amor de Dios”, afirman ambos.
“El crecimiento que hemos tenido en el grupo DVC –dicen– nos ha permitido descubrir que el dolor que sentimos por no poder recibir a Jesús-Eucaristía, puede ser consolado por Cristo mismo, que se nos revela en la oración, en la comunión espiritual y en el hermano herido a través las obras de misericordia”.
El Código de Derecho Canónico de 1917 establece que estas parejas no pueden comulgar. Pero tras el Sínodo de la Familia, en 1980, inició una evolución del tema. Benedicto XVI les permitió tener dirección espiritual y Francisco ha insistido en que tienen un lugar importante en la Iglesia.
“Si bien no pueden recibir la Comunión sacramental –asegura Mons. Alfonso Miranda Guardiola– sí pueden comulgar espiritualmente y participar de la vida pastoral y espiritual, así como beneficiarse de la riqueza doctrinal y magisterial de la Iglesia. Esta es la óptica desde la cual debe verse el tema”.
Explica que en algunas parroquias, en el momento de la Comunión, los DVC hacen fila para recibir la bendición del sacerdote. “Cruzan sus brazos sobre el pecho; es una forma de manifestar el respeto a la Eucaristía y a la doctrina y enseñanzas de la Iglesia católica”
Acabamos de iniciar el tiempo de Cuaresma y quisiera concluir con el Mensaje de Cuaresma que el Papa Francisco nos explica para este 2023: “El camino ascético cuaresmal, al igual que el sinodal, (camino que se recorre en comunión y participación para la misión que todos cumplimos en la Iglesia por llamado del Señor), tiene como meta una transfiguración personal y eclesial. Una transformación que, en ambos casos, halla su modelo en la de Jesús y se realiza mediante la gracia de su misterio pascual. Para que esta transfiguración pueda realizarse en nosotros este año, quisiera proponer dos “caminos” a seguir para ascender junto a Jesús y llegar con Él a la meta.
El primero se refiere al imperativo que Dios Padre dirigió a los discípulos en el Tabor, mientras contemplaban a Jesús transfigurado. La voz que se oyó desde la nube dijo: «Escúchenlo» (Mt 17,5). Por tanto, la primera indicación es muy clara: escuchar a Jesús. La Cuaresma es un tiempo de gracia en la medida en que escuchamos a Aquel que nos habla. ¿Y cómo nos habla? Ante todo, en la Palabra de Dios, que la Iglesia nos ofrece en la liturgia. No dejemos que caiga en saco roto. Si no podemos participar siempre en la Misa, meditemos las lecturas bíblicas de cada día, incluso con la ayuda de internet. Además de hablarnos en las Escrituras, el Señor lo hace a través de nuestros hermanos y hermanas, especialmente en los rostros y en las historias de quienes necesitan ayuda. Pero quisiera añadir también otro aspecto, muy importante en el proceso sinodal: el escuchar a Cristo pasa también por la escucha a nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia; esa escucha recíproca que en algunas fases es el objetivo principal, y que, de todos modos, siempre es indispensable en el método y en el estilo de una Iglesia sinodal.
Al escuchar la voz del Padre, «los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo» (Mt 17,6-8). He aquí la segunda indicación para esta Cuaresma: no refugiarse en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios, de experiencias sugestivas, por miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus contradicciones. La luz que Jesús muestra a los discípulos es un adelanto de la gloria pascual y hacia ella debemos ir, siguiéndolo “a Él solo”. La Cuaresma está orientada a la Pascua. El “retiro” no es un fin en sí mismo, sino que nos prepara para vivir la pasión y la cruz con fe, esperanza y amor, para llegar a la resurrección. De igual modo, el camino sinodal no debe hacernos creer en la ilusión de que hemos llegado cuando Dios nos concede la gracia de algunas experiencias fuertes de comunión. También allí el Señor nos repite: «Levántense, no tengan miedo». Bajemos a la llanura y que la gracia que hemos experimentado nos sostenga para ser artesanos de la sinodalidad en la vida ordinaria de nuestras comunidades.
Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo nos anime durante esta Cuaresma en nuestra escalada con Jesús, para que experimentemos su resplandor divino y así, fortalecidos en la fe, prosigamos juntos el camino con Él, gloria de su pueblo y luz de las naciones.”
Porque hay algunos que, hoy en día, aunque comulguen mil veces al día, recibirán poco y nada de la gracia sacramental que adviene con el Cuerpo de Cristo, y otros que con una comunión espiritual bien hecha (que es una verdadera comunión y no una especie de “premio consuelo”) podrán alcanzar gracias mayores.
Podríamos preguntarnos, cada uno, ante la triste circunstancia de, por momentos, ver impedida o limitada la comunión sacramental en estos tiempos tan especiales, si hemos aprovechado el modo que la Iglesia nos da de recibir al Señor cuando no podemos hacerlo del modo normal. O, más sencillamente ¿cuántas comuniones espirituales hemos hecho cuando no pudimos recibirla del modo ordinario?
Que sirvan entonces estas líneas para iluminar ciertas inteligencias y para enfervorizar nuestra voluntad, haciendo cada comunión como si fuese la primera, la única y la última de nuestras vidas.
Canción
Bibliografía:
https://iteso.mx/web/general/detalle?group_id=19732767
https://es.catholic.net/op/articulos/71276/-que-es-una-comunion-espiritual.html
https://www.aciprensa.com/noticias/catequesis-del-papa-francisco-sobre-la-comunion-en-misa-93246
https://liturgiacatolica.org/catequesis/comunionespiritual.htm
https://www.infocatolica.com/blog/notelacuenten.php/2009300737-ies-obligatorio-comulgar-en-c
https://desdelafe.mx/noticias/sabias-que/como-puedo-comulgar-si-no-puedo-recibir-la-eucaristia/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.