Creo en el Espíritu Santo.
Esta profesión de fe formulada por la Iglesia, nos remite a las fuentes bíblicas, donde la verdad sobre el Espíritu Santo que se presenta en el contexto de la revelación de Dios Uno y Trino, está basada en la Sagrada Escritura, especialmente en el Nuevo Testamento, aunque, en cierta medida, hay preanuncios de ella en el Antiguo Testamento.
La primera fuente a la que podemos dirigirnos es un texto del Evangelio de San Juan contenido en el “discurso de despedida” de Cristo el día antes de la pasión y muerte en cruz. Jesús habla de la venida del Espíritu Santo en conexión con la propia “partida”, anunciando su venida (o descenso) sobre los Apóstoles. “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré” (Jn 16,7).
El contenido de este texto puede parecer paradójico, Jesús, que tiene que subrayar: “Pero yo os digo la verdad”, presenta la propia partida (y por lo tanto la pasión y muerte en cruz) como un bien: “Os conviene que yo me vaya…”. Pero enseguida explica en qué consiste el valor de su muerte: por ser una muerte redentora, constituye la condición para que se cumpla el plan salvífico de Dios que tendrá su coronación en la Venida del Espíritu Santo. La venida del Espíritu y todo lo que de ella se derivará en el mundo serán fruto de la redención de Cristo.
La venida del Espíritu Santo sucede después de la Asención al cielo. La pasión y muerte redentora de Cristo producen entonces su pleno fruto. Jesucristo, Hijo del hombre, en el culmen de su misión mesiánica, “recibe” del Padre el Espíritu Santo en la plenitud en que este Espíritu debe ser “dado” a los Apóstoles y la Iglesia, para todos los tiempos, Jesús dijo: “Yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). Es una clara indicación de la universalidad de la redención, pero esta debe realizarse mediante el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo presentado por Jesús especialmente en el discurso de despedida del Cenáculo, es evidentemente una Persona diversa de El:
“Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito” (Jn 14,16).
“Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, El os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26)“El convencerá al mundo en lo referente al pecado” (Jn 16,8).
“Cuando venga El, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16,13)
“El me dará gloria” (Jn 16,14)
De estos textos emerge la verdad del Espíritu Santo como Persona, y no sólo como una potencia impersonal emanada de Cristo. Siendo una Persona, le pertenece un obrar propio, de carácter personal. En efecto, Jesús, hablando del Espíritu les dice a los Apóstoles: “Vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y en vosotros está” (Jn 15,26).
Coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona.
El Designio Divino de Salvación se consuma en Cristo, Primogénito y Cabeza de la nueva Creación y por el Espíritu Santo que nos es dado, se realiza en la humanidad: La Iglesia, la Comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna.
Creo en la Iglesia
Toda sociedad tiene una serie de características que la identifican frente a otras que puedan parecérsele. La Iglesia, al reflexionar sobre sí mismo, descubre cuatro notas que la definen y que forman parte de la profesión de fe: Creo en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica.
1. LA IGLESIA ES UNA
La Iglesia es Una debido a su origen. “El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad
de personas”.
La Iglesia es Una debido a su fundador. “Pues el mismo Hijo encarnado por su
cruz reconcilió a todos los hombres con Dios, restituyendo la unidad de todos en un
solo pueblo y en un solo cuerpo”
La Iglesia es Una debido a su “alma”: El Espíritu Santo que habita en los
creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia” Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una. (CIC, 813)
- LA IGLESIA ES UNA. Jesucristo no fundó muchas, sino UNA Iglesia, dijo que quería formar un solo rebaño bajo la guía de un solo pastor (Cfr.Jn. 10)
La única Iglesia de Cristo, Nuestro Salvador, después de su resurrección, la entregó a Pedro para que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás Apóstoles que la extendieran la gobernaran. Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él.
La unidad de la Iglesia consiste en una unidad en la fe, en la caridad y en la liturgia, bajo el gobierno de los apóstoles y sus sucesores. Algo que aparece expresado en los Hechos de los Apóstoles: “Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de vida, en el partir el pan y en las oraciones” (Hch 2,42)
En este sentido, el Concilio Vaticano II ha hablado del triple vínculo de la unidad: La profesión de fe, los sacramentos y el gobierno y comunión eclesial.
Esta unidad no debe ser confundida con uniformidad, ya que la Iglesia no podría unir a hombres de todos los pueblos, razas y culturas, con muy diferentes mentalidades y costumbres, si no se diera en su seno una diversidad que enriquece la unidad.
Sin embargo, esta diversidad tiene unas fronteras que, si se traspasan anulan la unidad. Así aparecen los cismas y las herejías. Cuando se rompe la comunión vital, especialmente en la comunión en el culto, estamos hablando de un cisma. Si la ruptura se produce en el ámbito de la unidad de la fe, que a su vez provoca una escisión en el culto, nos encontramos ante una herejía.
Las separaciones y escisiones sufridas por la Iglesia a través de la historia, se han debido a disensiones en el ámbito de la fe, que se han profundizado al incidir también factores no religiosos (tensiones nacionales, políticas, culturales, etc.) y disposiciones personales (espíritu de contradicción, rivalidad, orgullo…) sin embargo, tras estas escisiones había también un sincero afán de mantener la autenticidad del mensaje cristiano, por lo que el camino hacia la unidad se debe realizar mediante el esfuerzo común por entender rectamente el Evangelio.
Las dos separaciones más importantes se produjeron en 1054, al escindirse la Iglesia Oriental y Occidental tras un largo período de disensiones y enfrentamientos, y la ruptura que la Reforma introdujo en la Iglesia Occidental, y que a su vez originaría nuevas rupturas.
Estamos buscando la unidad
Así como notamos la diversidad de comunidades cristianas, también constatamos que la mayor parte de lo que somos y de lo que anunciamos es lo mismo. Más son los aspectos que nos unen que los puntos diversos. Y la Iglesia busca la unidad, porque siempre le han dolido las divisiones por ser contrarias al pensamiento del fundador.
Un esfuerzo muy notable por encontrar la unidad de los cristianos comenzó con el Concilio Vaticano II. La Iglesia quiere la unidad, la busca y se revisa a sí misma para quitar todo lo que por culpa humana impide llegar a esa unidad. En las denominaciones no católicas también se ha emprendido esta búsqueda.
Los cristianos de las diferentes Iglesias y comunidades eclesiales, sienten la necesidad de la unidad que Jesús expresa en su oración al Padre. “Que sean todos uno, como tu, Padre, estás conmigo y yo contigo que también ellos estén con nosotros, para que el mundo crea que tu me enviaste”. Este movimiento por la unidad de todas las Iglesias se llama “ECUMENISMO”, antes a los no católicos los solíamos llamar protestantes, calvinistas, anglicanos…. Hoy ya se ha hecho común llamarlos mejor “hermanos separados”, porque en verdad son hermanos nuestros y están separados de nuestra fe católica.
- LA IGLESIA ES SANTA. La Iglesia es Santa, porque Cristo “la amó y dió su vida por ella”. Esto lo hizo para consagrarla. En Ella dejó el Señor todo el tesoro de su santidad adquirido por su muerte y resurrección y así la Iglesia es dispensadora de santidad y santifica a todos sus miembros desde el bautismo hasta la última despedida, luchando siempre por purificarla del pecado
Esta propiedad de la Iglesia parece contradecir la experiencia concreta, que nos manifiesta una comunidad con deficiencias en las actuaciones de sus miembros, y en sus propias acciones comunitarias. Sin embargo, podemos afirmar su santidad desde el misterio de su ser.
Cuando la Sagrada Escritura habla de santidad, está haciendo mención a algo que es propiedad y pertenece a Dios, al solo Santo. Por tanto, la santidad no expresa en la Biblia una actitud ética primordialmente, sino una apropiación por parte de Dios que santifica una realidad profana. De ahí que podamos afirmar que la Iglesia es santa porque Es de Dios y para Dios.
El la elige y crea un pueblo santo, al que es incondicionalmente fiel y no abandona a los poderes de la muerte y de la contingencia del mundo (Mt 16,18).
Jesucristo, el Hijo amado de Dios, se entregó por la Iglesia para hacerla santa e inmaculada (Cfr. Ef 5,27), uniéndose con ella de forma indisoluble (Cfr. Mt 28,20)
El Espíritu Santo, prometido por Jesucristo (Jn 14,26; 16,7-9), está presente en ella, actuando con poder y haciéndola depositaria de los bienes de la salvación que debe transmitir; la verdad de la fe, los sacramentos de la nueva vida, los ministerios.
Sin embargo, al acoger a hombres y mujeres pecadores, la propia Iglesia es pecadora, necesitando convertirse al Evangelio para manifestar con su vida lo que es su ser mas profundo.
El Apóstol Pablo nos recuerda a los cristianos que, por el bautismo, hemos nacido a una nueva vida que transforma nuestro modo de obrar y que hace de nuestra existencia cotidiana un servicio a Dios. Esta conversión de actitudes, valores y comportamientos no es fruto de un empeño personal, sino efecto del Espíritu Santo que actúa en nosotros si somos capaces de dejarnos transformar por El.
Por todo la anterior, podemos concluir que la Iglesia es Santa en su ser más profundo, pero pecadora y en constante conversión en su visibilización en el mundo.
- LA IGLESIA ES CATÓLICA.
Porque la salvación que Cristo nos trajo se dirige a todos los hombres sin excepción. Es Universal. Por esto la Iglesia es Católica. A partir de la Ascensión del Señor, se rompieron las fronteras de Israel para “ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio a todas las gentes” Y en orden histórico los apóstoles serían los testigos de Jesús en Jerusalén en Judea y Samaria y hasta las regiones más lejanas de la tierra (Hch 1,8)
La palabra “Católico” no se encuentra en el Nuevo Testamento. Será Ignacio de Antioquia quien, hacia el año 110, aplique por vez primera este calificativo a la Iglesia (Carta a los de Esmirna 8,2). Originalmente significaba “la que expresa todo”, “la plenitud de la fe”, pero con el tiempo ha pasado también a denominar su extensión por todo el mundo.
Consecuentemente, al reconocerse la Iglesia como católica, dice de sí misma que predica la Fe en su integridad a todo hombre, cualquiera que sea su raza, nación o clase social.
La catolicidad de la Iglesia se realiza de forma concreta por:
a) La misión que ha recibido del Señor para anunciar la Buena Noticia a todos los hombres (Mc 16,15; Mt 28, 19-20); esta tarea la realiza enriqueciendo las diversas culturas, llevándolas a su plena humanización, al tiempo que ella misma se enriquece con las riquezas de todos.
b) Su enraizamiento en un pueblo, localidad o ambiente, donde hace presente la plenitud de la Iglesia de Jesús que es al mismo tiempo Iglesia Universal, extendida por todo el mundo.
c) La abundancia de grupos que realizan la existencia cristiana de un modo diferente, ya sea como religiosos, laicos, célibes, casados o clérigos.
La catolicidad de la Iglesia es un don de Dios, pero al mismo tiempo es una labor permanente, no exenta de tensiones y dificultades, debido a la diversidad de culturas, costumbres, formas de vida y vocaciones.
El Concilio Vaticano II en la Lumen Gentium 13 dice: “Todos los hombres están invitados al nuevo Pueblo de Dios. Por eso este pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo a través de todos los siglos, para que así cumpla el designio de Dios, que en el principio creó una única naturaleza humana y decidió reunir a sus hijos dispersos…Este
carácter de universalidad, que distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor. Gracias a este carácter, la Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente a reunir a la humanidad entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu”
4. LA IGLESIA ES APOSTÓLICA
Apóstol quiere decir enviado. Los cuatro evangelios señalan que Dios, el Padre, ha enviado a Jesús, su hijo como Salvador del mundo. A su vez, Jesucristo confió a los apóstoles la misión que había recibido del Padre, encargándoles predicar en su lugar el Evangelio a todos los pueblos, con el poder del Espíritu Santo, hasta la consumación del mundo:
“Se me ha dado plena autoridad en el cielo y en la tierra, Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos y consagrárselos al Padre y al hijo y al Espíritu Santo, y enseñadles a guardar todo lo que os he mandado, mirad que yo estoy con vosotros cada día hasta el fin del mundo” ( Mt 28, 18-20; Mc 16, 15-20; Lc. 24, 47-48; Hch 1,8).
Hoy como ayer y siempre, el Espíritu Santo mantiene a la Iglesia en comunión con los Apóstoles y, gracias a esta comunión, en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. El Espíritu Santo es el principio de la comunión de todos los miembros de la Iglesia en la fe y en el testimonio de vida de los Apóstoles. En este sentido toda la Iglesia es apostólica, manteniéndose en ella la vitalidad del Evangelio.
Al servicio de la apostolicidad de todos los miembros de la Iglesia está la sucesión apostólica de los Obispos que garantiza en cada momento que esta Iglesia nuestra es la Iglesia misma de los apóstoles. La verdadera Iglesia de Jesucristo está allí donde los creyentes son fieles a la fe de los apóstoles, al mismo tiempo que se adhieren a la sucesión apostólica de los obispos.
En el Nuevo Testamento hay indicios claros de cómo la misión apostólica, en los tiempos inmediatamente posteriores a los Apóstoles, se transmitió a otros discípulos. En efecto: Los Apóstoles no sólo tuvieron en vida diversos colaboradores en su ministerio, sino que:
Confiaron a algunos el encargo de continuar, llevar a término y consolidar la obra que ellos habían comenzado.
Establecieron colaboradores al frente de las comunidades cristianas y les encomendaron que proveyesen para que otros hombres probados se hiciesen cargo, mas tarde, del ministerio apostólico
- ¿POR QUÉ DECIMOS QUE LA IGLESIA ES ROMANA? Un hecho histórico vino a poner esta nota en la Iglesia de Cristo: San Pedro, el primero entre los Apóstoles, fue a Roma y ahí murió.
En los Evangelios aparece San Pedro con un lugar muy importante entre sus compañeros apóstoles, esta primacía es confirmada por Cristo resucitado. En los Hechos es quien tiene la dirección principal de la Iglesia naciente. Así se le consideró como signo de ser la Iglesia de Cristo el estar en comunión con Pedro. San Pablo mismo que tiene una parte tan importante en la propagación del cristianismo primitivo, confiesa que después de su conversión fue a estar unos 15 días con Pedro, no fuera a suceder que su mensaje no estuviera de acuerdo con él.
Este puesto importante de Pedro en toda la Iglesia lo sigue teniendo el sucesor de El en Roma, porque ahí murió en el año 67 dando su vida por Cristo como testimonio final de su amor al Maestro. Conocemos los nombres de todos los sucesores de Pedro hasta el presente. Hoy también los cristianos conservamos la comunión con la Iglesia de Roma. Por eso decimos que la Iglesia es Romana.
El comentario del Papa Francisco a la profesión de fe del cristiano, el Credo, la síntesis de la fe cristiana es presentado en este 2020 en sus sus 208 páginas del libro Credo en que el Papa Francisco analiza y comenta la profesión de la fe cristiana: el Credo, teniendo en unidad lo universal y lo particular, la vida del mundo y la vida de la Iglesia, la figura de Cristo y la del hombre.
En este precioso libro, que se publicó en España el 24 de marzo, el Papa Francisco ilumina el Credo versículo a versículo, respondiendo a las preguntas de Marco Pozza, teólogo y capellán de la cárcel de Padua. El Papa Francisco afronta la verdad de la fe, de la esperanza y del amor contenido en el antiguo símbolo de los apóstoles. El Credo es la carta de presentación por excelencia del pueblo cristiano.
Al respecto en la Carta Semanal del Cardenal Osoro sobre este libro expone: “De una manera profunda, pero al mismo tiempo entendible por todos, ayuda a experimentar en lo más profundo del corazón la grandeza que da a la vida la confianza en Dios.
Es un libro que nos hace ver la fuerza que tiene confesar la misma fe todos juntos. Cuando recitamos el credo en la Misa los domingos, nos unimos más y más, nos juntamos no de cualquier manera, sino con el contenido esencial de la fe: Dios, que es Padre de Jesucristo, nuestro Señor que se encarnó, murió, resucitó y elevado al cielo derrama su Espíritu Santo sobre nosotros, uniéndonos al Padre y al Hijo, y entramos en la comunión de los santos, experimentamos el perdón, sabemos la Resurrección y de la vida eterna. Nos hace ser una sola cosa a los cristianos: somos Su cuerpo.
¡Qué fuerza tiene decir «creo» viendo a los cristianos en culturas y situaciones tan diferentes, pero todos con la misma fe!
Sigue invocando al Espíritu Santo, di «creo en el Espíritu Santo». Es quien sopla y reaviva el fuego sagrado que hay en el hombre. El Espíritu Santo da la vida y el ser a cada persona. Nos da poder, pluriformidad, diversidad y unidad. El Espíritu te hace vivir y contagiar, da armonía en la profundidad de nuestra existencia; esa armonía que es capaz de transformar cualquier persecución o situación mala en bienaventuranza.
Experimenta al decir «creo en la Iglesia católica» que lo que es esencial en su organización son los sacramentos: los de iniciación (Bautismo, Confirmación y Eucaristía); los de curación (Penitencia y Unción de los enfermos); los que están al servicio de la comunión y la misión (Orden y Matrimonio). La Iglesia, presente en todo el mundo, vive y tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una única sucesión apostólica, una común esperanza y la misma caridad.
Creo en la comunión de los Santos que nos recuerda dos realidades: la comunión en las cosas santas y la comunión entre las personas santas. ¡Qué bello es sostenernos los unos a los otros en la aventura maravillosa de la fe! Y ¡qué fuerza tiene comprender que el pecado no es una acción, sino la ruptura de la amistad con Dios! Estamos en el tiempo de la misericordia y Dios nos invita a experimentar su cercanía a través del sacramento de la Penitencia. Creemos en la Resurrección, pues si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y nuestra predicación sería un insulto. Él resucitó y, por eso mismo, nosotros resucitaremos. Me imagino acercándome a Dios en el final de la vida, seducido por su belleza, con la cabeza baja, pero me abraza y busco su mirada.
Experimenta que la Iglesia es una, cree en la comunión de los santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de la carne y en la vida eterna. La Iglesia extendida por toda la tierra tiene una belleza singular. El motor de la unidad de la Iglesia es el Espíritu Santo, que es armonía y siempre crea armonía en la diversidad de culturas, de lenguas y de pensamiento.
https://mercaba.org/rosario.org/CREDO%20EL.pdf.pdf
https://catequesis.archimadrid.es/credo-del-papa-francisco/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Enero 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.