Acabamos de celebrar la Solemnidad de la Santisima Trinidad, un dogma de fe y por lo tanto un Misterio que podremos no entender, pero si aplicar para nuestra vida.
Hemos de buscar vivir como vive la Trinidad en la Unidad. Recordemos que es un Dios Único pero en tres personas distintas en sus relaciones. Las personas de la Santísima Trinidad son distintas entre sí, dada la diversidad de su misión: Dios Hijo-por quien son todas las cosas- es enviado por Dios Padre, es nuestro Salvador. Dios Espíritu Santo-en quien son todas las cosas- es el enviado por el Padre y por el Hijo, es nuestro Santificador.
Entonces es momento de reflexionar en cómo llevar a la Santísima Trinidad a nuestra vida diaria. Para tratar de contestar esta inquietud vamos a exponer tres maneras que creo son esenciales: Buscar vivir la Unidad en la diversidad. Respetar las legítimas diferencias. Y Ser coherentes con este Dios Uno y Trino que quiere que todos se salven.
Entonces hemos de buscar vivir la Unidad en la diversidad.
El respeto a la diversidad es una habilidad profundamente interpersonal, y se puede definir como el entendimiento de que las personas participan paritariamente en un mundo ético común, en virtud de su condición humana, al tiempo que se reconoce la singularidad y diferencias de cada individuo. El respeto por la diversidad va más allá de la tolerancia y la comprensión, pues implica reconocer y promover activamente el valor igualitario de todas las personas, sin condescendencia.
Pablo en Efesios 2, 14-15, nos lo dice: “Porque El mismo es nuestra paz, quien de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne la enemistad, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un nuevo hombre, estableciendo así La Paz.”
Vemos pues que al dar detalle de las cualidades del cristiano verdadero, deja en claro nuestra UNIDAD, en Cristo, y nos recuerda que el mismo llamamiento tenemos cada día hoy y que tengamos presente del repudio que tenían los Judíos por los gentiles, para que en la diversidad de clases, culturas e incluso creencias, demos paso, evitando aquello que divide y más bien ceder en lo que se pueda, en lo que no sea trascendental, buscando el bien común, y amando al otro, lo que nos conducirá a esta unidad que sin duda alguna nos conduce a La Paz.
Al respecto San Francisco de Asís, en cierto modo identificado con los santos hermanos por el amor ardiente y el celo fervoroso con que buscaba la perfección de los mismos, pensaba muchas veces para sus adentros en las condiciones y virtudes que debería reunir un buen hermano menor. Y decía que sería buen hermano menor aquel que conjuntara la vida y cualidades de estos santos hermanos, a saber, la fe del hermano Bernardo, que con el amor a la pobreza la poseyó en grado perfecto; la sencillez y pureza del hermano León, que fue varón de altísima pureza; la cortesía del hermano Ángel, que fue el primer caballero que vino a la Orden y estuvo adornado de toda cortesía y benignidad; la presencia agradable y el porte natural, junto con la conversación elegante y devota, del hermano Maseo; la elevación de alma por la contemplación, que el hermano Gil tuvo en sumo grado; la virtuosa y continua oración del hermano Rufino, que oraba siempre sin interrupción, pues, aun durmiendo o haciendo algo, estaba siempre con su mente fija en el Señor; la paciencia del hermano Junípero, que llegó al grado perfecto de paciencia por el perfecto conocimiento de su propia vileza, que tenía siempre ante sus ojos, y por el supremo deseo de imitar a Cristo en el camino de cruz; la fortaleza corporal y espiritual del hermano Juan de Lodi, que en su tiempo fue el más fuerte de todos los hombres; la caridad del hermano Rogerio, cuya vida toda y comportamiento estaban saturados en fervor de caridad…
Vamos ahora a reflexionar sobre la Palabra de Vida que el Movimiento Los Focolares, nos propone para este mes: Alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes.” (2 Corintios 13, 11)
El apóstol Pablo había seguido con amor el desarrollo de la comunidad cristiana en la ciudad de Corinto; la había visitado y sostenido en momentos difíciles.
Pero en un determinado momento tuvo que defenderse con esta carta de las acusaciones de otros predicadores, para los cuales el estilo de Pablo era controversial: no se hacía retribuir por su trabajo misionero, no hablaba según los cánones de la elocuencia, no se presentaba con recomendaciones para sostener su autoridad, proclamaba que comprendiéramos y viviéramos la propia debilidad a la luz del ejemplo de Jesús.
Sin embargo, al concluir la carta, Pablo les entrega a los corintios una convocatoria llena de confianza y de esperanza: “Alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes”.
La primera característica que se nos presenta a los ojos es que sus exhortaciones están dirigidas a la comunidad en su conjunto, como lugar en el que se puede experimentar la presencia de Dios. Todas las fragilidades humanas que tornan difícil la comprensión recíproca, la comunicación leal y sincera, la concordia respetuosa de la diversidad de experiencias y de pensamiento pueden ser sanadas por la presencia del Dios de la paz.
Pablo sugiere algunos comportamientos concretos y coherentes de acuerdo con las exigencias del Evangelio: tender hacia la realización del proyecto de Dios para cada uno y para todos, como hermanos y hermanas; volver a poner en juego el mismo amor consolador de Dios que hemos recibido; ocuparse los unos de los otros, compartiendo las aspiraciones más profundas; saber recibirse mutuamente, ofreciendo y recibiendo misericordia y perdón; alimentar la confianza y la escucha.
Son opciones entregadas a nuestra libertad, que a veces exigen el arrojo de ser “signo de contradicción” frente a la mentalidad corriente.
Por ello, el Apóstol recomienda darse ánimo unos a otros en esta responsabilidad. Lo que cuenta para él es preservar y dar testimonio con alegría del valor inestimable de la unidad y de la paz, en la caridad y en la verdad. Todo, siempre, apoyados en la roca del amor incondicional de Dios que acompaña a su pueblo.
“Alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes”.
Para vivir esta Palabra de vida miremos también nosotros, como Pablo, el ejemplo y los sentimientos de Jesús, que vino a traernos una paz muy suya. En efecto, ella no es solamente ausencia de guerra, de litigios, de divisiones, de traumas. Es plenitud de vida y de alegría, es salvación integral de la persona, libertad, fraternidad en el amor entre todos los pueblos. ¿Y qué hizo Jesús para darnos “su” paz? Pagó personalmente. Se puso en medio de los contrincantes, cargó sobre sus hombros los odios y las divisiones, abatió los muros que separaban a los pueblos.
También a nosotros la construcción de la paz nos exige un amor fuerte, capaz de amar incluso a quien no está dispuesto a ello, de perdonar, de superar la categoría de enemigo, amar la patria del otro como la propia. Todo lo cual exige de nosotros corazón y ojos nuevos para amar y ver en todos los otros candidatos a la fraternidad universal. “El mal nace del corazón del hombre”, escribía Igino Giordani[3], y “para quitar el peligro de la guerra es necesario quitar el espíritu de agresión y aprovechamiento del que nace la guerra. Hay que reconstruir una conciencia.
Nota: La Bibliografía la adjuntaré en el tercer y último artículo.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Junio 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.