Afirma el Papa Francisco: “Los Evangelios atestiguan que Jesús usó siempre la palabra “padre” para hablar de Dios y de su amor. Muchas parábolas tienen como protagonista la figura de un padre [1]. Entre las más famosas está seguramente la del Padre misericordioso, contada por el evangelista Lucas (cf. Lc 15,11-32). Precisamente en esta parábola se subraya, además de la experiencia del pecado y del perdón, también la forma en la que el perdón alcanza a la persona que se ha equivocado. El texto dice así: «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (v. 20). El hijo se esperaba un castigo, una justicia que al máximo le habría podido dar el lugar de uno de los siervos, pero se encuentra envuelto por el abrazo del padre. La ternura es algo más grande que la lógica del mundo. Es una forma inesperada de hacer justicia. Por eso no debemos olvidar nunca que Dios no se asusta de nuestros pecados: metámonos bien esto en la cabeza. Dios no se asusta de nuestros pecados, es más grande que nuestros pecados: es padre, es amor, es tierno. No se asusta de nuestros pecados, de nuestros errores, de nuestras caídas, sino que se asusta por el cierre de nuestro corazón —esto sí, le hace sufrir—, se asusta de nuestra falta de fe en su amor. Hay una gran ternura en la experiencia del amor de Dios. “
Vamos a hablar sobre el libro El Regreso del Hijo Pródigo de Henri M. Nouwen. Detrás de este libro hay una linda historia. Tres ingredientes se mezclan en un libro hermoso y esclarecedor (que se llama igual que el cuadro):
Primer ingrediente: Una parábola: “El hijo pródigo”. Consideraciones sobre esta parábola.:
-La mejor de las parábolas: Es, sin duda, la bella y conocida de las parábolas del Evangelio. Es quizás la que mejor expresa quién es Dios y cómo es el hombre. Se encuentra el capítulo 15, versículos 11-32, del Evangelio de San Lucas.
–Los cuatro símbolos que usa el Padre:
** El anillo: Signo de filiación, ahora reencontrada.
** Las sandalias: Signo de la libertad recuperada. En la cultura hebrea y antigua, los esclavos iban descalzos; los hombres libres, iban calzados con sandalias.
** El traje nuevo: Signo del cambio y de la reconciliación. Imprescindible para una vida nueva y para la fiesta que después llegará.
** El sacrificio del mejor novillo: Preanuncio del sacrificio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y signo de la fiesta, a la que acompañarán la música y los amigos. Es expresión de la fiesta de la reconciliación.
Segundo ingrediente. Un cuadro: “El Regreso del Hijo Pródigo”, de Rembrandt, pintor holandés, es uno de los principales autores de toda la historia de la pintura. Es el maestro del claroscuro y uno de los más caracterizados pintores del barroco. Llevó una vida azarosa, inestable, conflictiva y dura. Se casó dos veces y, al final, vivió con una mujer que no era su esposa, tras graves problemas familiares. Un año antes de su muerte falleció su hijo Tito.
Estuvo arruinado en varias ocasiones. Un aspecto importante en su vida, en el ambiente permisivo de Amsterdam, fue su tolerancia religiosa -estuvo cerca de algunas sectas protestantes y fue muy proclive a los judíos, a quienes pintó en distintas ocasiones- y, al final de su días, vivió una sincera y quizás angustiada búsqueda de Dios.
El cuadro “El regreso del hijo pródigo”.– Es quizás su última obra, pintado al final de su vida, en el año 1669.
El cuadro, pintado en esplendorosa técnica del claroscuro y del tenebrismo -rasgos definidores de la pintura barroca.
Aspectos importantes del cuadro:
La Luz: Destaca en el cuadro la luz centrada sobre el abrazo entre los protagonistas de la escena. También aparece iluminado uno de los cuatro espectadores, en el que surge en el extremo izquierdo. -el hijo mayor de la parábola-. El fondo es oscuro a fin de que resalte más la escena principio
Personajes: En este lienzo aparecen cinco personajes masculinos en un espacio de características inapreciables.
-En un primer plano y de espaldas al espectador, un joven aparece arrodillado y recostando su cabeza, ligeramente girada a la derecha, sobre el regazo de un anciano, su padre.
Los pies del joven reflejan la historia de un viaje humillante: el pie izquierdo, fuera del calzado, muestra una cicatriz, al mismo tiempo que la sandalia del pie derecho está rota. La ropa es vieja, de color amarillento y marrón, está estropeada, y el personaje ha sido representado con la cabeza rapada. Sin embargo, lleva ceñida a la cintura una pequeña espada. Su rostro no se advierte, pues el joven lo hunde en las vestiduras paternas.
-Frente a él figura el padre, inclinado levemente sobre su hijo, posando las manos sobre su espalda. Las vestiduras del anciano están cubiertas por un manto rojo y por debajo de éste asoman las mangas de una túnica de color ocre con reflejos de un dorado verdoso que contrasta con los vestidos harapientos del joven.
La luz emana del anciano -el Padre de la parábola del hijo pródigo- y vuelve hacia él. Destaca también el juego de colores: la gran túnica roja del Padre, el traje roto en dorado del joven -el hijo pródigo- y el traje similar al del padre del espectador principal -el hijo mayor de la parábola-. El fondo es oscuro a fin de que resalte más la escena principal.
Visiblemente es este personaje el que concentra la máxima luminosidad del cuadro. Padre e hijo menor, aunque no ocupen el centro de la composición, sí se convierten en el grupo humano más importante del mismo. Rembrandt mostró en numerosas ocasiones su interés por las figuras de ancianos. La vejez era la edad para él ideal, la que le ofrecía la oportunidad de mostrar la riqueza interior que ofrecen el sufrimiento y la experiencia.
-A la derecha del grupo anterior se sitúa el hermano mayor. Existe un parecido entre éste y su padre, tanto por la barba como por sus atuendos. Es un hombre alto,de postura señorial y rígida , lo cual se acentúa con el fino bastón que sostiene entre sus manos. Su mirada aparece fría y distante, a diferencia de la del padre, que es tierna y acogedora. Nada tienen que ver tampoco sus manos con las de su progenitor: si el padre con sus manos extendidas da acogida al hermano menor, el recogimiento de las suyas insinúa un cierto rechazo. Cabe destacar también que se mantiene apartado de la escena principal,lo que corrobora que no parece ser un alejamiento sólo físico. Una tercera contraposición se podría establecer en la forma con que Rembrandt trata la luz que incide sobre su rostro y la que utiliza para iluminar el rostro del padre: la primera, es fría y estrecha; la segunda, cálida y amplia.
-Completan el cuadro dos personajes más, un hombre sentado que se golpea en el pecho, posiblemente un administrador, y, en último término un recaudador de impuestos al que tan sólo se le intuye el rostro, totalmente ensombrecido y, por tanto, difuso. Estos dos personajes son también testigos de los hechos que están teniendo lugar, pero su papel es secundario.
Rembrandt ha querido otorgar el protagonismo a las otras tres figuras, que se agrupan originando dos centros (padre y hermano menor a la izquierda, y hermano mayor a la derecha). Destaca ante el espectador el espacio que se abre entre ambos grupos y que ocupa el centro de la composición.
Esta obra es un ejemplo de la gran potencia expresiva de su autor y reflejo de su audacia y libertad en la pincelada, rasgos que se hicieron extremos en los cuadros que pintó a finales de la década de los sesenta. Se trata de un cuadro de gran fuerza realista, sobre todo por la enorme penetración psicológica de los personajes y por la armonía cromática conseguida. La escena no muestra una emoción violenta sino una calma que confiere a las figuras un carácter prácticamente escultórico con el objetivo de transmitir perdurabilidad. No menos significativas son la expresividad de la luz, la gama cromática utilizada, la técnica y la sencillez compositiva. En cuanto a la luz, gracias a su oscilación las figuras quedan conectadas al espacio que las rodea y el mismo espacio se integra en la representación, es decir, espacio y figuras se convierten en algo inseparable e igualmente expresivos.
En este lienzo Rembrandt interpreta con solemnidad la idea cristiana del perdón, al mismo tiempo que transmite su profunda comprensión de la condición humana y del sentimiento religioso.
Algunos rasgos y simbolismos más acusados.-{mosimage}
-Los rostros y las miradas: Merece contemplarse con detenimiento el rostro del Padre, que se muestra íntegro, y los rostros de los dos hermanos, que sólo aparece en una de sus faces. La mirada del Padre aparece cansada, casi ciega, pero llena de gozo y de emoción contenidas. La cara del hijo menor trasluce anonadamiento y petición de perdón. El rostro del hermano mayor aparece resignado, escéptico y juez. El hijo mayor, correctamente ataviado, surge en el cuadro desde la distancia.
–La fuerza del abrazo y de las manos del Padre: La centralidad del cuadro, el abrazo del reencuentro entre el Padre y el hijo menor, emana intimidad, cercanía, gozo, reconciliación, acogida. El Padre estrecha y acerca al hijo menor a su regazo y a su corazón y el hijo, harapiento y casi descalzo, se deja acoger, abrazar y perdonar. El Padre impone con fuerza y con ternura las manos sobre su hijo menor. Son manos que acogen, que envuelven, que sanan -el simbolismo del gesto cristiano y religioso de la imposición de las manos. (mosimage)
-Las manos.
Son algo diferentes la una de la otra. La izquierda, sobre el hombro del hijo, es fuerte y musculosa. Los dedos están separados y cubren gran parte del hombro y de la espalda del hijo. Veo cierta presión, sobre todo en el pulgar. Esta mano no sólo toca, sino que también sostiene con su fuerza. Aunque la mano izquierda toca al hijo con gran ternura, no deja de tener firmeza.
¡Qué diferente es la mano derecha! Esta mano no sujeta ni sostiene. Es fina, suave y muy tierna. Los dedos están cerrados y son muy elegantes. Se apoyan tiernamente sobre el hombro del hijo menor. Quiere acariciar, mimar, consolar y confortar. Es la mano de una madre.
Algunos estudiosos sugieren que la mano izquierda masculina es la mano de Rembrandt, y que la derecha es muy parecida a la mano derecha de La novia Judía, pintada en el mismo período. Yo quiero creer que es verdad.
En cuanto me di cuenta de que las dos manos eran diferentes, se abrió ante mí todo un mundo nuevo de significados. El Padre no es sólo el gran patriarca. Es madre y padre. Toca a su hijo con una mano masculina y otra femenina. Él sostiene y ella acaricia. El asegura y ella consuela. Es, sin lugar a dudas, Dios, en quien femineidad y masculinidad, maternidad y paternidad, están plenamente presentes. Esta mano derecha suave y tierna me hace recordar las palabras del profeta Isaías: “¿Acaso olvida una mujer a su hijo y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.
Fíjate en mis manos: te llevo tatuada en mis palmas” (Is 49,15).
Y así, bajo la forma de un viejo patriarca judío, emerge también un Dios maternal que recibe a su hijo en casa.
Ahora, cuando miro de nuevo al anciano de Rembrandt inclinándose sobre su hijo recién llegado y tocándole los hombros con las manos, empiezo a ver no sólo al padre que estrecha al hijo en sus brazos, sino a la madre que acaricia a su niño, le envuelve con el calor de su cuerpo, y le aprieta contra el vientre del que salió.
Así, el “regreso del hijo pródigo” se convierte en el regreso al vientre de Dios, el regreso a los orígenes mismos del ser y vuelve a hacerse eco de la exhortación de Jesús a Nicodemo a nacer de nuevo.
Ahora aprecio mucho más la enorme calma de este retrato de Dios. No hay sentimentalismo, ni romanticismo, ni se cuenta un simple cuento con final feliz. Lo que aquí veo es a Dios como madre, recibiendo en su vientre a aquél a quien hizo a su propia imagen. Los ojos casi ciegos, las manos, el manto, el cuerpo inclinado, todo recuerda al amor divino maternal, marcado por el dolor, el deseo, la esperanza y la espera sin fin.
Así pues, igual que la parábola del hijo pródigo encierra el mensaje nuclear del Evangelio e invita a quienes lo escuchan a que tomen sus propias opciones frente a él, así también el cuadro de Rembrandt resume su propia lucha espiritual e invita a sus espectadores a que tomen una decisión personal sobre sus vidas.
Rembrandt es tanto el hijo mayor como el menor. Cuando, en los últimos años de su vida, pintó a los dos hermanos en su Regreso del Hijo Pródigo, había llevado una vida en la que no le eran extraños ni el extravío del hijo menor ni el del mayor. Los dos necesitaban sanación y perdón. Los dos necesitaban volver a casa. Los dos necesitaban el abrazo de un padre misericordioso. Pero queda claro por la historia y por el cuadro, que la conversión más difícil fue la del que se quedó en casa.
Y nos falta el tercer ingrediente. Un sacerdote: Henri Nouwen. Holandés, psicólogo, docente de Harvard y Yale; famoso conferencista y escritor que estaba agotado tras una vida de grandes éxitos. Entonces renunció a su trabajo en Harvard y se fue a convivir con personas con discapacidad mental, en una comunidad llamada El Arca.
Estando allí, casualmente vio una reproducción del famoso cuadro de Rembrandt en una pared, y su corazón dio un brinco. Había sido sacerdote por muchos años, sin embargo, la imagen lo cuestionó profundamente: ¿Me había atrevido a llegar al fondo de lo esencial, a arrodillarme y dejarme abrazar por un Dios misericordioso?
Dejarse abrazar por Dios!–según refiere Henri J.M. Nouwen en su libro no resulta ni tan obvio, ni tan fácil ni sencillo, aunque sea realmente lo que más desees o necesites. ¡Es paradójico que en la vida nos afanemos en buscar amigos en facebook, que mendiguemos afecto, reconocimiento, prestigio, poder… y después nos resistamos a dejarnos querer y amar.
Nos cuenta Nouwen que él sintió que él era ese pobre muchacho derrumbado, que necesita desesperadamente el abrazo de su Padre.
El cuadro le reveló lo que su corazón siempre había anhelado, pero el mundo nunca podría darle: ser amado de verdad, sin condiciones.
Este libro tienen estas meditaciones el encanto de la sinceridad. Nouwen reconoce que en su interior también habitan los dos hijos extraviados que necesitan dejarse abrazar por Dios, a través del hermano (del próximo).
Allí Nouwen nos revela que todos somos el hijo pródigo y el hijo mayor; pero estamos llamados a ser la imagen del Padre misericordioso en el mundo.
Tan grande es el amor de Dios, que no nos cabe en la cabeza y por eso dudamos que sea cierto. Entonces, no tratemos de entenderlo, sencillamente confiemos en la parábola que nos dice:
“Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y, profundamente conmovido, salió a su encuentro y lo cubrió de besos”Lc. 15, 20
No importa cuántas veces abandonemos el hogar, siempre podemos volver. E Padre siempre desborda de alegría al vernos, porque aunque cueste creerlo, a cada uno de nosotros nos dice: “Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco”.
Tres años después, tuvo la oportunidad de visitar el museo Hermitage en Rusia, y observar en detalle el imponente cuadro.
Fruto de largas meditaciones, reflexionando sobre el cuadro y la parábola, surge este libro, que está dividido en tres partes: el hijo menor, el hijo mayor y el Padre.
El hijo menor.
Rembrandt fue durante largo tiempo como el hijo menor, un joven orgulloso que recogió sus cosas y se marchó. Fue insolente, autosuficiente, derrochador, sensual y muy arrogante. Una de sus mayores preocupaciones fue el dinero
Cuando miramos al hijo pródigo, de rodillas ante su padre, apoyando la cara contra su pecho, vemos a ese artista que un día fue autosuficiente y venerado, que llegó a comprender por fin que toda la gloria que había conseguido era gloria vana.
En lugar de la ropa cara con la que el joven artista se retrató anteriormente así mismo, en el burdel, lleva una túnico sobre los hombros que cubre su cuerpo enfermo; y las sandalias con las que había caminado hasta tan lejos, están ahora gastadas y ya no sirven
El hijo menor se marcha. En el regreso, está sin duda alguna implícito un marcharse anterior.
La manera que tuvo el hijo de marcharse era equivalente a desear la muerte del padre. El, por sus propias convicciones, no solo le exige la división de la herencia, sino que reclama su derecho de disponer de su parte, coge sus cosas y se va de la casa, lo que significaba romper con toda relación parental.
El problema es que las leyes judías estipulaban respetos a la herencia que el hijo mayor se llevará las dos terceras partes de ellas y, en este caso, el hijo menor el resto. Evidentemente este muchacho no pudo asimilar tal injusticia
Entonces, se marchó a un país lejano, quiere decir al lugar en el que se ignora todo lo que en casa se ha considerado sagrado.
Irse de casa es vivir sordo a la voz del amor. Es dejar de oír la vos de Dios de que soy su hijo amado.
Las consecuencias internas de la marcha de la Casa del Padre:
El mundo alrededor se vuelve oscuro. Se endurece el corazón. El cuerpo se llena de tristeza. La vida no tiene sentido. Se ha convertido en un alma perdida.
¿Somos el hijo menor?
Sí, todos somos el hijo menor, cada vez que nos alejamos del Padre porque nos sentimos autosuficientes. Cada vez que vamos de un sitio a otro buscando lo que según nosotros no tenemos en casa y terminamos sin hogar y cansados.
Y es que dejar el hogar significa ignorar la verdad de que Dios me ha moderado en secreto, me ha formado en las profundidades de la tierra y me ha tejido en el seno de mi madre (Sal 139, 13-15)
Dejamos el hogar cada vez que perdemos la fe en la voz que nos llama “mi hijo amado” y hacemos caso a las voces que nos ofrecen formas nuevas para ganar el amor que tanto deseamos.
Las voces pueden comenzar a dominar nuestra vida fácilmente y empujarnos hacia el “país lejano”
Señales que nos indican que nos hemos ido de casa pueden ser la ira, el resentimiento, deseos de venganza, lujuria, codicia,antagonismos, rivalidades… Otras son voces de promesas muy seductoras; como esas que nos dice sal y demuestra que puedes hacer las cosas sin Dios; o las voces de aprobación esas que me dicen que para saber lo que valemos para el mundo debemos preguntar ¿me quieres? Y les concedo el poder a las voces del mundo, pero el mundo esta lleno de “sies”; mientras sigamos buscando nuestro verdadero yo en el mundo del amor condicional, seguiremos “enganchados” al mundo, intentándolo, fallando y volviéndolo a intentar.
Dice Nouwen que esto ocurre porque en nuestro interior “surge la idea equivocada de que el mundo es quien da sentido a mi vida” (Pág.47).
Explica que al estar empeñados en buscar la felicidad en el mundo, nos desgastamos en agradar, tener éxito y ser reconocidos.
Entonces fácilmente pasamos del júbilo a la depresión, y así terminamos como una pequeña barquita en medio del océano, a merced del oleaje… y lejos de Dios.
Sin embargo el redescubrimiento de sí mismo hace al hijo pródigo optar por la vida, se dio cuenta que no era un cerdo, sino un hijo de su Padre.
Cuando el hombre llega hasta tan terrible vacío como le sucedió al hijo menor de desear la muerte, este vacío actúa, si recuerda su condición de hijo, como un tensor que nos mueve a tomar una decisión como si fuese un resorte: “Me levantaré”
Y entonces puede escachar la verdadera voz del amor que es una voz suave y amable. Que nos habla desde los lugares más recónditos de nuestro ser, no es una voz bulliciosa. Es una voz que solo puede ser escuchada por aquellos que se dejan tocar y sentir el contacto de las manos benditas de Dios y escuchar su voz llamándonos “hijo amado”
Pero el no podrá obligarnos a quedarnos en casa. El Padre Misericordioso no puede forzar el amor. Entonces tenía que dejar a su hijo se marchar en libertar, sabiendo incluso el dolor que aquello causaría a ambos.
Fue precisamente el amor lo que impidió que retuviera a su hijo a toda costa. Fue el amor lo que le permitió dejar a su hijo que encontrara su propia vida a riesgo de perderla.
Aquí se desvela el misterio de nuestra vida: Somos amados en tal manera que nosotros también somos libres para dejar el hogar. La bendición está allí desde el principio. La rechazamos y quizá seguimos rechazándola, pero el Padre continúa esperándonos con los brazos abiertos preparado para recibirnos y susurrarnos al oído: Tu eres mi hijo amado, en quien me complazco”. Pero quizá hemos preferido la tierra lejana al hogar y, entonces, surge en nosotros el hijo menor. Y por supuesto hay una inevitable afectación entre el abandono del hogar (casa del Padre) y la propia experiencia espiritual, pues la historia no tiene que ver con un padre terrenal… Lo que representa aquí es el Amor y la Misericordia Divinas y su poder transformador.
Así, recibir el perdón implica voluntad de dejar a Dios ser Dios y de dejarle hacer todo el trabajo de sanación, restauración y renovación de mi persona.
Siempre que intentemos hacer solos el trabajo, terminaremos conformándonos con ser jornaleros, y en en esa condición correr el riesgo de seguir manteniéndonos distantes, revelándonos o quedándonos del salario.
Esta claro, entonces que debemos recorrer la distancia entre la salida y el regreso de forma sabia y disciplinada. Lo que significa vivir de acuerdo con una segunda inocencia, no la del recién nacido, sino la inocencia que se consigue haciendo opciones conscientes, esas que describe Jesús con toda claridad en las Bienaventuranzas.
El hijo pródigo pasa así del yudo terrible que ya conocemos, al yugo del abrazo de su padre al cuello. He ahí el inexplicable Amor de Dios al hombre. Pasa de estar disminuido a la altura de los puercos, a estar a la altura del rostro de su padre por medio del abrazo.
Acogida que sin duda alguna rompe todos los esquemas mentales y morales del hijo menor quien ya tenía planificados el precio de su culpa, aceptando quedarse como jornalero.
Sin duda alguna, el hijo pródigo abrazado y agazapado por su padre, se nos parece al protagonista reflejado en el salmo 40 que habla de un hombre que, después de hundirse en el fango pantanoso, grita a Dios. Se trata de un grito de gratitud porque Dios ha sacado su vida de la fosa fatal.
El viaje del hijo menor no puede, sin embargo, separarse del viaje del hijo mayor en quien también nos centraremos.
MEDITACIÓN VISUAL DE LO VISTO
CANCIÓN
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Abril 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.