En el Evangelio según san Mateo 11, 28-30 se nos indica que Jesús dijo: «Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera».. Y es que como nos decía el sacerdote Wilson Grijaldo en la Eucaristía, hay remolinos que nos atraen, tales como el consumismo, el dinero, la vida desordenada, los vicios…, por eso necesitamos del descanso que solo nos da el Señor. Y la Eucaristía es fuente de descanso espiritual.
La importancia del descanso es paralela a la importancia del trabajo: uno y otro son necesarios para lograr en la vida los objetivos que nos permiten vivir y ser felices. Todo trabajo supone un desgaste físico y psíquico. Ese desgaste se acompaña de sensaciones negativas, que configuran la vivencia personal de lo que llamamos cansancio.
Vivimos la vida en un planeta donde hay caos. Esto significa que jamás podremos gozar en este mundo el descanso final que nuestros corazones tanto anhelan. Debemos rechazar la idea de que lo mejor para nosotros es apartarnos por completo del resto del mundo.
Sin embargo, los cristianos tenemos permitido y necesitamos retirarnos y estar en silencio para tomar tiempos a solas con Dios. Es algo en lo que tenemos que disciplinarnos si queremos florecer en medio de tanta saturación de ruido, notificaciones, información, y caos. Es algo que necesitamos si hemos de disfrutar la calma que solo Dios puede darnos. Si Cristo necesitó de esos momentos, ¡nosotros seguro también! (Mt. 14:23; Lc. 4:42).
El silencio y la soledad nos ayudan a minimizar las distracciones cuando en oración derramamos nuestro corazón ante Dios y presentamos ante Él nuestra ansiedad (1 Pe. 5:7). También nos ayudan a minimizar las distracciones para meditar en la Palabra que restaura nuestras almas (Ps. 19:7). Esta es una meditación bastante diferente a la que el resto del mundo nos presenta: en vez de vaciar nuestras mentes o centrarnos en cosas de este mundo, somos llamados a ser saturados por la Palabra de Dios (Col. 3:16). La soledad y el silencio son de inmensa ayuda para esto. Así como Elías necesitó estar a solas para escuchar en un susurro la voz de Dios, nosotros también necesitamos esta disciplina espiritual para conocerlo más a Él.
Esta es la clave bíblica para vivir con enfoque y calma mental en medio del ruido y las distracciones que nos rodean. Es algo tan simple como apagar el teléfono e irte a tu habitación, o a un lugar a solas al aire libre, para leer la Biblia y orar.
Entonces, ¿por qué no buscamos cultivar esta disciplina? ¿Por qué a menudo preferimos sustitutos que, aunque puedan ayudarnos, no terminarán de saciar nuestra sed de tranquilidad?
Y es que si somos realistas, estar a solas con Dios es demasiado arriesgado para la mayoría de nosotros.
Por ejemplo, al hablar de las redes sociales, muchos creemos que tenemos muchos mensajes por responder y cosas por hacer. Queremos estar al tanto de las notificaciones que recibimos para no perdernos de algo bueno o malo (lo que los psicólogos han llamado FOMO, “miedo a perderse algo” . Y esto a la larga resulta devastador para nosotros, pues forma una mente más distraída y nos hace sentir más cargas de las que podemos llevar. Esto sucede cuando vemos la cantidad de cosas en el mundo que demandan nuestra atención, y sencillamente no podemos enfocarnos en todas.
Sin embargo, nos sigue gustando la ilusión de omnisciencia que nos brinda la tecnología. Así que perseguir tiempos de soledad y silencio es arriesgado para muchos de nosotros porque atenta contra la fantasía moderna de que podemos y necesitamos saberlo todo para no quedarnos atrás en la carrera contra el resto del mundo.
No nos gusta apartarnos para estar a solas con Dios porque eso significa reconocer que el mundo no nos necesita tanto como pensamos. Por ejemplo, considera de nuevo nuestro uso de las redes sociales. Mira nuestro afán por “likes” que aumentan nuestro sentido de autoestima y estimulan la circulación de dopamina en nuestros cuerpos. ¿No es cierto que las redes sociales no serían tan exitosas si no quisiéramos sentirnos importantes, escuchados, y vistos?
Otra razón por la que percibimos como arriesgado estar a solas con Dios es que, aunque anhelamos descanso, en nuestros corazones no lo queremos en Dios. De hecho, yo diría que esta es la razón principal por la que muchos de nosotros solemos evitar el silencio y la soledad. Esto explica por qué la que la televisión es más popular que la oración. Romanos 3:10-13 enseña, con palabras muy duras, que el hombre separado de Dios no busca en realidad a Dios. No queremos ser confrontados con nuestro pecado, nuestra finitud, y nuestras debilidades.
Por eso amamos las distracciones, como lo dijo Pascal siglos atrás:“La distracción es la única cosa que nos consuela por nuestras miserias. Sin embargo, es la mayor de nuestras miserias. Por encima de todo, es lo que nos impide pensar en nosotros y así nos conduce imperceptiblemente a la destrucción”.
Nos gusta la distracción porque nos ayuda a ignorar nuestra condición de miseria espiritual y separación de Dios. Esto contribuye de manera especial a nuestra ansiedad por consumir cosas y distraernos con lo último que nos presente la tecnología. Por ejemplo, nos hemos vuelto adictos a mucho contenido en Internet, a nuestros teléfonos, y a la televisión. Esto no es de extrañar. La mayoría del contenido que más nos gusta está diseñado para capturar nuestra mente con el fin de ganar dinero.
Hay cansancios y cansancios. Los hay vitales, de quien ha perdido sentido, horizonte, utopía y esperanza. Los hay cotidianos, de quien se encuentra cada día con la sensación de enfrentar una cuesta interminable, con solo las propias fuerzas.
Los hay fruto de sentir que la injusticia parece vencer siempre abrumadoramente, sin remedio. Los hay desesperados. Y los hay también evitables, porque son fruto simplemente de nuestra necedad.
Y, además, también los hay compartidos, necesarios, hacedores de vida, los que son fruto del trabajo evangelizador y humanizador, los que van sembrando, y alumbrando un nuevo mañana; los que se empeñan en construir fraternidad y justicia en la vida cotidiana, en el trabajo humano. ¡Que mi cansancio, -decía, a veces, san Francisco, cuando llegaba agotado a la noche- sea mi oración, Señor!
Precisamente porque caminamos con nuestros hermanos y hermanas podemos percibir, con la misma sensibilidad de Jesús, los cansancios de sus vidas. Podemos darnos cuenta del agobio en que se desenvuelve sus vidas muchas veces, de la desesperanza, de la desilusión que conlleva la manera de vivir que este mundo nos ofrece, que nos exprime hasta agotarnos vitalmente. Podemos darnos cuenta de la deshumanización que envuelve sus vidas y, también, a veces, la nuestra.
En los esquemas de este mundo nuestro no es fácil descansar. Unos no pueden, y otros no saben. Descansar es reconciliarse con la vida, disfrutar del regalo de la existencia, reencontrarnos con lo mejor de nosotros mismos, con lo que hay de Dios en nosotros. Para eso necesitamos salir de nuestro egoísmo y abrirnos a la vida y a las personas, abrirnos al sufrimiento ajeno. Necesitamos librarnos de las angustias egoístas y las mil complicaciones insensatas que nos creamos con este modo de vivir que tantas veces nos atrapa.
La mirada del Señor es una mirada compasiva capaz de darse cuenta de los trasfondos vitales. Jesús es capaz, mirando a la gente, de darse cuenta de que esta manera de vivir de nuestra sociedad provoca el agobio y el cansancio. Nos muestra una manera de mirar la vida que permite descubrir cómo recorremos caminos que no conducen a la Vida. También hoy nosotros nos podemos sentir mirados así. Y en esa mirada sentirnos acogidos. No estamos solos en nuestras faenas ni en nuestros cansancios: todas nuestras empresas nos las realizas El.
Estas son solo algunas de las razones, que se complementan a sí mismas, por las que no buscamos más silencio y soledad con Dios. Pudiéramos seguir hablando al respecto, exponiendo más razones, pero ya entiendes el punto: debido a nuestro pecado, el silencio y la soledad con Dios son cosas que percibimos como demasiado arriesgadas en más de una manera. Se requiere mucho valor para salir de las arenas movedizas de las distracciones, el orgullo, el consumismo, y las fantasías contemporáneas que nos envuelven en la actualidad por medio de la tecnología.
Así que si somos honestos, veremos que se requiere valentía para redescubrir y perseguir la disciplina de estar a solas con Dios. Al igual que Marta, solemos olvidar qué es aquello que en verdad puede saciarnos y es lo más importante en el universo: “Marta, Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas; pero una sola cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada” (Lc. 11:41-21).
La clave está en entender que Jesús es lo más necesario e importante. Él vino a morir en una cruz para darnos descanso. Así podemos tener acceso al Padre, quien desea que entremos en su reposo (Heb. 4:1-11). Así hallaremos descanso verdadero (uno que las apps más modernas y la filosofía pagana no pueden darnos). Al apartarnos del caos por un momento para buscar conocerlo más en oración y estudio profundo de su Palabra, experimentaremos un adelanto del descanso final en Dios que nos aguarda por la eternidad.
Debido al amor de Dios mostrado en la cruz, ya no tenemos por qué temer acercarnos a Él. No hay razón para distraernos de la realidad y llenarnos de ruido y distracciones. Dios conoce todo lo peor sobre nosotros, y a pesar de eso nos amó de tal manera que dió a su Hijo para salvarnos (Jn. 3:16). Al mismo tiempo, ya no tenemos por qué vivir esclavos de la idolatría del consumismo o nuestros propios egos. Ya no tenemos qué seguir la fantasía de pretender estar conectados a todo y simular ser como dioses.
La Biblia alienta de manera categórica el descanso y la relajación. Una definición del verbo “descansar” sería “dejar de trabajar con el fin de relajarse, refrescarse, o recuperar la fuerza.” Una definición de “relajación” es “el estado de estar libre de tensión y ansiedad”. Repetido a lo largo de las Escrituras, el descanso se menciona por primera vez en Génesis 2: 2–3.
El sentido del auténtico reposo –ha explicado el Papa Francisco- lo encontramos en las palabras del Éxodo: «Dios hizo el mundo en seis días, y el séptimo descansó». Ese descanso es la alegría de Dios por su creación, que era muy buena.
Para los cristianos, el día del Señor es el domingo y en la eucaristía, que significa “dar gracias”, se encuentra el culmen de esa jornada de contemplación y bendición, en la que “acogemos la realidad” y “alabamos al Señor por el don de la vida”, dándole gracias por su misericordia y por todos los bienes que nos concede, ha señalado el Santo Padre.
El Papa ha indicado que el reposo es también un momento propicio para la reconciliación, para confrontarnos con las dificultades sin escapar de ellas, para encontrar la paz y la serenidad de quien sabe valorizar lo bueno que tiene, incluso en el lecho del dolor o en la pobreza.
El Pontifice ha exhortado a “abrir el corazón a la Providencia divina y a descubrir la profunda verdad del Salmo 62 «Solo en Dios descansa mi alma»; y que, junto con la Virgen María, acojamos al Espíritu Santo para seguir las huellas de Cristo en el camino de la vida”.
Descansemos en el Señor, nos recomienda el Emérito Benedicto XVI, acordándonos de la palabra de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». Descubrir que “Solo en Dios, descansa el alma”, es encontrar en un mundo tan saturado de nada, pero tan hambriento de todo, el vértice o la sima que guíe nuestra débil peregrinación.
Él proporciona un «hoy eterno» a los que mantienen hasta el fin la confianza segura del principio. «Bendito el hombre que confía en el Señor y pone en el Señor su confianza» Jr 17,7. Si para Él hemos sido hechos, nuestro inquieto corazón sólo encontrará quietud cuando repose en el alcázar seguro; cuando sobre nosotros sea pronunciada la bienaventuranza última de quienes han encontrado su sábado eterno; que ninguno llegue retardado a ese descanso.
El ser humano tiende a reducir el descanso contemplativo al ámbito de lo infecundo o innecesario, olvidando que así se quita a la obra que se realiza lo más importante: su sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer. Se trata de otra manera de obrar que forma parte de nuestra esencia. De ese modo, la acción humana es preservada no únicamente del activismo vacío, sino también del desenfreno voraz y de la conciencia aislada que lleva a perseguir sólo el beneficio personal…… Así, el día de descanso, cuyo centro es la Eucaristía, derrama su luz sobre la semana entera y nos motiva a incorporar el cuidado de la naturaleza y de los pobres“.(LAUDATO SÍ 237)
El Catecismo Católico en el 2177, nos indica que tenemos el peligro de entender por “celebración dominical” únicamente la santa Misa, la Eucaristía.
Sin embargo el catecismo matiza bien esto de la celebración dominical: La celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor.
Este punto deja al descubierto, que por deformación hemos ido reduciéndola celebración del domingo a “ir a misa”.
Pero lo cierto es que para que la misa este bien celebrada hemos de santificar el dia entero, porque es el “dia entero, es el que está consagrado al Señor”.
Dia consagrado a las “cosas santas”; por ejemplo: la familia, que es algo santo; a visitar a los enfermos, o a las personas solitarias.
Es muy importante que el domingo rompamos ese esquema de aislamiento en el que estamos inmersos.
Un dia especialmente para dedicarlo a la oración para disfrutar de sus dones.
Se añade del día y de la Eucaristía del Señor, no se puede santificar el dia del domingo sin la Eucaristía, es como hacer un cuerpo sin corazón: “la Eucaristía es el corazón del domingo”.
Podríamos pretender tener un “corazón sin cuerpo”. Un corazón sin cuerpo no deja de ser algo obtenido por algo artificial. Le falta la vida.
Es decir, de la Eucaristía se desprende una “vida” del domingo, que es vivir en el Señor.
Es en la Eucaristía donde se celebra el “misterio Pascual”: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven Señor Jesús!”. Cada domingo hacemos una pequeña celebración de la “Semana Santa” de los misterios de la muerte y Resurrección de Jesucristo.
En el Laudato Si, 236, nos dice: “En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo»[166]. La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo»[167]. Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado.
Por tradición bíblica, nos indica el Papa, los judíos descansan el sábado, mientras en la sociedad romana no estaba previsto un día semanal de abstención de los trabajos serviles. Fue el sentido cristiano del vivir como hijos y no como esclavos, animado por la Eucaristía, a hacer del domingo el día de descanso”.
El Señor nos descansa en la Eucaristía, alimento que debe recibirse con calma. Porque toda celebración de la Misa es un descanso en el Señor. Es muchas otras cosas, pero también momento para el solaz del alma.
No hay lugar más mullido ni descanso más reconfortante que el Corazón de Jesús. Quien lo ha encontrado ya no lo deja jamás. Y precisamente desde ahí se pueden hacer muchas cosas. ¿Cómo si no son los santos capaces de tantos trabajos? Tienen un truco que está al alcance de todos nosotros: reposar en el Señor.
Que María, madre en la Eucaristía, que sostuvo a su Hijo en el regazo muchas veces, nos enseñe el auténtico descanso del cristiano.
Bibliografia:
- https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/verdadero-descanso-mundo-saturacion-tecnologica/
- https://es.zenit.org/2018/09/05/audiencia-general-distinguir-entre-el-verdadero-descanso-y-la-evasion/
- https://www.enticonfio.org/wp-content/uploads/2017/02/Catecismo_2177-2178.pdf
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2013/07/18/descansar-en-cristo/
- https://zonahospitalaria.com/la-importancia-del-descanso-en-nuestra-vida/
- https://www.hoac.es/2018/07/19/cursos-de-verano-homilia-en-la-eucaristia/
- https://www.compellingtruth.org/Espanol/descanso-y-relajacion.html
- https://es.catholic.net/op/articulos/76627/cat/1036/eucaristia-es-alivio-descanso-encuentro.html#modal
- http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/h5b.htm
- https://mesn.wordpress.com/2010/07/27/%E2%80%9Csolo-en-dios-descansa-mi-alma%E2%80%9D-salmo-61.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Julio 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.