Con estas palabras, el Papa Francisco anunció la celebración del Año Santo de la Misericordia del 8 de diciembre de 2015 al 20 de noviembre d 2016: “Queridos hermanos y hermanas, he pensado a menudo en cómo la Iglesia puede poner más en evidencia su misión de ser testimonio de la misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual. Por esto he decidido convocar un Jubileo extraordinario que coloque en el centro la misericordia de Dios. Será un Año Santo de la Misericordia, Lo queremos vivir a la luz de la palabra del Señor: “Seamos misericordiosos como el Padre”.
Estoy convencido de que toda la Iglesia podrá encontrar en este Jubileo la alegría de redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos somos llamados a dar consuelo a cada hombre y cada mujer de nuestro tiempo. Lo confiamos a partir de ahora a la Madre de la Misericordia para que dirija a nosotros su mirada y vele en nuestro camino”.
Vamos a ir analizando 10 reflexiones que nos proporciona el Papa Francisco, como preparación para el Jubileo de la Misericordia.
El Evangelio de Jn 7,53-8,11, continua el Papa Francisco, nos presenta el episodio de la mujer adúltera, a la que Jesús salvó de la condena a muerte. Nos conmueve la actitud de Jesús: no escuchamos palabras de desprecio, no escuchamos palabras de condena, sino sólo palabras de amor, de misericordia, que invitan a la conversión “Tampoco yo te condeno ¡Vete y ya no vuelvas a pecar!” ¡Oh, hermanos y hermanas, el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia!
¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? ¡Eh, esa es su misericordia! Siempre tiene paciencia: tiene paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con el corazón contrito. Grande es la misericordia del Señor.
Un poco de misericordia hace el mundo menos frío y más justo. Necesitamos entender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso, que tiene tanta paciencia… Recordemos el profeta Isaías, que afirma que aunque nuestros pecados fuesen color rojo escarlata, el amor de Dios los convertirá en blancos como la nieve.
Recuerdo, cuando apenas era obispo, en 1992, llegó a Buenos Aires la Virgen de Fátima y se hizo una gran misa para los enfermos. Fui a confesar, a aquella misa. Y casi al final de la misa me levanté porque tenía que administrar una confirmación. Vino hacia mí una mujer anciana, humilde, muy humilde, de más de ochenta años. La miré y le dije: “Abuela – porque allí llamamos así a los ancianos- abuela, ¿se quiere confesar?” “Sí”, me dijo. “Pero si usted no ha pecado…” Y ella me dijo: “Todos tenemos pecados”… “Pero el Señor ¿no la perdona?” “El Señor perdona todo” me dijo, segura. “Pero, ¿cómo lo sabe usted, señora?”. “Si el Señor no perdonase todo, el mundo no existiría”.
Cuando pecamos, apartamos no solo nuestros rostros, sino también el resto de nuestro ser, o sea, nuestra mente, nuestro corazón, nuestro espíritu de Dios.
Cuando nos apartamos de Dios y de Su amor por el pecado, no es Dios el que cambia. El cambio tiene lugar en nosotros, lo que cambia es nuestra capacidad de ver, de experimentar y recibir el amor que Él esta incesantemente derramando sobre cada uno de nosotros.
La Biblia nos dice que todos necesitamos el perdón de Dios. Todos hemos cometido pecado. Eclesiastés 7:20 declara, “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque.” 1 Juan 1:8 dice, “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.” Todo pecado es a la larga un acto de rebelión en contra de Dios (Salmos 51:4).
Como resultado, necesitamos desesperadamente el perdón de Dios. Si nuestros pecados no son perdonados, pasaremos la eternidad sufriendo las consecuencias de nuestros pecados (Mateo 25:46; Juan 3:36).
Cuando somos injustos con alguien, buscamos su perdón a fin de restituir la relación. El perdón no es otorgado debido a que la persona merezca ser perdonada. Nadie merece ser perdonado. La buena noticia es que no necesitamos ser dignos del perdón, Él nos perdona porque nos AMA y nos ama no porque seamos dignos de su Amor, Él nos ama por lo que Él es y por lo que Él nos creo para que seamos: no solo una criatura sino Su Propio hijo (a). No podemos ganar o perder el amor de Dios, lo tenemos ya, para siempre.
Continúa el Papa Francisco: “El problema es que nosotros nos cansamos de pedir perdón! Pero Él nunca se cansa de perdonar; somos nosotros los que , a veces, nos cansamos de pedir perdón. Y no tenemos que cansarnos nunca, nunca. Él es el Padre amoroso que perdona siempre y cuyo corazón está lleno de misericordia para todos nosotros. Tenemos que aprender a ser más misericordiosos con todos. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, que ha tenido en sus brazos a la Misericordia de Dios hecho hombre”.
Y no solo nos cansamos, sino que no hemos llegado a entender que es lo que quiere hacer Cristo con nosotros en el Sacramento de la Confesión. Acudimos, generalmente, queriendo solo que nuestros pecados sean perdonados, entonces tendemos a caer en la misma lista de pecados una y otra vez.
Él quiere sanarnos de las actitudes, deseos desordenados, problemas y heridas que hacen que sigamos cayendo una y otra vez en lo mismo.
Para que nos quede más claro, analicemos un poquito el propósito de los Sacramento, es “un signo exterior instituido por Cristo para conceder gracia”.
¿Qué es la gracia? El Catecismo de la Iglesia Católica en el Nº 1997, nos dice, “la gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria”.
Así que la gracia nos es solo una ayuda, sino en realidad una nueva forma de vida: la vida eterna de Dios, infundida ahora en nuestra alma “para sanarla del pecado y santificarla” (Nº1999). Nótese que no dice para perdonarla del pecado, sino para sanarla y santificarla.
Santa Faustina, en su Diario Nº 377, sostiene que debiéramos acudir a la confesión por dos motivos:
1. Nos confesamos para ser sanados.
2. Nos confesamos para ser educados: nuestras almas necesitan una continua educación, como el niño pequeño.
La Confesión no está destinada a ser una reparación instantánea. Está destinada a ser un proceso de sanación y educación que nos ayuda a crecer para que nos sigamos cayendo una y otra vez en los mismos viejos hábitos de pecado.
El perdón es solo el ineludible primer paso en un proceso integral. El Catecismo nos lo dice en el Nº 1502: “El perdón de Dios inaugura la curación” Estos es lo que ocurre en el confesionario. Somos rescatados, sanados, restaurados, perdonados. ¿Rescatado? ¡Sí! Hemos sido secuestrados. Los pecados nos mantienen en cautiverio en el reino de las tinieblas. En la Cruz, Cristo pagó nuestro rescate tomando sobre Sí mismo el justo castigo que nuestros pecados merecen y ofreciendo Su sufrimiento al Padre en expiación por nuestros pecados, Él obtuvo el perdón y nos rescató.
Sin embargo, cuando pecamos, nos herimos a nosotros mismos; desfiguramos la obra que Dios creó, de tal manera que ya no nos vemos como Él, no pensamos como Él, no actuamos como Él. Entonces Jesús, por medio del Sacramento de la Confesión nos restaura.
Si acudimos al confesionario solo para confesar nuestros pecados y recibir el perdón, limitamos la experiencia que Dios quiera para nosotros. Pero si vamos a confesar todo, nuestros pecados, nuestra miserias, nuestra enfermedad, nuestros quebrantos, nuestras heridas, entonces no solo recibimos el perdón sino también iniciamos un proceso de profunda sanación que nos restaurará como hijos del Padre.
Termina el Papa Francisco: “Éste es el momento para decirle a Jesucristo: Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores. ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Julio 2015
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo me sale bien”
Sor Evelia 08/01/2013.
Bibliografía:
Francisco y la Misericordia 10 Reflexiones hacia el Año Santo. Aciprensa.
Angelus dominical, 17 de Marzo de 2013
Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium I, 3
http://www.gotquestions.org/Espanol/Recibir-el-perdon-de-Dios.html#ixzz3gZQi5267
Siete Secretos de la Confesión. Libro escrito por Vinny Flynn.