Iniciaré este tema con algunas anotaciones de la homilia del Padre Wilson Grijalbo hoy: “Aparecida nos dice que los Bautizados estamos llamados a ser misioneros, a mostrar a Cristo vivo y presente entre nosotros. Nos manda, indica el evangelio de Lucas 10, 1-12 de dos en dos, como testimonio de hermandad y fraternidad. Y nos dice qué hay escasez de obreros y abundancia de mies, por eso es responsabilidad de nosotros. Y nos da un mandato misionero, disponibilidad y desapego, o sea vacíos de lo material, pero llenos de Dios para compartir su Luz.
Entonces, es importante que tengamos conciencia que, la Iglesia existe para evangelizar y la evangelización es la razón de su ser. Todas sus actividades tienen como fin anunciar a Jesucristo, único Salvador del mundo. Para ello, el mes de octubre es para fortalecer la actividad misionera de la Iglesia y despertar la conciencia misionera de los fieles.
El mes de octubre ofrece la oportunidad para aprender de Jesús, el Misionero del Padre por excelencia. No hay ningún discípulo-misionero que no aprenda de la escuela misionera de Jesucristo para poder ser un misionero autentico. Asimismo, no hay ninguno en el mundo que haya misionado como Jesucristo. Jesús vivió todo su ministerio público apasionado por la misión de Dios con el fin de manifestar su Reino de justicia, verdad y paz.
Como misionero fiel del Padre, en todo su ministerio público, estuvo muy apasionado por la salvación del ser humano, y de esa manera mostró el rostro misericordioso de Dios a la humanidad. Como Enviado de Dios Padre, es un ejemplo de la salida misionera porque salía con frecuencia de una orilla a la otra, de una aldea a la otra, de una ciudad a la otra, predicando el mensaje de salvación.
Por eso, como discípulos-misioneros de Jesucristo, el mes de octubre nos ofrece la oportunidad de aprender de Él acerca de cómo se puede verdaderamente anunciar el Reino de Dios, motivo por el cual la Iglesia evangeliza en cada momento.
El mes de octubre nos hace renovar nuestra vocación cristiano-misionera que adquirimos desde el bautismo. Dicho de otra manera, octubre misionero despierta y renueva la consciencia misionera de cada bautizado. Vale notar que todos los bautizados son misioneros de Jesucristo y el ser misionero es un compromiso bautismal.
Así que, ser misionero no es patrimonio de unos pocos, tampoco es únicamente responsabilidad de la jerarquía de la Iglesia, sino que, es una tarea de todos los bautizados. Inclusive el mandato misionero de Jesucristo está dirigido a todos los discípulos:
“Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 18-20).
Ese mandato misionero del Señor nos hace entender que la tarea de anunciar a Jesucristo es un compromiso de todos sus discípulos, camino que se empieza desde el día del bautismo.
Octubre misionero es para promover la salida misionera. No hay misión sin salida. Hay que salir a manera de Jesús. Siempre la misión evangelizadora de la Iglesia está caracterizada por la salida misionera. Sin embargo, la salida del misionero o del evangelizador debe empezar con él mismo o ella misma.
Para poder salir hacia los demás y las periferias, debe haber una salida de nuestras zonas de confort, una salida de nuestro orgullo, una salida de nuestras mentalidades mezquinas, una salida de encerramientos, miedos, etc.
La salida de uno mismo le permite salir hacia las periferias, hacia las fronteras, hacia las personas para compartirles la Buena Nueva, Jesucristo, único Salvador del mundo.
Nos decía el Padre Wilson Grijalbo, también en el texto de Nehemías en el texto de hoy (8, 1-4. 3-5. 8.12), repite varias veces, “no estén triste, ni lloren”; esto es un llamado para nosotros a no caer en la desesperanza por los problemas que nos rodean, nosotros debemos vivir en torno a la Palabra de Dios. El Papa Francisco nos dice que “la Palabra de Dios ha sido escrita por el pueblo de Dios y para el pueblo de Dios”.
La salida misionera es la invitación que hace siempre el papa Francisco a los fieles: “todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG n. 20).
Octubre misionero es un mes para callejear la fe. La razón para callejear la fe viene del mandato misionero de Jesucristo. En el mismo texto de Lucas Jesús les decía: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies.
Callejear la fe significa salir en nombre de Jesús para evangelizar, significa dar la fe de Jesucristo a los demás, significa hablar en nombre del Señor. Es encontrarse con otras personas con el motivo de anunciarles a Jesucristo, fuente de vida nueva para la humanidad de cada época. Por lo tanto, callejear la fe es la manifestación del compromiso misionero a manera de Jesucristo.
Para la Jornada Mundial de las Misiones de este año el Papa Francisco,ha elegido un tema que se inspira en el relato de los discípulos de Emaús, en el Evangelio de Lucas (cf. 24,13-35): «Corazones fervientes, pies en camino». Aquellos dos discípulos estaban confundidos y desilusionados, pero el encuentro con Cristo en la Palabra y en el Pan partido encendió su entusiasmo para volver a ponerse en camino hacia Jerusalén y anunciar que el Señor había resucitado verdaderamente. En el relato evangélico, percibimos la trasformación de los discípulos a partir de algunas imágenes sugestivas: los corazones que arden cuando Jesús explica las Escrituras, los ojos abiertos al reconocerlo y, como culminación, los pies que se ponen en camino. Meditando sobre estos tres aspectos, que trazan el itinerario de los discípulos misioneros, podemos renovar nuestro celo por la evangelización en el mundo actual.
1. Corazones que ardían «mientras […] nos explicaba las Escrituras». En la misión, la Palabra de Dios ilumina y trasforma el corazón.
A lo largo del camino que va de Jerusalén a Emaús, los corazones de los dos discípulos estaban tristes —como se reflejaba en sus rostros— a causa de la muerte de Jesús, en quien habían creído (cf. v. 17). Ante el fracaso del Maestro crucificado, su esperanza de que Él fuese el Mesías se había derrumbado (cf. v. 21).
Entonces, «mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos» (v. 15). Como al inicio de la vocación de los discípulos, también ahora, en el momento de su desconcierto, el Señor toma la iniciativa de acercarse a los suyos y de caminar a su lado. En su gran misericordia, Él nunca se cansa de estar con nosotros; incluso a pesar de nuestros defectos, dudas, debilidades, cuando la tristeza y el pesimismo nos induzcan a ser «duros de entendimiento» (v. 25), gente de poca fe.
Hoy como entonces, el Señor resucitado es cercano a sus discípulos misioneros y camina con ellos, especialmente cuando se sienten perdidos, desanimados, amedrentados ante el misterio de la iniquidad que los rodea y los quiere sofocar. Por ello, «¡no nos dejemos robar la esperanza!» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 86). El Señor es más grande que nuestros problemas, sobre todo cuando los encontramos al anunciar el Evangelio al mundo, porque esta misión, después de todo, es suya y nosotros somos simplemente sus humildes colaboradores, “siervos inútiles” (cf. Lc 17,10).
Después de haber escuchado a los dos discípulos en el camino de Emaús, Jesús resucitado «comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él» (Lc 24,27). Y los corazones de los discípulos se encendieron, tal como después se confiarían el uno al otro: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (v. 32). Jesús, efectivamente, es la Palabra viviente, la única que puede abrasar, iluminar y trasformar el corazón.
De ese modo comprendemos mejor la afirmación de san Jerónimo: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo» (Comentario al profeta Isaías, Prólogo). «Si el Señor no nos introduce es imposible comprender en profundidad la Sagrada Escritura, pero lo contrario también es cierto: sin la Sagrada Escritura, los acontecimientos de la misión de Jesús y de su Iglesia en el mundo permanecen indescifrables» (Carta ap. M.P. Aperuit illis, 1). Por ello, el conocimiento de la Escritura es importante para la vida del cristiano, y todavía más para el anuncio de Cristo y de su Evangelio. De lo contrario, ¿qué trasmitiríamos a los demás sino nuestras propias ideas y proyectos? Y un corazón frío, ¿sería capaz de encender el corazón de los demás?
Dejémonos entonces acompañar siempre por el Señor resucitado que nos explica el sentido de las Escrituras. Dejemos que Él encienda nuestro corazón, nos ilumine y nos trasforme, de modo que podamos anunciar al mundo su misterio de salvación con la fuerza y la sabiduría que vienen de su Espíritu.
2. Ojos que «se abrieron y lo reconocieron» al partir el pan. Jesús en la Eucaristía es el culmen y la fuente de la misión.
Los corazones fervientes por la Palabra de Dios empujaron a los discípulos de Emaús a pedir al misterioso viajero que permaneciese con ellos al caer la tarde. Y, alrededor de la mesa, sus ojos se abrieron y lo reconocieron cuando Él partió el pan. El elemento decisivo que abre los ojos de los discípulos es la secuencia de las acciones realizadas por Jesús: tomar el pan, bendecirlo, partirlo y dárselo a ellos. Son gestos ordinarios de un padre de familia judío, pero que, realizados por Jesucristo con la gracia del Espíritu Santo, renuevan ante los dos comensales el signo de la multiplicación de los panes y sobre todo el de la Eucaristía, sacramento del Sacrificio de la cruz. Pero precisamente en el momento en el que reconocen a Jesús como Aquel que parte el pan, «Él había desaparecido de su vista» (Lc 24,31). Este hecho da a entender una realidad esencial de nuestra fe: Cristo que parte el pan se convierte ahora en el Pan partido, compartido con los discípulos y por tanto consumido por ellos. Se hizo invisible, porque ahora ha entrado dentro de los corazones de los discípulos para encenderlos todavía más, impulsándolos a retomar el camino sin demora, para comunicar a todos la experiencia única del encuentro con el Resucitado. Así, Cristo resucitado es Aquel que parte el pan y al mismo tiempo es el Pan partido para nosotros. Y, por eso, cada discípulo misionero está llamado a ser, como Jesús y en Él, gracias a la acción del Espíritu Santo, aquel que parte el pan y aquel que es pan partidopara el mundo.
A este respecto, es necesario recordar que un simple partir el pan material con los hambrientos en el nombre de Cristo es ya un acto cristiano misionero. Con mayor razón, partir el Pan eucarístico, que es Cristo mismo, es la acción misionera por excelencia, porque la Eucaristía es fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia.
Lo recordó el Papa Benedicto XVI: «No podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento [de la Eucaristía]. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: “Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera”» (Exhort. ap. Sacramentum caritatis, 84).
Para dar fruto debemos permanecer unidos a Él (cf. Jn 15,4-9). Y esta unión se realiza a través de la oración diaria, en particular en la adoración, estando en silencio ante la presencia del Señor, que se queda con nosotros en la Eucaristía. El discípulo misionero, cultivando con amor esta comunión con Cristo, puede convertirse en un místico en acción. Que nuestro corazón anhele siempre la compañía de Jesús, suspirando la vehemente petición de los dos de Emaús, sobre todo cuando cae la noche: “¡Quédate con nosotros, Señor!” (cf. Lc 24,29).
3. Pies que se ponen en camino, con la alegría de anunciar a Cristo Resucitado. La eterna juventud de una Iglesia siempre en salida.
Después de que se les abrieron los ojos, reconociendo a Jesús «al partir el pan», los discípulos, sin demora, «se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén» (Lc 24,33). Este ir de prisa, para compartir con los demás la alegría del encuentro con el Señor, manifiesta que «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1). No es posible encontrar verdaderamente a Jesús resucitado sin sentirse impulsados por el deseo de comunicarlo a todos. Por lo tanto, el primer y principal recurso de la misión lo constituyen aquellos que han reconocido a Cristo resucitado, en las Escrituras y en la Eucaristía, que llevan su fuego en el corazón y su luz en la mirada. Ellos pueden testimoniar la vida que no muere más, incluso en las situaciones más difíciles y en los momentos más oscuros.
La imagen de los “pies que se ponen en camino” nos recuerda una vez más la validez perenne de la misión ad gentes, la misión que el Señor resucitado dio a la Iglesia de evangelizar a cada persona y a cada pueblo hasta los confines de la tierra. Hoy más que nunca la humanidad, herida por tantas injusticias, divisiones y guerras, necesita la Buena Noticia de la paz y de la salvación en Cristo. Por tanto, aprovecho esta ocasión para reiterar que «todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable» (ibíd., 14). La conversión misionera sigue siendo el objetivo principal que debemos proponernos como individuos y como comunidades, porque «la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia» (ibíd., 15).
Como afirma el apóstol Pablo, «el amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14). Se trata aquí de un doble amor, el que Cristo tiene por nosotros, que atrae, inspira y suscita nuestro amor por Él. Y este amor es el que hace que la Iglesia en salida sea siempre joven, con todos sus miembros en misión para anunciar el Evangelio de Cristo, convencidos de que «Él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (v. 15). Todos pueden contribuir a este movimiento misionero con la oración y la acción, con la ofrenda de dinero y de sacrificios, y con el propio testimonio. Las Obras Misioneras Pontificias son el instrumento privilegiado para favorecer esta cooperación misionera en el ámbito espiritual y material. Por esto la colecta de donaciones de la Jornada Mundial de las Misiones está dedicada a la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe.
La urgencia de la acción misionera de la Iglesia supone naturalmente una cooperación misionera cada vez más estrecha de todos sus miembros a todos los niveles. Este es un objetivo esencial en el itinerario sinodal que la Iglesia está recorriendo con las palabras clave comunión, participación ymisión. Tal itinerario no es de ningún modo un replegarse de la Iglesia sobre sí misma, ni un proceso de sondeo popular para decidir, como se haría en un parlamento, qué es lo que hay que creer y practicar y qué no, según las preferencias humanas. Es más bien un ponerse en camino, como los discípulos de Emaús, escuchando al Señor resucitado que siempre sale a nuestro encuentro para explicarnos el sentido de la Escrituras y partir para nosotros el Pan, y así poder llevar adelante, con la fuerza del Espíritu Santo, su misión en el mundo.
Como aquellos dos discípulos «contaron a los otros lo que les había pasado por el camino» (Lc 24,35), también nuestro anuncio será una narración alegre de Cristo el Señor, de su vida, de su pasión, muerte y resurrección, de las maravillas que su amor ha realizado en nuestras vidas.
Pongámonos de nuevo en camino también nosotros, iluminados por el encuentro con el Resucitado y animados por su Espíritu. Salgamos con los corazones fervientes, los ojos abiertos, los pies en camino, para encender otros corazones con la Palabra de Dios, abrir los ojos de otros a Jesús Eucaristía, e invitar a todos a caminar juntos por el camino de la paz y de la salvación que Dios, en Cristo, ha dado a la humanidad.”
A continuación reflexionaremos sobre los fundamentos bíblicos de las misiones. Toda iglesia o persona llamada al campo misionero debería conocerlos para no incurrir en un activismo que se aparte del propósito de Dios para las misiones.
1) La oración es crucial
“Por tanto, rueguen al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”, Mateo 9:38.
Dado que la cosecha pertenece a Dios, Cristo nos ordena orar al Padre para que envíe a los segadores. Orar por obreros es fundamental porque así obedecemos al mandato de Cristo. Además, tenemos la petición de Pablo como modelo para nosotros:
“… orando al mismo tiempo también por nosotros, para que Dios nos abra una puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, por el cual también he sido encarcelado”, Colosenses 4:3.
2) Dios es la fuente de la misión
“Jesús les dijo otra vez: Paz a ustedes; como el Padre me ha enviado, así también yo los envío”, Juan 20:21.
Cristo es quien nos envía. Recordar esto puede evitar dudas y orgullo en nosotros. Los misioneros han sido enviados porque Dios así lo quiso, como envió —con diferentes propósitos— a Abraham, a Moisés, a Pedro, a Pablo, y a muchos otros.
3) Cristo es el mensaje de la misión
“Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles; mas para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios”, 1
¡Cristo es nuestro mensaje! No te atrevas a sustituirlo.
4) El Espíritu Santo es el poder de la misión
“… pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes; y me serán testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”, Hechos 1:8.
Las menciones del Espíritu Santo en el Evangelio de Lucas y en el libro de Hechos testifican sobre su poder. El poder para servir en la misiones viene del Espíritu Santo, y no de nuestra elocuencia, habilidades, o apariencia.
5) La Iglesia debe cumplir la misión
“… pero en caso que me tarde, te escribo para que sepas cómo debe conducirse uno en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y sostén de la verdad”, 1 Timoteo 3:15.
La misión se trata de la verdad. La Iglesia debe conocer y transmitir la verdad que es Cristo y su Palabra (Jn. 14:6; 17:17). Él es la cabeza de la Iglesia, y ella es responsable de proclamar que Cristo es el camino al Padre. Esta es la verdad que el mundo necesita, no algo inventado por los hombres.
6) El mundo es el objetivo de la misión
La Biblia contiene versículos que la describen (Mc. 16:14-18; Lc. 24:36-49; Jn. 20:19-23). Según Mateo 28:18-20 debemos ir por todo el mundo haciendo discípulos de Cristo:
“Y acercándose Jesús, les habló, diciendo: Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y he aquí, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.
7) La gran motivación nos impulsa
En Apocalipsis 7:9-12, vemos el fin que el Señor desea: “ante su presencia habrá personas de todos los grupos étnicos adorándole”, lo cual trae la debida gloria a Dios (Mt. 5:16; Jn. 17:4; 1 Co. 10:31). Esa es “la gran motivación”: Soli Deo gloria (La gloria solo a Dios). cualquier otra motivación —o propósito para las misiones— se quedará corta ante los propósitos de Dios. Este debe ser el gran motor que nos impulsa para todo lo que pretendemos hacer.
“Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios”, 1 Corintios 10:31 .
Les recuerdo que como Betanias estamos llamadas a descubrir el llamado a hacer de nuestras vidas un servicio permanente, saliendo al encuentro de las necesidades cotidianas de sus familias y de todos aquellos que acudan a nosotras, especialmente los hermanos más necesitados, siguiendo el ejemplo de María, la sierva del Señor, quien salió presurosa a servir a su prima Isabel
Así mismo descubrir el llamado a colaborar con la Iglesia en su misión evangelizadora. Cada una, desde quien es, con sus dones, talentos e iniciativas aporta desde su realidad concreta en esta hermosa tarea de construir la Civilización del amor, anunciando al Señor Jesús como el Camino, la Verdad y la Vida.
Que las Betania se caracterizan por seguir el modelo de Santa María, siempre pronta en el servicio del anuncio de la Buena Nueva. Discerniendo con prudencia el Plan de Dios para cada una, buscar prestar un servicio evangelizador en diferentes ámbitos y en los nuevos proyectos que vayan surgiendo desde sus propias iniciativas, respondiendo con generosidad al Plan de Dios según los dones que nos ha regalado a cada una.
Canción
https://youtu.be/u1elvnXyw6I?si=ah_wlVrQ7gDXdl2M
Fuentes:
http://manuales.formacionenlafe.com/especialess/betania/
https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/7-fundamentos-biblicos-de-las-misiones/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Octubre 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.