3.2. Lo que falta a la plena encarnación
Estos son ejemplos clásicos. En cambio, querría insistir en otro aspecto de la comunión eucarística sobre el cual se habla menos. La carta a los Efesios dice que el matrimonio humano es un símbolo de la unión entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5, 31). Ahora bien, según san Pablo, la consecuencia inmediata del matrimonio es que el cuerpo del marido llega a ser de la esposa y, viceversa, el cuerpo de la esposa llega a ser del marido (cf. 1Co 7,4). (“Cuerpo”, hemos visto significa en la Biblia toda la persona, no solamente su componente física).
Aplicado a la Eucaristía, esto significa que la carne incorruptible y vivificadora del Verbo encarnado se hace “mía”, pero también mi carne, mi humanidad, se hace de Cristo. En la Eucaristía recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo, pero ¡también Cristo “recibe” nuestro cuerpo y nuestra sangre! Él nos dice: “Toma, esto es mi cuerpo”, pero también nosotros podemos decirle: “Toma, esto es mi cuerpo”.
No hay nada en mi vida que no pertenezca a Cristo. Nadie debe decir: “¡Ah, Jesús no sabe lo que quiere decir ser una mujer, estar casado, haber perdido un hijo, estar enfermo, ser anciano, ser persona de color!” Si lo sabes tú, también lo sabe él, gracias a ti y en ti. Lo que Cristo no ha podido vivir “según la carne”, habiendo sido su existencia terrena, como la de todo hombre, limitada a algunas experiencias, lo vive y “experimenta” ahora como resucitado “según el Espíritu”, gracias a la comunión esponsal de la Misa. Todo lo que “faltaba” a la plena “encarnación” del Verbo se “realiza” en la Eucaristía. La beata Isabel de la Trinidad comprendió el motivo profundo de esto cuando escribía: “La esposa pertenece al esposo. El mío me ha tomado. Quiere que sea para Él una humanidad añadida”.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.