https://youtu.be/uWpiKJJ0Uak
- Ez47, 1-9. 12
- Sal 45
- Jn 5, 1-16
Esta pausa que hace la Cuaresma nos recentra en nuestra vida cristiana y nos hace desear, con todas nuestras fuerzas, que los frutos de la redención se hagan presentes en nosotros, en nuestra vida y en nuestra familia.
Hay ciertos elementos importantes en la época de Cuaresma, y el agua es uno de ellos. El Agua pura del Espíritu vivifica, renueva, sana. Hace dos semanas, en el evangelio del domingo, el Señor nos hablaba de la Jesús como la fuente de Agua Viva, ayer de la piscina de Siloé en la que el ciego al lavarse recobra la vista.
Hoy el profeta Ezequiel nos habla hoy del agua que brota del Templo y afirma que conforme avanza crece en profundidad, tanto, que solo se puede atravesar a nado. El Templo para el judío es el lugar de la presencia de Dios por excelencia, lugar de culto, lugar de Encuentro. Este agua que brota de su interior es símbolo de la gracia, del don de Dios que actuando hace fructificar y llena de vida todo lo que toca, por eso a ambos lados de este manantial crecen árboles frutales cuyas hojas no se marchitan, sus frutos se renuevan constantemente y su agua limpia y purifica las aguas salobres y pútridas del Mar Muerto, de ahí la afirmación “habrá vida dondequiera que llegue la corriente”.
¿Nos dejamos tocar por el agua que brota, no ya del templo material, sino del Costado abierto de Cristo en la Cruz, verdadero Templo de Dios?
El evangelio hace mención “el ángel descendía de vez en cuando a la piscina , agitaba el agua y, el primero que entraba en la piscina, después de que se agitaba, quedaba curado de cualquier enfermedad.”
Quizá algunos de nosotros, igual que el paralítico, llevamos muchos años siendo persistentes, y aunque hemos esperado fielmente a que pase algo, todavía no ha sucedido. Pues aunque parezca que nada tiene sentido, y aunque muchas veces sintamos que nada va a pasar, debemos perseverar, pues quizá es el momento en que el Ángel bajará y moverá las aguas para provocar un milagro en nuestra vida.
Vemos, pues como el agua se nos presenta como el elemento primordial, un elemento renovador, purificador y dador de vida, lo sabemos, pues todos nosotros hemos nacido de las “aguas” maternas y todos hemos renacido del agua y del Espíritu por medio del Bautismo.
La voz de Cristo es la voz de Dios. Todo era nuevo en aquel viejo paralítico, gastado por el desánimo. Más tarde, san Juan Crisóstomo dirá que en la piscina de Betsaida se curaban los enfermos del cuerpo, y en el Bautismo se restablecían los del alma; allá, era de cuando en cuando y para un solo enfermo. En el Bautismo es siempre y para todos. En ambos casos se manifiesta el poder de Dios por medio del agua. Para todos los cristianos, el agua es signo de una vida nueva a través del Bautismo, nuestra fe nos lleva a afirmar con certeza que Jesús es el Agua Viva que calma para siempre nuestra sed. La sed aquí es relacionada a la búsqueda incesante de felicidad del ser humano a lo largo de su vida.
Necesitamos renovar el compromiso bautismal desde la lozanía del agua que destruye y vivifica. Tomar conciencia de nuestro propio bautismo. En una geografía sociológicamente cristiana, perdemos, a veces, la conciencia de nuestro propio bautismo, lo que significa estar bautizados. Fuimos bautizados en la fe de la Iglesia. Es necesario que, ahora, asumamos la propia responsabilidad. Mirar a la fuente bautismal es purificarnos de adherencias que impiden nuestro compromiso cristiano. Esta Pascua es una buena ocasión para renacer, renovar y seguir asumiendo el compromiso del bautismo. Es fiesta bautismal esta de la Pascua porque, en ella, miramos al inicio de nuestra fe. Es urgente la toma de conciencia de nuestro ser cristianos. Ganaremos mucho si nos despojamos de un cristianismo sociológico y avanzamos por un cristianismo de seguimiento y compromiso.
El paralítico impotente a la orilla del agua, ¿no te hace pensar en la experiencia de la propia impotencia para hacer el bien? ¿Cómo pretendemos resolver, solos, aquello que tiene un alcance sobrenatural? ¿No ves cada día, a tu alrededor, una constelación de paralíticos que se “mueven” mucho, pero que son incapaces de apartarse de su falta de libertad? El pecado paraliza, envejece, mata. Hay que poner los ojos en Jesús. Es necesario que Él —su gracia— nos sumerja en las aguas de la oración, de la confesión, de la apertura de espíritu. Tú y yo podemos ser paralíticos sempiternos, o portadores e instrumentos de luz.
Esta historia, dijo el Papa refiriéndose al texto del evangelio de San Juan, «se repite muchas veces en la vida: un hombre —una mujer— que se siente enfermo en el alma, triste, que cometió muchos errores en la vida, en un cierto momento percibe que las aguas se mueven, está el Espíritu Santo que mueve algo; u oye una palabra». Y reacciona: «Yo quisiera ir». Así, «se arma de valor y va». Pero ese hombre «cuántas veces hoy en las comunidades cristianas encuentra las puertas cerradas». Tal vez escucha que le dicen: «Tú no puedes, no, tú no puedes; tú te has equivocado aquí y no puedes. Si quieres venir, ven a la misa del domingo, pero quédate allí, no hagas nada más». Sucede de este modo que «lo que hace el Espíritu Santo en el corazón de las personas, los cristianos con psicología de doctores de la ley lo destruyen».
El Pontífice dijo estar disgustado por esto, porque, destacó, la Iglesia «es la casa de Jesús y Jesús acoge, pero no sólo acoge: va a al encuentro de la gente», así como «fue a buscar» a ese hombre. «Y si la gente está herida —se preguntó—, ¿qué hace Jesús?, ¿la reprende diciéndole: por qué está herida? No, va y la carga sobre los hombros». Esto, afirmó el Papa, «se llama misericordia». Precisamente de esto habla Dios cuando «reprende a su pueblo: “Misericordia quiero, no sacrificios”».
Como es costumbre, el Pontífice concluyó la reflexión sugiriendo un compromiso para la vida cotidiana: «Estamos en Cuaresma, tenemos que convertirnos». Alguien, dijo, podría reconocer: «Padre, hay tantos pecadores por la calle: los que roban, los que están en los campos nómadas… —por decir algo— y nosotros despreciamos a esta gente». Pero a este se le debe decir: «¿Y tú quién eres? ¿Y tú quién eres, que cierras la puerta de tu corazón a un hombre, a una mujer, que tiene ganas de mejorar, de volver al pueblo de Dios, porque el Espíritu Santo ha obrado en su corazón?». Incluso hoy hay cristianos que se comportan como los doctores de la ley y «hacen lo mismo que hacían con Jesús», objetando: «Pero este, este dice una herejía, esto no se puede hacer, esto va contra la disciplina de la Iglesia, esto va contra la ley». Y así cierran las puertas a muchas personas. Por ello, concluyó el Papa, «pidamos hoy al Señor» la «conversión a la misericordia de Jesús»: sólo así «la ley estará plenamente cumplida, porque la ley es amar a Dios y al prójimo, como a nosotros mismos».
Bibliografía:
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://www.stpaulsrome.it/ano-a-iii-domingo-de-cuaresma/?lang=es
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/index.php?i=21-03-2023
- https://www.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2015/documents/papa-francesco-cotidie_20150317_no-cerreis-esa-puerta.html
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
- https://www.devocionaldiario.com/brendaliz-aviles/cuando-las-aguas-se-agitan-es-porque-dios-se-esta-moviendo-brendaliz-aviles/
- https://www.deiverbum.org/jn-05_01-16/
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
- Palabra de Vida Mes de Marzo 2023
“ Vivan como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad,justicia y verdad» (Ef 5, 8-9) | https://ciudadnueva.com.ar/wp-content/uploads/2022/12/PV-03-2023_doble.doc
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.