RITUAL DE EXEQUIAS CRISTIANAS
En el libro de Anselm Grüm, El Amor que Sana, el autor en el apartado “El Amor no pasa nunca, afirma que Pablo retoma las consideraciones que ha hecho sobre el amor en las frases condicionales introductoras, en las que expuso que el saber y el don de predicción no son nada sin amor. Ahora hace hincapié en que únicamente el amor permanece. El amor no es solo carisma, no es solo don de la gracia de Dios sino “manifestación de lo eterno en el tiempo”, mientras que el saber y el don de profesión son “manifestación del Espíritu en la forma de lo provisional”. Los dones de las gracias se nos regalan únicamente como consuelo para el tiempo de la espera en la venida de Jesús (1Cor 1, 6-7)…
El saber y el don de profecía rellena solo un aspecto de Dios. El amor, sin embargo, nos introduce en el mismo Dios…
Aunque estas experiencias extáticas nos remiten a Dios, no nos hacen participes de Dios. Esto solo puede hacerlo el amor, que se ha de acredita precisamente en la trivialidad y la banalidad de nuestra vida diaria.
Si en medio de nuestra existencia cotidiana vivimos del amor que Dios nos regala, participamos de Dios. Y este ser participes de Dios llegará a su perfección cuando Cristo se revele en su gloria. Porque. “Dios es amor”, como afirma !Jn 5,16. El amor permanecerá también cuando lleguemos a la perfección en Dios. No es solo un don de Dios que se nos da aquí como ayuda en el camino de nuestra vida terrena, para que el mundo llegue a plenitud.
El nos consuma en la muerte de un modo que hasta ese momento no era posible. Nos regla la unidad consigo mismo y en esta unidad, nos conoce la perfección del amor. El amor se consuma en la muerte. Y sobrevive a la muerte. Y toda la inmadurez y la fragilidad de nuestra existencia humana pasarán para que Dios nos llene en la madurez de su amor…
En la muerte, el amor se transforma también en conocimiento pleno de Dios. En ella, conocer y amar ya no se contraponen, sino que se identifican. Al ver a Dios, nos haremos uno con Él. Conoceremos que Dios es amor. En el conocimiento se consuma nuestro amor. Nos identificamos con el Dios que es amor.
–ORDO EXSEQUIARUM, 1969, OBSERVACIONES GENERALES.
La Iglesia, en las exequias de sus hijos, celebra confiada el misterio pascual, para que quienes por el Bautismo fueron incorporados a Cristo, muerto y resucitado, pasen también con él a la vida eterna, primero con el alma, que tendrá que purificarse para entrar en el cielo con los santos y elegidos, después con el cuerpo, que deberá aguardar la bienaventurada esperanza del advenimiento de Cristo y la resurrección de los muertos.
Por tanto, la Iglesia ofrece por los difuntos el sacrificio eucarístico de la Pascua de Cristo, y reza y celebra sufragios por ellos, de modo que, comunicándose entre sí todos los miembros de Cristo, éstos impetran para los difuntos el auxilio espiritual y, para los demás, el consuelo de la esperanza.
En la celebración de las exequias por sus hermanos y hermanas, procuren los cristianos afirmar la esperanza en la vida eterna, pero teniendo en cuenta la mentalidad de la época y las costumbres de cada región, concer- nientes a los difuntos. Por tanto, ya se trate de tradiciones familiares, de costumbres locales o de empresas de pompas fúnebres, aprueben de buen grado todo lo bueno que en ellas encuentren y procuren transformar todo lo que aparezca como contrario al Evangelio, de modo que las exequias cristianas manifiesten la fe pascual y el verdadero espíritu evangélico.
Dejada de lado toda vana ostentación, es conveniente honrar los cuerpos de los fieles difuntos, que han sido templos del Espíritu Santo. Por eso, por lo menos en los momentos más importantes entre la muerte y la sepultura, se debe afirmar la fe en la vida eterna y orar por los difuntos.
Los principales momentos pueden ser, según la costumbre de los luga- res: la vigilia en la casa del difunto, la colocación del cuerpo en el ataúd y su traslado al lugar de sepultura, previa reunión de los familiares y amigos y, si fuera posible, de toda la comunidad, para recibir, en la liturgia de la palabra, el consuelo de la esperanza, para ofrecer el sacrificio eucarístico y para honrar al difunto por medio de la última despedida.
-¿Buena muerte es eutanasia?
El Instituto Teológico San Ildefonso, de la Archidiócesis de Toledo, organizó el simposio” Id a José”; con motivo del año dedicado al esposo de la Virgen María, Manuel Martínez-Sellés, presidente del Colegio de Médicos de Madrid, fue uno de los ponentes y habló sobre “San José, patrono de la Buena Muerte verdadera”.
Según explicó Manuel Martínez-Sellés, presidente del Colegio de Médicos de Madrid, su intervención tenía como objetivo “contraponer a San José, patrón de la buena muerte verdadera, a la eutanasia, que etimologicamente significa “buena muerte”, aunque el signiifcado real es muy distinto”.
En la parte dedicada a San José, el director del Colegio de Médicos de Madrid expuso en los textos escritos que acompañan a su intervención que “la tradición cristiana ha transmitido que San José tuvo la inmensa dicha de morir rodeado de Jesús y María”.
Creo que es motivo más que suficiente para encomendar a las personas más cercanas a la muerte, para que su intercesión les ayude a pasar a la vida eterna con el consuelo necesario”, precisó.
El presidente del Colegio de Médicos de Madrid apuntó que la providencia ha querido que el Año de San José que actualmente vivimos “coincida en España con la despenalización de la eutanasia. Puede parecer paradójica esta coincidencia”.
¿Qué mejor protección podemos buscar ante la aberración que nos propone el gobierno?”, preguntó, además recordó que etimológicamente “eutanasia” significa “buena muerte”, pero aseguró que “s significado real no se discute” porque es “la acción de matar a un paciente que padece. A diferencia de los cuidados paliativos que acaban con el sufrimiento, la eutanasia acaba con el que sufre. ¿Quién mejor que el patrono de la buena muerte verdadera para que nos ayude frente a esta falsa buena muerte que nos quieren imponer?”, aseguró.
Y animó a pedir la ayuda de San José “para cuidar a nuestros enfermos y a nuestros ancianos. Que descansen en paz cuando les toque, no cuando decida el legislador de turno”.
Además explicó que le parece fundamental “la preparación para este momento único y trascendental de nuestra vida”, ya que durante muchos siglos se pensaba que la “muerte ideal era la anunciada”, ya que aunque estuviera “precedida de un deterioro físico, permitía esta preparación personal, espiritual y familiar”.
Mucho me temo que la tendencia actual es preferir la muerte súbita, que acontece en plena salud, sin posibilidad de despedida y sin sufrimiento. Esta muerte repentina, antaño vista como una mala muerte, impide tener el tiempo y la consciencia necesarios para despedirse de familiares/amigos, prepararse interiormente y recibir los sacramentos. De hecho la letanía de los santos incluye la invocación “‘de la muerte súbita e imprevista. Líbranos Señor’”, aseguró.
Martínez Sellés también explicó que actualmente “a la muerte se le tiene miedo precisamente por una ausencia de visión trascendental de la vida”, un tabú que impera “intentando esconder una realidad inevitable”. “Claro que no se trata de frivolizar sobre ella, pero si hay que tenerla presente, como San Francisco que tenía con ella tanta familiaridad y la veía con tanta serenidad que la llamaba “hermana”. No es fácil llegar a esta aceptación y vivir como si fuera nuestro último día, pero con la ayuda de Cristo es posible”, precisó.
–Descanse en Paz
En la catequesis de la Peregrinación en la fe, que algunos realizamos esta cures,a 2021, el Sábado Santo, el sacerdote Juan Solana, no explicaba sobre el sentido de esta frase. Todos en algún momento de nuestra vida nos ha tocado acompañar a alguna persona en este proceso de la muerte. Algunas personas simplemente se quedan dormidas y mueren, otras les toca la agonía. Agonía, significa lucha, hay personas que pasan algún tiempo en una lucha entre la vida y la muerte. Un momento dramático pero maravilloso porque es el momento final que podemos realizar en nuestra vida, el acto de entregarnos a Dios. Los evangelistas dicen de Cristo, “dando una gran voz, entregó el espíritu”, y con eso, pensemos, en la libertad, la conciencia, la deliberación que tuvo en su Cruz para entregarse a Dios, para morir y entregarle su Espíritu.
Muchas veces la agonía tiene trazos muy dramáticos, donde se lucha mucho por salvarle la vida a la persona, pero llega el momento de la muerte y nosotros decimos, por tradición, una oración muy hermosa, “Descanse en paz”, y lo decimos, no solo para el difunto, sino también para los familiares y cercanos y eso porque ante el Misterio de la muerte, estamos todos juntos en esa lucha, todos el personal médico y parientes estamos participando en esa lucha.
Hoy, Sábado Santo, también tenemos que decir de Cristo, de la Virgen María y los discípulos, descanse en paz, esa paz verdadera, esa paz que Cristo trajo al mundo y que vamos a disfrutar plenamente en la muerte, ya que la vida es una lucha, un camino, una batalla entre el bien y el mal…
Ante el Misterio de Cristo Muerto, decimos a Jesús, a la Virgen, a la Iglesia y a la humanidad entera; descanse en paz, pues la gran lucha, la lucha de la humanidad, la lucha entre el bien y el mal, acabó con la muerte de Cristo, porque la muerte fue vencida y con Cristo ganamos todos con su muerte y su Pasión y hoy entremos en el Sepulcro y recordemos esa piedra redonda que se llama, la piedra de la entrada, imaginemos ese cuerpo de Cristo muerto, esa es La Paz verdadera, esa es La Paz que ha requerido la lucha del mismo Hijo de Dios para darnos la vida, por ello nosotros, hoy, deberíamos estar en silencio, un poco pecados a la tumba de Cristo, un poco acompañando, un poco esperando su Resurrección, un poco diciendo a la Virgen María, descansa Madre, descansa la agonía tuya ha sido tremenda, porque él campañas a Cristo, debió ser dolorosísima. Podremos suponer que Jesús previno a su Madre lo que iba a pasar, pues Él previno a los Apóstoles, cuando les habla al respecto en el Tabor, andando por Galilea y subiendo a Jerusalén, por eso no podremos imaginar que Jesús no dedicara siquiera un ratito para decirle a su Madre, mira yo soy el Siervo de las Escrituras, ese Cordero del que habla el Éxodo, Yo soy ese Cordero que va a ser Inmolado, Yo Soy ese Sacrifico; y la Virgen seguramente en esos momentos, se iba a su experiencia de la Anunciación, de su embarazo Sacrosanto, a la experiencia de Belén y entonces, en esas experiencias estaba contemplando a su hijo, como el Hijo Eterno de Dios, el llamado Hijo del Altísimo que reinará en la Casa de David su padre, todas esas experiencias, ante el anuncio que Jesús le habrá hecho de su Pasión. Y entonces ante esto, nos entra la disyuntiva del por qué si ella lo sabía, no se fue de Nazaret, o se quedó en la casa de Lázaro, Marta y María y volvió el domingo cuando ya Cristo había Resucitado, sin ver, sin experimentar o escuchas todas esas puñadas para su corazón.
No, la Virgen no quiso abstraerse de eso porque ella quería acampar a su Hijo por amor y solidaridad, quiso compartir con Él, la Pasión; así como nos pasa en las agonías, aunque no podemos hacer nada más que acompañarlo, rezar con el agonizante, le decimos palabras bonitas…
Por eso la Virgen se quedó con Él acompañando a su Hijo en esta atroz agonía.
San Agustín nos dice que la espada que traspasó a Cristo, no traspasó su alma porque ya estaba muerto, no traspasó su cuerpo porque ya estaba muerto; pero sí traspaso el alma de la Virgen, imaginemos por un momento cuando la Virgen ve esa brutalidad ya en su Hijo muerto. Esa espada sí traspasó el corazón de la Virgen, esa espada de dolor que le profetizó Simeón.
Después del entierro nos entra ese sentimiento de ya “descanse en paz ese ser querido y todos los que hemos estado ahí en la agonía con él.
Digámosle hoy a la Virgen, Madre ya descansa en paz… esto debe ser motivo de una contemplación silenciosa…
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Junio 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.