- Is 52, 13-53, 12; o bien Heb 10, 12-13
- Sal 39
- Lc 22, 14-20
San Juan Pablo II, en su encíclica “Ecclesia de Eucharistia” señalaba que “el Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquel que lo hizo de la nada… De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad.
La Escritura provee de abundantes referencias que contribuyen a la comprensión del Sacerdocio definitivo de Cristo, el cual comparte a todos y cada uno de los sacerdotes que Dios llama a su servicio para toda la eternidad.
En el Nuevo Testamento la palabra “sacerdote” designa ciertamente a los ministros encargados del culto sacrificial, guardianes de la Ley y el Templo, pero su uso se reserva en su sentido pleno para denominar a Cristo que congrega al pueblo de Dios, en virtud de su Sacerdocio real: “Ustedes, en cambio, son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz” (1Pe 2,9).
Por otro lado, en el capítulo 4 de la Carta a los Hebreos se habla del Sumo Sacerdocio de Jesucristo en los siguientes términos: “Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos -Jesús, el Hijo de Dios- mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna” (Heb 4,14-16).
La Carta a los Hebreos sugiere explícitamente que el sacrificio de Cristo lo ha erigido como el nuevo, único y definitivo sacerdocio, diferenciándose así de los sacrificios de los sacerdotes de la Antigua Alianza:
“Así también, Cristo no se apropió la gloria de ser sumo sacerdote, sino que Dios mismo le había dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. O como dice también en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre igual que Melquisedec” (Heb 5, 5-6). Luego se añade: “Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos” (Heb 9,11).
El texto de Isaias que nos presenta la primera lectura, se refiere claramente a Jesús, quien con su sacrificio se convierte en víctima, sacerdote y altar. Este texto, en el momento de su escritura fue muy importante, ya que los judíos pensaban que era necesario seguir ofreciendo sacrificios por los pecados. El Autor de esta carta nos dice que ya Jesús pagó completamente por ellos, que él, por medio de su sacrificio en la cruz, se ofreció gratuitamente al Padre para que todos los hombres fueran perdonados por su sangre derramada en su pasión.
En virtud de nuestra humana fragilidad, Dios quiso que, este sacrificio eterno y perfecto, fuera no solo recordado sino que se mantuviera en el Pueblo con el fin de introducirlo en el ambiente del misterio que se mueve en “su tiempo” en el maravilloso kairos de Dios. Es por eso que, cada vez que se celebra la Eucaristía, misteriosamente nos trasladamos al Clavario para entrar en la dinámica maravillosa de la eternidad de Dios. Jesús ahora, por medio del sacerdote, realiza la ofrenda de sí mismo, ya que en ese momento es el mismo Cristo, pues el sacerdote actúa “in persona Christi”, para continuar en una dinámica perenne el misterio del Calvario y, con ello, nuestra propia redención.
Nos explica Benedicto XVI que la Eucaristía, de cuya institución nos habla el evangelio proclamado hoy, “es la expresión real de esa entrega incondicional de Jesús por todos, también por los que le traicionaban. Entrega de su cuerpo y sangre para la vida de los hombres y para el perdón de sus pecados. La sangre, signo de la vida, nos fue dada por Dios como alianza, a fin de que podamos poner la fuerza de su vida, allí donde reina la muerte a causa de nuestro pecado, y así destruirlo. El cuerpo desgarrado y la sangre vertida de Cristo, es decir su libertad entregada, se han convertido por los signos eucarísticos en la nueva fuente de la libertad redimida de los hombres. En Él tenemos la promesa de una redención definitiva y la esperanza cierta de los bienes futuros. Por Cristo sabemos que no somos caminantes hacia el abismo, hacia el silencio de la nada o de la muerte, sino viajeros hacia una tierra de promisión, hacia Él que es nuestra meta y también nuestro principio.”
Esto debe llevarnos, a valorar el misterio de la Eucaristía que nos transporta místicamente en el tiempo al momento en que Jesús nos redime por su sangre. La Eucaristía es el centro de la Iglesia y de la vida del cristiano y el único sacerdote es Cristo en cada altar desde la Catedral al último pueblo de la sierra.
En la Misa está el Único y Eterno Sacerdote. Junto a Cristo Sacerdote está María. Mira a tus sacerdotes con los ojos de la Virgen
Textos Consultados
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2024/05/23/solo-hay-uno/
- https://www.catequesisenfamilia.es/catequesis-familiar/la-biblia/4696-evangelio-del-dia-jesucristo-sumo-y-eterno-sacerdote-3.html
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/index.php?i=23-05-2024
- https://www.aciprensa.com/noticias/55690/fiesta-de-jesucristo-sumo-y-eterno-sacerdote
Palabra de Vida Mes de Mayo 2024. “Quien no ama, no ha conocido a Dios porque Dios es Amor.” 1Jn 4, 8
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Mayo 2024.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.