https://youtu.be/SYAmCgBgO7E
- Mi 7, 14-15. 18-20
- Sal 84
- Mt 12, 46-50
La liturgia de hoy nos hace un llamado a acogernos a la Voluntad de Dios. Que nuestras acciones confirmen que somos su familia, por eso le pedimos que nos muestre su Misericordia, nos restaure y nos de la salvación.
El profeta Miqueas termina con esta hermosa oración, de estilo sálmico, para recordar al pueblo que tiene un Dios lleno de misericordia y que, aunque ante su vista sólo vea despojos y una vida dura para reconstruir la unidad, el Dios que los escogió como pueblo de su propiedad los reconstruirá, pues finalmente él es el pastor de Israel y siempre se ha preocupado de ellos.
Con estas palabras nos hace recordar también a nosotros que somos pecadores, que si regresamos a él de todo corazón y con toda el alma, él no se acordará más de nuestros pecados y mantendrá con nosotros su promesa de fidelidad y misericordia.
En este texto se nos muestra una experiencia que probablemente no está muy alejada de lo que hoy podemos vivir en nuestro mundo. Es difícil no sentir un desconcierto creciente ante la acumulación de nuevas situaciones de dolor y muerte a las que no somos capaces de poner fin, y que amenazan seriamente el futuro de la humanidad. Tras la pandemia, aún activa, “convivimos” con una guerra inexplicable para la inmensa mayoría, y a la que parece que el poder político no va a poner fin fácilmente… A los incalculables daños que se producen en nuestro mundo en forma de pobreza, explotación, injusticia, crimen… se van añadiendo nuevos capítulos que parecen alejarnos indefinidamente del proyecto de Dios.
También a nivel personal puede ser una experiencia que estemos abocados a vivir en un momento u otro de nuestra vida. Seguramente no son pocas las ocasiones en las que nos encontramos como perdidos, sin saber cómo reorientar nuestra manera de situarnos en la vida; o con dificultades para aceptarnos y asumir nuestra fragilidad y nuestros fallos, las incertidumbres, interrogantes, decepciones, problemas…
Se podría decir que es difícil poner la esperanza en nuestras posibilidades… La oración del profeta proclama la promesa de Dios y su fidelidad como fundamento en el que se apoya nuestra esperanza. Dios es perdón, compasión, misericordia, AMOR en definitiva. Todo cuanto necesita nuestro pequeño pero también enorme corazón humano está en Dios. Estamos “diseñados” para la comunión con Él, “habilitados” para encontrarlo y recibir de Él cuanto necesitamos para vivir con sentido. Sólo es preciso volverse libremente hacia Él.
Pues así como su pecado llevó a la esclavitud al pueblo de Isrrael, y también lo hace hoy con nosotros, así Dios perdonando su pecado los sacó.
“Muéstranos Señor tu Misericordia y danos tu salvación, le decimos con el Salmista. Y es que todos los que encuentran la indulgencia de la misericordia, no pueden sino maravillarse de esa misericordia; Tenemos razones para quedarnos asombrados, si sabemos lo que es. Cuando el Señor quita la culpa del pecado, para que no nos condene, él romperá el poder del pecado, para que no tenga dominio sobre nosotros. Si nos dejamos a nosotros mismos, nuestros pecados serán demasiado difíciles para nosotros; pero la gracia de Dios será suficiente para someterlos, para que no nos gobiernen, y luego no nos arruinarán.
El Señor llevará a cabo su verdad y misericordia, ni una jota ni una tilde de ella caerán al suelo: fiel es el que ha prometido, que también lo hará. Recordemos que el Señor ha dado la seguridad de su pacto, para un fuerte consuelo a todos los que huyen en busca de refugio para aferrarse a la esperanza puesta delante de ellos en Cristo Jesús.
El pasaje de hoy nos presenta a un Jesús enseñando, que recibe la visita aparentemente inesperada de sus familiares: su madre y sus “hermanos”, que en nuestra tradición se ha interpretado como “parientes cercanos”. Es un dato que aparece en varios pasajes de los evangelios. Podemos suponer que entre Jesús y sus parientes había un cariño inicial, a la vez que, cuando Jesús sale de su pueblo a predicar de forma itinerante por Galilea, es lógico que hubiera una extrañeza en sus familiares. Y que alguna vez salieran a buscarlo, como se nos dice.
Afirma el Papa Francisco: “Jesús desafió a toda aquella multitud que lo escuchaba a preguntarse por algo que puede parecer tan obvio como seguro: ¿quiénes son los miembros de nuestra familia, aquellos que nos pertenecen y a quienes pertenecemos? Dejando que la pregunta hiciera eco en ellos de forma clara y novedosa responde: “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. De esta manera rompe no sólo los determinismos religiosos y legales de la época, sino también todas las pretensiones excesivas de quienes podrían creerse con derechos o preferencias sobre él. El Evangelio es una invitación y un derecho gratuito para todos aquellos que quieren escuchar. Es sorprendente notar cómo el Evangelio está tejido de preguntas que buscan inquietar, despertar e invitar a los discípulos a ponerse en camino, para que descubran esa verdad capaz de dar y generar vida; preguntas que buscan abrir el corazón y el horizonte al encuentro de una novedad mucho más hermosa de lo que pueden imaginar. Las preguntas del Maestro siempre quieren renovar nuestra vida y la de nuestra comunidad con una».
La reacción de Jesús denota mucha libertad, fruto de la conciencia de misión que ha desarrollado: “mi madre y mis hermanos son los que cumplen la voluntad de mi Padre del cielo”. Jesús ha venido a nosotros a través de María, centro de su familia humana. A la vez, Él viene a inaugurar una nueva familia donde lo definitivo no son los lazos de la sangre, sino el ser hijos de Dios y vivir según su voluntad.
Nuestra familia de origen es importante: es el regalo a través del cual se nos dio la vida, a muchos también nos ha transmitido la fe, y a la que tanto debemos. A la vez, hay otra familia más grande y más importante: la que formamos todos los hijos de Dios y los que pueden llegar a serlo.
Él quiere crear una familia sin jerarquías, sin gentes más importantes que otras, con más derechos que otras… su familia es circular, no jerárquica. Todos iguales, en torno a una mesa que se comparte. Iguales por “abajo”, desde nuestra condición de creaturas, pero también ¡iguales por “arriba”!, asumidos por Él, participes de su vida, hermanos, hermanas, madres… con capacidad para hacerle presente en el mundo.
Esta palabra evoca a la familia que somos: la Iglesia. Que el Evangelio de hoy te ayude a descubrir que eres parte de esta familia y que la vivencia de la fe se da siendo parte de ese todo.
Bibliografía:
- Folleto La Misa de Cada Día.
- https://es.catholic.net/op/articulos/74847/cat/1036/la-familia-que-somos.html#modal
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/19-7-2022/
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/
- https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/comentario-de-manana
- https://www.bibliaplus.org/es/commentaries/2/comentario-biblico-de-matthew-henry/miqueas/7/14-20
Palabra de Vida Mes de Julio 2022
«Solo una cosa es necesaria» (Lc 10, 42) https://www.focolare.org/espana/es/news/2022/06/30/julio-2022/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Julio 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.
Be beautiful enough to feast the eyes
Long living the peace