?⛅️ Buenos días. “Señor enséñame a amar como tú nos has amado“. Papa Francisco.
- Os 3, 1-8; 4, 11-12
- Sal 5
- Mt 8, 23-27
La primera lectura es un modelo del estilo profético, que parte de las infidelidades de Israel a Dios, reiteradas a lo largo de su historia y también en nuestra historia.
En Jesús encontramos la máxima expresión de la fidelidad de Dios con la humanidad, el modelo de la fidelidad humana y la gracia para reconciliarnos, para confiar otra vez y para perseverar hasta el final. La fidelidad de Jesús, sin embargo, no surge de la nada sino que se inscribe en la historia de fidelidad de Dios con Israel.
La categoría que mejor expresa la fidelidad de Dios en el Antiguo Testamento es la de alianza. Cabe notar que en el mundo antiguo, en medio de otros pueblos que se relacionaban con Dios por mediación de la naturaleza y sus ciclos, el pueblo de Israel fue el único que se relacionó con Dios en términos de “libertad”, en virtud de un vínculo “histórico”, la alianza. La historia de Israel comenzó con una “elección”, la cual se expresó en una acción salvífica de Dios, a saber, la liberación de Egipto y la promesa de una tierra. Desde entonces Israel fue propiamente “pueblo”, el pueblo elegido de Yahvé.
La elección de Israel concluye con una alianza que regularía las relaciones de Dios con su pueblo, asegurándole un futuro histórico. En la zarza ardiente Dios reveló a Moisés su nombre: YHWH, que quiere decir, “Yo soy el que soy”, “yo soy el que seré”, “yo soy el que estaré contigo” (Ex 3, 13-15). En otros palabras: “Yo soy aquel en el cual tú debes confiar”. La Alianza constituyó un pacto de co-pertenencia y de fidelidad entre Dios y su pueblo: “Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Ex 6,7). De este modo Dios se comprometía por un contrato irreversible a favorecer a su pueblo por todo el futuro y el pueblo se obligaba a no rendir culto a otras divinidades, sino sólo a Yahvé. La elección sellada por esta alianza no significaba empero ningún favoritismo. Así como Dios se revelaba fiel y misericordioso con Israel, en Israel debía regir el amor misericordioso y fiel con el prójimo y la justicia con los pobres. La fidelidad a Dios se cumpliría mediante la observancia de unos mandamientos que, porque actualizan el amor de Dios por Israel y sientan las bases de una convivencia pacífica, le harían feliz y el más sabio de los pueblos.
La historia de Israel en adelante es la historia de la fidelidad de Dios, a pesar de la infidelidad de su pueblo. Cuando Israel se asentó en la tierra prometida y logró levantar su monarquía, Dios no retiró definitivamente su favor al rey infiel, a David, sino que le renovó la promesa esta vez de un Mesías ideal, con quien la co-pertenencia de la Alianza se expresaría en términos de filiación: “Yo seré para él padre y él será para mí hijo” (2 Sam 7, 14-16). Cuando años más tarde Israel fue deportado a Babilonia, habiéndose perdido el territorio, la independencia política, el templo y el sacerdocio, Dios, por medio de los profetas, enrostró a su pueblo su pecado, su abandono de la Alianza. Los profetas atribuyeron el fracaso del exilio a la idolatría y a la falta generalizada a la Alianza de parte de los reyes y de todo el pueblo. Pero, una vez más, a través de los mismos profetas, Dios anunció un futuro nuevo a su pueblo y, desde entonces, también para el resto de la humanidad.
Luego del retorno de Israel a Palestina, persistiendo la dominación extrajera del territorio y ante el desánimo histórico más profundo, Dios volvió a prometer mediante los profetas de la apocalíptica un reino de Dios hacia el final de la historia, mediador del cual sería el “hijo del hombre” (Dan 7, 13).
Nos cometa el evangelio el padre Yepes, en el audio, y firma que en la vida de todo ser humanos hay turbulencias, tempestades, inestabilidad que hace que quiera hundirse la barca de nuestra esperanza, nuestra confianza, y nuestra fe, pues nos llenamos de miedo al creer que Dios está distante, dormido.
Es fácil, nos explica el Papa Francisco, “reconocerse en esta historia. Lo que es más difícil de entender es la actitud de Jesús. Mientras que sus discípulos están naturalmente alarmados y desesperados, él está de pie en la popa, en la parte de la barca que se hunde primero. ¿Y qué hace? A pesar de la tempestad, duerme profundamente, confiando en el Padre; es la única vez en los Evangelios que vemos a Jesús durmiendo. Cuando se despierta, después de haber calmado el viento y las aguas, se vuelve hacia los discípulos con una voz de reproche: “¿Por qué tienen miedo? ¿No tienen fe?”.
Tratemos de entender. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos, en contraste con la confianza de Jesús?…
Por qué tienes miedo? ¿No tienes fe?” Señor, nos estás llamando, llamándonos a la fe. Que no es tanto creer que existes, sino venir a ti y confiar en ti… Nos llamas a aprovechar este tiempo de prueba como un tiempo de elección. No es el tiempo de tu juicio, sino el nuestro: un tiempo para elegir lo que importa y lo que pasa, un tiempo para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es un tiempo para volver a encarrilar nuestras vidas con respecto a ti, Señor, y a los demás…
Por qué tienes miedo? ¿No tienes fe? La fe comienza cuando nos damos cuenta de que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes, por nosotros mismos nos hundimos: necesitamos al Señor, como los antiguos navegantes necesitaban las estrellas. Invitemos a Jesús a las barcas de nuestras vidas. Entreguémosle nuestros miedos para que pueda conquistarlos. Como los discípulos, experimentaremos que con él a bordo no habrá ningún naufragio. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en bueno todo lo que nos pasa, incluso las cosas malas. Él trae serenidad a nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.
El Señor nos pide y, en medio de nuestra tempestad, nos invita a despertar y a poner en práctica esa solidaridad y esa esperanza capaces de dar fuerza, apoyo y sentido a estas horas en las que todo parece tambalearse…
En medio del aislamiento, cuando sufrimos la falta de ternura y de posibilidades de encuentro, y experimentamos la pérdida de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: él ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos pide desde su cruz que redescubramos la vida que nos espera, que miremos hacia quienes nos miran, que fortalezcamos, reconozcamos y fomentemos la gracia que vive en nosotros.”
Palabra de Vida Mes de junio
«Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado» (Mt 10, 40)
Acoger al otro, al distinto a nosotros, es la base del amor cristiano. Es el punto de partida, el primer peldaño para construir esa civilización del amor, esa cultura de comunión a la que Jesús nos llama sobre todo hoy. https://www.focolare.org/espana/es/news/2020/05/30/junio-2020/
Bendigamos al Señor con nuestro testimonio este día y digámosle:
"Me siento fuerte, sano y feliz porque tengo fe, amor y esperanza".
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Recopilado por Rosa Otárola D, /
Junio 2020
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.