Hemos venido reflexionando en cómo desenredar estos roles, cuestión bastante complicada si tenemos en cuenta que vivimos en una sociedad que nos quiere imponer ciertas obligaciones, simplemente por el hecho de ser mujer. En que sin embargo, es importante caminar y, si uno se cae, levantarse; caminar con una meta; entrenarse todos los días en la vida.
Y en dejarnos seducir por este Dios de sorpresas y novedad que nos lleva a renacer. Y a propósito de sorpresa fue el tema de la homilía con el padre Javier Martín hoy “Actitud en nuestra relación con Dios.
Quisiera iniciar este tema con el texto de Franz Jalics, en su libro Ejercicios de contemplación:
“A veces los muros del rencor parecen infranqueables. Las heridas guardadas en el alma duelen y en ocasiones supuran. Cuando menos lo espero salto. Por cualquier cosa. Sangro por la herida. Las palabras nunca dichas me pesan dentro. Las ofensas no reconocidas siguen haciéndome daño. Voy acumulando rencores no perdonados.
Decía la Madre Teresa: “El perdón es una decisión, no un sentimiento porque cuando perdonamos no sentimos más ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió”.
Necesito aprender a perdonar, a los hombres, a Dios, a mí mismo. ¡Cuánto me cuesta dar el paso! Pero sé que no quiero vivir guardando palabras hirientes. Me voy secando en mi dolor, atrapado en mis muros infranqueables.
Escucho hablar de muchas heridas antiguas. Yo mismo cargo en mi corazón rencores que desconozco. Y los muros se hacen infranqueables, demasiado altos. No pueden entrar. Me protejo. Y las distancias se vuelven insalvables. Y en su incapacidad de amar el corazón se seca.
Creo que necesito mejorar en mis relaciones, en los vínculos que cuido y descuido. Dejar de lado los rencores, sanar los lazos rotos, construir puentes, derribar muros. Quiero construir un muro sólido sobre el que levantar mi vida. Pero no un muro que me separe de nadie.
Creo que no hay una relación con los hombres totalmente separada de mi relación con Dios. Ambas están intrínsecamente unidas: “Nos comportamos frente a Dios de la misma manera que tratamos a las personas. El paralelismo es matemáticamente exacto. La relación con nuestros semejantes, que debe equipararse con la relación con Dios, corre también en forma paralela a la relación que tenemos con nosotros mismos. No nos podemos odiar y al mismo tiempo estar dedicados de todo corazón a Dios y al prójimo. Sólo tenemos un corazón con el cual podemos amar a Dios, a los seres humanos y a nosotros mismos”
Sólo tengo un corazón. Para amar a Dios, para amar a los hombres, para amarme a mí. No me vale de nada estar muy bien con Dios en mi mundo particular, en la paz de mi meditación, ante Él, de rodillas, en silencio, solo. No me vale de nada si luego salgo al mundo y vivo en medio de tensiones, de rencores, de manías, de rabias. Protegido entre muros. A la defensiva. Sin amar.
La forma como trato a los demás es igual a la forma como trato a Dios. Y tantas veces me ha parecido que era diferente. Ante Dios me siento comprendido, amado, respetado, enaltecido. Ante los hombres no sucede lo mismo. Creo que tiene que ser distinta mi reacción. Me creo juzgado por ellos. Su forma de comportarse me enerva.
Creo que empiezo a comprenderlo poco a poco. La forma como trato a los demás. La forma como me relaciono con aquellos a los que no quiero tanto. Con aquellos que me son más molestos. Con aquellos que no me comprenden, ni me aceptan, ni me alaban. En el fondo es la misma que uso en mi trato con Dios.
Quiero aprender a escuchar a los hombres. Quiero aprender a escuchar a Dios. Tal vez por eso me hace bien detenerme a contemplar mi vida. Aprendo a escuchar. Creo que sé escuchar pero no lo consigo tan bien como quisiera. Y surgen nuevas ofensas. Y mis relaciones se enturbian. Con los hombres y también con Dios.
Mi entrega a los hombres tiene que ver con mi entrega a Dios. Todo va tan unido. Me quedo tranquilo pensando que puedo hacerlo mucho mejor.”
La vida , entonces, se debería medir con base en las relaciones que tenemos, y sobre todo en la calidad de las mismas. Relacionarse no es sencillo, pero es muy necesario. Pensemos cuáles son las relaciones más importantes en nuestra vida, aquellas que determinan el curso de nuestras decisiones para con nosotros mismos y para el mundo entero. Podemos tener muchas, sin embargo te reto a relacionarte con Dios; es el único con el que puedes entablar una relación y no cometerá los típicos odiosos errores que los seres humanos solemos cometer, y mejor aún perdona nuestros errores. ¿Cómo nos relacionamos con Dios?
La relación con Dios es un asunto personal, no colectivo, yo y solamente yo soy responsable de cuidar que esta sea fresca, sincera y transparente.
Si hay algo frágil, delicado, pero necesario e importante en la vida de un cristiano, en la que mas debe invertir, es la relación con Dios. Las muchas ocupaciones, el errado orden de prioridad, los intereses personales y este mundo cambiante hace que los humanos, y principalmente los cristianos no demos el tiempo y mucho menos la importancia a la relación con Dios. Esta demás decir lo que la Biblia afirma en Eclesiastés, que para todo hay tiempo, y cuando se piensa en la amistad, la cita, el encuentro, el contacto y la relación con el Creador, Salvador, Señor y Dueño de todo; no hay justificación o pretexto alguno que sea válido.
La clase de amistad, relación o comunión que tenemos con Dios depende de la calidad de tiempo que le brindamos, de la calidad de vida que mantenemos, y del amor o respeto que tengamos hacia Él.
La manera más sencilla y práctica que todo cristiano tiene para cuidar que su relación con Dios sea fresca, sincera y transparente es por medio de la oración, la confesión, la lectura y estudio de la Biblia, oír y escuchar la voz de Dios lo que significa obedecerla. En otras palabras, para que la amistad con Dios sea diaria, honesta, y sincera; debe haber comunicación (mas que conversación es una relación), debe haber respeto (más que palabras es actitud, lealtad y compromiso expresado en obediencia) y sobre todo, mucho amor (es temor de hacer lo que no le agrada, es decisión por hacer lo que le agrada, es un deseo profundo por estar cerca de él).
Muchas veces para relacionarnos con el Señor, es necesario remar mar adentro,como nos habla Lc 5, 1-11. Y es que todo lo que sucede alrededor de la pesca milagrosa es como hablar con símbolos muy expresivos que nos ayudan a relacionarnos con Dios: Primero les pide prestada la barca y les da la alegría de poder hacer un favor al Maestro. Después le escuchan y su alma se conmueve. Remar mar adentro les representa una pequeña molestia, recompensada por la buena compañía. La petición de lanzar la red ya es más arriesgada pues requiere fiarse de Jesús en algo en lo que ellos son expertos y que va contra la experiencia de pescar de día; más aún, cuando en toda la noche no han pescado nada. Pero dan el paso porque creen en Jesús. Sólo entonces se da la pesca abundante y desproporcionada. Entonces se dan cuenta del milagro. Pedro se sobrecoge, se siente tocado por Dios, y expresa de un modo admirable lo que todos sienten: “Apártate de mí, Señor, porque soy un hombre pecador”. Ha percibido la luz de la divinidad y con ella el contraste de su pequeñez y miseria; dice a Jesús que se aparte porque él no se considera digno, a la vez que se acerca más a él; y la decisión de entregarse dejándolo todo se hace irrevocable. ¿Cómo negarse ahora a acceder a la petición que le hace el Maestro? Y nos decía el padre Santiago Martín en la homilia que la actitud en nuestra relación con Dios debe ser producto de la actitud de Pedro cuando le dice a Jesús, algo así como, hago lo que me pides porque me fío de Ti, o sea que a pesar de mis problemas, dificultades etc, en lugar de caer en la desesperanza; esto es hecha las redes de nuevo porque su Gracia nos sostiene. Fiarse y poner nuestra vida en sus manos.
Importante saber que cuando comenzamos una relación con Dios, El nos llama a cultivarla. El Espíritu de Dios vive dentro de nosotros (Juan 14:15-17) y nos enseña la verdad (Juan 16:13), nos hace crecer en el fruto del Espíritu (amor, júbilo, y paz; ver Gálatas 5:22-23), nos deja usar nuestras habilidades para ayudar a los demás (Efesios 2:10;4:12-13), y nos hace vivir como luz y sal en un mundo de tiniebla (Mateo 5:14-16). Una relación personal con Dios cambia nuestras vidas ahora y por toda la eternidad.
Empezamos nuestra relación personal con Dios por medio de la fe. Efesios 2:8-9 enseña, “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.” No nos ganamos nuestra relación con Dios; la recibimos como un regalo:
1. Él ya ha hecho todo el trabajo
Es cierto que hubo una ruptura entre la humanidad y Dios. Esa ruptura se remonta al Edén y a los primeros humanos, Adán y Eva. A menudo siento que esa barrera todavía está ahí, pero afortunadamente eso no es cierto. Jesús rompió todas las barreras y nos conectó nuevamente con Dios. El apóstol Pablo explica esto de una forma maravillosa en su carta a los Efesios.
“En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia. En ese tiempo también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos. Como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales, para mostrar en los tiempos venideros la incomparable riqueza de su gracia, que por su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte. Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica. Por lo tanto, recuerden ustedes los gentiles de nacimiento —los que son llamados «incircuncisos» por aquellos que se llaman «de la circuncisión», la cual se hace en el cuerpo por mano humana—, recuerden que en ese entonces ustedes estaban separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, a ustedes que antes estaban lejos, Dios los ha acercado mediante la sangre de Cristo.”
Efesios 2:1-13
Jesús ya ha hecho todo el trabajo. Él derribó todo obstáculo entre tú y Dios, ahora puedes acercarte a él. Hay días en los que no me siento así, estoy seguro de que hay momentos en los que tú tampoco, pero esa es la verdad. El trabajo está terminado; el Padre te ama y desea tenerte cerca.
2. La honestidad es la mejor estrategia
Desarrollar una relación personal con Dios fue difícil para mí al crecer en una familia que todavía mantenía la tradición de ‘lo mejor para el domingo’, lo que significaba que nos vestíamos muy bien para ir a la iglesia. Esa imagen se quedó grabada en mi mente, y durante años adopté el mismo enfoque, ‘lo mejor para el domingo’, al intentar construir una relación personal con Dios. Me comportaba de la mejor manera posible, oraba de manera muy formal y, en general, trataba de mantener feliz Dios.
Esencialmente, estaba usando una máscara y proyectando una idea falsa de quién era yo para Dios. Lo más loco y curioso es que él nunca se dejó engañar. Él conoce cada pensamiento que tenemos, sin embargo, yo estaba convencido de que él quería mi “mejor versión de domingo”. Finalmente, hace unos años me cansé tanto de fingir, que no pude mantener más aquella mentira, mi máscara se cayó y fui honesto con Dios, extremadamente honesto. Grité y derramé mis más profundas frustraciones, dolores y desilusiones. Al inicio estaba asustado, preguntándome cómo Dios lidiaría con mi verdadero yo, vulnerable y roto. ¿Sabes lo que descubrí? Él no cambió ni un poco, pero yo sí cambié. Pude recibir su amor, bondad y su asombrosa gracia.
Dios puede lidiar contigo en tu peor momento. No hay nada que pueda escandalizarlo, sorprenderlo o hacer que te rechace. Él quiere amar a tu verdadero yo, así que deshazte de la máscara, la honestidad es la mejor estrategia.
3. No hagas una lista de tareas y no establezcas una meta
Soy una persona extremadamente enfocada en las tareas. Me encanta tener una buena lista donde pueda ir marcando cada tarea finalizada. Desafortunadamente, adquirí esta mentalidad al construir una relación con Dios. En consecuencia, apartaba un tiempo para estar con él e iba marcando todas las áreas que se suponía que debía cumplir.
Leer un pasaje de las Escrituras, hecho.
Pedir disculpas por aquello que haya hecho mal, hecho.
Dar gracias por algo, hecho.
Orar por mi familia y amigos, hecho.
Orar por el mundo, hecho.
Mi tiempo con Dios se convirtió en un ejercicio aburrido e inútil, y se tornó terrible. Viví así hasta que me di cuenta de que no había un objetivo que alcanzar y que no había un destino final. El objetivo era aprender a amar a Dios y permitirle a él mostrar su amor por mí. Este es un viaje y una aventura de toda la vida, que continuará hasta la eternidad. Una vez que entendí eso, aprendí a relajarme, tomarme mi tiempo y disfrutar de estar en su presencia, incluso si no pude marcar todas las ‘tareas’ de mi lista.
4. Estudia y medita en la Palabra de Dios
“Día tras día te bendeciré, y alabaré tu Nombre sin cesar”, nos dice la Palabra de Vida de este mes.
La palabra de la Escritura que se nos propone, en este mes de setiembre, para ayudarnos en nuestro camino, es una oración. Un versículo del Salmo 145. Los Salmos son composiciones que reflejan la experiencia religiosa individual y colectiva del pueblo de Israel en su recorrido histórico y en las diferentes vicisitudes de su existencia. La oración hecha poesía asciende al Señor como lamento, súplica, agradecimiento y alabanza. Allí está toda la variedad de sentimientos y actitudes con las que el hombre expresa su vida y su relación con el Dios viviente.
El tema fundamental del salmo 145 es la realeza de Dios. A través de su propia experiencia, el salmista exalta la grandeza de Dios: “El Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas (v. 9); reconoce su fidelidad: “El Señor es fiel en todas sus palabras” (v. 13b), y llega a involucrar a todo ser viviente en un canto cósmico: “Que todos los vivientes bendigan su santo Nombre, desde ahora y para siempre (v. 21).
Sin embargo, el hombre moderno a veces se siente perdido y tiene la impresión de estar abandonado a sus fuerzas. Teme que los acontecimientos de sus días estén dominados por la contingencia, en un sucederse de hechos carentes de significado y de horizonte.
Este salmo conlleva un anuncio de esperanza que nos da seguridad: “Dios es creador del cielo y de la tierra, es custodio fiel del pacto que lo une a su pueblo, es quien le hace justicia a los oprimidos, da pan y sostiene a los que sufren hambre y libera a los prisioneros. Es quien abre los ojos a los ciegos, levanta al caído, ama a los justos, protege al extranjero, sostiene al huérfano y a la viuda”.
Esta palabra nos invita sobre todo a cuidar la relación personal con Dios recibiendo sin reservas su amor y su misericordia y poniéndonos a la escucha de su voz frente al misterio. En esto consiste el fundamento de toda oración. Pero dado que este amor nunca está separado del amor por el prójimo, cuando imitamos a Dios Padre en el amar concretamente a cada hermano y hermana, en particular a los últimos, a los descartados, a los que están más solos, llegamos a percibir en lo cotidiano su presencia en nuestra vida. Chiara Lubich, invitada a ofrecer su experiencia de vida cristiana en una asamblea budista, lo resumía de la siguiente manera: “El corazón de mi experiencia está todo aquí: cuanto más se ama al hombre, más se encuentra a Dios. Cuanto más se encuentra a Dios, más se ama al hombre”.
El Papa Francisco nos explica que “muchas veces “conocemos a Dios por lo que nos han dicho, pero con nuestra experiencia vamos adelante y al final lo conocemos directamente si somos fieles. Esta es la madurez del Espíritu”.
El Papa se preguntó: “¿Cómo llegar a esa intimidad?”. Para explicarlo, se remitió al encuentro de los discípulos de Emaús con Jesús después de la Resurrección. Los discípulos caminaban junto a Jesús, explicó Francisco, pero, como se señala en el Evangelio, “sus ojos no eran capaces de reconocerlo”.
Las palabras de Jesús hacia ellos son duras: “¡Hombres duros de corazón! ¡Cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!”.
El Santo Padre señaló que “cuando el corazón es duro, no se ven las cosas. Se ven las cosas como nubladas”. “Ese es el origen de su ceguera: su corazón era duro”.
En su catequesis, Francisco puso el acento en que “la sabiduría de esta bienaventuranza: “Bienaventurados los de corazón limpio, pues ellos verán a Dios” (Mt 5, 8), radica en que para poder contemplar es necesario entra dentro de nosotros y hacer espacio a Dios”. “Ese es el único camino”.
“Esta es una maduración decisiva: cuando nos damos cuenta de que nuestro peor enemigo, con frecuencia, está escondido en nuestro corazón. La batalla más noble es aquella contra los engaños interiores que generan nuestros pecados”.
El Pontífice advirtió que “los pecados cambian la visión interior. Cambian la evaluación de las cosas, te hace ver cosas que no son verdaderas, o al menos verdaderas de ese modo”.
Por eso “es importante comprender qué es ‘la pureza del corazón’. Para hacerlo, se necesita recordar que para la Biblia el corazón no consiste sólo en sentimientos, sino que es el lugar más íntimo del ser humano, el espacio interior donde una persona es ella misma”.
Pero, ¿qué significa uno corazón puro?, se pregunta el Papa. “El corazón puro vive en la presencia del Señor, conservando en el corazón aquello que es digno de la relación con Él; solo así posee una vida íntima, unificada, lineal, no tortuosa, sino simple”.
La relación o amistad con Dios puede ser comparada con una planta o con un jardín el cual necesita de mucha atención, cuidado y agua para que este no solo se mantenga verde, sano, limpio sino que de sus frutos, en este caso son las flores.
El Salmo 1 describe a una persona en buena relación con Dios al compararla con un árbol plantado junto corrientes de agua, el cual por estar conectado con el agua que es la vida del árbol, da fruto en su tiempo y su hoja no cae.
El agua es la vida del árbol, y para que este permanezca vivo, fresco, frondoso, alegre y fructífero, siempre debe estar conectado al agua o regado por esta. Es la misma enseñanza que da Juan 15 donde nos habla de la necesaria conexión, dependencia que debe existir entre el cristiano y Dios cuando habla de Cristo como la vida, y nosotros como los pámpanos. Es imprescindible esta unión, relación, conexión o dependencia del cristiano con Cristo para estar en comunión con Dios, para agradar a Dios, para dar frutos, para tener una fe viva, y para que Dios no solo escuche las peticiones sino que las responda.
Canción
https://youtu.be/k3WJRta3h5U?si=lOo_p5Y7x3Vuxgxt
Fuentes:
https://reflexionesparahoy.wordpress.com/2014/12/26/cuida-tu-relacion-con-dios/
https://ciudadnueva.com.ar/wp-content/uploads/2023/08/PV-09-2023_doble.docx
https://www.compellingtruth.org/Espanol/Relacion-Personal-con-Dios.html
https://es.aleteia.org/2016/11/15/asi-como-te-relacionas-con-los-demas-te-relacionas-con-dios/
http://cambioyfuerajovenes.blogspot.com/2011/09/sesion-15-como-relacionarme-con-dios.html
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Setiembre 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.