Reflexionamos la última vez sobre la capacidad de asombro. Hoy para complementar el tema vamos a recordar esta frase de San Juan Pablo II: “Sólo hay que dejarse sorprender por el Señor y tirarse en sus manos. «¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!
La liturgia del domingo nos muestra como, “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz». El Señor es la luz y el Señor viene a iluminar nuestros corazones, hay que dejarlo entrar. Que Él ilumine toda nuestra realidad. A veces se puede vivir en la oscuridad porque no se quiere aceptar el propio pecado y la propia debilidad; no se quiere ver el camino que está indicando el Señor y se prefiere una vida sin muchas complicaciones. Se prefiere vivir en la oscuridad que salir de ella.
«El pueblo que caminaba…» vivía en una actitud cómoda y no se movían para ir a la luz. Pero con la venida del Señor no podemos permanecer indiferentes. Él nos trae su misericordia y su amor; Él sale a nuestro encuentro y nos abraza, pero no nos puede obligar. Nos pide que demos un paso y Él se encargará del resto; nos pide que queramos y Él se encargará de que podamos.
Como aporte del padre Toto, que califica como una delicia para el alma… de esos que no se pueden leer rápidamente, ni se pueden leer una sola vez. Y nos aclara: Acomodé el texto para esta publicación, quisiera compartirles un texto que el sacerdote nos transcribió en uno a de sus publicación del Padre Cantalamessa: “Que no reine más el pecado en vuestro cuerpo mortal”. Hay que decir ¡basta! al pecado. Esta es la fase de la decisión o del propósito. ¿De qué se trata? Es muy sencillo, por lo menos decirlo. Hacerlo es un poco menos. Se trata de tomar la decisión, en lo que de nosotros depende, sincera e irrevocable, de no cometer más pecados. Dicho así, la cosa puede parecer veleidosa y poco realista, ¿verdad?, pero no lo es. Nadie de nosotros se convertirá en no-pecador de un día para otro.
Cada uno de nosotros, si se examina bien, caerá en la cuenta de que junto a los muchos pecados y defectos que comete cada día, hay uno distinto de los demás. Distinto porque es más voluntario. Se trata de ese pecado al que en secreto estamos un poco apegados, que confesamos, sí, pero sin una real voluntad de decir ¡basta! Ese pecado del que nos parece que ya no podemos liberarnos, por el simple motivo de que no queremos liberarnos, o no queremos liberarnos de inmediato. S. Agustín, en sus Confesiones, nos describe su lucha por liberarse del pecado de la sensualidad, de la impureza. Hubo un momento en que imploraba a Dios diciendo: “Señor, concédeme castidad y continencia”, pero añadía secretamente una voz: “No inmediatamente, Señor”. Hasta que llegó el momento en que se gritó a sí mismo: ¿Por qué mañana, mañana, mañana, por qué no ahora; por qué no este mismo momento significará el fin de mi vida vergonzosa? Bastó con decir este ¡basta! para sentirse libre. El pecado nos tiene esclavizados mientras no le decimos un verdadero ¡basta! Entonces, pierde casi todo el poder sobre nosotros.
Para descubrir cuál es en nosotros “ese” pecado especial, hay que tratar de ver qué es lo que tememos que se nos quite. Lo que, sin confesarlo, defendemos. Lo que mantenemos a nivel inconsciente y no sacamos a la luz para no vernos luego obligados a renunciar a ello bajo los estímulos de la conciencia. Más que de un pecado particular se trata, a menudo, de un hábito pecaminoso.
Concretamente, ¿qué hay que hacer? En un momento de recogimiento, durante una Misa o en este Retiro mismo, ponernos en presencia de Dios y, de rodillas ante el Santísimo, decirle: “Señor, Tú conoces bien mi fragilidad, como también yo la conozco. Fiándome por eso sólo de tu gracia y de tu fidelidad, te digo que quiero de ahora en adelante abandonar aquella satisfacción, aquella libertad, aquella amistad, aquel resentimiento, aquel pecado. Quiero aceptar la hipótesis de tener que vivir de ahora en adelante sin eso. Entre el pecado y yo, ese pecado que Tú sabes, se ha acabado cualquier relación, digo ¡basta! Ayúdame, Señor, con tu Espíritu, renueva en mí un espíritu firme, mantén en mí un ánimo generoso. Yo me considero muerto al pecado”. Después de esto, hermanos, el pecado ya no reina más en nosotros, por el simple motivo de que tú ya no quieres que reine, pues de hecho reinaba precisamente en tu voluntad.”
A veces se puede creer que la conversión es imposible, que aún estamos muy lejos, que el camino es largo y cansado pero, qué vida es fácil. Toda elección comporta una renuncia, o mejor, toda elección comporta un camino. Los discípulos que siguieron a Jesús, antes que renunciar a sus redes, a su pequeño mundo, se encontraron con una vocación más grande y maravillosa.
Lo único que hay que hacer es dejar nuestro pequeño tesoro para alcanzar uno más grande. Para ello generalmente se hace necesario salirse de la corriente del mundo. Ir contracorriente.
Tal actitud se adjudica a los que siempre dan la contra, para bien o para mal, a los que tienen permanente disposición para discutir o a los que son habituales transgresores de las pautas culturales convencionales. Puede tratarse de asuntos de poca importancia o de cuestiones muy profundas, lo importante es que no concuerdan con la mayoría. Entendemos la palabra corriente como tendencia predominante, pero más específicamente alude a la corriente de los cursos de agua. En este contexto, suele asociarse con el salmón, un pez que nace en agua dulce y que remonta ríos en busca de lugares para procrear. Esa costumbre de ir contra la corriente le ha dado la fama de obcecado. Así como los que se afanan en ser diferentes suelen pagar las consecuencias, algunos salmones también pagan un alto precio por esa obstinada práctica, pues los osos, conocedores de esa tendencia, los esperan muy cómodos en los bordes de una cascada para atraparlos sin mucho esfuerzo.
Un ejemplo lo tomaremos del Evangelio según san Marcos 2, 23-28: “Un sábado Jesús iba caminando entre los sembrados, y sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le preguntaron: “¿Por qué hacen tus discípulos algo que no está permitido hacer en sábado?”. Él les respondió: “¿No han leído acaso lo que hizo David una vez que tuvo necesidad y padecían hambre él y sus compañeros? Entró en la casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes sagrados, que sólo podían comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros”. Luego añadió Jesús: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Y el Hijo del hombre también es dueño del sábado”.
¿Por qué los discípulos de Jesús se comportan distinto que los demás?, ¿por qué se permitían caminar por encima del orden señalado? Por alguna razón se sentían libres. Estaban en misión, cansados, y quizá con no pocas preguntas en sus corazones que bullían en esos traslados silenciosos, al costado del Señor (¡y cuántos de estos no habrán tenido en esos tres años, para pensar en tantas cosas!). Llegó, pues, un instante en donde el hambre no permitió ser ignorada una vez más. He aquí que un primer discípulo se agachó a arrancar unas cuantas espigas. Y así comenzó toda la escena…
Podríamos preguntar, Señor, ¿qué tipo de enseñanza, de discipulado, estabas realizando con aquellos pescadores?, ¿cómo es que de pronto comenzaban a actuar casi contra toda naturaleza?, ¿a veces incluso contra la ley? Hoy arrancaron espigas en sábado, pero en otras ocasiones ayunaban mientras otros banqueteaban. Y después banqueteaban mientras muchos ayunaban. Un día decidieron dejar las orillas pesqueras para vivir, literalmente, en las manos de Dios.
Pero, a decir verdad, la pregunta es más profunda, Señor, pues sabemos bien, no se trataba de una mera rebeldía, de algo que sólo consistiera en andar de modo aleatorio contra corriente. Sus corazones estaban cambiando y se notaba constantemente.
Cuando muchos lloraban lágrimas que caían hacia la tierra, ellos derramaban lágrimas que subían al cielo. Mientras muchos gritaban por temor ante un endemoniado, ellos guardaban un santo temor de Dios. Cuando muchos desbordaban desconsuelo, eran ellos que venían a consolar. ¿Era un poco esto en lo que consistía este instaurar tu Reino?
En estas breves líneas del Evangelio, podemos notar cómo andar con Jesús, no era solamente algo externo, sino que es algo que poco a poco enraíza en nuestro interior., y no mueve a querer participar de ello, experimentar ese dulce caminar contra corriente, ese apasionado andar contra corriente; pero no por una actitud de rebeldía, sino por una conversión del corazón hacia la vida eterna, hacia la cual caminar y hacia la cual introducir a tantos. Es un camino de renuncia y, al mismo tiempo, un camino lleno de grandes dones.
«Lo cierto, afirma el Papa Francisco, es que frente al hambre, Jesús priorizó la dignidad de los hijos de Dios sobre una interpretación formalista, acomodaticia e interesada de la norma. Cuando los doctores de la ley se quejaron con indignación hipócrita, Jesús les recordó que Dios quiere amor y no sacrificios, y les explicó que el sábado está hecho para el ser humano y no el ser humano para el sábado. Enfrentó al pensamiento hipócrita y suficiente con la inteligencia humilde del corazón, que prioriza siempre al ser humano y rechaza que determinadas lógicas obstruyan su libertad para vivir, amar y servir al prójimo».
En varias ocasiones los Papas han hablado a los jóvenes, y junto con ellos a todos nosotros, sobre la necesidad de ir “contracorriente.” Es evidente que los valores y el estilo del mundo asfixian y quieren robar la semilla preciosa que Cristo ha traído a esta tierra. Pero, ¿cómo se puede poner en práctica?
La estrategia del mosquito es el nombre que damos a la actitud de los que consideran que basta con liberarse del fastidio presente imaginando que los problemas a la larga se resolverán por sí mismos, y las cosas volverán a una cierta “normalidad.”
La estrategia del mosquito cree que el enemigo, como un perro rabioso, se va a calmar si le lanzo una salchicha; la verdad es que cada salchicha hace más fuerte al oponente. Todavía más grave el caso si el enemigo tiene un plan para subir cada vez más sus pretensiones y exigencias, como de hecho sucede en nuestros días.
Nuestros tres grandes errores, compañeros de la fallida estrategia del mosquito, son la pereza, la cobardía y la ingenuidad. Dos ejemplos notables del daño que causa esa pasividad son los avances del lobby gay y las atrocidades a que lleva la legislación permisiva sobre el aborto. En el primer ejemplo, se pasa de legalizar el matrimonio gay a indoctrinar el pansexualismo en los niños. En el aborto, después de aprobado para situaciones “extremas” (como la violación) luego se considera “daño para la madre” todo lo que lastime supuestamente su sicología, como por ejemplo, tener que parir un hijo varón queriendo una niña.
Podemos resumir diciendo que nuestra “estrategia del mosquito” resulta escandalosamente derrotada por la “estrategia del caballo de Troya,” que bien saben usar los que manejan con astucia sus agendas de aprobación legal y de manipulación de derechos en conflicto.
Veamos primero lo que hay que evitar:
- No vale hundirse en la tristeza y la amargura.
- No sirve la nostalgia, que además encubre muchas mentiras e injusticias sobre el pasado.
- No surge nada del escapismo al estilo milenarista.
- No construye el volverse simplemente un cazador de herejías.
Los que intentan seguir a Cristo , lo sabemos bien, tienen que nadar contracorriente.
Sufren ataques, críticas y burlas porque su modo de pensar y actuar se considera fanático, pasado de moda, infantil o insensato.
Sufren al ver cómo se establecen leyes que permiten dar muerte a los inocentes, no respetan la libertad de las conciencias, facilitan la ruptura de las familias o impiden a los padres educar cristianamente a sus hijos.
Sufren al ver que los cristianos son perseguidos, que la Iglesia es denigrada todos los días en los medios de comunicación, y que una gran parte de la sociedad está siendo corrompida desde la infancia.
Y muchos se sienten impotentes ante esta avalancha de basura. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué podemos hacer?
- Experiencias vivas y gozosas de conversión; no puedes vencer la corriente del mundo si no te conduce una corriente más fuerte, la del Espíritu Santo. Es requisito la alegría. En la tristeza de los que solo denuncian quizás se esconde el deseo de pecar impunemente.
- Necesitamos estar bien alimentados. Con oración, ante todo. Con ansia de la gloria de Dios. Con claridad sobre nuestra necesidad de los sacramentos.
- Necesitamos baluartes: espacios para rehacer nuestras fuerzas; lugares de descanso y de renovar las fuerzas. A los cristianos del siglo I les tocó ir a las catacumbas. Esto implica también cuidar el baluarte.
- Formación permanente: estar actualizados sin estar obsesionados. Hablar de estos temas con amigos, relacionados y sobre todo con la propia familia. Esto incluye gozarse en la estatura y claridad de nuestra doctrina católica.
- Actitud de abnegación generosa para dejar lo que no construye y para tener una sana disciplina, mirando a la Cruz.
El Papa Benedicto XVI , nos recordó, en una de sus audiencias, que los cristianos no deben tener miedo a creer en Dios y así ir “contra corriente” sin caer en la tentación de “adecuarse” al mundo y a las opiniones del momento…
“Decir ‘yo creo en Dios’ significa fundar en Él mi vida, dejar que su Palabra la oriente cada día, en las opciones concretas sin temor de perder algo de mí mismo”…
“Creer en Dios nos hace, pues, portadores de valores que a menudo no coinciden con la moda y la opinión del momento, nos pide adoptar criterios y asumir conductas que no pertenecen a la manera común de pensar…
Recordó que “en muchas de nuestras sociedades, Dios se ha convertido en el ‘gran ausente’ y en su lugar hay muchos ídolos, en primer lugar el ‘yo’ autónomo. Y también los significativos y positivos progresos de la ciencia y de la tecnología han llevado al hombre a una ilusión de omnipotencia y de autosuficiencia, y un creciente egoísmo ha creado muchos desequilibrios en las relaciones y el comportamiento social”.
“Y, sin embargo, la sed de Dios no se extinguió y el mensaje del Evangelio sigue resonando a través de las palabras y los hechos de muchos hombres y mujeres de fe. Abraham, el padre de los creyentes, sigue siendo el padre de muchos hijos que están dispuestos a seguir sus pasos y se ponen en camino, en obediencia a la llamada divina, confiando en la presencia benevolente del Señor y acogiendo su bendición para ser una bendición para todos”.
El Papa dijo además que “es el mundo bendecido por la fe al que todos estamos llamados, para caminar sin miedo siguiendo al Señor Jesucristo. Y a veces es un camino, que conoce incluso, la prueba de la muerte, pero que está abierto a la vida, en una transformación radical de la realidad que sólo los ojos de la fe pueden ver y disfrutar en abundancia”.
Creo en Dios, explicó, “es una afirmación fundamental, aparentemente simple en su esencialidad, que sin embargo abre al mundo infinito de la relación con el Señor y con su misterio. Creer en Dios implica adhesión a Dios, acogida de su Palabra y obediencia gozosa a su revelación”.
Benedicto XVI resaltó que es en la Biblia en donde se puede escuchar a Dios porque allí la Palabra del Señor se hace audible a todos.
Entonces, importante, como lo dice el Salmo 46. no tener miedo a nada ni a nadie, porque Dios es nuestro refugio y fortaleza, socorro fácil de encontrar en las angustias:“Por eso no tememos aunque se conmueva la tierra, y se derrumben los montes en lo hondo del mar; aunque se agiten y hiervan sus aguas, y, por su ímpetu, retiemblen los montes (…).
El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestra fortaleza es el Dios de Jacob»
Después, dar gracias a Dios, porque muchos cristianos están trabajando muy bien en todo el mundo para contrarrestar la suciedad con aguas limpias. Y también porque hay muchos no católicos y no cristianos que luchan por la verdad y la justicia.
Es probable que tengamos que pensar en hacer más, pero sin perder la paz ni el tiempo en quejas estériles.
Con paz, tenemos que desagraviar a nuestro Padre por todas las ofensas que recibe cada día.
Con paciencia, tenemos que enseñar la verdad a todo el que quiera escucharla, empleando los medios a nuestro alcance: el diálogo personal y los medios de comunicación.
Confiando en Dios, tenemos que poner generosamente tiempo y medios económicos al servicio de la difusión de la verdad.
- Con serenidad, recibiremos las críticas, burlas y ataques, recordando estas palabras del Señor:«Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5, 11-12).
Cancion
Bibliografía:
https://www.es.catholic.net/op/articulos/81182/evangelioBoletin.html?eti=8351#modal
https://www.es.catholic.net/op/articulos/59095/meditacionBoletin.html?eti=8290#modal
https://misionerosdigitales.com/2022/06/nadar-contracorriente-sin-perder-la-paz/
https://www.es.catholic.net/op/articulos/81167/evangelioBoletin.html?eti=8290#modal
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Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.