La muerte es un misterio difícil de entender y aceptar por quien se enfrenta a ella y por quienes se encuentran a su alrededor. La inquietud y el miedo suelen hacer acto de presencia.
La muerte es cambio y el cambio siempre infunde temor, además de ser desafiante, pero mientras no admitamos ese temor, no podremos aceptar el desafío que nos plantea. Hasta que no admitamos el temor, no podremos experimentar la seguridad, en lo más profundo de nuestros corazones, de que, en efecto, no tenemos miedo.
Nos alegramos por la llegada de un recién nacido y lloramos desconsolados ante la pérdida de un ser querido. Pero habría que contemplar con ecuanimidad ambos extremos del ciclo vital.
Morir es un hecho natural que nos iguala a todos. Una ley superior así lo dispone y seguramente encierra un sentido.
“En una sociedad tan temerosa de la muerte, no del temor normal expresado por Bob, mi alumno, nos cuenta Johann Christoph Arnold en su libro No tengas miedo, sino de ese terrible temor que nos rodea cuando no nos hallamos centrados en Dios, tendemos a aislar al moribundo, como si la muerte fuese contagiosa. Sí, todos morimos, no hay excepciones, pero no tenemos por qué morir solos. Me llevaron una vez a un hermoso y nuevo hospital oncológico, en cada una de cuyas habitaciones había lo que parecía ser una pequeña mesa de caoba. En apenas un instante se podía desplegar y convertir en una cama, para que un miembro de la familia o un amigo pudiera acompañar a la per- sona enferma.
Tuve así el privilegio de estar con mi esposo, de sostenerle en el momento de su muerte. Se me ha dado así la gracia de poder estar con otras personas en el instante en que efectúan la gran transición. Quizá cuando contesté tan rápidamente a la pregunta de Bob con un «Sí, desde luego», me refería a un profundo respeto, antes que al temor o al pánico, un respeto que algunos de nosotros tememos afrontar.
Hay cosas que nos recuerdan que la muerte nos puede golpear al azar. De repente, la muerte deja de ser una perspectiva distante, algo que únicamente debe preocupar a otras personas, para convertirse en una cuestión que no tenemos más alternativa que afrontar. Que lo hagamos con temor o con confianza es lo que establece toda la diferencia.
He conocido a gente que dice que preferiría sufrir una muerte rápida antes que pasar por todo el angustioso sufrimiento de una muerte lenta. Y, sin embargo, en tres décadas de asesoramiento, continua el autor, nunca he conocido a un moribundo que no se sintiera agradecido por la oportunidad de prepararse para la muerte.
También, es importante, saber acompañar a una persona en estado de agonía y no aislarlo por temor o ignorancia acerca de cómo actuar, a continuación algunos aspectos importantes que nos pueden ayudar para estos momentos.
Busca un ambiente tranquilo
La habitación de la persona agonizante debería ser un lugar tranquilo. Conviene hacer los cuidados necesarios con gestos pausados que no perturben al enfermo.
La audición es el último sentido que se pierde, por lo que las palabras dirigidas al moribundo siempre deben ser cariñosas y expresadas con suavidad. Incluso si la persona está ya agonizando, no conviene hablar como si no estuviera, su conciencia está presente y seguramente puede oírnos.
Evita los dramas
¿Conviene decirle al enfermo que su fin está próximo? Depende de la persona. Hay quienes quieren saberlo a fin de prepararse, mientras que otros prefieren ignorarlo. Asimismo cabe preguntarse si los a veces imprescindibles cuidados paliativos del dolor deben llegar hasta obnubilar la conciencia.
En condiciones favorables y en ausencia de pánico es recomendable morir conscientemente. Para la mayoría de religiones, especialmente hinduismo y budismo, la actitud en el momento de morir es importante de cara a la futura existencia.
Mantener la serenidad es fundamental en este sentido, tanto para el que parte como para los que se quedan. De manera que conviene que el inevitable dolor no se acompañe de muestras excesivas de desesperación que puedan perturbar la paz anímica de quien se está yendo. Amor y gratitud serán los sentimientos preferibles en tales circunstancias.
La Iglesia nos dice: El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:
«Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos […] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos […] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y de su cuidado pastoral, Orden de recomendación de moribundos, 146-147) Catecismo Católico en el # 1020.
Que no dejen temas pendientes
La persona que se prepara para ese último viaje precisa alforjas bien ligeras. Por eso es bueno arreglar los temas materiales y afectivos. El reparto de bienes mediante el testamento es un ejemplo de lo primero, olvidar viejas rencillas entre familiares o amigos es también importante.
Hacer las paces es fundamental, tanto para el moribundo como para los allegados. Dar las gracias por los buenos momentos o todo lo valioso que hemos recibido a través de la persona querida es igualmente reconfortante para ambas partes.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Mayo 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.
Bibliografía:
Primera referencia
Segunda referencia
Tercera Referencia