Hola mis queridos lectores. Hemos venido recorriendo en estos últimos días de adviento de la mano del Papa Francisco, meditaciones acerca de la persona de San José. Hoy terminando esta bella experiencia vamos a reflexionar sobre San José, Padre amoroso.
Recordemos que Él ha tocado con sus propias manos al Dios hecho carne y le ha podido decir de todo corazón: «Tú eres mi hijo» y él en consecuencia se ha portado como su padre. En efecto, todos sus privilegios y toda su dignidad le vienen de ser esposo de María, padre de Jesús y a la vez, de ser el hombre justo y bueno, en quien el Señor confió y puso al frente de Su familia.
La Carta Apostólica que el Papa Francisco escribió para conmemorar el Año de San José, se llama Patris Corde, que significa, con corazón de Padre. San José sabía que Jesús sería su hijo adoptivo y asumió con todo su corazón el rol de padre, sin importar que no fuera su hijo biológico. Es por esto que en san José, Jesús el Hijo de Dios, vió el amor paterno de Dios, un amor que nos acompaña, nos protege, nos guía y nos impulsa siempre hacia adelante. Dios nos ha dejado a María, cómo nuestra madre espiritual, pero nosotros somos parte de una familia, y una familia sin un padre, está incompleta.
Sabemos, que Dios mismo es el Padre celestial, el Padre amoroso, el Padre creador, el Padre de todos los padres, pero quiere que encontremos también en san José esta figura de padre. Un padre que nos enseña todas las virtudes que hemos meditado estas semanas, a ser justos con el prójimo, a tener una fe firme, y a ser obedientes en todo lo que Dios nos pide. El mundo de hoy tiene necesidad de un padre espiritual que proteja el matrimonio y la familia, y ¿quién mejor que san José, jefe de la Sagrada Familia, para que nos ayude a comprender y custodiar el verdadero significado del amor en el matrimonio y en la familia?
Dios quiere que amemos a José, así cómo Jesús lo amó. Seguramente José, junto con María, le enseñó a Jesús sus primeras palabras, lo acompañó para que no se cayera en sus primeros pasos, le sanó las heridas de cada vez que jugando se lastimó. San José enseñó a Jesús el valor del trabajo, y gracias a él, Jesús también fue carpintero.
Todo esto nos habla de que fue un padre amoroso, un padre que estuvo presente en toda la infancia de Jesús. Imagina cuánto amor tenía José por su hijo adoptivo, que en Belén, cuando María estaba apunto de dar a luz, buscó incansablemente un lugar para que Jesús pudiera nacer. Lo que encontró fue un humilde pesebre en un establo de Belén, porque no había otro lugar donde pudieran quedarse (cf. Lc 2, 7).
Imagínate, el Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador, naciendo en un establo junto a los animales, ¿habrá sentido vergüenza José de qué fue lo único que pudo conseguir? Eso no podemos saberlo, pero lo que sí sabemos, es que Dios lo miró con amor, con ternura y con agradecimiento, porque José hizo todo lo que estaba en sus manos para proteger y cuidar de Jesús, desde el momento en que fue concebido.
San Pablo VI observa que su paternidad se manifestó concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa.
Por su papel en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano, como lo demuestra el hecho de que se le han dedicado numerosas iglesias en todo el mundo; que muchos institutos religiosos, hermandades y grupos eclesiales se inspiran en su espiritualidad y llevan su nombre; y que desde hace siglos se celebran en su honor diversas representaciones sagradas. Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre ellos Teresa de Ávila, quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa persuadía a otros para que le fueran devotos.
Este es el legado que nos deja José, no importa si tenemos mucho o si tenemos poco, el secreto para agradar a Dios, es hacerlo todo con un gran amor, poniéndole todo el corazón.
Aprendamos pues en estos últimos días de adviento de San José y de su vida, de su fe y de su humildad, de su valentía y de su obediencia.
De su no apresurarse en hacer juicios temerarios, de su castidad y de su diligencia en el trabajo, de su disponibilidad en hacer la voluntad de Dios y hacer de su vida un apostolado sin ostentación.
Pidámosle a san José, que nos ayude a tener un corazón de padre amoroso. ¡Así sea!
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Diciembre 2021.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.