En Lc, 20, 38 el Señor afirma que “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos: por que para Él todos están vivos». Y leyendo esta reflexión he sentido que lo que pienso no es tan fuera de sentido, pues Jesús nos recuerda que la muerte no tiene la última palabra en nuestras vidas, sino que todos estamos llamados a una vida resucitada con Él. Esto es así porque Dios Padre que nos ama profundamente, nos ha creado para la vida y no para la muerte. Y la vida que nos espera, es la vida en Dios: donde todo llega a su plenitud y todo queda transformado, esta es la verdadera vida, la Eterna, mientras tanto, solo estamos de paso.
Entonces aunque, la muerte es una realidad en nuestras vidas, a la que todos llegaremos, sabemos por la fe que no es nuestro destino final, como creían los saduceos porque Cristo con su pasión ha destruido la muerte de una vez para siempre; gracias a ÉL la muerte y el pecado ya no tienen ningún poder sobre nosotros.
Por Jesús, todos estamos llamados a ser partícipes de la resurrección y del mundo futuro, ya que Él por puro amor nos hizo dignos de esta gracia. De ahí que como les había comentado en uno de los artículos que he publicado anteriormente, yo decidí, desde que mi esposo partió de esta vida para la Eterna, que yo iba a dejar de celebrar los cumpleaños terrenos, su vida terrena terminó, pero iba a celebrar los cumpleaños en la Vida Eterna, vida que inició hace un año, por eso desde la mañana mi corazón se llenó de gozo y me alisté lo mejor que pude para ir a la Fiesta por excelencia, la Eucaristía, en la que, en compañía de quienes nos pudieron acompañar presencial o espiritualmente, celebramos este primer año, unidos en este sacramento, en el que la gracia del amor mutuo entre los vivientes, fortalecida e incrementada por la virtud del mismo, fluye en todos los que pertenecen a la comunión de los santos. O sea estamos unidos con la Iglesia Triunfante.
Y el Catecismo Católico en el artículo #3, enseña que la santa misa trasciende el tiempo y el espacio, uniendo a los fieles que están en el cielo, en la tierra y en el purgatorio en una comunión santa. Y la santa eucaristía por si misma aumenta nuestra unión con Cristo, borra pecados veniales, y nos preserva del pecado mortal en el futuro.
Por otro lado, como nos explica el Papa Benedicto XVI, “todos ante este misterio de la muerte, incluso inconscientemente, buscamos algo que nos invite a esperar, un signo que nos proporcione consolación, que abra algún horizonte, que ofrezca también un futuro…
Así pues, solamente quien puede reconocer una gran esperanza en la muerte, puede también vivir una vida a partir de la esperanza. Si reducimos al hombre exclusivamente a su dimensión horizontal, a lo que se puede percibir empíricamente, la vida misma pierde su sentido profundo. El hombre necesita eternidad, y para él cualquier otra esperanza es demasiado breve, es demasiado limitada. El hombre se explica sólo si existe un Amor que supera todo aislamiento, incluso el de la muerte, en una totalidad que trascienda también el espacio y el tiempo. El hombre se explica, encuentra su sentido más profundo, solamente si existe Dios. Y nosotros sabemos que Dios salió de su lejanía y se hizo cercano, entró en nuestra vida y nos dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre» (Jn 11, 25-26).
Pensemos un momento en la escena del Calvario y volvamos a escuchar las palabras que Jesús, desde lo alto de la cruz, dirige al malhechor crucificado a su derecha: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Pensemos en los dos discípulos que van hacia Emaús, cuando, después de recorrer un tramo de camino con Jesús resucitado, lo reconocen y parten sin demora hacia Jerusalén para anunciar la Resurrección del Señor (cf. Lc 24, 13-35). Con renovada claridad vuelven a la mente las palabras del Maestro: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar» (Jn 14, 1-2). Dios se manifestó verdaderamente, se hizo accesible, amó tanto al mundo «que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16), y en el supremo acto de amor de la cruz, sumergiéndose en el abismo de la muerte, la venció, resucitó y nos abrió también a nosotros las puertas de la eternidad. Cristo nos sostiene a través de la noche de la muerte que él mismo cruzó; él es el Buen Pastor, a cuya guía nos podemos confiar sin ningún miedo, porque él conoce bien el camino, incluso a través de la oscuridad.”Personalmente, estoy consciente que cada domingo reafirmamos esta verdad al recitar el Credo: “Creo en la comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos y la vida eterna. Amén “
Y entonces porque yo creo en esto, hoy después de la Eucaristía, invite a mi familia a nuestra casa, disfrutamos del almuerzo y cantamos cumpleaños con queque y una vela (símbolo de la Luz, la Esperanza y la conexión espiritual) y cantamos cumpleaños, hoy hace un año gozas de la Vida Eterna, Mi oración de esperanza llegue hasta vos.
Así termino estas publicaciones que inicie hace un año. Espero haberles ayudado a ir concibiendo la muerte como nuestro paso a la Eternidad y por tanto, vivir el proceso de duelo con esperanza y no como que nuestra vida en este mundo terminó con quien sepultamos. Dios tiene mucho para darnos y nuestra labor aún no concluye.
Dios les siga bendiciendo.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Octubre 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.
Siempre me han conmovido tus reflexiones Rosa. Dios te iluminó para darnos una muestra de tu fe y fortaleza. Él te siga bendiciendo siempre
Gracias. Dios te siga bendiciendo.