Decíamos que para ser Betanias, en los diferentes espacios de formación, de oración, de servicio, de compartir, debemos buscar mirar a Santa María como auténtico modelo de mujer, para así dejarse educar por ella en su amor al Señor y a los hermanos, creciendo así en su femineidad, fortaleza, pureza de corazón, dulzura, amor, maternidad, tan propios del genio femenino.
María es Theotokos no sólo porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, sino también porque lo acompañó en su crecimiento humano.
Como acontece con todo ser humano, el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta su edad adulta (cf. Lc 2, 40), requirió la acción educativa de sus padres.
El evangelio de san Lucas, particularmente atento al periodo de la infancia, narra que Jesús en Nazaret se hallaba sujeto a José y a María (cf. Lc 2, 51). Esa dependencia nos demuestra que Jesús tenía la disposición de recibir y estaba abierto a la obra educativa de su madre y de José, que cumplían su misión también en virtud de la docilidad que él manifestaba siempre.
La misión educativa de María, dirigida a un hijo tan singular, presenta algunas características particulares con respecto al papel que desempeñan las demás madres. Ella garantizó solamente las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento, ya presentes en el hijo. Por ejemplo, el hecho de que en Jesús no hubiera pecado exigía de María una orientación siempre positiva, excluyendo intervenciones encaminadas a corregir. Además, aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones del pueblo de Israel, será el quien revele, desde el episodio de su pérdida y encuentro en el templo, su plena conciencia de ser el Hijo de Dios, enviado a irradiar la verdad en el mundo, siguiendo exclusivamente la voluntad del Padre. De «maestra» de su Hijo, María se convirtió así en humilde discípula del divino Maestro, engendrado por ella.
Permanece la grandeza de la tarea encomendada a la Virgen Madre: ayuda a su Hijo Jesús a crecer, desde la infancia hasta la edad adulta, «en sabiduría, en estatura y en gracia» (Lc 2, 52) y a formarse para su misión.
Los dones especiales, con los que Dios había colmado a María, la hacían especialmente apta para desempeñar la misión de madre y educadora. En las circunstancias concretas de cada día, Jesús podía encontrar en ella un modelo para seguir e imitar, y un ejemplo de amor perfecto a Dios y a los hermanos.
Nos indica el Papa Francisco: “El verdadero amor es amar y dejarme amar. Es más difícil dejarse amar que amar. Por eso es tan difícil llegar al amor perfecto de Dios. Porque podemos amarlo, pero lo importante es dejarnos amar por él. El verdadero amor es abrirse a ese amor que está primero, y que nos provoca una sorpresa. Si nosotros tenemos toda la información, estamos cerrado a la sorpresa. El amor nos abre a la sorpresa. El amor siempre es una sorpresa, porque supone un diálogo entre dos: entre el que ama y el que es amado. Y a Dios decimos que es el Dios de las sorpresas, porque él siempre nos amó primero, y nos espera con una sorpresa. Dios nos sorprende. Dejémonos sorprender por Dios»
Creo importante, darle a Dios una alegría inmensa si nos dejamos amar por Él, si ponemos nuestra vida en sus manos.
Parece fácil, pero nos cuesta vivir así. Porque muchas veces preferimos nuestros planes, gustos, proyectos, deseos, y no somos capaces de descubrir que Dios nos prepara algo mucho más hermoso. También cuando nos quita algo que “bueno” para ofrecernos algo mucho mejor.
Un accidente nos puede privar de la salud, pero no nos aparta de Dios si tenemos un corazón atento, esponjoso, disponible. Incluso nos puede hacer más sensibles a las necesidades de los demás, y abrirnos los ojos para recordar que esta vida es sólo un tiempo de paso.
Un fracaso nos puede llenar de tristeza, al recordar la cercanía de Dios el corazón recibe un consuelo profundo: tenemos un Padre que nos espera, un día, en casa.
El rechazo de un “amigo” se nos clava en el alma, pero sabemos que la amistad de Dios es constante y nos alienta en los momentos más difíciles de la vida.
La muerte de un familiar o de un amigo deja vacíos profundos, pero la confianza en Dios nos permite saber que nadie muere sin el permiso divino, y que existe un juicio en el que la misericordia salvará a quienes se dejaron amar por el Amor.
Todos necesitamos ser amados. No podemos vivir sin amor, como recordaba con frecuencia Juan Pablo II. Si abrimos el alma y nos dejamos tocar por ese Dios cercano, amigo, enamorado del hombre y lleno de bondad misericordiosa, nuestra vida será mucho más hermosa y más buena.
Unos más que otros, por supuesto… cada uno puede hacer su propio examen de consciencia. Aún más, si lo que buscamos discernir es la miseria que anida en el propio corazón.
Recordemos que, gracias al Bautismo, somos templos del Espíritu Santo. Sin embargo, también debemos reconocer que, en nuestro interior, residen también pecados, infidelidades y toda suerte de miserias que nos alejan de Dios.
Es duro decirlo, pero tenemos que mirarnos en el espejo, y reconocer que, así como nuestra vida está llena de hechos y experiencias hermosas y maravillosas, también está enredada con la oscuridad y las tinieblas del pecado.
La única manera de mirar el peso y la gravedad de nuestra miseria es desde los ojos misericordiosos del Padre. Recordemos la parábola del hijo pródigo, cuando el Padre, a lo lejos, se da cuenta de que su hijo está regresando.
Sabe muy bien cómo ha malgastado la herencia, pero – el relato así nos lo muestra – pareciera que no le importa todo lo que había hecho, sino que está vivo, que ha regresado. Lo sigue amando como antes. Es más, parece que quiere mostrarle aún más su amor. Le hace una gran fiesta, le da un anillo, un vestido nuevo y sandalias (Lucas 15, 11-32).
Así lo vemos en otros pasajes del Evangelio. Cómo el Señor tiene un amor predilecto por los pecadores. La actitud que tiene con la mujer que ha sido encontrada flagrantemente en adulterio (Juan 7,53 -8,11), con la samaritana (Juan 4, 1-42).
O cuando va a la casa de Zaqueo (Lucas 19, 1-10) – el cobrador de impuestos. Y con la mujer que se pone a enjugar los pies de Jesús con su cabellera (Lucas 7, 36-50), en la casa del fariseo.
¡Y muchos otros pasajes! en los que Jesús nos muestra que Su Amor no cambia por nuestros pecados. Es más, murió en la Cruz por los pecadores. Vino para salvarnos y no para juzgarnos.
¡Cuántas veces somos nosotros mismos quienes de modo justiciero nos juzgamos! Nos cuesta mirar y reconocer el peso de nuestros pecados y miserias, puesto que es doloroso. A nadie le gusta su pecado.
Por supuesto, causa rechazo y una profunda tristeza la consciencia de que, una y otra vez, huimos y rechazamos el Amor de Dios. Descubrimos en nuestro corazón esa doble voluntad, que tan bien describe San Pablo, cuando nos dice que el Espíritu quiere el amor, pero nuestra carne es débil (Mateo 26, 41).
El problema es que cuando esto ocurre, en realidad estamos huyendo de nosotros mismos. ¿Difícil? Sí… pero tenemos que hacerlo. Pues, si no morimos con Cristo, tampoco participamos de su resurrección (Romanos 6, 8-18).
Nos cuesta perdonarnos a nosotros mismos. Si no nos vemos desde los ojos del Padre, la consciencia de nuestros pecados y la oscuridad que muchas veces vivimos nos hace caer en el negativismo y la desesperanza. Aceptar y reconocer con humildad y serenidad nuestro lado oscuro, solo es posible con la luz de la Verdad, que brota del encuentro con Dios.
La «otra mirada» es la que aprendemos del mundo o del demonio, que nos recrimina por caer una y otra vez en los mismos pecados. Así nunca vamos a poder perdonarnos.
Es más, no podremos soportar mirarnos y reconocernos. Sin ese Amor de Dios, ¿qué nos puede sostener? ¿Qué esperanza podemos tener, si sabemos que, hace años cojeamos del mismo pie? ¿Nos confesamos de lo mismo?
Llegamos al punto de creer – como lo dice el hermano mayor en la parábola del Padre misericordioso – que no merecemos el Amor del Padre, porque somos pecadores.
La verdad es que, efectivamente, por nuestras conductas no merecemos el Amor de Dios. Pero esa es una manera humana de pensar. Demos gracias a Dios, porque Su Amor es diferente. Que supera nuestra traición, y nos envió a su Hijo único, para salvarnos de nuestros pecados.
Es verdad que por nuestros pecados – aunque suene horrible y difícil de reconocer – merecemos el infierno. No hay nada que podamos hacer, por lo que merezcamos gozar de la Gloria de Dios, en el Cielo. No lo merecemos, somos unos indignos pecadores.
Pero lo cierto es que Dios nos ama gratuitamente, y Cristo quiso entregar su vida en la Cruz, por libre voluntad. Porque nos ama. Nos ha devuelto la posibilidad de entrar al Cielo, sencillamente por su Amor gratuito.
Por culpa del pecado hemos perdido nuestra semejanza, y, en vez de estar inclinados al amor, tenemos la concupiscencia que nos instiga a vivir el egoísmo. Sin embargo, sabemos que no hemos sido radicalmente rotos por alejarnos de Dios. Todavía somos buenos por naturaleza, aunque heridos por el pecado.
El gran reto que nos toca es un combate espiritual, que implica ser fiel al amor que nos tiene el Señor, y rechazar el pecado. Comprometiéndonos a ser responsables con nuestra libertad, optando por la Verdad, y encaminándonos hacia lo Bueno. Llamados a ser otro Cristo, como nos invita repetidas veces San Pablo. (Filipenses 1, 21 / Gálatas 2, 20)
Constantemente pidamos a Dios que nos conceda la gracia de mirarnos desde Su Misericordia, y no tener miedo de reconocer el pecado que habita en nuestro corazón. Que podemos ser iluminados por Cristo, si es que lo abrimos y dejamos que Él nos perdone y sane nuestras heridas, volviendo a la comunión con el Padre.
Tenemos la confianza que el Señor nos perdona una y otra vez, mientras reconozcamos con humildad quiénes somos y cómo somos ante Dios. No nos ocultemos por nuestros pecados, más bien dejémonos reconciliar por Dios (2 Coríntios 5, 20).
Entonces, sí es posible dejarnos amar por Dios, dejarle dirigir, mansamente, el camino de nuestras vidas. Entraremos entonces en un mundo maravilloso. Los pequeños o grandes malos ratos serán curados por el bálsamo más hermoso: el que recibimos desde la caricia eterna de nuestro Padre de los cielos.
Jesús nos lo explica así : “… El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn. 15, 5). “… si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto. El que ama su vida la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna” (Jn 12, 24-25).
“ Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios…. El que se gloríe, gloríese en el Señor” (I Cor 1, 26-30).
Esta es la experiencia vivida por los Apóstoles, los santos y miles de nuestros hermanos. Dios Amor nos ayudará, también a nosotros, a valorar los pasos ya dados en este “caminito” y nos ofrecerá su ayuda amorosa para dar los pasos que nos faltan de tal manera que:
- Adoramos humildemente la grandeza, la santidad de Dios Amor. Le agradecemos su maravillosa misericordia.
- Sentimos viva la llamada que nos hace Dios a ser santos con Él y como Él es santo (cf. Mt. 5, 48) : “ No me habéis elegido vosotros a mí sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y déis fruto, y que vuestro fruto permanezca….” (Jn. 15, 16).
- Reconocemos su amor personal a cada uno de nosotros (cf. Mc. 3, 13).
- Entonces, confesamos y ofrecemos nuestra debilidad personal, nuestra “nada”. Ponemos en Él nuestra confianza y nos abandonamos en sus brazos amorosos. Nos entregamos a Él para ser enteramente suyos y para permanecer siempre en Su amor. Lo hacemos por amor a Él sólo por sus dones. Nos dejamos “lavar los pies” por El, como Pedro y los demás Apóstoles. Semillas Misioneras
- Aceptamos el camino de hacernos pequeños (cf. Lc 10,21), que Jesús nos indica de varias maneras : “ Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ese es el mayor en el Reino de los Cielos”(Mt. 18, 2-4).
- El “dejarnos amar” nos lleva a salir de nosotros mismos para que entre Jesús ( en nuestra personalidad, en nuestra vida, en el trabajo, etc.). Así como lo expresa el Apóstol “….Con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2, 19- 20). Nos lleva a vivir con El, con una amistad creciente que se alimenta , por una parte, de su Palabra viva escuchada abundantemente y, por otra, en la Eucaristía y en los encuentros de diálogo amoroso cada día con El. Vivimos como hijos de Dios, por el Espíritu de Amor (cf. Gal. 4, 4-7). Vivimos una comunión de amistad continua con El.
- Es el Espíritu Santo quien nos va llevando a Vivir como El , a tener sus mismos sentimientos:
“El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre” (Fil. 2, 6-9).
Para ello, nos despojamos, por amor, de todo lo que no es de Dios y de lo que no es conforme a su voluntad. “Descendemos” en todo lo que nos engrandece ante nuestros ojos.
Para ser Betanias, entonces, debemos dejarnos amar por el Señor, como lo hizo María que vivió en todo momento con la certeza en su corazón de que el Señor que viene de los alto, está por encima de todos y por eso, vivió reverenciándolo con su testimonio.
Así queremos nosotras vivir, por eso hoy para terminar le decimos Te amo Señor y me dejo amar por Ti. Señor en vos confío.
La próxima semana reflexionaremos en la etapa dos de este camino: Amarlo con Todo el Corazón
Canción:
Bibliografía:
https://es.catholic.net/op/articulos/12619/cat/884/dejarnos-amar-por-dios.html#modal
https://catholic-link.com/dejarse-amar-por-dios-ideas/
https://es.catholic.net/op/articulos/64055/cat/690/maria-educadora-del-hijo-de-dios.html#modal
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Abril 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.