Las almas tibias se harán fervorosas”
La tibieza es un estado moribundo y lánguido del alma que ha perdido su interés en la religión.
El término fervoroso se usa metafóricamente de fervor de espíritu. Romanos 12, 11, afirma: “Esfuércense, no sean perezosos y sirvan al Señor con corazón ferviente.”
El único remedio para la tibieza es la devoción al Sagrado Corazón, que vino “a traer fuego sobre la tierra”, es decir, para inspirar a los corazones fríos y tibios con un nuevo temor y el amor de Dios.
El amor confía en que puede mover al otro en su interior, puede hacer que brote el bien qué hay en él y ponerlo en contacto con el núcleo bueno que, por debajo de todos los mecanismos de defensa, hay en la persona humano, nos dice Anselm Grüm en su libro El Amor que Sana.
Su impulso es más vigoroso y es don más útil a la vida proficiente que cualquier ayuda del amor sensible o práctico; porque es tan fervoroso que, mediante la conversión a Dios, ahuyenta todas las tentaciones. Las moscas no se atreven a acercarse a la olla mientras hierve, vuelan por encima hasta que se enfría. Los tibios son muy atacados por la tentación. No así los fervorosos, a no ser cuando les sucede por especial permisión del Señor, que prueba a los que ama con predilección y los prepara para una corona mayor. El otro amor, el que no es tan ardiente y fervoroso, no consigue triunfar de la tentación.
Hoy terminemos nuestra reflexión con algunos segmentos de la Secuencia propia de esta Celebración:
Al Salvador alabemos, que es nuestro pastor y guía. Alabémoslo con himnos y canciones de alegría.
Alabémoslo sin límites y con nuestras fuerzas todas; pues tan grande es el Señor, que nuestra alabanza es poca.
Sea plena la alabanza y llena de alegres cantos; que nuestra alma se desborde en todo un concierto santo.
Hoy celebramos con gozo la gloriosa institución de este banquete divino, el banquete del Señor.
Ésta es la nueva Pascua, Pascua del único Rey, que termina con la alianza tan pesada de la ley.
Esto nuevo, siempre nuevo, es la luz de la verdad, que sustituye a lo viejo con reciente claridad.
En aquella última cena Cristo hizo la maravilla de dejar a sus amigos el memorial de su vida.
Enseñados por la Iglesia, consagramos pan y vino, que a los hombres nos redimen, y dan fuerza en el camino.
Es un dogma del cristiano que el pan se convierte en carne, y lo que antes era vino queda convertido en sangre.
Hay cosas que no entendemos, pues no alcanza la razón; mas si las vemos con fe, entrarán al corazón.
Amén.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Junio 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.