Qué nos dice esta historia? Jn 20, 11-6. Una cosa es que Jesús se acerca particularmente a aquellos que lloran, especialmente si sus lágrimas brotan por causa de sus anhelos más altos: si son lágrimas del espíritu, lágrimas para la paz del corazón porque uno no puede encontrar la tranquilidad interior, o porque uno se siente tan oprimido y falto de un consolador, un ayudante.
Jesús siempre se acerca a quienes lloran así. Por eso, podemos asegurarnos de que cuando vemos a alguien que llora, Jesús está cerca. Por eso deberíamos tener alegría de estar con aquellos que lloran, porque así nosotros entramos inmediatamente en la compañía de Cristo. Él también está allí. Sólo nos dañamos a nosotros mismos, si evitamos y nos alejamos de la gente que está triste, oprimida, apenada y llorando. Cuando tenemos miedo de conmovernos por la pena de otros, cuando evitamos a las personas que están dolidas y desesperadas, tenemos miedo del mismo Jesús. En realidad, lo negamos en lugar de encontrarlo exactamente donde se encuentra.
Cuando llegamos al lado de aquellos que lloran, frecuentemente pasa que llevamos a Jesús a ellos, aun si no lo sentimos nosotros mismos. A veces lo único que podemos hacer es empatizar, y así sentir nuestra propia pobreza espiritual, o por lo menos nuestra incapacidad de ofrecer consuelo. Pero es precisamente aquí donde se acerca Jesús. Cuando estamos conmovidos, cuando nos atrevemos a llorar junto con la gente que ruega consuelo, es entonces que llevamos al Salvador. Sus poderes calmantes y reconfortantes se revelan imperceptiblemente.
Es increíble cómo, después que uno ha pasado tiempo con alguien quien tiene el alma afligida, se enjuagan las lágrimas, se alegra el corazón, y se siente algo bueno y correcto—una comprensión profunda y mutua que quita el escozor. Percibimos que el resucitado está presente, llamando por el nombre a quienes lloran. No estamos desamparados.
Es maravilloso que cuando dos personas lloran juntas, las mismas lágrimas llevan consuelo y sanación. El precioso Salvador ciertamente está cerca. Él ha resucitado y, ¿para quién? Claro que es para nosotros quienes sentimos desesperadamente solitarios o solos. ¿Por qué no creemos que él esté allí cuando meramente echamos una mirada hacia él o lo anhelamos? Porque de cierto, el Señor sabe nuestros nombres. Él conoce nuestros pensamientos, nuestros problemas y nuestras debilidades. Él no dice meramente “hermano” o “hermana”, sino mejor nos llama personalmente: “María”. Él nos conoce totalmente, hasta contar nuestros cabellos.
Qué consuelo es saber que el más alto, quien ascendió desde la cruz hasta el trono de Dios, está lo más cerca de quienes de nosotros que ya hemos perdido la esperanza de consuelo. No somos demasiado pequeños, débiles, o pecaminosos para él. Él es nuestro hermano que nos ama. Y cuando tal hermano nos gobierna, ¿quién puede seguir en la desesperación? Si lo creemos, tendremos el resucitado con nosotros con todo su amor, su misericordia y su poder.
Autor. Johann Christoph Blumhardt
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Marzo 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.