Les transcribo una experiencia escrita el 14 de febrero 2021, de Claudio de Castro, escritor panameño y enamorado de la presencia Eucarística de Señor, nos cuenta: Hoy conversaba con un sacerdote de Perú y le conté esta bella experiencia con Jesús. No recuerdo si alguna vez te la he contado. Ocurrió la mañana de un viernes. Estaba enredado con cientos de diligencias personales, por lo que salí temprano de la casa. Iba ensimismado con mis pensamientos cuando sentí su indescriptible voz:
―Ven a verme.
Por la forma como lo pedía, sentí que algo pasaba, pero tenía tantos asuntos por delante que me excusé:
―Déjame terminar primero estos mandados. Cuando acabe, paso a verte al sagrario.
―Ven, Claudio ―insistió.
No pude, con esta petición, volver a darle una excusa. Dejé todo lo que hacía.
―Eres mi mejor amigo. Iré a verte. Perdona mi indiferencia Jesús.
Había una iglesia cerca de donde estaba y me dirigí hacia allá. Estacioné el auto y me bajé. La iglesia estaba abierta, pero vacía.
―¡Santo cielo! ―pensé ―. ¡Estás solo!
Comprendí entonces por qué su insistencia. Me dolió ver a Jesús en aquel hermoso sagrario, sin nadie que le hiciera compañía. Recordé a san Francisco de Asís cuando corría por los montes compungido, llorando y exclamando: “¡El Amor no es amado!”.
―Si supieran que estás aquí, correrían a verte.
Me quede un rato haciéndole compañía. Le dije una y otra vez que le quería.
―Señor ―le dije-. Me tengo que ir, pero no te quiero dejar solo. ¿Podrías enviar una persona que te haga compañía?
A los pocos minutos se abre la puerta del oratorio y entra una muchacha. Se nota distraída, pero se arrodilla con profunda devoción y reza. Cuando se sentó en la banca, me nació acercarme a ella y contarle de mi petición a Jesús y agradecerle por estar allí, con Él.
Me miró sorprendida y dijo en voz baja:
―Yo no iba a entrar. Pasaba frente a la iglesia y sentí que Jesús me llamaba, por eso vine.
Nos quedamos ambos impresionados, agradeciendo a Jesús tanto amor.
Amable lector, por favor, te lo ruego, no dejes solo a Jesús en el sagrario.
Ve a verlo y dile que le quieres. Y si puedes, por favor dile: “Claudio te manda saludos”. Ya sabes que me encanta sorprenderlo.
Y es que todos sabemos que la oración nos acerca a Dios y es un medio por el cual lo alabamos, pero también tiene un efecto en nuestras vidas. Santiago 1: 5 dice: “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie.” La oración nos puede llevar a la sabiduría. Primera de Pedro 5: 6-7 dice: “Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte a su debido tiempo. Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes.” La oración puede aliviar nuestra ansiedad. Mateo 7: 7-8 dice: “Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.” Cuando nos acercamos a Dios con los deseos de nuestro corazón, Él nos responde (véase también el Salmo 37: 4; Juan 14: 13-14; y 1 Juan 5: 14-15).
En la audiencia general del 21 de abril 2021, el Papa Francisco nos habla de la Oración: “La oración es diálogo con Dios; y toda criatura, en un cierto sentido, “dialoga” con Dios. En el ser humano, la oración se convierte en palabra, invocación, canto, poesía… La Palabra divina se ha hecho carne, y en la carne de cada hombre la palabra vuelve a Dios en la oración.
Las palabras son nuestras criaturas, pero son también nuestras madres, y de alguna manera nos modelan. Las palabras de una oración nos hacen atravesar sin peligro un valle oscuro, nos dirigen hacia prados verdes y ricos de aguas, haciéndonos festejar bajo los ojos de un enemigo, como nos enseña a recitar el salmo (cfr. Sal 23). Las palabras esconden sentimientos, pero existe también el camino inverso: ese en el que las palabras modelan los sentimientos. La Biblia educa al hombre para que todo salga a la luz de la palabra, que nada humano sea excluido, censurado. Sobre todo, el dolor es peligroso si permanece cubierto, cerrado dentro de nosotros… Un dolor cerrado dentro de nosotros, que no puede expresarse o desahogarse, puede envenenar el alma; es mortal.
Por esta razón la Sagrada Escritura nos enseña a rezar también con palabras a veces audaces. Los escritores sagrados no quieren engañarnos sobre el hombre: saben que en su corazón albergan también sentimientos poco edificantes, incluso el odio. Ninguno de nosotros nace santo, y cuando estos sentimientos malos llaman a la puerta de nuestro corazón es necesario ser capaces de desactivarlos con la oración y con las palabras de Dios.”
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Recopilado por Rosa Otárola D, /
Abril 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.