Todos tenemos cicatrices emocionales, aunque intentemos ocultarlas, afirma Estefanía Esteban en un articulo. Es curioso cómo las heridas que más persisten frente al paso del tiempo no son las heridas físicas. Poco nos importa esa cicatriz en la rodilla del día en el que nos caímos de la bicicleta. Duele más y por más tiempo, esa palabra de nuestra madre o de nuestro padre que se hundió en nuestro corazón, para siempre.
Y es que si bien es cierto todos cometemos errores, en algunos casos, son errores cuya herida deja una inmensa cicatriz en nuestros hijos. Esas son las llamadas heridas emocionales, esas heridas sutiles, invisibles, que dejan sin embargo un terrible castigo y que perduran ya para siempre en nuestra edad adulta. Pero como no se ve, no somos realmente conscientes de ello.
El viernes, les comenté un poco sobre las heridas paternas en las hijas, basados en la historia del texto bíblico Mc 5, 21-43, la hija de Jairo. Pues querido lector quisiera abundar un poco más al respecto, siempre basándome en el libro de Anselm Grüm, Sanación del Alma, libro que también les recomiendo. Por eso en estos días, mi meditación irá guiada por este texto. Y es que me parece importantísimo toda la enseñanza que nos puede traer este análisis que el sacerdote jesuita hace, no solo sobre la hija, sino sobre Jairo y así cada uno reflexionemos sobre nuestra vida, y que de esta manera, intentemos evitar en la medida de lo posible todas estas heridas emocionales para evitar el mayor número de cicatrices futuras en nuestros hijos, sobre todo aquellos que los tienen pequeños.
Nos habla el autor que quizá la hija de Jairo haya sido pasada por alto por su padre. Y entonces se haya refugiado en uno de los tres papeles con el fin de sobrevivir. Les recuerdo estos papeles: la hija seductora, la hija servicial, o la hija obstinada.
Pero ella no encontró la vida de esta forma sino que cada vez se mezcló más en el torbellino de la muerte, continua el autor. El nombre Jairo significa en realidad: “Dios ilumina” o “Dios despierta”. Quizá en el nombre se encuentre un programa para la sanación de la hija. No es el padre quien la iluminará y la sanará. La iluminación debe provenir de su propio interior, de su autentico ser, de Dios… El nombre del padre indica el camino en el cual la hija podría liberarse de su fijación a la seducción de su padre. De ver más allá de él. Ella debe hallar el motivo de su existencia en sí misma, en su propia exclusividad, o en Dios… Solo cuando la hija admite que su padre nunca la verá y apreciará como ella anhela, se liberará de su fijación. Y entonces podrá dirigir sus ojos hacia aquello que realmente la soporta, a su propia dignidad, a Dios, quien la observa en su exclusividad, quien la llama por su nombre.
En la historia, la hija de Jairo no tiene nombre. Quizá también puede ser una referencia a que aún debe descubrir su propio nombre, el nombre exclusivo por el cual la ha llamado Dios y que le dice qué secreto de su vida debe desarrollar.
La hija de Jairo se estaba muriendo. El padre ya no podía ayudarla. En su desamparo se dirige a Jesús: “Ve y colócale las manos encima para que sane y siga viviendo”. Mc 5, 23. Los implicados no pueden resolver el conflicto… Debe venir otro y desplegar sus manos soñadoras sobre la hija para que vuelva a respirar y pueda hablar con toda libertad sobre sí misma.
Oremos
A veces no sé hacia donde me llevas, Señor, pero confío humildemente en Ti y me dejo conducir. La paz se encuentra en dejarse conducir por tu Santo Espíritu. La paz la encuentro cada minuto, cuando te digo secretamente, desde mi corazón a tu corazón: Sagrado Corazón de Jesús en vos confío porque sé que me amas.
Señor, enséñame la forma de dejarme conducir por tu Santo Espíritu sin sentir temor. Hazme humilde para aceptar tus designios. Que pueda ser como un niño pequeño en los brazos de su madre; que pueda decirte siempre, especialmente en mis necesidades más apremiantes: Sagrado Corazón de Jesús en vos confío porque sé que me amas.