Hoy quisiera centrar nuestra meditación en nuestra necesidad de buscar al Corazón de Jesús y cómo debemos buscarlo.
Y es que, Jesús, en primer lugar, afirma en un artículo, Tadeusz Kotlewski Catholic Academy in Warsaw, Poland · Christian Spirituality PhD,, buscaba al hombre, y lo sigue buscando, y lo hace antes de que éste lo haya buscado a Él o lo esté buscando. Es Cristo quien conquista al hombre e ilumina el camino humano con la luz de la fe. El conocimiento de uno mismo empieza con el descubrimiento de la mirada amorosa de Dios, que en Jesús, mira al mundo entero, así como al mundo interior de cada persona. Él mira con amor (cf. Mc 10, 21), a cada uno individualmente. Los santos le buscaron a Jesús en lo profundo de su corazón. Es allí donde mantenían un incesante diálogo con Él; también allí descubrían la verdadera fuente de su felicidad y de la fuerza; allí, experimentaban de un modo nuevo el amor de Dios. Vale la pena mencionar a algunos santos: a san Ignacio de Loyola, que fue guiado e instruido por Dios como lo es un alumno bajo la tutela de su maestro, o a santa Teresa de Jesús, quien buscaba a Jesús en su corazón, o a santa Faustina Kowalska, que conversaba con Jesús en lo más profundo de su corazón.
Entonces dónde buscarlo, cabría que nos preguntáramos… Y la palabra nos muestra el camino: “Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de CERRAR LA PUERTA, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto…” (Mt 6, 6).
Muy difícilmente escucharemos a Dios si estamos sumergidos en un contexto caótico lleno agitación, de palabrería y de dispersión. Es importante el silencio de la lengua, de los medios de comunicación, de cosas y de personas.
Este silencio es el más fácil, basta con internarse en un bosque, estar en la cima de una montaña, entrar en una capilla solitaria, etc.
Sin embargos, estamos llenos de ruidos que también podríamos llamar «interiores».
Estos son ruidos tremendos que no nos permiten el encuentro con Dios en la oración, ya sea comunitaria (verbal, litúrgica) o –con mayor razón- personal (oración mental: contemplación, meditación).
Son ruidos silenciosos que, aunque no salgan a flote, anidan en la profundidad de la persona. Son ruidos que, incluso, a la larga nos van enfermando. Recordemos algunos: el ruido del odio, del rencor, del orgullo, la envidia, el miedo, las preocupaciones, la debilidad, la vanidad, la acomodación en el pecado, de las fantasías, del propio pasado y hasta de la crítica a los designios de Dios.
No hay clamor más intenso de aquel que queda en silencio.
Es un clamor por lo divino. Es un clamor inefable.
Tan intenso es el clamor, que no cabe en un grito.
Orar no es sólo pedir, sino permitir que Él te pueda pedir. Hacerte disponible. Hacerte disponible en el silencio.
“De mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando”.
Dios no necesita de esas palabras nuestras, pero uno necesita decirlo, pues bien.
No hay clamor más intenso de aquel que queda en silencio.
Es un clamor por lo divino. Es un clamor inefable.
Tan intenso es el clamor, que no cabe en un grito.
Orar no es sólo pedir, sino permitir que Él te pueda pedir. Hacerte disponible.
Hacerte disponible en el silencio.
Oremos
De mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando… ¡Sagrado Corazón de Jesús, haz que mi alma esté siempre atenta en los momentos de recogimiento, silencio y soledad para verte! ¡Señor, permíteme comprender que mi tesoro como cristiano está en el cielo y no en la tierra, que mis pensamientos, mi oración y mi vida tiene que ir encaminado siempre hacia la eternidad! Amén
¡Sagrado Corazón de Jesús en vos confío porque se que me amas!
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Junio 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.