El Corazón abierto a todos nosotros.
Es diversa la medida del conocimiento que de este misterio han adquirido muchos discípulos y discípulas del Corazón de Cristo, en el curso de los siglos. Uno de los protagonistas en este campo fue ciertamente Pablo de Tarso, convertido de perseguidor en Apóstol. También nos habla él en la liturgia de ayer con las palabras de la Carta a los efesios. Habla como el hombre que ha recibido una gracia grande, porque se le ha concedido “anunciar a los gentiles la insondable riqueza de Cristo e iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio oculto desde los siglos en Dios, Creador de todas las cosas” (Ef 3, 8-9).
Esa “riqueza de Cristo” es, al mismo tiempo, el “designio eterno de salvación” de Dios que el Espíritu Santo dirige al “hombre interior”, para que así “Cristo habite por la fe en nuestros corazones” (Ef 3, 16-17). Y cuando Cristo, con la fuerza del Espíritu, habite por la fe en nuestros corazones humanos, entonces estaremos en disposición “de comprender con nuestro espíritu humano” (es decir, precisamente con este “corazón”) “cuál es la anchura, la longura, la altura y la profundidad, y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia…” (Ef 3, 18-19).
Para conocer con el corazón, con cada corazón humano, fue abierto, al final de la vida terrestre, el Corazón divino del Condenado y Crucificado en el Calvario.
Es diversa la medida de este conocimiento por parte de los corazones humanos. Ante la fuerza de las palabras de Pablo, cada uno de nosotros pregúntese a sí mismo sobre la medida del propio corazón. “…Aquietaremos nuestros corazones ante Él, porque si nuestro corazón nos arguye, mejor que nuestro corazón es Dios, que todo lo conoce” (1 Jn 3, 19-20). El Corazón del Hombre-Dios no juzga a los corazones humanos. El Corazón llama. El Corazón “invita”. Para esto fue abierto con la lanza del soldado.
Por eso el Corazón de Jesús sana nuestras heridas, nuestras carencias, nuestras decepciones, traiciones, maltratos y todo lo que nos pudo haber ocurrido y nos puede estar ocurriendo.
Dios puede sanar nuestras heridas más profundas, pero es necesario percibir nuestro desgarro interior, nuestro aislamiento y sentirnos que no somos amados y, por así decirlo hacer duelo por ello. Solo si reconozco las heridas y hago duelo por ellas, permito que se transformen. Y a través de las heridas puedo llegar hasta el fundamento donde puedo vislumbrar el amor de Dios en el que llego a ser uno de un modo nuevo conmigo mismo y con Dios.
Porque nos debemos a nosotros mismos —y a Dios— la deuda del amor, hay que preparar el corazón para amar. La Palabra de Dios nos invita a acercarnos a Dios y traerle a Él las heridas de la infancia, las experiencias pasadas, la amargura adquirida con los años; y pedirle que nos permita tener un corazón nuevo. Dios es amor y es a través de su Palabra como aprendemos a Amor que Sana que precisamente nuestras experiencias dolorosas de falta de amor quieren conducirnos a este espacio interior, en el que el amor divino habita en nosotros. Y solo cuando acudamos a esta fuente de amor infinito en nosotros, nuestra necesidad podrá quedar finalmente sanada. Esa necesidad se hará sentir una y otro vez en nosotros; el estar solos nos hará sufrir. Pero el dolor nos permite acceder al regadero fundamento de nuestra alma, donde fluye el amor divino…
Quien ha experimentado el amor del que habla Pablo en 2 Cor 13, continua el sacerdote, lo irradia, pero no a través de una amable sonrisa per mente, sin a través del brillo de sus ojos, de la Luz qué hay en su rostros surcado por el dolor. Es un amor suave, pero que nos ace bien. Sentimos que estamos ante una persona que ha experimentado un profundo dolor por la falta de amor, pero que, a través de todos los dolores, ha llegado también a entrar en contacto con el amor qué hay en ella, que es más fuerte que todo su amor humano…
Oremos:
Te saludo, misericordiosísimo Corazón de Jesús
Viva fuente de toda gracia,
Único amparo y refugio nuestro,
En Ti tengo la luz de la esperanza.
Te saludo, Corazón piadosísimo de mi Dios,
Insondable, viva fuente de Amor,
De la cual brota la vida para los pecadores,
Y los torrentes de toda dulzura.
Te saludo, Herida abierta del Sacratísimo Corazón,
De la cual salieron los rayos de la Misericordia
Y de la cual nos es dado sacar la vida,
Únicamente con el recipiente de la confianza.
Te saludo, inconcebible Bondad de Dios,
Nunca penetrada e insondable,
Llena de Amor y de Misericordia, siempre santa,
Y como una buena madre inclinada sobre nosotros.
Te saludo, Trono de la Misericordia, Cordero de Dios,
Que has ofrecido la vida por mí,
Ante el cual mi alma se humilla cada día,
Viviendo en una fe profunda.
Santa Faustina Kowalska, Diario de Divina Misericordia, 1321
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Junio 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.