https://youtu.be/noJZVjOZx7Y
- 1 Re 8, 1-7. 9-13
- Sal 131
- Mc, 6, 53-56
La liturgia de hoy nos invita a estar atentos en la escucha del Señor, pues El se comunica de muchas maneras. Que nuestra fe y confianza sean cada vez más fuerte y busquemos toca la punta de su manto y sentiremos la fuerza de su mano.
Así, vemos como la primera lectura nos muestra como aunque ciertamente que Dios habita en todo lugar, pues como dice san Pablo: “en él somos, nos movemos y existimos”, más aún, debemos reconocer que el lugar por excelencia en donde podemos encontrar al Señor es nuestro corazón, pues desde nuestro bautismo en él ha establecido su morada y lo ha declarado como templo.
Sin embargo, no debemos olvidar que Dios mismo ha querido ser adorado y glorificado en un templo material. Por ello, no solamente en el cristianismo sino en todas las culturas, el hombre ha construido templos que sirvan como mediación para relacionarse con él a través del culto. En este pasaje, nos podemos dar cuenta de lo importante que ha sido para los judíos reconocer que Dios habita su templo, por ello dirá Jesús, “la casa de mi Padre es casa de Oración”.
Es por eso que para nosotros los cristianos el templo tiene también un lugar especial, pues en él no sólo nos reunimos como asamblea para dar culto a Dios, sino que él mismo nos presenta el ambiente ideal para que el encuentro con Dios en el corazón se realice en plenitud. Es por ello que Jesús quiso quedarse entre nosotros bajo la apariencia de pan, de modo que lo podamos visitar en cada sagrario, en cada templo.
Cuando uno se acerca a Cristo o a su Iglesia para encontrar la salud que necesita está, quizás sin darse cuenta, confesando implícitamente su fe. Es el reconocimiento de este poder y de esta autoridad que reside en la humanidad de Cristo, como la gloria que se oculta, pero está en el interior de una vasija de barro. Por eso, como hemos leído en el evangelio, quieren tocarle, por eso se amontonan y se agolpan sobre él. Dice el evangelio que los que acusaban cualquier clase de dolencia iban a él. Todos sin excepción.
Conmueve contemplar esa confianza radical, esa fe ciega en su poder y autoridad que se manifiesta en la conciencia de no necesitar más que tocar la orla de su manto para sanar.
“Esta multitud, nos explica el Papa Francisco, fue atraída por el Padre: fue el Padre quien atrajo a la gente hacia Jesús. Hasta tal punto que Jesús no se quedó indiferente, como un maestro estático que pronuncia sus enseñanzas desde lo alto y luego se aleja lavándose las manos. ¡No! Esta multitud tocó el corazón de Jesús. El propio Evangelio nos dice: “Jesús se conmovió, porque vio a esa gente como ovejas sin pastor”. Y el Padre, a través del Espíritu Santo, atrae a las personas hacia Jesús…”
Más que una simple curación de nuestras enfermedades físicas, la Comunión sana nuestras almas y les garantiza la participación en la propia vida de Dios. San Ignacio de Antioquía, así, consideraba a la Eucaristía como «la medicina de la inmortalidad y el antídoto para prevenirnos de la muerte, de modo que produce lo que eternamente nosotros debemos vivir en Jesucristo».
El aprovechamiento de esta “medicina de inmortalidad” consiste en ser curados de todo aquello que nos separa de Dios y de los demás. Ser curados por Cristo en la Eucaristía, por tanto, implica superar nuestro ensimismamiento. Tal como enseña Benedicto XVI, «Nutrirse de Cristo es el camino para no permanecer ajenos o indiferentes ante la suerte de los hermanos (…). Una espiritualidad eucarística, entonces, es un auténtico antídoto ante el individualismo y el egoísmo que a menudo caracterizan la vida cotidiana, lleva al redescubrimiento de la gratuidad, de la centralidad de las relaciones, a partir de la familia, con particular atención en aliviar las heridas de aquellas desintegradas».
Igual que aquellos que fueron curados de sus enfermedades tocando sus vestidos, nosotros también podemos ser curados de nuestro egoísmo y de nuestro aislamiento de los demás mediante la recepción de Nuestro Señor con fe.
Meditemos:
¿Pensamos que Dios debe habitar en una mansión lujosa como el Templo de Salomón, o más bien habita en el pobre y abandonado de todos?
¿Es Jesús en quien depositamos nuestra confianza o nos dejamos llevar por aquello con lo que nos engaña el mundo de hoy?
Bibliografía
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2022/02/07/sanacion/
- https://www.vaticannews.va/es/evangelio-de-hoy.html
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
Palabra de Vida Mes de Febrero 2022
«Al que venga a mí no lo echaré fuera» (Jn 6, 37) https://ciudadnueva.com.ar/categoria/palabra-de-vida/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.