https://youtu.be/OfbVUUpe-Jc
- Is 58, 7-19
- Sal 111
- 1 Cor 2, 1-5
- Mt 5, 13-16
Después de escuchar el domingo pasado el programa del Reino, las bienaventuranzas (Mt 5,1-12), las lecturas de este día vienen a dar el acabado perfecto a través del esplendor del ser cristiano. Esplendor que se perfila a través del símbolo del sabor y de la iluminación, expresado en el evangelio; invitación a materializarse en las obras (primera lectura), donde Cristo es el máximo exponente; y propuesta para anunciarle desde la experiencia (segunda lectura), desde el poder del mismo Dios (Cf. 1Cor 2,5).
¿Somos conscientes de que estamos llamados a ser sal y luz del mundo a imagen de Jesús? ¿Hemos integrado, o vivimos, esta riqueza con la que Cristo se manifiesta y nos convoca a desarrollar esta vocación irradiante del ser cristiano en el mundo? ¿Qué impide que pueda desarrollar esta realidad vocacional en mi vida?
El texto de Isaías nos quiere transmitir que cuando alguien pasa hambre eres tú quien la pasas; cuando te desentiendes de tu prójimo, te desentiendes de ti mismo. Y si se hace todo eso: partir el pan con el hambriento, hospedar al pobre, vestir al desnudo, habrá justicia; y si hay justicia allí está la gloria de Dios. Y sin duda alguna, no hay ayuno mejor que este.
Por otro lado, el texto de la primera carta a los Corintios, es de una fuerza inexorable: la fuerza del poder más pobre del mundo: la cruz, la sabiduría de la cruz, del fracaso. Pablo, predicador, apóstol, se presentó en Corinto consciente de lo poco que podía presumir ante los ojos del mundo, ante la sabiduría de los filósofos griegos, del mensaje que predicaba.
El gran aprendizaje para nosotros como iglesia es que cuando la comunidad, la Iglesia, quiere vivir la “grandeza y la gloria, el poder y la influencia incluso de su teología y de su ética, no vive en plenitud el mensaje del Crucificado. Si la Iglesia no entiende que pueda ser perseguida e incluso rechazada… entonces no hay “theologia crucis” en su seno. La Iglesia debe ser discutida… y sentirse por ello muy cerca de su Señor.
Y en el texto del evangelio, Jesús llama a sus discípulos «sal de la tierra» y «luz del mundo». ¿Qué tienen en común ambas imágenes? Tanto la sal como la luz no existen para sí mismas, no tienen sentido por sí solas. La sal existe para salar los alimentos; la luz, para iluminar los objetos. El Maestro lo deja muy claro: los discípulos no existen para sí mismos, sino para los demás. Jesús llama a los cristianos para una misión que es más grande que ellos mismos. Mi vida sólo tiene sentido si la vivo «para» mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo, la sociedad; mi felicidad sólo la encuentro en don de mí mismo «por» el otro. Lo proclamó de manera magistral el Concilio Vaticano II: «el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (Gaudium et spes, n. 24).
Todos estamos llamados a ser sal y luz. Jesús mismo fue “sal” durante treinta años de vida oculta en Nazaret. Lo somos de una manera clara cuando profesamos nuestra fe en momentos difíciles. Y hoy, según en qué ambiente, el solo hecho de ir a misa ya es motivo de burlas. Ir a misa ya es ser “luz”. Y la luz siempre se ve; aunque sea muy pequeña. Una lucecita puede cambiar una noche.
Afirma el Papa Francisco: “Jesús nos invita a ser un reflejo de su luz, a través del testimonio de las buenas obras. Y dice: «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5, 16). Estas palabras subrayan que nosotros somos reconocibles como verdaderos discípulos de Aquel que es la Luz del mundo, no en las palabras, sino de nuestras obras. De hecho, es sobre todo nuestro comportamiento que —en el bien y en el mal— deja un signo en los otros. Tenemos por tanto una tarea y una responsabilidad por el don recibido: la luz de la fe, que está en nosotros por medio de Cristo y de la acción del Espíritu Santo, no debemos retenerla como si fuera nuestra propiedad. Sin embargo estamos llamados a hacerla resplandecer en el mundo, a donarla a los otros mediante las buenas obras. ¡Y cuánto necesita el mundo de la luz del Evangelio que transforma, sana y garantiza la salvación a quien lo acoge! Esta luz debemos llevarla con nuestras buenas obras…
La sal es un elemento que, mientras da sabor, preserva la comida de la alteración y de la corrupción —¡en la época de Jesús no había frigoríficos!—. Por lo tanto, la misión de los cristianos en la sociedad es la de dar “sabor” a la vida con la fe y el amor que Cristo nos ha donado, y al mismo tiempo tiene lejos los gérmenes contaminantes del egoísmo, de la envidia, de la maledicencia, etc. Estos gérmenes arruinan el tejido de nuestras comunidades, que deben, sin embargo, resplandecer como lugares de acogida, de solidaridad, de reconciliación. Para unirse a esta misión, es necesario que nosotros mismos seamos los primeros liberados de la degeneración que corrompe de las influencias mundanas, contrarias a Cristo y al Evangelio; y esta purificación no termina nunca, se hace continuamente, ¡se hace cada día!
Pidamos los unos por los otros al Señor para que sepamos ser siempre sal. Y sepamos ser luz cuando sea necesario serlo. Que nuestro obrar de cada día sea de tal manera que viendo nuestras buenas obras la gente glorifique al Padre del cielo (cf. Mt 5,16).
Bibliografía:
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2017/documents/papa-francesco_angelus_20170205.html
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2023/02/05/ser-sal-y-luz-para-los-demas/
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
Palabra de Vida Mes de Febrero 2023
Tú eres el Dios que me ve” (cf. Génesis 16, 13) https://ciudadnueva.com.ar/wp-content/uploads/2022/12/PV-02-2023_doble.doc
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.